El Apóstol Santiago el Mayor oraba con sus discípulos en las orillas
del Ebro cuando a media noche del 2 de enero del año 40 se le apareció
la Virgen María. Con ella trajo la Columna o Pilar para que se
construyera una capilla, que se convertiría en el primer templo Mariano
de toda la cristiandad. Desde entonces la Santa Columna reposa, según la
tradición pilarista, en el mismo lugar en el que fue depositada por la
Virgen. Y en todos estos siglos se ha convertido, posiblemente, en la
roca más besada del mundo. Tanto que se ha ido desgastando el mármol.
Eso sí, queda mucho todavía.
El templo ya aparece documentado desde la época mozárabe, en torno al siglo IX, como Iglesia de Santa María. Por aquel entonces, se distinguía entre el templo de Santa María y la Santa Capilla del Pilar, donde se rendía culto a la columna situada en una esquina del claustro románico anejo a la iglesia.
En 1435 la Capilla sufrió un grave incendio, y se comenzó a construir otro templo de estilo gótico mudéjar. Permaneció durante casi dos siglos como una capilla alargada, pequeña y mal iluminada, hasta que en 1680 se acometió la reforma integral. Una reforma que concluiría Ventura Rodríguez tras una década de obras. En las Fiestas del Pilar de 1765, el por entonces arzobispo de Zaragoza consagraba la nueva Capilla. Una capilla que ha perdurado hasta la actualidad.
En su construcción se utilizó jaspe de Ricla, mármol amarillo de La Puebla de Albortón, bronce, mármol verde de Granada en el camarín de la Virgen y mármol de Carrara en las principales esculturas. Y su diseñó fue complicado, ya que había que realzar la imagen de la Virgen sobre la columna que, por razón de la tradición, debía permanecer en el mismo lugar en el que se apareció. La imagen venerada se encuentra escorada y cercana a uno de los enormes pilares de la Basílica, de ahí que la construcción del templete se convirtiera en toda una obra de ingeniería.
A esto hay que sumar que había que conservar el humilladero o adoratorio de la columna que se encuentra en la parte trasera. Se trata de un nicho en el que se abre un óvalo por donde se accede a la superficie de jaspe del objeto venerado. Y según los escritos, desde la Edad Media, es costumbre besar o tocar el mármol de culto, ya convertido en una oquedad por el desgaste que le ha ocasionado este rito a lo largo de los siglos.
Tantos besos a lo largo de tantos siglos ha acabado por desgastar y mucho el mármol. Aún así, desde la Basílica del Pilar aseguran que la tradición se puede seguir manteniendo porque no hay ningún tipo de riesgo para la columna. Eso sí, adelantan que si algún día esto ocurriera habría que poner fin a una costumbre que se ha mantenido intacta a lo largo de los años.
El templo ya aparece documentado desde la época mozárabe, en torno al siglo IX, como Iglesia de Santa María. Por aquel entonces, se distinguía entre el templo de Santa María y la Santa Capilla del Pilar, donde se rendía culto a la columna situada en una esquina del claustro románico anejo a la iglesia.
En 1435 la Capilla sufrió un grave incendio, y se comenzó a construir otro templo de estilo gótico mudéjar. Permaneció durante casi dos siglos como una capilla alargada, pequeña y mal iluminada, hasta que en 1680 se acometió la reforma integral. Una reforma que concluiría Ventura Rodríguez tras una década de obras. En las Fiestas del Pilar de 1765, el por entonces arzobispo de Zaragoza consagraba la nueva Capilla. Una capilla que ha perdurado hasta la actualidad.
En su construcción se utilizó jaspe de Ricla, mármol amarillo de La Puebla de Albortón, bronce, mármol verde de Granada en el camarín de la Virgen y mármol de Carrara en las principales esculturas. Y su diseñó fue complicado, ya que había que realzar la imagen de la Virgen sobre la columna que, por razón de la tradición, debía permanecer en el mismo lugar en el que se apareció. La imagen venerada se encuentra escorada y cercana a uno de los enormes pilares de la Basílica, de ahí que la construcción del templete se convirtiera en toda una obra de ingeniería.
A esto hay que sumar que había que conservar el humilladero o adoratorio de la columna que se encuentra en la parte trasera. Se trata de un nicho en el que se abre un óvalo por donde se accede a la superficie de jaspe del objeto venerado. Y según los escritos, desde la Edad Media, es costumbre besar o tocar el mármol de culto, ya convertido en una oquedad por el desgaste que le ha ocasionado este rito a lo largo de los siglos.
Tradición centenaria
Una costumbre que se mantiene desde la Edad Media hasta nuestros días. Y es que es todavía habitual ver una abultada fila de fieles esperando su turno para besar o tocar a la Virgen del Pilar. Y ni las alertas sanitarias han podido con una tradición centenaria. Por ejemplo, ante el riesgo de contagio de la gripe A, allá por el 2009, el Ministerio de Sanidad que entonces dirigía la socialista Trinidad Jiménez, desaconsejó este tipo de ritos. Sin embargo, la fe pudo más que los consejos de Sanidad y aún en aquellas fechas era habitual ver a los fieles postrarse ante la Virgen para besar el jaspe.Tantos besos a lo largo de tantos siglos ha acabado por desgastar y mucho el mármol. Aún así, desde la Basílica del Pilar aseguran que la tradición se puede seguir manteniendo porque no hay ningún tipo de riesgo para la columna. Eso sí, adelantan que si algún día esto ocurriera habría que poner fin a una costumbre que se ha mantenido intacta a lo largo de los años.