La monja inquieta y andariega pasó cuatro años tullida en una enfermería antes de fundar 16 conventos en sus últimos 20 años. Falleció un 4 de octubre de 1582 y el primero de sus tres entierros fue 24 horas después... el 15 de octubre
El 28 de marzo de 2015 se cumplirán 500 años del nacimiento de Teresa Sánchez de Cepeda y Ahumada, más conocida como Santa Teresa de Jesús o
Teresa de Ávila. Fue un miércoles para más señas, a las cinco de la
mañana como anotó su padre don Alonso Sánchez de Cepeda. Éste, hijo de
un judío converso toledano, se había casado en segundas nupcias con la
noble castellana doña Beatriz de Ahumada, y había aportado al matrimonio
tres hijos de su enlace anterior a los que se sumaron ocho, entre ellos
Teresa. «Éramos tres hermanas y nueve hermanos», contó la propia santa,
que según ella misma admitía era la favorita de su padre.
Sus dos «fugas»
Cuentan que a los 7 años convenció a su hermano
Rodrigo para que se fugase con ella de casa y se fuera con ella a
tierra de moros, buscando el martirio. La fracasada intentona da muestra
de la religiosidad que marcó su infancia y también de su carácter
enérgico y su fuerte voluntad. Su siguiente fuga no se quedaría en
intento. En 1535, ante la negativa de su padre para concederle el
permiso paterno para ingresar en el convento de las carmelitas de la
Encarnación, se iría de casa para tomar los hábitos y hacer los votos.
No sin pena, como ella misma relató: «Aquel día, al abandonar mi hogar
sentía tan terrible angustia, que llegué a pensar que la agonía y la
muerte no podían ser peores de lo que experimentaba yo en aquel momento.
El amor de Dios no era suficientemente grande en mí para ahogar el amor
que profesaba a mi padre y a mis amigos». Teresa tenía 20 años.
Entre libros de caballería
Había sido su propio padre, sin embargo, el
que primero la llevó a un convento. A los 13 años Teresa se había
quedado huérfana de esa madre con quien compartía confidencias,
devociones y su gusto por la lectura. De las vidas de santos, había
pasado a los libros de caballerías y de en ellos aprendió a galantear
con sus primos. «Comencé a pintarme y a buscar a parecer y a ser
coqueta», recordaba la propia santa. Su padre, preocupado, decidió
entonces internarla en el convento de las Agustinas de Gracia de Ávila,
donde se educaban doncellas nobles.
Una grave enfermedad le obligaría a salir del
convento. Nada se sabe de esta dolencia a la que la santa solo se
refirió con la frase «Dióme una gran enfermedad, que hube de tornar en
casa de mi padre». Durante su convalecencia, su tío don Pedro de Cepeda
le dio a leer las Epístolas de San Jerónimo que le harían decidirse por
tomar los votos y entrar en las carmelitas.
Su prematuro funeral
En el convento de la Encarnación «vivió feliz 27 años, siendo siempre,
eso sí, el centro de la atención y el afecto de familia, monjas y
seglares», señalan en la web del V Centenario de Santa Teresa de Jesús.
La santa debía ser una mujer hermosa, de cuerpo frágil y dotada de una
espiritualidad fuera de lo común. En 1538 cae de nuevo enferma. Ante el
fracaso de los médicos, su padre le lleva a una curandera cuyo
tratamiento «deja a la enferma medio muerta», relata Montserrat
Izquierdo en su obra «Teresa de Jesús. Con los pies descalzos». Un año después, un paroxismo la llevará a las puertas de la muerte.
En el convento de la Encarnación le prepararon
su sepultura y hasta celebraron un funeral, según relata Izquierdo. Sin
embargo, cuatro días después, volvió en sí y pidió que la llevaran de
vuelta al convento. «En la enfermería del monasterio pasará tullida casi
cuatro años hasta verse curada, según su propia confesión, por la
intercesión de san José», apunta la escritora.
Las visiones místicas
Los años siguientes fueron los más oscuros
para la santa, que abandonó la oración en 1542 y un año después salió
del convento para cuidar a su padre. Moriría en aquella Navidad y a su
regreso, Teresa pasaría diez años más entre estados de desesperanza y
periodos de oración hasta que en , cuando rondaba los 40 años, tuvo
lugar su conversión definitiva ante un Cristo llagado. «Ese día nace
Teresa de Jesús y comienza la segunda etapa de su vida. La de su
fecundidad espiritual, mística y literaria. La etapa de fundadora»,
subraya la filóloga especialista en la figura de Santa Teresa.
Entre santos
De entonces son sus primeras visiones y sus
temores de estar siendo engañada «por el demonio». Su encuentro en 1560
con el santo franciscano Pedro de Alcántara resultó providencial para
alcanzar la paz. Poco antes había tenido oportunidad de conocer a
Francisco de Borja, que también sería santo, y años después mantendría
una estrecha relación con San Juan de la Cruz.
16 conventos en 20 años
El 24 de agosto de 1562 el Papa Pío IV le
concedió su traslado con cuatro monjas al pequeño convento de San José
de Ávila. La reforma del Carmelo se ponía en marcha. Apoyada por el
general de la Orden del Carmen, recorrió todos los caminos de España
fundando conventos. Fueron 16 en apenas 20 años: Ávila, Medina del
Campo, Malagón, Valladolid, Toledo, Pastrana, Salamanca, Alba de Tormes,
Segovia, Beas de Segura, Sevilla, Caravaca, Villanueva de la Jara,
Palencia, Soria, Granada y Burgos. No pudo cumplir su deseo de fundar un
convento en Madrid.
Ocho libros y medio millar de cartas
En esos últimos 20 años de su vida escribió
Santa Teresa el «Libro de la Vida», «Camino de perfección»,
«Meditaciones sobre los Cantares», «Moradas del castillo interior»,
«Exclamaciones», «Fundaciones», «Visita de Descalzas», las
«Constituciones» para sus monjas, poesías y medio millar de cartas
además de 66 «Cuentas de conciencia» para sus confesores. «Ella no podía
predicar, pero sí podía decir lo que pensaba a través de las cartas, en
las que no sólo se hablaba de su relación con Dios», señalaba el pasado
domingo a Montse Serrador el historiador Javier Burrieza.
Acosada por la Inquisición
Acusada de enseñar cosas de alumbrados, Santa
Teresa tuvo que defenderse ante el Tribunal de la Inquisición en 1575.
Montserrat Izquierdo relata cómo el Definitorio General de la orden le
mandó encerrarse como «presa» en el convento que ella eligiera y su
reforma sufrió tal persecución que a punto estuvo de desaparecer hasta
que en 1580 el Papa Gregorio XIII concedió a los descalzos una provincia
separada de los carmelitas calzados mediante la bula «Pia
consideratione».
Murió el día 4 y su entierro fue 24 horas después... el 15
En septiembre de 1582, Teresa de Jesús llegó
al monasterio de Alba de Tormes muy enferma. «En fin, muero hija de la
Iglesia», pronunció antes de fallecer. Era el 4 de octubre, el día que entraba en vigor el calendario gregoriano. A Santa Teresa la enterraron 24 horas después... el 15 de octubre.
Tres entierros
La enterraron allí mismo, en el convento de Alba de Torres aunque antes de que se cumpliera el año se procedió a la primera exhumación del cuerpo, que se encontró incorrupto.
El padre Jerónimo Gracián procedió al rito de amputarle una mano que
llevó a las carmelitas de Ávila aunque sin el dedo meñique que se quedó
para él.
Tres años después del fallecimiento la Orden
de los Carmelitas Descalzos mandaron llevar el cuerpo a Ávila así que
fue exhumado el 25 de noviembre de 1585 y se trasladó el cuerpo
incorrupto aunque sin un brazo que se quedó en Alba de Tormes para
compensar de la pérdida. La decisión provocó el rechazo de los Duques de
Alba, que echaron mano de su poder para recuperar el cuerpo, según
relata Nieves Concostrina
en «Polvo eres», y lo lograron puesto que Sixto V ordenó el traslado de
nuevo a Alba de Tormes. En total se oficiaron tres entierros oficiales.
Su cuerpo aún incorrupto se encuentra hoy en una capilla de la Iglesia de la Anunciación de Nuestra Señora de Alba de Tormes,
custodiado por nueve llaves aunque despojado de muchas partes de su
anatomía. En Alba de Tormes se conservan sendos relicarios con el brazo
izquierdo y el corazón de la santa, un pie y parte de la mandíbula se
encuentra en Roma, la mano izquierda en Lisboa, un dedo en París, aunque
la reliquia de la santa que ha tenido una existencia más agitada ha
sido la primera mano que se le seccionó.
«Talismán» de Franco
Las carmelitas de Ronda conservan la célebre mano incorrupta de Santa Teresa que tras la Guerra Civil fue a parar a manos de Francisco Franco y
éste llevó consigo como un talismán hasta su muerte. En su dormitorio
del Palacio del Pardo hizo construir un altarcito para venerar la
reliquia.