martes, junio 09, 2015

Sin la ayuda de Chile, perdíamos la guerra

" ESTO DEMUESTRA LA TRAICIÒN DE CHILE, CAUSANTE DE GRAN PARTE DE LOS 60 MUERTOS DE NUESTRA GLORIOSA AVIACIÒN;Y POR SUPUESTO DEBE ROMPER TODOS LOS TRATADOS DE LÌMITES CON SUS ALIADOS ,QUE JUNTOS QUIEREN COMPARTIR  LA RIQUEZA  DE NUESTROS MARES DEL SUR Y LA A NTARTIDA."

EL DIRECTOR.

 

 

 “Sin la ayuda de Chile, perdíamos la guerra”


El oficial de la fuerza aérea británica Sidney Edwards y el capitán de fragata argentino Ernesto Proni Leston en un punto fueron iguales: sirvieron a su modo a su patria durante la guerra de Malvinas. Pero el final, para el uno y para el otro fue diferente: al inglés lo condecoraron con la Orden del Imperio Británico, y el argentino terminó trabajando de remisero.

En cuanto las tropas argentinas tomaron posesión de Malvinas, el 2 de abril de 1982, el
Ministerio de Defensa británico encomendó a uno de sus espías, Sidney Edwards, de 47 años, conseguir el apoyo chileno en el conflicto. Tan secreta era la misión que recién después de la guerra su mujer se enteró dónde había estado.
El agente planificó bien la operación. Se entrevistó con el embajador chileno en Londres Miguel Schweitzer y el agregado aéreo Ramón Vega. Les dijo que para Inglaterra era vital conseguir el apoyo para su contraofensiva en las islas: “Si no nos ayudan en la guerra los argentinos caminarán después derechito a tomar las islas del Beagle”. También les prometió armamento, inteligencia “y otras cosas que normalmente no podrían conseguir”. Días después, vestido de civil, ya estaba en el Aeropuerto de Santiago y esa misma tarde se reunió con el comandante de la Fuerza Aérea Fernando Matthei, que le ofreció “cooperación total dentro de los límites de lo práctico y de lo diplomáticamente posible”.
Una sola condición le puso: si algo salía mal, Pinochet debía aparecer ante los ojos de la opinión pública internacional como ignorante del asunto. El inglés respondió que entendía “la delicadeza de las relaciones entre los dos países” y coincidió en “la necesidad de mantener el secreto”.
A los pocos días ya tenía un documento falso de identidad, un auto, y una licencia para manejar. Vivía con un pie en la embajada británica y otro en las oficinas centrales de la fuerza aérea chilena.
Al servicio   de Inglaterra 
Chile se puso al servicio de In­glaterra facilitándole el uso de un radar de largo alcance instalado en Punta Arenas. El implemento permitía a los ingleses ver los mo­vimientos de aviones argentinos en Ushuaia, Río Gallegos, Río Grande y Comodoro Rivadavia, y transmitir la información a la fuerza aérea británica.
El radar les daba avisos tempra­nos de ataques aéreos argentinos. Años después, el mismo espía confesaría: “Sin ese elemento, habríamos tenido que montar patrullas aéreas de combate ca­rísimas. Las informaciones que recibíamos desde allí hicieron que la guerra fuera más corta”.
Otra tarea de Edwards, quien también era piloto y experto en operaciones conjuntas, fue coor­dinar con Londres el envío de un equipo del Servicio Aéreo Especial Británico (SAS), al cual venía in­corporado un sofisticado sistema satelital de comunicaciones.
Chile también permitió a los ingleses utilizar el aeropuerto de la isla San Félix, ubicada a 892 kilómetros de la costa chilena. Desde allí partían aviones bri­tánicos pintados con los colores chilenos, los cuales volaban a gran altura cerca de la frontera argentina “para obtener información de lo que pasaba en ese país”. Fueron cinco vuelos de reconocimiento, denominados misiones Nim-rod. Según las memorias del espía, “en la isla, a cargo de la Armada, el almirante José Toribio Merino había ordenado darnos todas las facilidades”.
Al mismo tiempo, en una carpeta, Edwards anotaba los aviones ingle­ses derribados, buques hundidos y tropas heridas. “Con mis colegas chilenos coincidimos en que los pilotos argentinos estaban mos­trando un gran coraje y habilidad”, recordó años después, cuando todos estos documentos fueron desclasificados por su país.
Tensión en   Punta Arenas 
Casi a la medianoche del 18 de mayo de 1982, en las afueras de Punta Arenas, un helicóptero Sea King apareció ardiendo cerca del mar, vacío. Otra vez el teléfono despertó en plena madrugada al espía. Era el general Vicente Rodrí­guez, “que estaba extremadamente agitado” porque Pinochet quería saber qué hacía un helicóptero británico en Chile. El dictador lo sabía, pero de acuerdo a lo con­venido se lo debía hacer aparecer como inocente de culpa y cargo.
Edwards pidió instrucciones a sus jefes de Londres sobre qué debía hacer ante el grave incidente que desnudaba una activa presencia militar inglesa en Chile. Dos días después, aparecieron tres de los tripulantes del helicóptero, y se presentaron ante las autoridades. La embajada británica organizó entonces una conferencia de prensa, con presencia de Sidney Edwards. Uno de los pilotos dijo a los periodistas que en momentos en que realizaban un “viaje de entrenamiento” las malas condi­ciones climáticas los obligaron a descender y que se mantuvieron ocultos porque creían que habían caído en territorio argentino.
La verdad era muy distinta. El Sea King en realidad transportaba fuerzas especiales para desembar­carlos en el sur de Argentina con el objetivo de destruir misiles Exocet y aviones Súper Étendard que los llevaban. Tal operación debió ser abortada tras la caída del helicóp­tero y el consiguiente escándalo mediático.
Días después disminuyeron los ecos periodísticos sobre ese caso. Pero un periodista insistió. Edwards les dijo a las autoridades chilenas que “estaría feliz” si el reportero enfocara su atención en otras cosas. Días después preguntó sobre el reportero a Patricio Pérez, un oficial de la fuerza aérea chilena. “No te preocupes por él. Está vivo, pero muy asustado”, le respondió.
Las tropas argentinas se rindie­ron el 14 de junio de 1982 y, con un saldo de 255 británicos y 649 argentinos muertos, la corta guerra se terminó. Edwards fue a la dis­coteca Brujas a celebrar el triunfo. “Muchos de mis colegas chilenos se me unieron en esa discoteca, y estaban tan contentos como yo de la victoria”, recordó.
Por esta misión lo condecoraron con la Orden del Imperio Británico. Hoy tiene 80 años, y recuerda: “Con la ministra Margaret That­cher y mis jefes del Ministerio de Defensa coincidimos que sin la ayuda que logramos de Chile habríamos perdido la guerra”.

La otra cara de la moneda 

 El 4 de mayo de 1982 aviones argentinos Súper Étendard dotados de misiles Exocet hundieron el moderno destructor Sheffield. Fue un duro golpe para las fuerzas británicas. El gestor de la hazaña fue el capitán de fragata Ernesto Proni Leston, quien al comando de un avión de exploración Neptune localizó a la nave de guerra inglesa, la siguió por varias horas, y envió precisas coordenadas que permitieron horas después a los aviadores atacarla con éxito.
Proni Leston murió en agosto de 2014. La noticia pasó inadverti­da mientras irónicamente el periodismo argentino se esmeraba en difundir el fallecimiento del general inglés Jeremy Moore.
El capitán argentino fue otro de los tantos casos emblemáticos del poco reconocimiento
que en este país se dio a los héroes de la guerra de Malvinas. Tras su retiro de la Armada, el excombatiente debió trabajar como remisero porque con su magra jubilación no podía mantener su hogar.
En los últimos tiempos de su vida le costaba caminar, secuela de un disparo que le efectuó un marginal que lo asaltó mientras traba­jaba por las calles de su ciudad. “Lo que no pudieron los ingleses lo logramos los argentinos con nuestra conducta esquizofrénica”, declaró, recordando su infortunio, un excompañero de lucha. Esa fue la ‘condecoración’ que recibió quien habiendo hecho méritos para ser declarado Benemérito de la Patria terminó sus días olvidado, sin pena y sin gloria.