LES GANO LA
REALIDAD
Hugo Esteva
El pueblo tucumano ha dado una vez más ejemplo al resto del país. Pero ¿es
cierto, como nos dicen, que se rebela para apenas exigir otro modo de elección?
¿Se puede creer que miles de ciudadanos desafíen al crimen organizado que
gobierna su provincia –con el riego personal que eso implica- sólo para que se
haga más transparente un modo de contar los votos? ¿No es eso subestimar su
inteligencia, como hacen tantos periodistas?
De modo más o menos explicito, esa gente agolpada y golpeada en la
plaza Independencia, justo al borde del “que se vayan todos”, sabe que su
destino - pauperizado en el más profundo de los sentidos material y espiritual-
no va a cambiar sólo porque se modifique una técnica eleccionaria, por más
moderna tecnología que le agreguen a la futura que se
promete.
Por un lado, porque ni la lista sábana ni el voto electrónico están
fuera del alcance del fraude, y mucho menos cuando quienes aportan la tecnología
son empresas de probada deshonestidad internacional. Pero, por otro, porque el
solo control del recuento no nos va a permitir salir de la vieja tiranía
unitaria de los partidos políticos, consagrada en el pacto de Olivos por Menem y
Alfonsín para exclusivo beneficio de la politiquería, que acumuló entonces
exclusividad y multiplicación de los cargos.
Lo que hace falta es representación genuina. Y ésta debe
empezar de abajo para arriba, desde lo cercano –donde los candidatos se conocen
por su entera trayectoria y no porque se hayan pasado calentando mesas de café-
hacia las instancias superiores, y con capacidad para reelegir o sancionar desde
el lugar de origen del presunto representante. Es imprescindible que el buen
vecino pueda llevar adelante una carrera de servicio público a su comunidad sin
que deba por eso someterse a la obsecuente militancia que exigen todos los
partidos políticos. Y es al mismo tiempo preciso que el ciudadano elegido deba
ratificar su representatividad entre sus vecinos en caso de pretender postularse
para un nuevo término. Sólo así puede garantizarse que el político no escape al
control de los que, en su pueblo y en su provincia, le permitieron
arrancar.
De lo contrario, con cualquier sistema de recuento (y entiéndase,
cuanto más limpio mejor, para evitar el bochorno actual) va a continuar este
desfile de tinturas, pelucas y vestidos organizado por la dictadura de los
“asesores de imagen” que hoy dirigen a estos políticos profesionales, casi
siempre tan ridículos como los empolvados cortesanos de las decadentes
monarquías absolutas de otras épocas. Porque de lo que se trata es de terminar
con esta profesionalización de la política que hace una real casta de un
conjunto de gente que se asocia y acomoda entre sí (aunque parezcan enfrentados)
porque serían incapaces de sobrevivir con su propio trabajo y tienen que vivir
del de los otros.
Tucumán ha dado el ejemplo, pero el país entero necesita de una
representación genuina para su gobierno. Eso no
requiere de pomposas reformas constitucionales; apenas de la adecuación
honesta de una ley electoral que permita la postulación ascendente -desde
partidos pero también desde otras formas de organizaciones sociales- de quienes
estén dispuestos a servir. Sin esa representación genuina vamos a seguir
a los tumbos hacia la decadencia, porque los políticos profesionales de todos
los colores van a coincidir en asociarse con cualquiera de dentro o de fuera con
tal de sobrevivir en medio de las ruinas.
En Tucumán, la realidad se les ha venido a la cara –dura, si las
hay, señor gobernador-; pero la modificación tendría que calar mucho más hondo
para que fuese algo más que un cambio de
turno.