VIII
Así como el Santísimo Sacramento
instituido en la Última Cena, nos remite a la Pascua, es también una reliquia de la Encarnación, del
descenso abismal, insondable, de Dios a los hombres. El ocultamiento del Señor
en la Eucaristía,
en la quietud del sagrario, manifiesta la paradójica humildad del Omnipotente.
El beato Cardenal Newman presentaba a Cristo en su
encarnación, su vida y su pascua como la omnipotencia en cadenas. Con la
resurrección su santísima humanidad parece adquirir la soberana libertad y la
independencia del que es omnipotente. Sin embargo, hay algo más que decir y que
Newman plantea con estas palabras: ¿Está tan enamorado de la prisión que se propondría
volver a visitar la tierra para poder sufrir otra vez si fuera posible? ¿Le dio
tanto valor a su sujeción a sus criaturas que, antes de irse, en las mismas
vísperas de la traición, tuvo que proveer para después de la muerte la forma de
perpetuar su cautividad hasta el fin del mundo? Hermanos míos, la gran verdad está
diariamente ante nuestros ojos: Él ha ordenado el milagro permanente de su
Cuerpo y Sangre bajo los símbolos visibles, para poder asegurar de ese modo el
misterio permanente de una Omnipotencia en cadenas. Podemos añadir
nosotros, como consecuencia, esta convicción: al arrodillarnos ante el
Santísimo podemos aprender la humildad.
Decíamos antes que la Eucaristía nos fue dada
para ser comida. ¿En qué condiciones recibirla? –podemos preguntarnos. El
catecismo de mi infancia decía, y el actual sigue diciendo, que para acercarse
a comulgar hay que estar en gracia de Dios. En efecto, el Catecismo de la Iglesia Católica
afirma: quien tiene conciencia de estar en
pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación
antes de acercarse a comulgar (CIC 1385). Esta condición supone,
evidentemente, que el católico tiene una conciencia rectamente formada y no
sigue sus impulsos subjetivos, muchas veces motivados por los errores que
circulan. El mismo Catecismo dice, además, que para recibir dignamente el Cuerpo
del Señor los fieles deben observar el ayuno prescrito por la Iglesia. Y añade: por la actitud corporal (gestos, vestido) se
manifiesta el respeto, la solemnidad, el gozo de ese momento en que Cristo se
hace nuestro huésped (CIC 1387). Quiero recordar, de paso, en cuanto
a la posición y al gesto, que hay varias maneras legítimas de comulgar: de pie
o de rodillas, en la boca o en la mano. El sacerdote no puede impedir que los
fieles que así lo desean comulguen de rodillas. Más aún, sería oportuno
disponer de un reclinatorio para que el gesto de arrodillarse resulte más
fácil.
Para concluir, deseo compartir con
ustedes un comentario sobre el hecho penoso que ocurrió en esta catedral hace
unos días. Probablemente muchos de ustedes ya están informados. A causa de un
descuido de la guardia, una mujer desvergonzada, vestida indecorosamente y
acompañada por otro personaje que parecía mujer, entró aquí a filmar un video
en el que baila y canta, se atrevió a sentarse en un confesionario en son de
burla y blasfemó contra la Santísima Eucaristía, remedando la comunión y
expresándose de un modo gravísimamente escandaloso.
Según he oído decir, la filmación estaba destinada a un “boliche
gay” de la ciudad. Ahora resultan normales esas abominaciones amparadas
por las leyes. Pero además mucha gente pudo acceder a la cosa por internet. Ofrezcamos el Santo Sacrificio de la misa en
reparación y desagravio por la profanación del templo y por las blasfemias
proferidas. Dediquemos asimismo al Señor la procesión de la que hemos participado,
como gesto de amor y de entrega confiada, incondicional. Recemos mucho también
por esas personas descaminadas, depravadas, para que Jesús les toque el corazón
y las convierta; todo es posible para su omnipotencia y su misericordia.
Este recuerdo doloroso no debe
empañar nuestra alegría. En la secuencia Lauda Sion,
compuesta por Santo Tomás y que corresponde cantar o leer después de la segunda
lectura, se dice: Alabemos ese pan con
entusiasmo, alabémoslo con alegría, que resuene nuestro júbilo ferviente. Entusiasmo,
alegría, júbilo, que sean hoy y siempre vivencia y expresión de nuestra fe y de
nuestro amor.
Mons.
Héctor Aguer, arzobispo
de La Plata
IX
La Profanación De
La Catedral De
La Plata
Artículo de monseñor
Héctor Aguer publicado en el en el diario “El
Día” el 15 de julio de 2014
La catedral de La Plata es célebre por la
belleza que plasmó en ella el arquitecto Benoit, pero
también es reconocida como el corazón de la ciudad; está erigida en el centro
de su cuadrilátero y es meta de peregrinos y de turistas interesados en
contemplarla. Para los católicos platenses es su catedral, que desborda de
fieles en las principales solemnidades. Como cualquier templo, es un lugar
sagrado, que nos habla de Dios y nos invita a acercarnos a Él para la adoración
y la súplica, tanto en las asambleas litúrgicas como en la visita personal y
silenciosa.
Este ámbito religioso, digno de
respeto aun de parte de los no creyentes, como lo es el de cualquier otra
religión, ha sido torpemente profanado. Paso a describir los hechos. A causa de
un descuido de la guardia, una mujer que se hace llamar “la tigresa de
Oriente”, vestida de modo indecoroso y acompañada por otro personaje
vestido de mujer, conocido como “la Pocha Leiva”
entraron a filmar un vídeo en el que cantaba la primera y bailaban las dos. La
dicha tigresa se atrevió a sentarse en un confesionario en son de burla y
blasfemó de la Eucaristía,
remedando la comunión que le administraba su cómplice y cantando estrofas
escandalosas, de carácter erótico, sobre el Cuerpo de Cristo. La filmación se
difundió ampliamente aunque, según se decía en La Plata, estaba destinada a un
“boliche gay” de la ciudad.
En la solemnidad de Corpus Christi ofrecimos la procesión y la misa en reparación por
la profanación perpetrada. Recorrimos las calles llevando el Santísimo
Sacramento y celebramos luego la
Eucaristía en la catedral, colmada; se calcula que había más
de cuatro mil fieles, muchos de los cuales no pudieron entrar. En la homilía me
referí sumariamente al hecho con palabras fuertes, pero justas. Así lo
entendieron los presentes, que al concluir la celebración aplaudieron con
entusiasmo, largamente. Lo que, en especial, disgustó de mis dichos a algunos
grupos y a la corporación mediática, que no incluye a todos los periodistas,
fue una frase: Ahora resultan normales estas abominaciones amparadas por las
leyes. Se llama abominación a un hecho condenable, aborrecible. La palabra
aparece numerosas veces en la Sagrada Escritura. No me refería a la
“comunidad gay”, que se sintió ofendida; una afrenta como la
sufrida por los católicos platenses podría provenir igualmente de personas
heterosexuales. Toda persona, en cuanto tal, merece respeto, independientemente
de su orientación sexual. Hice alusión también al lugar al que, al parecer,
estaba destinada la filmación. No he querido ofender a nadie, pero no podía
omitir la defensa de nuestros derechos. Por otra parte, es bien conocida la
enseñanza de la Biblia,
y de la Iglesia,
sobre las conductas homosexuales.
El
fenómeno de la profanación se ha registrado también en otras latitudes.
Recientemente, en la catedral de La
Almudena, de Madrid, dos mujeres con el torso desnudo, que
exhibían leyendas abortistas y gritaban obscenidades, se encadenaron al gran
crucifijo del templo. ¿Quién eleva su voz para reprobar esos ataques contra los
sentimientos religiosos de la población que cree en Jesucristo, y que no es una
minoría insignificante? Nadie perteneciente a los círculos oficiales, ni en
España sobre el caso que acabo de mencionar, ni entre nosotros. Se sublevan, en
cambio, contra una frase que, mal interpretada, pareciera oponerse al colectivo
LGBT. En la homilía de Corpus me he referido, asimismo, a leyes que con todo
derecho, en un régimen democrático, puedo reconocer como injustas en cuanto se
oponen al orden natural. Curiosamente, los signos religiosos, la fe católica y
los sacramentos de la Iglesia
no están protegidos por las leyes de eventuales atentados. Llama la atención
que en nuestro país, donde la mayoría de la población forma parte del pueblo de
Dios que es la Iglesia,
ninguna autoridad manifieste lo inaceptable del ataque que ha sufrido la
comunidad católica. En el caso de la invasión del templo parroquial de San
Ignacio por alumnos del Colegio Nacional de Buenos Aires, que se ensañaron con
el altar y otros ámbitos de la iglesia, son acusados solamente de atentar
contra un monumento histórico nacional no de la afrenta contra el lugar
sagrado. Si se observa verdaderamente el principio de la libertad religiosa,
merece respeto el templo de cualquiera de los cultos reconocidos por el Estado.
Muchísimas personas y varias instituciones, no sólo platenses, me han expresado
su solidaridad y se han identificado con mis declaraciones. En cambio, soy un
discriminador para el INADI, que ignora la discriminación de que ha sido objeto
la fe católica y quienes la profesan. No es éste un asunto menor. Más allá de
la situación personal –hice lo que me correspondía como pastor de la Iglesia- los católicos
tienen derecho a que se les respete en sus convicciones y en su presencia
religiosa en la ciudad. Los antiguos filósofos que han inspirado el desarrollo
de la civilización occidental, afirmaban que sin la referencia a los dioses no
podía asegurarse el orden plenario de la sociedad. Importa a la polis, es
decir, a la ciudad, a los ciudadanos, el respeto de la religión. Importa,
asimismo, a la política, a la que aquellos llamaban politéia.
Le importaba a los políticos; los de entonces, ciertamente, como debería
importarle a los de ahora.
Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata