La cruel infancia de Iván el Terrible: el zar psicópata obsesionado con el sexo al que Stalin admiraba
Hace nada menos que 500 años. Mientras la Grande y Felicísima Armada se iba a pique y los primigenios Tercios españoles ponían fin a la era de la caballería pesada en la batalla de Pavía. Fue durante ese siglo (el XVI, para ser más exactos) en el que, al otro lado de Europa, Iván IV Vasílievich (el primer Zar ruso) se forjó el sobrenombre de «el Terrible». Y lo cierto es que se lo ganó a pulso, pues -en palabras de diferentes historiadores- acabó con miles de sus súbditos y sometió a todo tipo de crueles torturas a multitud de sus ministros por considerar que solo buscaban derrocarle. Todo paranoias personales.
Por si esto fuera poco, se cree que este denostado personaje (quien, curiosamente, liberó a Rusia de la corrupción y de los nobles interesados después de ascender al trono) disfrutaba a nivel sexual con el martirio y las torturas y que, durante su vida, desvirgó a más de 1.500 mujeres.
Para suerte de Europa, la muerte (que no perdona a nadie) acabó con Iván el Terrible el 28 de marzo de 1584. Al menos con su cuerpo, pues hubo algo a lo que la parca no pudo vencer: a la leyenda que se había forjado el primer Zar de Rusia mediante sus bestiales y sádicas acciones. Brutalidades tales como freír a personas vivas o escaldarlas en agua hirviendo.
En los siglos posteriores su figura fue sumamente odiada. Un ejemplo de ello es que, cuando el Zar Alejandro II mandó construir en su país un monumento a la historia de Rusia, ordenó que en él no figurase Iván el Terrible. ¿Por qué le condenó al ostracismo histórico? Porque consideró que, aunque había forjado el imperio ruso a través de sus consquistas, no merecía ser recordado por la ingente cantidad de barbaridades que había cometido contra su propio pueblo.
Sin embargo, hubo un líder político que sí glorificó la imagen de este asesino de masas como si de un héroe se tratase. Este no fue otro que Iósif Stalin, quien veneraba al mítico Zar y quien, entre 1944 y 1945, hizo rodar un largometraje enalteciendo su figura.
La cruel infancia
Iván IV Vasílievich nació en las gélidas estepas de Rusia allá por 1530. Hijo de Basilio III y de Elena Glinskaya, su linaje era de una sangre más azul que el mar en el que se dejaron la juventud marinos de la época como Andrea Doria. Sin embargo, este joven líder (nacido, como su padre, para mandar sobre los rusos) tuvo que saborear los tristes jugos de la desazón cuando apenas sumaba las tres primaveras de vida. Y es que, fue entonces cuando tuvo que ver cómo su padre dejaba este mundo. La necesidad hizo que fuese coronado mandamás en su lugar, aunque fue su madre la que se asumió el trono en calidad de regente debido a la corta edad del niño.Ya como Gran Príncipe de Moscú, nuestro protagonista sufrió el segundo revés del destino cuando su progrenitora falleció en 1538. Las dudas sobre las causas de esta muerte llevaron a Iván a creer que su madre había sido envenenada por los boyardos (los señores feudales de la antigua Rusia). Una teoría que se puede apreciar en algunas obras como «Para saber más», una recopilación de la vida de varios de personajes históricos destacados elaborada por Silvia Parra.
Independientemente de lo que le sucediera a Elena Glinskaya, lo cierto es que aquella muerte dejó sin un líder de peso a la región y avivó las intrigas entre las diferentes familias nobles. Así lo afirma el historiador especializado en el país del vodka Paul Bushkovitch en su libro «Historia de Rusia»: «Los grandes clanes boyardos, los Glinski, Shuiski, Belski y Obolenski, compitieron por el poder en la corte y no dudaron en exiliar a los perdedores. La muerte de la madre de Iván espoleó todavía más las intrigas».
Por si la muerte de sus padres fuese poco, Iván empezó a sufrir un auténtico acoso por parte de los mismos nobles que debían protegerle y enseñarle la forma correcta de dirigir a sus súbditos. Tal y como afirma Miguel Ángel Linares en su libro «Mala gente», los boyardos siempre consideraron al pequeño como un estorbo que les impedía conseguir el poder, por lo que no dudaron en someterle a todo tipo de vejaciones.
La mayoría de expertos coinciden en esta idea, aunque no se suelen poner de acuerdo en cuáles eran dichas atrocidades. Las teorías más extendidas a día de hoy afirman que le humillaban, le golpeaban sin motivo y le privaban de comida. Así lo especifica, al menos, un documental histórico («Iván le Terrible», 2014) elaborado con la ayuda de expertos rusos y alemanes tales como Axel Petermann (criminólogo de la policía de Bremen), Heidi Kastner (psquiatra forense) o la historiadora Maureen Perri.
«Pasó toda la infancia temiendo por su vida. No podía estar seguro de que no fueran a arrojarle a un pozo y dejarle morir»«Pasó toda la infancia temiendo por su vida. No podía estar seguro de que no fueran a arrojarle a un pozo y dejarle morir. Se sentía impotente. No podía huir de esa situación por sus propios medios. Estaba a merced de sus maltratadores y lo sabía», explica en dicho reportaje Kastner. De la misma opinión es Linares, quien afirma en su obra que Iván fue «despreciado por los boyardos» y que «sobrevivió a duras penas en las frías estancias del Kremlin». A su vez, otros expertos añaden que Iván permaneció cautivo (literalmente) durante una buena parte de su infancia. Dicha teoría la comparte, por ejemplo, Pedro Gargantilla en su libro «Enfermedades que cambiaron la historia»: «Su infancia no fue afortunada, quedó huérfano a muy corta edad y fue encerrado por los boyardos en una de las torres del Kremlin, en donde pasó hambre y sufrió numerosas vejaciones».
Al parecer, la suma de estos tormentos pudo edificar los pilares sobre los que, posteriormente, se asentaría la locura del pequeño Iván. Así lo demuestra, por ejemplo, el que el futuro asesino de masas se dedicase a arrojar perros y gatos desde la torre en la que permanecía preso. Algo que hacía «por el mero hecho de ver cómo se estrellaban contra el suelo», en palabras de Gargantilla. «El hacer daño a pequeños animales en una edad temprana es un claro síntoma de psicopatía», señala a ABC el criminólogo Vitorio Martín Humbría.
Independientemente de la causa, lo cierto es que el carácter de Iván se forjó a base de golpes, vejaciones y maltratos. Quizá fuese por eso por lo que, cuando apenas sumaba 13 años (o 14, atendiendo a las fuentes), decidió que era hora de mostrar que era él quien mandaba en aquella primitiva Rusia. «A los 13 años dio la primera muestra de su fuerte carácter al ordenar la ejecución del príncipe Andrei Shuisky, líder de los boyardos», explica Linares. Aquel día, nuestro joven protagonista inauguró lo que, posteriormente, sería casi una tradición para él: hacer que una jauría de perros descuartizase y se merendase a sus enemigos. «Los perros que utilizaba para despedazar personas seguían sus órdenes. Eran una extensión de su brazo, un “yo” externo mediante el que logró demostrar que era él quien mandaba», señala Kastner en el documento gráfico.
A su vez, durante su adolescencia Iván solía sufrir severos ataques de ira en los cuales llegaba a esputar espuma por la boca y en los que no era raro que se diera golpes en la cabeza o se arrancase mechones de cabello de la cabeza. «Una vez pasado el ataque colérico se pasaba horas en silencio, mirando un punto fijo», explica Gargantilla en su obra.
El último nexo con la realidad
A pesar de contar con un desequilibrio latente, Iván vivió uno de sus momentos de mayor tranquilidad mental en 1547. La «culpable» de ello (por así decirlo) fue su primera esposa, Anastasia Romanova. Una mujer a la que escogió -según cuenta la leyenda- de entre más de 1.500 candidatas. El matrimonio le hizo asentarse un poco más en el poder y le permitió convertirse en un verdadero Zar. De hecho, nuestro protagonista fue el primero en conseguir este título. «Fue coronado por Macario, cabeza de la iglesia [ortodoxa], en 1547, en la catedral de la Dormición. Macario le coronó no solo como gran príncipe, como su padre, sino también como Zar, título que en última instancia deriva de César», añade Bushkovitch.Anastasia le hizo descubrir lo que era realmente el amor y, de sus delicadas manos, nuestro protagonista logró terminar con las viejas leyes del país, así como con la corrupción y con los nobles aprovechados. «En esos años Iván IV afrontó una reforma total del estado ruso al fundar la Rada, un consejo de estado formado principalmente por el Metropolitano (cabeza de la iglesia ortodoxa rusa) Macario, su confesor Silvestre y su consejero, Alexei Adashev. Reformó el ejército con la creación de los Streltsí, una unidad de élite con la que conquistó los enclaves tártaros de Kazán (1552) y Astracán (1556), expandiendo las fronteras rusas hasta Siberia, inhóspitas tierras ocupadas en 1583», añade Linares.
Con su esposa (hija de Yuri Romanov-Koshkin, el boyardo que dio nombre a la dinastía de los Romanov) tuvo seis hijos de los solo sobrevivieron dos.
Aquellos años fueron de felicidad para Iván. Sin embargo, y como le venía sucediendo desde pequeño, la alegría le duró poco. Concretamente hasta 1560, año en que Anastasia falleció. Aunque posteriormente se volvió a casar, al Zar se le fue la cordura con ella. Esa muerte fue lo peor que le pudo pasar a él y a Rusia, pues su ira se desató y se terminó convirtiendo en un gobernante fanático, autoritario y sádico. Sin el último nexo que le unía con la realidad, pasó a ganarse a pulso el sobrenombre de «Grozny». Un adjetivo, por cierto, cuya traducción es la de «severo» o «duro», y no «terrible», como se ha afirmado de forma errónea después.
Llega la barbarie
Tras la muerte de Anastasia, Iván comenzó a ver complots contra su persona por todas partes. Empezó a creer que todos conspiraban a sus espaldas para expulsarle del trono. Aquella locura le llevó a perseguir a todos aquellos que consideraba traidores. De nada valía ser uno de sus colaboradores más cercanos, pues un paso en falso podía provocar la llegada de la ira del Zar. «La maldad se instauró en él, y empezó a ordenar las más terribles torturas contra sus posibles o presuntos enemigos», explica el popular autor Jorge Blaschke en su no menos conocido libro «La historia secreta de Satán: Lucifer, la cara oculta de Dios».Entre sus castigos favoritos se encontraban algunos típicos (aunque sumamente bárbaros) como romper los huesos a sus enemigos, darles de latigazos hasta despellejar su espalda, o -simplemente- abrasarles el cuerpo. Estos eran los menos bestiales. Y es que, el Zar también contaba con otras formas más originales de maltratar a los supuestos traidores. «Iván mandó fabricar grandes sartenes donde freía vivas a sus víctimas. También las metía una y otra vez en agua hirviendo, y luego en agua fría, hasta que se les caía la piel y morían. Se dice que cortó en rebanadas a muchos prisioneros», determina Petermann.
A su vez, solía acabar con las esposas de los sospechosos de traición y colgar sus cuerpos desnudos frente a sus casas. Los damnificados no podían hacer nada más que asumir -sin quejarse- lo sucedido. El por qué cometía estas tropelías es un tema discutido en la actualidad, aunque Petarmann es partidario (como explicó en el documental grabado en 2014) de que pudo ser por mero sadismo: «Veo dos motivos. En primer lugar una mutilición agresiva incitada por la furia y el odio contra esas personas. Pero, por otra parte, es posible que obtuviese placer sexual con ello, pues realizaba los castigos muy lentamente».
Kastner es partidaria de esta última teoría: «La indefensión de otras personas confirma la propia posición de poder del sádico. Ya no es el dolor de las víctimas lo que le anima, sino la reacción al dolor que les causa. La adicción esta en oír “tengo miedo de vos, estoy sufriendo, y solo vos podéis cambiarlo”».
Con todo, las torturas contra sus presuntos enemigos no eran la única forma de liberar su ira y garantizar su continuidad en el trono. Iván el Terrible también solía reprimir con suma dureza cualquier intento de sublevación contra él. Movimientos subversivos que, habitualmente, solo estaban en su imaginación (o que esta exacerbaba hasta lo imposible). Ejemplo de ello es que, allá por 1570, marchó sobre un pueblo llamado Novgorod junto a 15.000 hombres como venganza por una presunta rebelión. «Arrasó la ciudad y dio muerte a miles de personas (entre veinticinco mil y sesenta mil), llegando incluso a arrojar a decenas de niños a las aguas heladas de un río cercano, simplemente para disfrutar con aquel atroz espectáculo. Su conducta violenta no tenía precedentes en el mundo», determina Gargantilla en su obra.
Este experto también especifica en su obra que, durante sus últimos años de vida, Iván el Terrible dio rienda suelta a sus perversiones sexuales más degeneradas «desflorando a más de mil quinientas mujeres y asesinando a los hijos resultantes de estas relaciones».
Adorado por Stalin
El 18 de marzo de 1584, Iván el Terrible murió a los 52 años en circunstancias extrañas. A partir de entonces, sobre su nombre cayó una maldición de silencio en Rusia. Al menos, hasta que llegó al poder de la URSS Iósif Stalin. Y es que, este dictador se sentía sumamente atraído por la figura de aquel Zar que, con barbarie e infamia, había creado el imperio que ahora dominaba él.Así lo afirman varios expertos como Álvaro Lozano Cutanda. Este señala en su libro «Stalin, el tirano rojo» que el líder soviético siempre encontraba un hueco para leer las hazañas de nuestro protagonista y que los libros que narraban sus peripecias se encontraban entre los favoritos de su biblioteca (la cual contaba con más de 40.000 volúmenes).
Con todo, Stalin también afirmóen varias ocasiones que Iván el Terrible había sido demasiado «blando». «Uno de los errores de Iván el Terrible fue infravalorar a una de las cinco grandes familias feudales. Si hubiera aniquilado a esas cinco familias no se habrían producido los años turbulentos. Pero Iván el Terrible podía ejecutar a alguien y perder luego mucho tiempo arrepintiéndose y rezando. En este sentido, Dios le supuso un estorbo. Tenía que haber actuado con más decisión todavía», señaló el líder soviético.
A pesar de ello, Stalin estaba totalmente fascinado por la imagen de Iván el Terrible. Algo que quedó claro cuando ordenó al cineasta soviético Serguéi Eisenstein rodar una película que narrara cómo el primer Zar había luchado contra miles de conspiradores para forjar Rusia.
El largometraje fue creado entre 1944 y 1945 para revitalizar la imagen de nuestro protagonista y acabar, en definitiva, con lo que el líder rojo consideraba una cruel leyenda negra. Por ello, en el «film» se dejaron a un lado las barbaridades que había perpetrado Iván el Terrible y se apostó por ahondar en su faceta más revolucionaria. «Stalin se veía como Iván. Un gobernante severo que no tenía miedo de tomar medidas contundentes contra sus enemigos si creía que ese era el interés del estado», señala Perri en el documental.
La película resultante obtuvo el Premio Stalin. Sin embargo, no logró eliminar la leyenda negra que, desde entonces, siempre ha estado asociada a Iván el Terrible. Un sujeto que, a pesar de ser sumamente inteligente y erudito en multitud de aspectos, prefirió dedicar su vida a las vejaciones y se dejó llevar por su lado más oscuro.
De hecho, aquel intento de elevar la imagen de Iván el Terrible quedó destruído durante la Guerra Fría por Nikita Kruschev. Y es que, según afirma Miguel Carlos Ibáñez Fos en su dossier «Iván el Terrible el la historiografía rusa y soviética», el sucesor del líder rojo afirmó lo siguiente durante una entrevista en el Kremlin: «Stalin fue un tirano loco, al igual que lván el Terrible, pero con una diferencia, que el zar exterminaba a sus enemigos, mientras que Stalin hacía ejecutar a sus amigos».