Carlos Mugica y los sacerdotes tercermundistas – Por Agustín Laje
Mucho se ha hablado durante los últimos días sobre el cura tercermundista Carlos Mugica, a raíz del mural que inauguró Cristina Kirchner en su homenaje. La versión oficial cuenta que Mugica fue muerto por la Triple A. Otras campanas indican que el sacerdote fue en realidad asesinado por Montoneros, y pruebas empíricas para apoyar tal tesis no faltan: días antes de ser asesinado, el tercermundista dijo públicamente que “si en este momento recibo una bala, no sé si viene de algún grupo de derecha o de izquierda”[1]. Y como si ello fuera poco, Mugica había sido escrachado en la sección “Cárcel del Pueblo” de la revista Militancia (órgano de prensa montonera), lugar de la publicación dedicado a señalar próximas víctimas (Rucci también fue escrachado allí días antes de ser acribillado). Asimismo, el dirigente peronista Antonio Cafiero contará varios años más tarde que, dos días antes de su asesinato, Mugica le dijo: “A mi me van a matar los Montoneros”.[2]
No obstante, desde estas líneas no nos proponemos ingresar en la discusión de quién mató a Mugica. Al contrario, preferimos reflexionar sobre quiénes fueron los sacerdotes tercermundistas a los que el kirchnerismo homenajea, y qué rol jugaron en los violentos años ´70.
Los orígenes del llamado Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo encuentran su raíz en el Manifiesto de los Obispos para el Tercer Mundo (documento firmado por dieciocho obispos latinoamericanos en los años ´60) donde se adhería explícitamente al socialismo de carácter revolucionario: “Los cristianos tienen el deber de mostrar que el verdadero ‘socialismo’ es el cristianismo integralmente vivido, en el justo reparto de los bienes y la igualdad fundamental de todos. Muy lejos de mostrarnos hostiles sepamos adherir a él con alegría, como a una forma de vida social mejor adaptada a nuestro tiempo y más conforme con el espíritu del Evangelio”.
La infiltración del marxismo en el seno de la Iglesia latinoamericana terminó de concretarse a través de los documentos de la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, llevada a cabo en Medellín en 1968. Las conclusiones de la conferencia fueron desopilantes. Por ejemplo, en algunos pasajes se justificaba la violencia empleando argucias análogas a las del discurso comunista: “Que en la consideración del problema de la violencia en América Latina se evite por todos los medios equiparar o confundir la violencia injusta de los opresores que sostiene este ‘nefasto sistema’ con la justa violencia de los oprimidos, que se ven obligados a recurrir a ella para lograr su liberación”.[3] Nótese el lenguaje empleado y sus semejanzas con los recursos discursivos de la izquierda, mezclado con una suerte de justificación de orden evangélica omnipresente en las peroratas de estos sacerdotes desviados que influyeron en gran cantidad de fieles y los confundieron en su misión terrenal.
El Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo fue fundado en mayo de 1967. Desde su primera declaración pública, la organización manifestó la adhesión de sus miembros al socialismo armado: “[sostenemos] nuestra firme adhesión al proceso revolucionario, de cambio radical y urgente de sus estructuras y nuestro formal rechazo al sistema capitalista vigente […] para marchar en búsqueda de un socialismo latinoamericano que promueva el advenimiento del Hombre nuevo”.[4]
El Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo descansaba, como es sabido, en la “Teología de la liberación”. De inequívoco espíritu marxista, la corriente de marras difundía ideas de corte clasista tales como “tomar conciencia de la lucha de clases optando siempre por los pobres”. Entre sus objetivos explícitos, estos clérigos admitían trabajar por la “concientización de las masas acerca de sus verdaderos enemigos para transformar el sistema vigente”. Vale aclarar que este sector apoyó, promovió y hasta participó en fuerzas guerrilleras y terroristas en general como veremos.
Así las cosas, los servicios prestados por los sacerdotes tercermundistas a las organizaciones armadas, en rigor, fueron variados, y van desde el apoyo espiritual e ideológico, hasta el militar. En el primer caso, cabe decir que los clérigos brindaron una especie de justificación moral a la violencia guerrillera, al tiempo que impregnaron de odio a un sinnúmero de jóvenes que luego tomarían las armas, matando y muriendo por las enseñanzas de estos verdaderos profesionales del lavado cerebral. En efecto, la influencia que practicaban sobre la juventud era de tal envergadura, que el ensayista Lucas Lanusse afirma que “casi todos los jóvenes que durante 1970 confluyeron en la organización Montoneros, provenían del campo reformador de la Iglesia Católica”.[5] El ex guerrillero Luis Labraña por su parte confirma que “los curas tercermundistas estaban directamente vinculados a la guerrilla… adoctrinaron ideológicamente a muchos pibes que luego fueron montoneros”.[6]
Los sacerdotes revolucionarios aprovecharon su poder influyente dentro de tres ambientes en particular: las villas miserias donde operaban, los colegios católicos en los que trabajaban y las comunidades juveniles religiosas que dirigían. En estos ámbitos, un común denominador facilitaba la penetración doctrinal que el cura llevaba adelante: tanto la gente humilde de las villas, por su precaria instrucción, como los jóvenes de los colegios o grupos religiosos, por su natural inexperiencia e impulsos de rebeldía propios de la edad, se presentaban más permeables al adoctrinamiento. El trabajo en barriadas humildes efectuado por los tercermundistas será un elemento que luego el historietismo setentista explotará con astucia a los efectos de imponer la idea del supuesto carácter filantrópico de los clérigos, aunque en verdad hayan activado en villas no tanto por “amor a los pobres”, sino porque éstos eran potencial caldo de cultivo para la causa revolucionaria. Sobre ello, el marxista Carlos Altamirano esgrime que la misión de estos sacerdotes entre los pobres “no se trata de hacer cristianos, sino de hacer la Revolución”.[7]
El trabajo de penetración doctrinal entre las juventudes fue de tal envergadura, que quienes más tarde serían jefes guerrilleros de Montoneros recibieron sus primeras influencias políticas por parte de los curas izquierdistas. En efecto, los jerarcas Fernando Abal Medina, Gustavo Ramus y Mario Firmenich se deslumbrarán por el pensamiento de izquierda gracias a su asesor espiritual escolar, el homenajeado padre Carlos Mugica; Emilio Maza e Ignacio Vélez empezarán a militar influenciados por un grupo dirigido por el ex seminarista Juan García Elorrio, del que participaron sacerdotes de la talla de Alberto Carbone; en cuanto a Roberto Cirilo Perdía, si bien también militará con estos últimos, se le conocen estrechas relaciones anteriores con el cura extremista Rafael Yacuzzi.[8] Es menester aclarar que, si bien Mugica tendrá estrecha vinculación con los terroristas en los primeros tiempos de Montoneros y según el propio Firmenich “fue el primero en proclamar que la única solución estaba en la metralleta”,[9] una vez regresada la democracia al país en 1973 intentó desligarse de la guerrilla, lo que le costó la enemistad con los montoneros y más tarde la propia vida.
Pero retornando al lavado cerebral que se practicaba sobre los jóvenes, en el que se combinaban forzosamente conceptos ideológicos con evangélicos, el adoctrinamiento era de tal dimensión que según la ex guerrillera montonera Graciela Daleo, a partir de las charlas con los curas “el pecado comenzó a cambiar de signo: era pecaminoso no aceptar un compromiso social…”.[10] La ex montonera Adriana Robles da un ejemplo concreto al contar que los curas les enseñaban canciones que presentaban un contenido cargado de resentimiento y odio como el siguiente: “Cuándo querrá Dios del cielo, que la tortilla se vuelva que la tortilla se vuelva, que los pobres coman pan y los ricos mierda, mierda”.[11] Con enseñanzas de estos calibres se fueron formando los futuros terroristas. Sostiene el sociólogo Juan José Sebreli que “el origen de los modernos montoneros estaba en la doctrina igualmente anticapitalista romántica, de ciertos sectores de la Iglesia. Su principal centro de nucleamiento eran los patios de las iglesias parroquiales y los colegios religiosos, la Inmaculada Concepción de Santa Fe o El Salvador de Buenos Aires”.[12] El conocido sacerdote Enrique Angelelli llegó incluso a dar la Santa Misa a los jóvenes delante de una inmensa bandera de Montoneros que exhibía el logotipo del fusil y la tacuara.
A los efectos de promocionar la pretendida compatibilidad entre la Palabra de Dios y la violencia guerrillera, se publicó Cristianismo y revolución, una revista que obró como órgano de prensa de varias organizaciones guerrilleras, dirigida por el ex seminarista Juan García Elorrio y en la que participaron numerosos curas tercermundistas. Entre otras forzadas interpretaciones del evangelio, la publicación llegó a afirmar que “todos –nosotros también- entramos decididamente en el camino de la Revolución. Es nuestra hora. Es la última hora y la primera (…) En definitiva, para todos los revolucionarios la opción del Último día del Evangelio se nos presenta cada jornada como el imperativo fundamental, porque, sencillamente, la Revolución que estamos buscando es la única capaz de dar de comer a los hambrientos, de dar casas a los que no tienen techo, de dar salud a los que están enfermos…”.[13] En otro ejemplar, los tercermundistas expresaban que “en medio de la lucha revolucionaria, que es el signo de nuestro tiempo, hay también un lugar para los cristianos que reconocen en el amor la razón y el fundamento de una nueva violencia que termine con la violencia de cada día, implantada para hacer que los hombres nunca lleguen a ser realmente hombres y por lo tanto nunca lleguen a Dios”.[14] Con rebusques de este tipo y frases al receptor les pueden parecer bonitas y gentiles, se pretendía confundir a los inexpertos feligreses sobre la misión del catolicismo en el mundo.
Va de suyo que la revista de García Elorrio y los sacerdotes tercermundistas, lejos de predicar el amor, estaba plagada de inequívoco lenguaje belicoso y violento: “nosotros tenemos un corazón como un gigantesco fusil apuntando hacia la muerte”;[15] “Jesús baja de la cruz, se terminó el calvario […] se acabó la era de la segunda mejilla”;[16] “…la revolución no sólo está permitida, sino que es obligatoria para todos los cristianos…”.[17] Incluso contaba con una sección titulada “La justicia del pueblo”, donde se festejaban y promocionaban los atentados que los guerrilleros perpetraban. No era para menos, teniendo en cuenta que el referente cristiano de la pretendida revista religiosa no era ni el padre San Maximiliano Kolbe ni Santa Catalina, sino el cura guerrillero Camilo Torres, integrante de la organización narcoterrorista colombiana ELN (socia de las FARC), responsable de repulsivos crímenes. La apología que se hacia de este sacerdote guerrillero llegó al absurdo de considerarlo un “profeta”: “creo que la enseñanza más profunda y durable del gesto de Camilo reside en su carácter profético. El profeta es utilizado por Dios para recordar a su pueblo su pecado (…) el profeta es aquel que señala la injusticia de una sociedad y eso es lo que Camilo ha hecho y es en ese sentido que su gesto fue profético”.[18]
Pero así como la publicación de marras difundía la imagen de Camilo Torres como el cristiano modelo, reivindicaba sin vacilar la de Ernesto Che Guevara, responsable de centenares de muertes, quien paradójicamente, no sólo era ateo, sino que supo autodefinirse como “todo lo contrario de un Cristo”.[19] Cuando se produce la muerte de Guevara (octubre de 1967), los sacerdotes tercermundistas se expresaron con profundo dolor a través de Cristianismo y revolución en los siguientes términos: “Ha muerto con las características de los héroes de leyenda, quienes en la conciencia popular no mueren. Como los judíos del Viejo Testamento creían siempre vivo al profeta Elías, los españoles del Medioevo al Cid Campeador y los galeses a Artús, es posible también que en los años venideros los soldados del Tercer Mundo crean sentir la presencia alucinante del Che Guevara en el fragor de las luchas guerrilleras”.[20] En consecuencia, el Che, de anticristo confeso, pasó a configurar una suerte de héroe cristiano según los dislates de los clérigos agitadores.
Así pues, siguiendo el camino de Torres y Guevara, el grupo que trabajaba en la revista pronto conformó una organización armada conocida como “Comando Camilo Torres”, responsable de variados hechos de violencia durante los `60. Las reuniones de la banda solían hacerse en el Centro Teilhard de Chardin, que dirigía el cura Miguel Mascialino, o en el altillo del citado Carlos Mugica, en la calle porteña Gelly y Obes.[21] Allí participarán, entre otros, Mario Firmenich, Fernando Abal Medina, Carlos Ramus, Carlos Capuano Martínez, Emilio Maza, Ignacio Vélez, Norma Arrostito y, ocasionalmente Roberto Perdía. En síntesis, todos quienes poco más tarde conducirán Montoneros.
Ahora bien, el apoyo de los curas izquierdismo a la guerrilla, como anticipamos, además de darse en el orden espiritual e ideológico, también se daba en lo militar. Cabe destacar que el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo incluso llegó a aportar a un clérigo en calidad de combatiente al grupo fundacional de Montoneros: Elvio Alberione.[22] Entre otros atentados donde su participación se encuentra documentada, el personaje de marras el 17 de octubre de 1968 participó de la colocación de explosivos en el Consejo de Guerra Permanente, el Departamento Central de Policía y la Agencia del diario La Prensa en conjunto con la organización terrorista Lealtad y Lucha (luego conocida como Peronismo de Base);[23] el 26 de diciembre de 1969 colaborará en el robo al Banco de Córdoba de la localidad de La Calera, en Córdoba;[24] el 27 de abril de 1970, Alberione asaltó un puesto de la Policía Federal en Buenos Aires, robando cuatro pistolas 45, una pistola ametralladora, tres chaquetas de policía y chapas de identificación;[25] el militarismo se iba incrementando en Alberione, y de esta forma participará el 1º de julio de ese mismo año en la toma de la ciudad de La Calera. [26] En el hecho, además de robarse numerosos autos, el aludido personaje y los suyos asaltaron un Banco donde sustrajeron la suma de $10.000, destruyeron infraestructura cortando los cableados telefónicos y asaltaron la comisaría de la ciudad. Increíblemente, estos actos criminales fueron luego justificados por el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo a través de una carta pública donde caracterizaban a los terroristas como “elementos sanos y limpios de una juventud revolucionaria que se impacienta y busca la transformación de la sociedad”.[27]
Al poco tiempo del nacimiento público de Montoneros, otro hecho ponía de manifiesto la vinculación, en términos operativos, entre los sacerdotes tercermundistas y los terroristas: el padre Alberto Carbone era señalado como integrante del grupo que secuestró y asesinó al general Pedro Eugenio Aramburu.[28] No era para menos, teniendo en cuenta que se le conocían estrechas vinculaciones con los asesinos, ex miembros de la Juventud Católica Estudiantil (JEC) que conducía Carbone y de la que también participaba Mugica. Además, en poder del sacerdote en cuestión, se había encontrado la máquina de escribir que usaron los terroristas para redactar los comunicados del hecho (a poco de ser liberado será detenido nuevamente por participar del intento de copamiento de la Prefectura de Zárate[29]). A ello debemos sumar que, cuando los terroristas responsables de la muerte de Aramburu fueron abatidos en el marco de un tiroteo con las fuerzas del orden, cinco curas destacaron entre la concurrencia del entierro de los cuerpos: Adur, Mugica, Benítez, Vernazza y Ricchiardelli. Los discursos que pronunciaron reivindicaron abiertamente a los guerrilleros y dejaron entrever los verdaderos lazos que los unían: “Se comprometieron con la causa de la justicia, que es la de Dios, porque comprendieron que Jesucristo nos señala el camino del servicio. Que este holocausto sirva de ejemplo” dijo Mugica. “…perdón a Dios por la muerte de ellos, que fueron asesinados por la Nación, que no supo comprenderlos, darles un camino, calmar su sed de justicia. La sociedad los ha juzgado, castigado y destruido, pero si tienen que responder ahora a la inquisitoria del Señor: -¿Has dado de comer al hambriento y de beber al sediento?-, ellos pueden responder que han dado sus vidas para que en el mundo no hubiera hambre ni sed” agregó Benítez.[30] Las declaraciones rayaban en la tomada de pelo: ¿Acaso “la causa de Dios” es secuestrar y asesinar a un anciano desarmado? ¿Acaso “la Nación” debía premiar a los guerrilleros por instalar el terror en la sociedad?
Con el correr del tiempo y el consiguiente recrudecimiento de la violencia armada, el compromiso y la entrega de los clérigos marxistas para con las organizaciones terroristas se intensificaba a pasos agigantados y muchos de ellos se convirtieron, de asesores y reclutadores, en avezados cuadros militares dispuestos a participar en los más diversos atentados terroristas. Los ejemplos resultan interminables, pero a modo de muestra, cabe citar algunos, como el caso del cura Arturo Ferré Gadea, detenido por engrosar un grupo guerrillero que pretendía crear un foco rural en la localidad tucumana de Taco Ralo.[31] Otro caso digno de destaque lo constituye el del sacerdote Miguel Mascialino, uno de los cuadros más importantes del Comando Camilo Torres, quien recientemente a su incorporación había abandonado los hábitos por necesidades carnales, pero según cuenta Lucas Lanusse, para ese entonces ya había recibido “instrucción sobre armado y colocación de explosivos y participó de un par de operativos en los cuales puso en práctica sus nuevos conocimientos”.[32] Vale agregar asimismo el caso de la monja Guillermina Hagen, cuya frase de cabecera era “solamente por la violencia se podrán cambiar las cosas” (de Camilo Torres), y quien estaba instruida para movilizar armamentos de los guerrilleros y por tal razón en una oportunidad terminó detenida.[33] El ya mencionado Alberione, por su parte, en marzo de 1973 producirá controversia al tirotearse con policías,[34] mientras en 1976 partirá al exilio junto con la Conducción de Montoneros para luego participar de la planificación de la Contraofensiva de 1979. En cuanto a Jorge Adur, resulta interesante poner de relieve que luego de 1976 fue nombrado por los guerrilleros como capellán del autodenominado Ejército Montonero, a la par que el sacerdote Rafael Yacuzzi era designado entre los cuadros de la conducción (Yacuzzi contaba con un prontuario no menor, puesto que fue señalado como uno de los incendiarios del edificio de la municipalidad de Villa Ocampo en 1969).[35] En 1978, Adur dirigió una carta a sus superiores justificando los motivos por los que había aceptado la propuesta de los terroristas, donde afirmaba que “desde la Iglesia a quien todo le debo y por la cual todo lo he perdido, comparto los destinos de los hombres que viven y mueren por los grandes intereses del pueblo. Como en otros momentos no menos dolorosos, pero extremadamente esperanzadores, recuerdo aquella frase evangélica: ‘No hay más grande amor que aquél que da la vida por los suyos, sus amigos’”.[36] Lo que olvidó mencionar el sacerdote, es que aquellos que “vivían y morían”por sus ideales, también mataban a sangre fría a hombres y mujeres, niños y ancianos, militares y civiles, por aquellos mismos ideales. Según el ensayista Norberto Aurelio López, el capellán montonero llegó al grado de “capitán y para determinadas ocasiones solía vestirse con uniforme de combate”.[37] Pero lo cierto es que su militarización era de tal magnitud, que en mayo de 1979 viajó acompañado por los jefes terroristas Mario Firmenich, Fernando Vaca Narvaja y Raúl Yager a Beirut (El Líbano), donde decenas de cuadros guerrilleros estaban recibiendo entrenamiento militar facilitado por los fundamentalistas locales. Cuenta el periodista Marcelo Larraquy que “los combatientes pudieron asistir a la misa de campaña impartida por el padre Adur y confesarse ante él y también relataron a los comandantes sus sensaciones durante el bombardeo”.[38]
Párrafo aparte merece el caso del sacerdote Antonio Puigjané,[39] cuyo desprecio por la democracia se manifestaría incluso durante el gobierno alfonsinista, siendo partícipe en calidad de jerarca del grupo terrorista MTP (Movimiento Todos por la Patria) del cruento ataque al Regimiento de La Tablada en 1989, donde se produjeron las muertes de nueve integrantes del Ejército Argentino y dos policías.
En suma, la responsabilidad que han tenido los sacerdotes como Mugica −a los que el kirchnerismo homenajea− en la vorágine de violencia que caracterizó a los años ’70, es evidente. Sería bueno empezar a discutir con seriedad a quiénes se homenajea, y las verdaderas causas de los homenajes.
[1] Gorbato, Viviana. Montoneros. Soldados de Menem. ¿Soldados de Duhalde?. Buenos Aires, Sudamericana, 1999, p. 316.
[2] Entrevista a Antonio Cafiero en canal TN, programa Tiene la palabra.
[3] Citado en López, Norberto Aurelio. Con sus propias palabras. La otra parte de la historia reciente que se oculta. Buenos Aires, Edición del autor, 2005, p. 38.
[4] Citado en López, Norberto Aurelio. Con sus propias palabras. La otra parte de la historia reciente que se oculta. Cit., p. 41.
[5] Lanusse, Lucas. Montoneros. El mito de sus 12 fundadores. Buenos Aires, Vergara, 2005, p. 68.
[6] Entrevista de Agustín Laje a Luis Labraña.
[7] Grupo de investigación Carlos A. Sacheri. La primera guerra del siglo XX argentino. Tomo II. Buenos Aires, Espuela, 2008, p. 48.
[8] Lanusse, Lucas. Cristo revolucionario. La iglesia militante. Buenos Aires, Vergara, 2007, p. 103.
[9] Gorbato, Viviana. Ob. Cit., p. 313
[10] Citado en Grupo de investigación Carlos A. Sacheri. Ob. Cit., p. 46
[11] Robles, Adriana. Perejiles. Los otros Montoneros. Buenos Aires, Ediciones Colihue, 2005, p. 26.
[12] Citado en López, Norberto Aurelio. Ob. Cit., p. 151
[13] Cristianismo y revolución. Nº 1, septiembre de 1966
[14] Cristianismo y revolución. Nº 4, marzo de 1967
[15] Cristianismo y revolución. Nº 1, septiembre de 1966
[16] Corresponde a un poema de Julio Huasi. Citado en revista Lucha armada en la argentina. Nº 9, Buenos Aires, 2007
[17] Citado en López, Norberto Aurelio. Ob. Cit, p. 47
[18] Cristianismo y revolución. Nº 4, marzo de 1967
[19] Citado en Márquez, Nicolás. El canalla. La verdadera historia del Che. Buenos Aires, Edivérn, 2008, p. 55.
[20] El artículo corresponde al padre Hernán Benítez. Cristianismo y revolución. Nº 5, noviembre de 1967
[21] Ver Celesia, Felipe. Waisberg, Pablo. Firmenich. La historia jamás contada del jefe montonero. Buenos Aires, Aguilar, 2010, p. 71.
[22] Ver Lanusse, Lucas. Cristo revolucionario. La iglesia militante. Cit., p. 51. Alberione al poco tiempo dejó los hábitos a los efectos de dedicarse con mayor facilidad a la revolución.
[23] Ver Lanusse, Lucas. Cristo revolucionario. La iglesia militante. Cit., p. 229
[24] Ver Celesia, Felipe. Waisberg, Pablo. Ob. Cit., p. 93
[25] Ver Lanusse, Lucas. Cristo revolucionario. La iglesia militante. Cit., p. 231. La noticia fue publicada en diario Clarín, 30 de abril de 1970.
[26] El dato de la participación de Alberione en La Calera es documentado por Grupo de investigación Carlos A. Sacheri. Ob. Cit., p. 77. El ensayista Lucas Lanusse lo responsabiliza también, pero a cargo de la “contención” de los terroristas.
[27] Citado en Grupo de investigación Carlos A. Sacheri. Ob. Cit., p. 77
[28]
Cuando se detiene al padre por el hecho, Buenos Aires ya estaba
tapizada de carteles con las fotos de Arrostito, Abal Medina y
Firmenich, acompañadas por el texto “¡Denúncielos!”. El padre de
Firmenich de inmediato se acercó al Departamento Central de la Policía
Federal y declaró que “el padre Alberto Carbone fue el instigador
espiritual de los muchachos que iban al Nacional de Buenos Aires. Los
convenció de que la solución a la injusticia social era la violencia”. Revista Gente, 23 de febrero de 1984.
[29] Ver Grupo de investigación Carlos A. Sacheri. Ob. Cit., p. 46.
[30] Grupo de investigación Carlos A. Sacheri. Ob. Cit., p. 73.
[31] Ver Acuña, Carlos Manuel. Por amor al odio. La tragedia de la subversión en la Argentina. Tomo I. Buenos Aires, Ediciones del Pórtico, 2002, p. 172.
[32] Lanusse, Lucas. Cristo revolucionario. La iglesia militante. Cit., p. 153
[33] Ver Lanusse, Lucas. Cristo revolucionario. La iglesia militante. Cit., pp. 99-103
[34] Ver Lanusse, Lucas. Cristo revolucionario. La iglesia militante. Cit., p. 52
[35] Ver Lanusse, Lucas. Cristo revolucionario. La iglesia militante. Cit., p. 104
[36] Citado en López, Norberto Aurelio. Ob. Cit., p. 45
[37] Citado en López, Norberto Aurelio. Ob. Cit., p. 44
[38] Larraquy, Marcelo. Fuimos soldados. Historia secreta de la contraofensiva montonera. Buenos Aires, Aguilar, 2006, p. 160
[39] Ver La Nación, Buenos Aires, 13 de junio de 1998.
(*) Agustín Laje es autor del libro “Los mitos setentistas” y coautor de “Cuando el relato es una farsa”.
(*) Agustín Laje es autor del libro “Los mitos setentistas” y coautor de “Cuando el relato es una farsa”.