Dos historias para conocer La Salada: la extraña muerte de su fundador y la primera coima de Jorge Castillo
En esta nota, un resumen de dos capítulos que sirven para graficar cómo
se construyó el millonario botín con el que los investigadores se
encontraron en las oficinas y en la casa de Castillo. El primero gira en
torno a la extraña muerte de Gonzalo Rojas, uno de los fundadores del predio. El segundo repasa cómo consiguió Castillo la habilitación municipal para
que su feria funcionara todos los días pese al rechazo de los otros dos
grandes jugadores con los cuales se repartió el poder en la gigantesca
feria.
Cuando René Gonzalo Rojas Paz sintió los cordones cerrándose de manera
infalible alrededor del cuello que alguna vez había sido robusto, hubo
un profundo alivio y un profundo dolor. Dolor, porque el boliviano
pionero y líder natural, fundador de las ferias que se instalaron en la
zona conocida como La Salada, moría de la manera menos esperada:
ahorcado en una celda individual minúscula en el corazón de la cárcel de
Ezeiza. Alivio, porque los tormentos que venía sufriendo en las últimas semanas habían superado el límite de la crueldad:
además de las denuncias por golpes, reducción a servidumbre,
quemaduras, consumo forzado de distinta clase de pastillas y hasta
intentos de violación, se sumaba el hecho de que su psiquis se había
partido en varios pedazos.
El agente
gritó el apellido "Rojas" son mirar la pequeña puerta con visor
transparente. Repitió el llamado, pero no obtuvo respuesta. Entonces,
entró. El administrador de Urkupiña estaba sentado en el suelo, con las
piernas estiradas, la espalda apoyada sobre la pared lateral derecha y
la cabeza caída hacia adelante. De la parte inferior de una repisa
empotrada nacía el nudo de dos cordones de tela blanca que terminaban en
el cogote del detenido. Gonzalo ya no respiraba.