El futuro que llega
“Es querer atar las lenguas
a los maldicientes lo mismo que querer poner puertas al campo”
Miguel de Cervantes
Tratar de frenar
los avances tecnológicos, además de ser un despropósito, sería una empresa tan
inútil como pretender ponerle puertas al campo o aquietar las mareas del mar.
Sin embargo, la
humanidad, jamás se ha visto inmersa en un proceso de revolución tecnológica y
social tan vertiginoso, profundo y decisivo cómo el que estamos protagonizando. Un proceso, que al igual que los
anteriormente producidos, determinará nuestro futuro. Un futuro que no está en
un horizonte más o menos lejano, no. Es un futuro que está ahí mismo, llamando
ya a nuestra puerta; un futuro que con seguridad van a vivir nuestros hijos, y
en alguna medida, nosotros mismos. Un futuro que puede ser algo más que
inquietante, salvo que aparezcan grandes hombres que aporten soluciones
imaginativas e inteligentes para paliar las consecuencias que del mismo habrán
de derivarse. Y desde luego, esos hombres no parecen ser los indigentes
intelectuales que actualmente pretenden “okupar” el poder.
Hace ya muchos años
que el trabajo manual y rutinario viene siendo sustituido por máquinas cada vez
más “inteligentes”, con lo que en dichas actividades se refiere, están
conduciendo al ser humano a la mera irrelevancia.
¿Cuántos millones
de braceros y peones quedaron sin ocupación por causa de la maquinaria agrícola
que los sustituyeron? ¿Quién se acuerda hoy de las operadoras telefónicas, los
cobradores de los transportes públicos, de los de la compañía de la luz, del
gas o del agua, los taquígrafos o mecanógrafos? ¿Dónde están aquellos operarios
que suministraban el combustible para el automóvil? Los dependientes han
desaparecido prácticamente de las grandes superficies y supermercados. ¡Sírvase
usted mismo! Ahora las cajeras ya están empezando a ser remplazadas por
maquinas en las que su trabajo lo hace el propio consumidor.
En el futuro
carteros, agentes turísticos, taxistas, auxiliares de vuelo, administrativos de
banca, agentes comerciales e intermediarios, tendrán que adaptarse a los nuevos
sistemas que vayan surgiendo o desaparecerán del mapa laboral.
Para muchos
artículos concretos, el progreso del comercio electrónico es una realidad que
se va imponiendo de forma progresiva.
Las sociedades son
un cuerpo vivo en permanente transformación, y con ellas, los medios de
producción, que siempre se han visto obligados a evolucionar o desaparecer.
Sin embargo, la
revolución tecnológica de la que estamos siendo testigos, en el futuro, no se
va a limitar a desarrollar trabajos manuales y rutinarios o de baja
cualificación, como ha sucedido hasta ahora. Nos encontramos a las puertas de
un nuevo proceso de desarrollo científico que transformará por completo los
sistemas de producción y el tradicional sistema de relaciones laborales.
La era de las
máquinas 2.0 es el germen de un nuevo proceso de dimensiones imprevisibles que
se acelerará en un mañana muy próximo y reemplazará a muchos trabajadores
calificados, tales como traductores, analistas de datos, gestores, etc.
Las máquinas
desarrollan su labor de forma continuada las horas que sean precisas; por el
momento no cotizan a la
Seguridad Social ni están sujetas a contratos ni convenios
colectivos; no precisan de períodos vacacionales por ningún concepto, ni
reivindican ascensos ni aumentos de salario.
Es cierto que los
nuevos sistemas que van haciendo su presencia crean también puestos de trabajo
hasta ahora desconocidos, pero nunca en la proporción de los que van
invalidando.
Estos cambios
producen siempre fuertes tensiones sociales y económicas, que en el caso de
España, se ven agravadas por el bajo índice de natalidad y el aumento de las
expectativas de vida. En Román paladino, que cada día serán menos las personas
que trabajen y más las que hayan de recibir una prestación por jubilación,
incapacidad o cualquier otro motivo, y ello, durante muchos más años. Menos
cotizantes, más pensionistas durante más tiempo y con mayores necesidades de
atenciones sociales, reclamarán la atención del Estado. A esta realidad, añadámosle
otra no menos preocupante. El altísimo nivel de endeudamiento de España, que
por primera vez ha superado el 100% de nuestro producto interior bruto, dinero
por el que hay que pagar cuantiosos intereses y que al final habrá que
devolver.
¿De dónde saldrá la
dotación para cubrir estas crecientes necesidades? Dado el alto índice
impositivo español, a los gobiernos venideros no les quedará mucho margen para
seguir subiendo los impuestos.
Ah, pero no debemos
preocuparnos, porque en el mapa político español ha aparecido toda una
generación de mindundis que han dado con la solución a todos nuestros problemas
con la política del cambio. ¡Quítate tú que me pongo yo! Al menos en eso no nos
han engañado.
Oiga, ideas
sorprendentes no les faltan. Como no hay dinero suficiente para costear todo el
cortejo familiar que les acompaña, pues para ahorrar, ya saben: las madres a
barrer los colegios y los niños a recoger las colillas de las calles.
Los grandes
problemas de una sociedad no se solucionan con la acostumbrada palabrería de
los oráculos políticos, tan bonita como efectista, pero más hueca y vacía que
una tinaja antes de la vendimia.
Ante situaciones
tan perturbadoras como las que se aproximan, solo hombres de estado con gran
capacidad de liderazgo serán capaces de afrontarlas y encontrar el equilibrio
necesario. Hombres que por el momento, dada la ciénaga nauseabunda en la que
está sumida la política española, brillan por su incomparecencia y por ello nos
encontramos como nos encontramos.
Necesitamos hombres
como Robert Schuman, Konrad Adenauer o Alcide de Gasperi que sepan ver el
mañana, porque la diferencia entre un político y un estadista, es que el
político es un oportunista miope que solo mira a las próximas elecciones, mientras
que el estadista es aquel que sabe ver el futuro de las próximas generaciones.
César
Valdeolmillos Alonso