lunes, julio 28, 2014

LOS  SIETE  COLORES
        (SU MEMORICIDIO SETENTA  AÑOS  DESPUES)
                                                                         Hugo Esteva

Robert Brasillach sufrió la implacable intolerancia de los tolerantes que, reunidos en jurado tendencioso, lo condenaron por delito de opinión luego de un  juicio que apenas duró una mañana. De nada valió el petitorio de indulto que, ante el recién triunfante general De Gaulle, firmara la mayor parte de los intelectuales franceses de distintas orientaciones. Salvo Sartre y su mujer, Simone de Beauvoir, claro. Había cometido el pecado de no adherir a ninguna de las vertientes del pensamiento materialista de su siglo, y semejante libertad de espíritu lo llevó a ser fusilado a los 34 años, a pesar de la fundada tarea de su defensor oficial, Jacques Isorni, que proviniendo de las antípodas del pensamiento de Brasillach, se enroló definitivamente en su causa[1].
Desde entonces el “memoricidio” –empleando el término acuñado por Reynald Secher[2] para referirse al silencio oficial de la cultura francesa sobre la antirrevolucionaria Guerra de la Vendée-  alejó su obra del alcance de por lo menos dos generaciones de lectores hispanoparlantes. En efecto, han debido pasar casi setenta años desde su inicuo fusilamiento, que se cumplirán el 6 de febrero de 2015, para que apareciese la primera traducción al castellano de su singularísima novela “Los siete colores”. Hoy la generosa autorización de la Association des Amis de Robert Brasillach, que guarda fielmente su recuerdo, y el empeño editorial de la Librería Europa, de Barcelona, la ponen a nuestro alcance (Ediciones Ojeda, 2014). 
Para quienes no pudieron tener noticia del autor, valga sintetizar que fue escritor, periodista, crítico literario y de cine, formado en la prestigiosa École Normale Supérieure de París. Profundamente inmerso en las mejores expresiones culturales durante la entreguerra, se alistó como oficial por su patria en la Segunda Guerra Mundial y fue prisionero de los alemanes. Pero sus ancladas convicciones nacionalistas –que surgen interesantísimas en esta novela- resultaron imperdonables a la hora de un juicio al que se entregó a cambio de la libertad de su madre y su hermana, encarceladas a manera de extorsión por los “liberadores” en 1944.
“Los siete colores” –se debe subrayar que fue escrita antes de empezar la Segunda Guerra- cuenta una profunda y noble historia de amor engarzada en su tiempo, a través de siete distintas formas que puede adquirir el género novelesco (relato, cartas, diario, reflexiones, diálogo, documentos y soliloquio), enhebradas de tal modo que difícilmente pudiera imaginarse una mejor para redactar cada capítulo. Hay en el conjunto un aire de tragedia clásica que se refuerza por el encabezamiento de cada uno con versos del “Polyeucte” de Corneille, a quien Brasillach conocía tan bien como para haberle dedicado antes un ensayo[3]. Pero, además, todo está contado con un aire liviano que atrapa y acelera la lectura de sus poco más de trescientas páginas de bien visibles caracteres.
La frescura con que se describe de entrada el ambiente parisino de mediados de los años veinte es un anticipo de la honestidad que sigue en el relato de los movimientos previos a la Guerra. Hay entonces un aire de alegre ironía –el juicio confiado de quien, con el pudor de no decirlo, sabe que tiene toda la Fe sosteniendo su amor por lo propio- típico del Nacionalismo; aire irónico convertido frecuentemente en ternura al pintar los caracteres, principales o secundarios, en que florece la novela. Una novela armoniosa que, sin forcejeos, no deja cabo suelto alguno hasta la última página.
Además, está la política. Y con ella la descripción inteligente y comprensiva de los movimientos de la época. Así, por ejemplo, ingresa uno a la Italia de las reivindicaciones populares del fascismo. Así Alemania –con todo lo ajena que Brasillach la define para nuestros espíritus latinos- se pinta de colores y de luces que nunca nos dejaron descubrir los grises/verdeoliva de las películas de Hollywood. Así España despliega su ascética nobleza.
Todo relatado con una madurez difícil de concebir en un autor de treinta años. Todo envuelto en la singular premonición de un destino heroico y trágico.
Los lectores de otros países hispanoparlantes tendrán que digerir el castellano “argentino” de los traductores, único modo de intentar una versión genuina. Los lectores maduros habrán de ser capaces de saltear notas y citas dirigidas a generaciones contemporáneas. Estas últimas deberán hacer un esfuerzo para situar acontecimientos disfrazados por mucho tiempo y conocerlos de primera mano a través de este autor “sulfuroso” para sus enemigos, limpio mártir de la vulgar cultura moderna.                                                                      




[1] Isorni J. “Le procès  de Robert Brasillach”. Flammarion. Paris, 1946.
[2] Secher R. “Vendée. Du genocide au mémoricide”. Les éditions du cerf. Paris, 2012.
[3] Brasillach R. “Corneille”. Fayard. Paris, 1969.