Sr. Director:
“Todo es igual, nada
es mejor”…
Tratándose de la
democracia y de los partidos políticos argentinos, la sabia frase del inefable
filósofo creador del famoso tango “cambalache”, viene como anillo
al dedo. En efecto, la descripción que Enrique Santos Discépolo
hacía del mundo allá por los años treinta y tantos, es una genialidad que ha
traspasado el tiempo y nos enfrenta con la realidad de la condición humana.
Quién puede decir que en materia de
política y gobierno, desde 1983
a la fecha, tal o cual partido se han distinguido por su
afán de perseguir el Bien Común?... La respuesta es
ninguno. Es decir que en la política democrática moderna de la Argentina, “todo es igual, nada es mejor”. Y por favor, para
rebatir estos dichos, no vengan los aludidos con el “relato” que
cada partido tiene para hacerle creer a la gente que, efectivamente, se
preocupan por el prójimo y que luchan por alcanzar el bien común, porque está
hartamente demostrado que en esta democracia la única lucha que importa es la
lucha por el poder.
En diciembre del año pasado a poco
de que el actual partido gobernante ganara las elecciones, en un acto
conmemorativo por un nuevo aniversario del 3 de Diciembre de 1990, pronuncié un
discurso en el que me encargué de señalar cómo los gobiernos de los Kirchner,
formando parte de la revolución anticristiana habían destruido a nuestro país a
lo largo de doce penosos años.
Luego agregué:
“En
síntesis, así como la revolución anticristiana ha avanzado a pasos agigantados
en todo el mundo, también en nuestro país de la mano de gobiernos democráticos
alejados de los valores cristianos, la contracultura ha logrado objetivos
enormemente dañinos para la salud mental de nuestros conciudadanos.”
“Al
tiempo real que describimos este proceso revolucionario, hace apenas unos días,
nuestro país ha participado de un proceso electoralista que permite aventurar
algunas conclusiones respecto de lo que acabamos de señalar. En tal sentido,
decimos que más del 50% de nuestra población fue a votar convencida de que:
- Se recuperará en la Argentina la institución de la Justicia que fue mancillada por largos años.
- Se recuperará en la Argentina la cultura del trabajo.
- Se recuperará la Argentina de los valores éticos y morales subvertidos en los años del último gobierno.
- Se recuperarán las instituciones armadas de la Nación y una política de Defensa Nacional soberana.
- Se recuperará en la Argentina la seguridad de sus habitantes.
- Se recuperará la Argentina del liderazgo intelectual que la caracterizó a lo largo de su existencia y que se dilapidó en los últimos años.
- Se recuperará la soberanía de sus fronteras entregadas a manos extranjeras con fines electoralistas.
- Se recuperará la Argentina del sentido común y del valor de la Justicia que permite castigar al culpable y premiar al trabajador.
“Muchos
de nuestros compatriotas que aún creen en el sistema, piensan que estamos
transitando un momento de cambio histórico que permitirá concretar una
respuesta positiva a cada uno de los interrogantes planteados. Sin ánimos de
querer tirar por tierra las expectativas de quienes así piensan, incluyendo
familiares, amigos, y gente cercana, quienes descreemos del sistema
electoralista y de la democracia alejada de los valores cristianos, estandarte
principal de la revolución anticristiana, de la cual participan tanto
oficialistas como “supuestamente opositores”, no vamos a decir nada
nuevo si afirmamos en esta ocasión que nada que venga del sistema réprobo
electoralista, puede transformarse en algo virtuoso y así alcanzar el bien
común de los argentinos en su sentido más estricto”…
Pasaron nueve meses desde entonces y
conforme con aquellas expectativas de muchos argentinos, hoy podemos decir que
sólo hemos recuperado para la Argentina, una cuestión formal, de mejores
modales, buen trato y de menor corrupción. En materia de políticas de fondo, la
Argentina sigue inexorablemente la huella del camino que la conduce a ser un
estado fallido. Aquella promesa incumplida de “voy a
terminar con el curro de los derechos humanos” y que, sin
dudas, le aportó al actual gobierno el voto masivo de la clase media, resultó
más que un botón de muestra.
El nuevo presidente, intentando como
política fundamental de su gobierno, “diferenciarse” de su
antecesora, se refugia permanentemente en el funcionamiento de las
instituciones. Pero lo grave es que, previamente, no genera los mecanismos
constitucionales para depurarlas de quienes a lo largo de doce años se
encargaron de corromperlas, desvirtuarlas y desnaturalizarlas. Y así avala a
todos los jueces que con su conducta prevaricadora le han quitado su esencia a
la República. Que el ex guerrillero y terrorista Eduardo Anguita (condenado a
18 años de prisión no cumplidos por el asesinato del teniente coronel Raúl Duarte
Hardoy), presente un libro sobre derechos humanos del
presidente de la Corte Suprema de Justicia, me exime de mayores comentarios.
Sólo habría que agregar que así se entiende más porque la delincuencia no
recibe castigo o porque tantos militares que combatieron al terrorismo mueren
en las cárceles o son sometidos al escarnio público.
Por supuesto, Macri no es Néstor ni
tampoco Cristina, pero no nos quedemos con los últimos gobiernos, tampoco es
Alfonsín, ni Menem, ni Duhalde ni De La Rúa. Todos
ellos son distintos entre sí y buscan diferenciarse. Pero si los juzgamos por
lo que han hecho por el bien común, no hay dudas que: “Todo
es igual, nada es mejor”…
¡Por Dios y por la
Patria!
Hugo Reinaldo Abete