El reparto del mundo
En Yalta se planificó, en Potsdam, cinco meses después, se consumó y en San Francisco se solemnizó. La bombas sobre Japón eran una clara advertencia a Moscú de que Estados Unidos tenía el poder nuclear y no dudaban en utilizarlo
Medio centenar de países se alinean frente a las potencias del Eje. A ellos se unirían otros diez más en las siguientes semanas, cuando entrar en guerra no implique coste humano o militar alguno y, en cambio, resulta seguro engrosar la ya larga nómina de los vencedores… Cincuenta o sesenta naciones dispuestas a coronarse con el laurel de la victoria. No importa su número. En la conferencia de Yalta sólo hay sitio para tres y las decisiones las tomarán, de hecho, únicamente . Estados Unidos y la Unión Soviética se disponen a repartirse el mundo.
Fractura
Hitler, sin embargo aún recela de que sus más duros enemigos se mantengan unidos por mucho tiempo. De hecho, tanto él como la mayoría de los dirigentes nazis intentan detectar señales de fractura en la coalición enemiga con la misma atención con la que los arúspices buscaban descubrir el futuro en las entrañas de los animales sacrificados.Tanto como en sus asombrosas armas (las Wunderwaffe), el Führer confía en la división del enemigo. La razón se la dará el tiempo. Breve tiempo que la incontinencia del general Patton, amenazando por su cuenta con llevar sus carros hasta Moscú, está a punto de acortar aún más. Pero ya es demasiado tarde para cambiar la suerte de Alemania. Siempre sería demasiado tarde, porque sólo sobre su cadávery los escombros del Reich, en un nuevo escenario internacional, podría hacerse efectiva tal división.
Pero si Hitler recela, Churchill recela todavía más. Recela del amigo soviético pero sobre todo del amigo americano. El estadista inglés (con sus grandes aciertos y sus enormes errores, fue sin duda el único estadista realmente grande de esta época) no duda de que el próximo contrincante será la URSS y teme tanto su desmedida voracidad territorial como las ventajas que exige y las compensaciones que reclama.
Y recela de la falta de recelos de un Roosevelt, debilitado y enfermo, que moriría unas semanas más tarde, levantando las ilusas esperanzas de Hitler en un cambio radical de la posición de los Estados Unidos ante los soviéticos.
Uncle Jo
Y Stalin, recelando de unos y otros, ha llenado de micrófonos ocultos las habitaciones y dependencias de sus huéspedes, de manera que cada día acude a la conferencia conociendo de antemano qué piensan, qué acuerdan y qué deciden. Les gana en todas las estrategias y prácticamente consigue la totalidad de sus objetivos.Churchill, sabiéndose segundón, se ve incapaz de imponer su criterio y el presidente norteamericano no tiene fuerzas, ni ganas, de mantener prolongadas discusiones con un Stalin al que la prensa de Estados Unidos había trasmutado de sanguinario dictador en bondadoso «Uncle Jo» de la noche a la mañana. Bastó para ello que las divisiones panzer hubieran invadido el territorio soviético en 1941.
En Yalta se planificó el reparto del mundo. En Potsdam, cinco meses después, se consumó. Y en San Francisco se solemnizó, con la creación de una Organización de las Naciones Unidas (la ONU) a medida: con Consejo de Seguridad, para hacer inoperante a la Asamblea General, y derecho a veto para controlar al Consejo.
Amenaza
Roosevelt ya no estaba allí, le sustituiría en la foto un Trumannuevo en esta plaza y escaso de oficio. Pero las bombas atómicas que ordenaría lanzar sobre Hiroshima y Nagasaki pretendían, aun más que doblegar a Japón, mandar una clara advertencia a Moscú de que los Estados Unidos tenían el poder nuclear y no dudaban en utilizarlo… Empezaban a marcarse las líneas rojas sobre las que se erigiría en pocos meses el Telón de Acero, la Cortina de Hierro, un término empleado en realidad por Göbbels que popularizaría Churchill.Y Churchill tampoco estaba allí, relevado del mando por un pueblo suficientemente pragmático como para saber que se requieren virtudes y talante muy distintos para alcanzar la victoria que para administrarla… Aunque, en realidad, para el Reino Unido no hubo victoria. En el nuevo mundo que se han repartido soviéticos y americanos sobran otros imperios. El británico comenzaría a desmoronarse cuando aún no han acabado los festejos por el triunfo militar. Le seguirían el francés, el holandés, el belga…
Estados Unidos no hará ni siquiera un gesto para evitarlo, a la espera de heredarlos en otro tipo de colonialismo, más sutil, pero no menos injusto. La Unión Soviética, por su parte, incentivará ese desmoronamiento para implantar sus conceptos ideológicos y extender a otros continentes el sistema de satélites que ha montado en Europa. La Segunda Guerra Mundial se acaba para dar paso a otro tipo de contienda, la Guerra Fría.