Desvelan el secreto del fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera en Alicante
Un libro explica que la ejecución del fundador de la Falange no fue un simple acto de cumplimiento de la pena capital
En «Las últimas horas de José Antonio» (Espasa), el periodista e investigador José María Zavala aporta una serie de documentos inéditos que revelan que la ejecución de Primo de Rivera no fue un simple acto de cumplimiento de la pena capital, entonces en vigor en España en el ámbito castrense, bajo cuyo fuero fue juzgado el líder falangista por el delito de rebelión militar.
Según esta declaración, el fusilamiento de Primo de Rivera no estuvo precedido por la reglamentaria orden de «fuego», sino que «los disparos se efectuaron a capricho» y de forma reiterada en varias descargas, «a apenas 3 metros de distancia», señala Zavala.
Asimismo, el investigador, que califica de "carnicería" la ejecución, se refiere también al testimonio de un empresario uruguayo, Joaquín Martínez Arboleya, quien la presenció personalmente.
Bajo el pseudónimo de Santicaten, Martínez Arboleya contó los detalles de la ejecución de Primo de Rivera en un opúsculo titulado «Porque (sic) luché contra los rojos», publicado en Montevideo en 1961 y del que hasta ahora no se había tenido noticia, aunque Zavala ya lo menciona en su anterior libro sobre el fundador de la Falange, «La pasión de José Antonio», publicado en 2011.
Sin embargo, sorprende que un hecho como ese, de tanta trascendencia incluso para la propaganda franquista, quedara oculto tantos años; incluso durante toda la dictadura de Franco (1936-1975) y hasta hoy.
En opinión de Zavala, que recalca que «Franco sabía perfectamente la carnicería perpetrada» con José Antonio, este silencio se pudo deber a que el modo en que se llevó a cabo la ejecución «fue un hecho tan desagradable, tan luctuoso, que no se le quiso dar pábulo», ni siquiera por un interés propagandístico.
Hasta tal punto se mantuvo este silencio, que incluso autores como Felipe Ximénez de Sandoval, considerado el autor de la biografía oficial de José Antonio, no da el menor detalle al respecto.
«José Antonio resultaba un incordio no solo para Franco» (ambos se profesaban una mutua antipatía, como han señalado muchos otros investigadores), sino también Jpara el propio gobierno de la RepúblicaK, presidido en noviembre de 1936 por Francisco Largo Caballero, dirigente del ala más izquierdista del Partido Socialista, comenta Zavala.
«También resultaba en última instancia un incordio» para el dictador soviético José Stalin, subraya Zavala, quien también incide en el hecho de unas misteriosas fotografías tomadas al parecer durante la ejecución de José Antonio, de las que nunca se ha sabido nada, pero que -indica- «puede que algún día salgan a la luz».
«La influencia soviética era enorme en la zona republicana durante la Guerra Civil; por lo tanto, sería muy ingenuo pensar que solo cuatro anarquistas fanáticos tenían intención de acabar con José Antonio», afirma.
Zavala recalca que Largo Caballero, a quien califica de «rehén de Stalin», tenía «un interés evidente en quitarse de en medio» al dirigente falangista.
En opinión de Zavala, «el gobierno de Largo Caballero, que dio el 'enterado' a la condena a muerte contra Primo de Rivera dictada por el Tribunal Popular que lo juzgó en Alicante, estaba tremendamente hipotecado por la URSS por el envío de las reservas de oro del Banco de España a cambio de material bélico».
En este sentido, afirma que la NKVD (antecesora del KGB) «campaba a sus anchas» por la zona republicana a las órdenes de Alexander Orlov, el mismo que un año más tarde torturó y asesinó al líder trostkista catalán Andreu Nin, cuyo cadáver jamás fue encontrado.
Zavala destaca que en su investigación ha tratado de ver «el lado humano de José Antonio, que no era un mito, sino una persona de carne y hueso; un hombre que lucha contra sí mismo y que se da cuenta de que es vital no guardar rencor a las personas, pese a las diferencias políticas o religiosas; alguien que perdona a sus verdugos en el momento de la muerte».