PREDECIR EL FUTURO
(Crónica de Davos)
Hugo Esteva
Klaus Schwab, el creador de los encuentros de Davos –una suerte de Congreso
Mundial sobre temas predominantemente económico/tecnológicos, pero también lugar
de encuentro de quienes conducen el mundo en la superficie- publicó y regaló
este año a los asistentes su libro “The Fourth Industrial Revolution”, editado
por el propio World Economic Forum y que se puede obtener a través de
Amazon.
Schwab nació en Alemania en 1938 y estudió economía, ingeniería y administración
pública allí, en Suiza y en Estados Unidos. Inició los Foros en 1972 y organizó
junto a su mujer una tras otra fundaciones, orientadas a descubrir y entrenar,
según declara, a jóvenes emprendedores en tareas sociales orientadas en escala
global.
En particular, presenta ahora lo que describe como 4ª. Revolución Industrial,
parte en marcha, gran parte por venir según su predicción. Cronológicamente, la
primera revolución industrial –universalmente señalada- se inició a fines del
siglo XVIII con la máquina a vapor; le siguió la segunda con la aparición de la
electricidad y la producción en línea de montaje, que aceleraron la manufactura
hacia fines del XIX; la tercera revolución comenzó alrededor de 1960 con las
grandes computadoras, seguidas de las computadoras personales y la internet.
Según Schwab, la generalización y perfeccionamiento de la internet y la
inteligencia artificial, que permite la construcción de máquinas “inteligentes”
abre a principios del siglo XXI la cuarta revolución.
Su obra, interesante aunque algo reiterativa, describe a lo largo
de 183 páginas apoyadas en citas numerosas lo que ya está pasando y lo proyecta
a los próximos veinte a cincuenta años. Lo típico, señala, es el carácter
ineluctable de los cambios que vienen y, naturalmente, sugiere que habrá que
adaptarse o morir. Habrá autos que se manejen solos y eviten accidentes, robots
aplicables no sólo a la industria sino también a múltiples actividades de la
vida cotidiana, cantidad de otras máquinas inteligentes capaces de reemplazar
tareas humanas mucho más allá de lo rutinario, y hasta inquietantes
posibilidades de modificar el genoma humano, entre las más
importantes.
Todo esto trastornará significativamente la vida individual, pero
también la de las naciones y la de la humanidad en general. Como surge
claramente la tendencia será hacia la concentración del poder, hacia la
manipulación amplia de la vida y hacia el mirarse a sí mismo del hombre, con
independencia de lo trascendente, aunque Schwab ni siquiera plantee esto
último.
Habrá trabajo para menos, porque se reducirá el espacio para las
manufacturas, aunque inventos como las impresoras 3D y su desarrollo crearán
lugar para individuos “creativos”, pero pocos. La ubicuidad de la digitalización
modificará las formas de las finanzas y el comercio que, necesariamente, irán a
parar a escasas manos, dueñas de las “plataformas” (la palabra de moda) que los
implementen. Así como la industria ve ya borradas sus fronteras dada la
globalización, así las naciones verán borrosas las propias si se piensa en las
grandes decisiones de poder y en los armamentos hiper-desarrollados que las
sostendrán. Pero también así se verá drásticamente invadida la privacidad en
tanto que el ojo digital se pose sobre cada uno. Y aumentará el riesgo de todo
tipo de fraude y/o ataque cibernético en la medida en que hasta la defensa esté
depositada en manos digitales.
El trabajo de Schwab es advertir y preparar para lo que viene y eso justificaría
en última instancia los encuentros de Davos, más allá de que puedan parecer
principalmente una pasarela política mundial. No dice en qué manos va a estar
ese poder concentrador (“solidificador” hubiera podido mostrar René Guénon, que
lo anticipó), pero no es tan difícil imaginarlo. Lo que queda claro, aunque no
sea de lo que el autor se ocupa específicamente, es que las naciones deberán
dominar ese conocimiento si quieren obtener grados de independencia. En ese
sentido y entre nosotros, la idea de Bernardo Houssay acerca de que la soberanía
nacional pasa también por lo científico cobra todo su
valor.
Las observaciones del libro son, sin duda, inteligentes y realistas. El uso de
la digitalización en materia de economía y propiedad hace que éstas estén ya
claramente influidas: “El mayor minorista no tiene ni una sola tienda
(Amazon). El mayor proveedor de cuartos no tiene un solo hotel (Airbnb). El
mayor proveedor de transporte no tiene un solo auto (Uber)” (pág.
159).
Pero al tiempo que sobran estas notas esclarecedoras alrededor de lo técnico, la
mirada se hace mucho más pobre cuando se trata de levantar la puntería hacia lo
espiritual. “Inteligencia emocional”, “adaptabilidad”, “conciencia de sí”,
“agilidad social”, “aproximación holística”, son algunos de los términos
empleados para reemplazar mal la idea de que “inteligencia es la suma de razón e
intuición” que nos viene de la Edad Media y habitualmente olvidamos en el
fárrago autoconcentrado de la Modernidad. Eso, y el sentido de la caridad. De
ahí que el marco general planteado por Schwab podría hasta parecer ingenuo,
cuando es puro vacío.
Por lo mismo, este pronóstico global hace agua como lo hicieron las mesas
redondas que en Davos discutieron sobre el presente groseramente complicado de
Europa. Primeros ministros y hombres de decisión de los países centrales no
lograron salir más allá de un lamento descriptivo cuando se trató de discutir
sobre crisis económica, inseguridad y ola inmigratoria. Ni una idea de cómo
enfrentar la creciente tormenta. Y entonces quedaba en evidencia la falta de
profundidad de la base cultural. Esa misma base que permitió a Jean Raspail,
hace más de cuarenta años, intuir y predecir con admirable detalle en su “El
campamento de los santos” (hoy de lectura obligatoria) la invasión del
“estado de bienestar” por la horda de los miserables obnubilados por la
propaganda de ese mismo “bienestar”.