sábado, agosto 29, 2015

LA  ORIGINALIDAD  DE  LOS  ORIGINALES
                                                             Hugo Esteva

Da trabajo, en el mundo de hoy, ser originales. Y los norteamericanos tampoco lo son. Allí también, según palabras de un ejecutivo de la ferrocarrilera Amtrak –en crisis a raíz de un  descarrilamiento previsible pero imprevisto-: “La gente está más preocupada por conservar su trabajo que por llevarlo a cabo” (The Inquirer, 12/V/2015, pág 1). Como entre nosotros, habituales abribocas ante lo extranjero, también “allá” cunde la tendencia de “dibujar” las tareas en lugar de hacerlas. Eso sí, dibujarlas sin tomar ninguna responsabilidad.
Y como también allí los principales irresponsables son los políticos, en el inglés coloquial “politician” es sinónimo de macaneador.
Nada entonces más fácil que coincidir con el norteamericano medianamente instruido: nos entiende en el acto. Se refleja en su presidente y ve un descenso apenas menor al que puede percibir en nosotros. Pide entonces que vuelva “un Reagan” para poner a su país de pie (cabe recordar lo bajo que estaba cuando el manisero Carter), como tanta gente aquí (que no recuerda que aquéllos polvos trajeron estos lodos) pide que vuelvan “los milicos”. En ambos casos se trata de imaginar cierto orden, cierto estar las cosas del derecho, cierta posibilidad de pensar en un futuro siquiera normal.
Y es que, así como a nosotros nos va mal más allá de lo que anuncie el “fútbol para todos” gobernante, Estados Unidos no puede disimular su paso atrás. La economía depende en gran medida de la China a la que se han mudado las industrias productoras; Oriente domina también el mercado de alimentos; Europa se divide entre una carga y un enemigo; las finanzas –parte de las cuales finca todavía en una Nueva York que cada vez tiene menos que ver con su país- son movidas por hilos que los verdaderos norteamericanos no manejan. Haberlo visto muchos años atrás no lo libera a uno del bochorno frente a una cultura que, mal que mal, tiene que ver más que otras con la nuestra.
Los opinadores políticos le reconocen a Obama nada más que su plan de salud, el “obamacare”, pero éste sólo ha traído buenos negocios para las aseguradoras y los grandes hospitales, depresión económica y aumento en los suicidios por desencanto profesional entre los médicos, y apenas cierto aumento en el número de enfermos con cobertura para la atención, cosa que recuerda enseguida los números cambiados de nuestros propios administradores de salud.
Así todo, fuera de algunos aciertos propagandísticos del turbio señor Trump que probablemente no pasen de ahí, el destino presidencial de los Estados Unidos parece destinado a resolverse entre dos familias recientemente enaltecidas: los Clinton y los Bush. Digno final de un sistema basado en la mentira, como la democracia que se vive.  
Nacieron de una independencia negociada que sólo tuvo tiros verdaderos en el Sur. Ese mismo Sur fue aplastado bajo falsas banderas libertarias por los yankees. Los yankees que, creadores de proto-campos de concentración misérrimos, no dudaron en usar como escudos humanos a los desnutridos oficiales confederados para proteger sus fortalezas mientras cañoneaban eternamente a una heroica ciudad desguarnecida (Stokes K. The immortal 600, The History Press, Charleston, 2013). Se entronizó después la atractiva pero falsa cultura del cine y la televisión. Ahora, ya abiertamente, se venera al diablo, cuya estatua se pretende contraponer con los Diez Mandamientos. ¿Qué otra cosa se podía esperar?                                   

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Nota al pie: El genial Antoní Gaudí decía que ser verdaderamente original implicaba “volver a los orígenes”. Nada qué ver con estos norteamericanos de origen iluminista, gran parte de cuyos dirigentes cree que su país nació del repollo masónico y por eso ignora a las demás culturas. Así les va cada vez que tienen que salir de sus fronteras. Al final, se han quedado sólo con ser “creativos” en materia de tecnología informática. ¡Cuidado con chinos e indios!.

                               ¡NO  NOS  CREYERON!

Hugo Esteva


            Propio del momento en que se vive es desconocer la historia. En parte porque la pésima educación es incapaz de despertar el interés por ella. En parte –y esto es especialmente grave en tiempos “democráticos”- porque se la oculta adrede o se la reemplaza por un cuento monocorde y sobresimplificado al estilo del “relato” kirschnerista, que tampoco es único.
            De ahí la importancia de que se publiquen testimonios como los recopilados en “¡No nos creyeron!” (Ediciones Oeste, Buenos Aires 2015), suma de los alegatos de los protagonistas del movimiento militar del 3 de diciembre de 1990 ante la Cámara Federal, en pleno gobierno/traición de Carlos Menem. Porque, sumados a los pormenores de los hechos en sí, sintetizados como no lo hizo en su momento la prensa tendenciosa, hay allí un panorama del ataque y la defensa a la integridad de las Fuerzas Armadas, debilitadas entonces desde dentro como no lo hubiera logrado un frontal enemigo exterior. Y es que, más allá de las especulaciones e influencias externas para herir de muerte a las instituciones que vencieron con las armas a la guerrilla comunista y fueron capaces de desafiar a las fuerzas usurpadoras de la OTAN, hubo en su propio seno ignorancia y mala fe suficientes para terminar en el grado profundo de debilidad que vivimos.
            El ex Mayor del Ejército Hugo Reinaldo Abete ha recopilado las expresiones de sus camaradas Héctor Adrián Romero Mundani, Pedro Mercado, Luis Enrique Baraldini, Esteban Rafael, Enrique Rafael, Gustavo L. Breide Obeid y Mohamed Alí Seineldin en una obra que será imprescindible para quien quiera seguir la ruta del honor militar en nuestra patria.
            Por su propia naturaleza, el libro recopila la historia de los movimientos militares desde la traición liberal a los nacionalistas de 1956, la derrota política luego del triunfo armado ante la subversión comandada desde Cuba y Rusia, el descalabro del “Proceso”, la frustración de la guerra justa en Malvinas, y la consecuencia de una falsa jerarquía militar sin sentido del mando.
            “¡Se había perdido el respeto a los generales!... ¡se había perdido el respeto a los generales!... y habiendo escuchado ayer al señor Mayor Mones Ruiz, me pregunto y me respondo: lo que pasa es que los generales habían perdido la vergüenza.” (pág. 46). Es la síntesis precisa hecha por uno de los profesionales que –a diferencia de nosotros, civiles, por involucrados que hayamos estado alguna vez en los asuntos políticos de la patria-, además de haberse jugado la vida en el enfrentamiento o al borde de la pena de muerte, tuvieron que volver de la cárcel a su casa habiendo perdido la condición para la cual habían sido educados. Y tal cosa a manos de camaradas menos lúcidos o más cobardes, cuya dignidad y condición quisieron defender.
            Pero hay más, porque estos alegatos adelantaron en 1991 lo que indefectiblemente iba a suceder: “Y lo peor de todo es que acá va a comenzar una guerra más cruda que las dos anteriores… guerra total donde los protagonistas van a ser banqueros, van a ser políticos, van a ser financistas, jueces, etc.… La guerra contra la droga, contra la corrupción, es una guerra terrible, donde se emplean armas mucho más letales que las armas de los arsenales nucleares…” (pág. 145), dicho esto por el Coronel Seineldín -y entiéndase nuestro homenaje a su querida memoria-, que ante la crítica de un ex presidente y un jefe deEstado Mayor se definía frente al Tribunal señalando: …“tengo el honor de ser hijo de padres inmigrantes árabes; que a mí me enseñaron la religión Católica y a ser Mariano, sin ser de padre de la religión Católica. Me enseñaron que debía comportarme como Nacionalista Argentino, siendo hijo de extranjeros. Y me formaron como soldado en la austeridad y en la nobleza, siendo ellos simples ciudadanos civiles. De lo cual yo estoy sumamente orgulloso, lamentando profundamente que los señores que me criticaban, y con mucha modestia, no hayan tenido la suerte o la Gracia de Dios que yo tuve.” (pág. 158).
            Más allá de las entonces desfavorables circunstancias de la pequeña política –la sociedad argentina estaba empezando a vivir otra fiesta de gasto sin respaldo, como las que irresponsable celebra periódicamente- y de la fecha que sólo correspondía a urgencias del calendario militar, los hombres del 3 de diciembre tenían razón. No fueron escuchados y hoy vivimos, como consecuencia, un escalón más abajo.
            Pero la sola emocionada expectativa con que se recibió la edición de este libro importante, abre la puerta a la ilusión de que la patria vive.  Sigue teniendo sentido el apoyo a esos hombres que nunca se rindieron.