LA ORIGINALIDAD DE LOS
ORIGINALES
Da trabajo, en el mundo de hoy, ser originales. Y los
norteamericanos tampoco lo son. Allí también, según palabras de un ejecutivo de
la ferrocarrilera Amtrak –en crisis a raíz de un descarrilamiento
previsible pero imprevisto-: “La gente está más preocupada por conservar su
trabajo que por llevarlo a cabo” (The Inquirer, 12/V/2015, pág 1). Como entre
nosotros, habituales abribocas ante lo extranjero, también “allá” cunde la
tendencia de “dibujar” las tareas en lugar de hacerlas. Eso sí, dibujarlas sin
tomar ninguna responsabilidad.
Y como también allí los principales irresponsables son los
políticos, en el inglés coloquial “politician” es sinónimo de
macaneador.
Nada entonces más fácil que coincidir con el norteamericano
medianamente instruido: nos entiende en el acto. Se refleja en su presidente y
ve un descenso apenas menor al que puede percibir en nosotros. Pide entonces que
vuelva “un Reagan” para poner a su país de pie (cabe recordar lo bajo que estaba
cuando el manisero Carter), como tanta gente aquí (que no recuerda que aquéllos
polvos trajeron estos lodos) pide que vuelvan “los milicos”. En ambos casos se
trata de imaginar cierto orden, cierto estar las cosas del derecho, cierta
posibilidad de pensar en un futuro siquiera normal.
Y es que, así como a nosotros nos va mal más allá de lo que anuncie
el “fútbol para todos” gobernante, Estados Unidos no puede disimular su paso
atrás. La economía depende en gran medida de la China a la que se han mudado las
industrias productoras; Oriente domina también el mercado de alimentos; Europa
se divide entre una carga y un enemigo; las finanzas –parte de las cuales finca
todavía en una Nueva York que cada vez tiene menos que ver con su país- son
movidas por hilos que los verdaderos norteamericanos no manejan. Haberlo visto
muchos años atrás no lo libera a uno del bochorno frente a una cultura que, mal
que mal, tiene que ver más que otras con la nuestra.
Los opinadores políticos le reconocen a Obama nada más que su plan
de salud, el “obamacare”, pero éste sólo ha traído buenos negocios para las
aseguradoras y los grandes hospitales, depresión económica y aumento en los
suicidios por desencanto profesional entre los médicos, y apenas cierto aumento
en el número de enfermos con cobertura para la atención, cosa que recuerda
enseguida los números cambiados de nuestros propios administradores de
salud.
Así todo, fuera de algunos aciertos propagandísticos del turbio
señor Trump que probablemente no pasen de ahí, el destino presidencial de los
Estados Unidos parece destinado a resolverse entre dos familias recientemente
enaltecidas: los Clinton y los Bush. Digno final de un sistema basado en la
mentira, como la democracia que se vive.
Nacieron de una independencia negociada que sólo tuvo tiros
verdaderos en el Sur. Ese mismo Sur fue aplastado bajo falsas banderas
libertarias por los yankees. Los yankees que, creadores de proto-campos de
concentración misérrimos, no dudaron en usar como escudos humanos a los
desnutridos oficiales confederados para proteger sus fortalezas mientras
cañoneaban eternamente a una heroica ciudad desguarnecida (Stokes K. The
immortal 600, The History Press, Charleston, 2013). Se entronizó después la
atractiva pero falsa cultura del cine y la televisión. Ahora, ya abiertamente,
se venera al diablo, cuya estatua se pretende contraponer con los Diez
Mandamientos. ¿Qué otra cosa se podía
esperar?
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Nota al pie: El genial Antoní Gaudí decía que ser verdaderamente
original implicaba “volver a los orígenes”. Nada qué ver con estos
norteamericanos de origen iluminista, gran parte de cuyos dirigentes cree que su
país nació del repollo masónico y por eso ignora a las demás culturas. Así les
va cada vez que tienen que salir de sus fronteras. Al final, se han quedado sólo
con ser “creativos” en materia de tecnología informática. ¡Cuidado con chinos e
indios!.
¡NO NOS CREYERON!
Hugo Esteva
Propio del momento en que se vive es desconocer la historia. En parte
porque la pésima educación es incapaz de despertar el interés por ella. En parte
–y esto es especialmente grave en tiempos “democráticos”- porque se la oculta
adrede o se la reemplaza por un cuento monocorde y sobresimplificado al estilo
del “relato” kirschnerista, que tampoco es único.
De ahí la importancia de que se publiquen testimonios como los
recopilados en “¡No nos creyeron!” (Ediciones
Oeste, Buenos Aires 2015), suma de los alegatos de los protagonistas del
movimiento militar del 3 de diciembre de 1990 ante la Cámara Federal, en pleno
gobierno/traición de Carlos Menem. Porque, sumados a los pormenores de los
hechos en sí, sintetizados como no lo hizo en su momento la prensa tendenciosa,
hay allí un panorama del ataque y la defensa a la integridad de las Fuerzas
Armadas, debilitadas entonces desde dentro como no lo hubiera logrado un frontal
enemigo exterior. Y es que, más allá de las especulaciones e influencias
externas para herir de muerte a las instituciones que vencieron con las armas a
la guerrilla comunista y fueron capaces de desafiar a las fuerzas usurpadoras de
la OTAN, hubo en su propio seno ignorancia y mala fe suficientes para terminar
en el grado profundo de debilidad que vivimos.
El ex Mayor del Ejército Hugo Reinaldo Abete ha recopilado las
expresiones de sus camaradas Héctor Adrián Romero Mundani, Pedro Mercado, Luis
Enrique Baraldini, Esteban Rafael, Enrique Rafael, Gustavo L. Breide Obeid y
Mohamed Alí Seineldin en una obra que será imprescindible para quien quiera
seguir la ruta del honor militar en nuestra patria.
Por su propia naturaleza, el libro recopila la historia de los
movimientos militares desde la traición liberal a los nacionalistas de 1956, la
derrota política luego del triunfo armado ante la subversión comandada desde
Cuba y Rusia, el descalabro del “Proceso”, la frustración de la guerra justa en
Malvinas, y la consecuencia de una falsa jerarquía militar sin sentido del
mando.
“¡Se había perdido el respeto a
los generales!... ¡se había perdido el respeto a los generales!... y habiendo
escuchado ayer al señor Mayor Mones Ruiz, me pregunto y me respondo: lo que pasa
es que los generales habían perdido la vergüenza.” (pág. 46). Es la síntesis
precisa hecha por uno de los profesionales que –a diferencia de nosotros,
civiles, por involucrados que hayamos estado alguna vez en los asuntos políticos
de la patria-, además de haberse jugado la vida en el enfrentamiento o al borde
de la pena de muerte, tuvieron que volver de la cárcel a su casa habiendo
perdido la condición para la cual habían sido educados. Y tal cosa a manos de
camaradas menos lúcidos o más cobardes, cuya dignidad y condición quisieron
defender.
Pero hay más, porque estos alegatos adelantaron en 1991 lo que
indefectiblemente iba a suceder: “Y lo
peor de todo es que acá va a comenzar una guerra más cruda que las dos
anteriores… guerra total donde los protagonistas van a ser banqueros, van a ser
políticos, van a ser financistas, jueces, etc.… La guerra contra la droga,
contra la corrupción, es una guerra terrible, donde se emplean armas mucho más
letales que las armas de los arsenales nucleares…” (pág. 145), dicho esto
por el Coronel Seineldín -y entiéndase nuestro homenaje a su querida memoria-,
que ante la crítica de un ex presidente y un jefe deEstado Mayor se definía
frente al Tribunal señalando: …“tengo el
honor de ser hijo de padres inmigrantes árabes; que a mí me enseñaron la
religión Católica y a ser Mariano, sin ser de padre de la religión Católica. Me
enseñaron que debía comportarme como Nacionalista Argentino, siendo hijo de
extranjeros. Y me formaron como soldado en la austeridad y en la nobleza, siendo
ellos simples ciudadanos civiles. De lo cual yo estoy sumamente orgulloso,
lamentando profundamente que los señores que me criticaban, y con mucha
modestia, no hayan tenido la suerte o la Gracia de Dios que yo tuve.” (pág.
158).
Más allá de las entonces desfavorables circunstancias de la pequeña
política –la sociedad argentina estaba empezando a vivir otra fiesta de gasto
sin respaldo, como las que irresponsable celebra periódicamente- y de la fecha
que sólo correspondía a urgencias del calendario militar, los hombres del 3 de
diciembre tenían razón. No fueron escuchados y hoy vivimos, como consecuencia,
un escalón más abajo.
Pero la sola emocionada expectativa con que se recibió la
edición de este libro importante, abre la puerta a la ilusión de que la patria
vive. Sigue teniendo sentido el
apoyo a esos hombres que nunca se rindieron.