DROGA Y
DENGUE
CULTURA Y
MOSQUITO
A comienzos de los años noventa, cuando arrancaba la epidemia del
SIDA y quedaba claro su origen occidental en el turismo homosexual masculino
entre Estados Unidos y Europa, escribí una nota en el diario ”La Prensa” en que
advertía sobre “El SIDA y la droga que vienen”. Tuvo tan poca trascendencia que
he olvidado hasta dónde podría encontrar una copia en la montaña desordenada de
mis papeles. Pero el pronóstico se cumplió tal cual y, aunque no tuviera mayor
mérito porque ya estaba vigente en el hemisferio Norte, la referencia viene al
caso porque la negativa a aceptarlo surgió de inmediato.
Es más –y esto pretende ser testimonio, no “auto-referencia”-,
empezar a decir en reuniones científicas acerca de la relación entre virus HIV y
Cirugía lo que brevemente desarrollaré aquí, fue suficientemente incorrecto
desde el punto de vista político como para que de inmediato dejaran de invitarme
a tales exposiciones. Eso a pesar de haber dirigido y realizado personalmente
las primeras biopsias pulmonares para diagnosticar infecciones oportunistas en
enfermos infectados por SIDA, con el riesgo de contagio pertinente pero obligado
por la condición de cirujano del hospital universitario.
Lo sencillísimo que desarrollé y reitero, es que la epidemia del
SIDA (podría agregarse la de la drogadicción) fue la primera en que no escuché
de mis colegas la definición clásica: una epidemia cuenta con un agente causal,
un vector y una población víctima. Tal lo que sucede con el dengue, o con la
fiebre amarilla: un virus como agente causal, una población expuesta como
víctima, y un vector –en este caso un mosquito- que la transmite. Cuando no se
puede eliminar al agente causal, y así sucede con estos virus, hay que atacar al
vector. Lo singular es que en la epidemia del SIDA, donde el agente es el virus
de la inmunodeficiencia humana adquirida (HIV) y la víctima inicial la población
homosexual masculina promiscua, nadie habla del vector. Como tampoco se hace con
el aumento epidémico de la drogadicción. Porque el vector transmisor es, en esos
casos, la cultura. Y pocos están dispuestos a pagar el precio de denunciar a la
cultura ambiente.
En efecto, desde la ambigüedad de las palabras hasta la oscuridad
de las definiciones interesadas, nuestros ambientes intelectuales, nuestros
medios de comunicación y, poco a poco, nuestra vida cotidiana se han llenado de
la hipocresía que implica no llamar a las cosas por su nombre. Baste sólo
recordar que son las minorías degeneradas las que han impuesto la definición de
varios géneros donde Dios y la naturaleza han ubicado solamente dos sexos. Pero
hay mucho más, porque toda la imaginación del “marketing” se ha ido poniendo al
servicio de la promoción de esas mismas degeneraciones. O de los vicios que
conducen a la muerte.
Porque, y debemos repetir lo que demostramos tiempo atrás, hasta
las organizaciones internacionales supuestamente dedicadas a la promoción de la
salud, como la OMS, usan de campañas necesarias –combatir el tabaquismo-
para ocultar que no luchan contra la drogadicción o que la
apañan.
A través de falsos ídolos populares, a través de la música, a
través de mensajes audiovisuales sutiles que nuestros nietos captan mucho mejor
que nosotros, a través de un arte cada vez más vacío y complaciente con “lo que
hay”, la sociedad occidental se cava su propia fosa. Y queda indefensa ante la
siempre acechante invasión que ya no espera.
No digo nada nuevo. Pero vale la pena recordar el rechazo que
provocó Benedicto XVI cuando lo expresó con claridad y calidad no igualables, en
Ratisbona hace una década.
De ahí que no quepa asombrarse porque la importación de
espectáculos musicales que requieren de drogas sintéticas para su disfrute, se
cobre vidas de jóvenes cuyo entorno los impulsa a no poder ver el color de la
vida sin una “previa” de estupidización mediante alcohol o fármacos
estimulantes. Pero sí hay que tener claro que esos asesinatos masivos a merced
de pequeños errores de cálculo o de excesos en la ambición económica que
empiezan a multiplicarse al compás de la música electrónica, no se detienen sólo
con procedimientos policiales. Menos con fuerzas de seguridad cómplices de los
estrategas de la muerte. El combate se da en la cultura y requiere de
autoridades capaces de ponerse coloradas frente a los vientos del
mundo.
Da trabajo contener al mosquito vector del dengue, que aprovecha
los inviernos moderados para preservar sus larvas y se adapta frente a los
insecticidas. Pero mucho más trabajo y trabajo mucho más sutil ha de
costar vencer al vector cultura que, de lo contrario, promete traernos más y más
muerte por droga y pestes rosas.