Historia Militar
Alcañiz, donde un artillero vasco humilló al ejército de Napoleón
Día 22/02/2014 - 04.18h
En 1809, la artillería española del brigadier Loigorri logró poner en huida a 10.000 soldados franceses cerca de Teruel
Son muy pocas las ocasiones en las que un único soldado
logra decidir el destino de una contienda. Sin embargo, España tiene la
suerte de contar entre las páginas de su historia con un hombre que, con
su tesón y valor, consiguió poner en jaque a todo un ejército francés.
Este militar no es otro que el brigadier Martín García Loigorri, un artillero vasco que, durante la batalla de Alcañiz sucedida en 1809, logró poner en huida a más de 10.000 soldados de Napoleón cuando todo parecía perdido para el ejército de nuestro país.
El calendario marcaba entonces el SXIX, una época no muy buena para la España de Carlos IV y su primer ministro Godoy
(«chico para todo» del monarca y amante en sus ratos libres de la
reina). Y es que, en 1808 la Península se encontraba invadida por el
ejército de Napoleón Bonaparte,
el cual, apoyado en su megalomanía, había tomado la decisión de que
toda Europa cambiara su idioma por el gabacho y se plegara a la bandera
azul, blanca y roja.
Sin embargo, con lo que no contaba el «petit empereur» era
con que su experimentado ejército se iba a dar de bruces contra la
población de este país, la cual, a base de fusil y aperos de labranza,
hizo frente con más valor que experiencia al águila imperial francesa.
De esta forma, a lo largo y ancho del territorio hispano nacieron pequeñas juntas locales encargadas
de organizar la resistencia contra los gabachos y que, para sorpresa de
«la France», lograron infligir severas derrotas a los invasores con la
ayuda de los ingleses (quienes, como era de esperar, dejaron a un lado
su amado té de las cinco para dar de bofetadas a los franceses en la
Península).
Ver derrotada a su «armée», según parece, no debió gustar
demasiado a Bonaparte quien, hasta el sombrero emplumado de recibir
malas noticias de un territorio que pensaba conquistar en pocos meses,
no tuvo más remedio que desempolvar el sable y personarse en la misma
España para dirigir a sus tropas en diciembre de 1808. Para desgracia
española el plan de Napoleón salió a la perfección, pues su llegada
insufló valor al ejército galo y, en apenas dos meses, la resistencia
española fue derrotada desde Valencia hasta Burgos.
No obstante, cuando la derrota hispana parecía más cercana, el «pequeño corso» recibió una misiva que resultaría determinante: Austria se preparaba para presentarle batalla.
A regañadientes, y blasfemando por seguro contra españoles y austríacos
por igual, Napoleón se vio obligado a hacer el petate y dirigirse a
todo galope hacia Paris. Con todo, dejó el encargo a varios generales de
someter a los reductos que, contra todo pronóstico, seguían resistiendo
a base de fusil y gónadas. Por su parte, España no iba a desaprovechar
esta oportunidad y, alejado Bonaparte de la Península, se organizaron
rápidamente varias fuerzas militares con la finalidad de mandar a los
gabachos de una patada a su país.
Blake, camino de Alcañiz
Así pues, las órdenes de poner en jaque las posiciones francesas llegaron en febrero de 1809 hasta Joaquín Blake, un experimentado general de ascendencia irlandesa y corazón hispano que se encontraba al mando del recién creado 2º Ejército de Valencia y Aragón.
El oficial no lo dudó y, aprovechando la marcha de una gran parte del
ejército napoleónico de las tierras aragonesas, se propuso reconquistar
-a base de sable y cañón- Zaragoza y sus alrededores. Para ello, contaba
con un contingente de aproximadamente 8.000 infantes, 500 jinetes y una docena de piezas de artillería dispuestos a marchar sobre el invasor.
Preparada la tropa, Blake dio a conocer a los diferentes
oficiales su primer objetivo en mayo: Alcañiz, un pequeño pueblo al
norte de Teruel ubicado en la ribera del río Guadalupe y que, hacía
pocas semanas, había sido tomado por una división gabacha formada por
nada menos que 7.500 infantes, 500 caballeros y dos docenas de piezas de
artillería. Fusil en ristre y balas en el zurrón, los infantes hispanos
iniciaron el camino hasta la villa. Sin embargo, y para asombro de
todos, su llegada no fue recibida con disparos, pues los franceses
habían decidido retirarse a una serie de villas cercanas ante la
superioridad española y, así, esperar refuerzos del sur.
Así narraba estos primeros movimientos militares el propio General
Blake en un informe escrito después de la contienda y que ha sido
cedido a ABC por el Instituto de Historia y Cultura Militar:
«Excemo. Sr.: -Participé a V.E. con fecha 21 del corriente la
evacuación de Alcañiz por los enemigos y su retirada a Híjar, Puebla de
Hijar, y Samper, En ese último pueblo dejaron un destacamento de
bastante consideración. El día 21 envié a D. Casimiro Loy, teniente
coronel de húsares españoles, con ochenta caballos de su regimiento y
doscientos voluntarios de Valencia, para que hiciese un reconocimiento
de la situación enemiga. Lo verificó atacando a los que estaban en
Samper, obligándoles a abandonar sus ranchos y mochilas, retirándose a
la Puebla de Hijar».
Los refuerzos imperiales
Esta huida con el fusil entre las piernas fue útil para los
galos, pues lograron reunirse con una división de varios miles de
franceses enviada desde Zaragoza y dirigida por el joven (aunque
experimentado) mariscalLouis Gabriel Suchet.
El gabacho–de tan solo 39 años- tomó entonces el mando de todo el
ejército y ordenó preparar a los soldados para marchar de nuevo sobre
Alcañiz, ahora en poder de los españoles.
Por su parte, Blake no tardó en iniciar las disposiciones
para la contienda al conocer el avance imperial. «Entre tanto, se
unieron al enemigo las tropas que esperaba de Zaragoza, en número de
tres mil y quinientos. Habiendo completado con este armamento diez mil infantes, ochocientos caballos, y doce piezas de artillería
se puso en marcha para atacarnos. Con la noticia de su partida nos
dispusimos para recibirles», narra el general español en su informe. La
batalla estaba servida.
El despliegue español
Tras conocer las intenciones francesas, Blake preparó
minuciosamente la contienda. En primer lugar, determinó que su ejército
se situaría sobre una llanura cercana a Alcañiz ubicada al otro lado del
río Guadalupe, una decisión algo controvertida y peligrosa. «La
situación de los españoles (…) era excelente para el caso de una
victoria, puesto que podía perfectamente aprovecharse para lanzarse
sobre el enemigo que, en terreno tan suave y desprovisto de accidentes,
(no podría) reparar el descalabro. (…) Pero si los españoles eran
arrollados, encontrarían a su espalda un río con solo un puente, siempre
angosto en tales ocasiones; y la retirada tranquila y ordenada, cual
debe procurarse en los reveses militares, sería, más que difícil,
imposible», señala el ya fallecido historiador José Gómez Arteche en su
obra «De la historia militar de España de 1808 a 1814».
Decidida la ubicación del campo de batalla, el General
español analizó el terreno para desplegar de la forma más ventajosa a
sus fuerzas. «La vega de Alcañiz (…) está rodeada de montañas, más o menos altas
y a varias distancias de la posición que ocupan las tropas. A dos tiros
de fusil de la ciudad se elevan unas colinas accesibles a la
caballería; su continuación está solo interrumpida por el camino de la
capital que las atraviesa por el centro (…). En estas colinas centrales
formó el grueso de nuestro ejército», señala Blake en su manuscrito.
Además, Blake apoyó a esta infantería con varias piezas de artillería a
las órdenes del brigadier Martín García Loigorri, un artillero vasco experimentado conocido desde su juventud por sus buenas capacidades para el disparo.
A su vez, y en el flanco derecho, Blake dispuso encima de
un cerro -conocido como el de los Pueyos- un contingente de varios miles
de soldados apoyado por un único cañón. Su función estaba clara: evitar
que el enemigo envolviese el centro español y bloquear, llegado el
momento, el acceso al pueblo de Alcañiz. Concretamente, los soldados
tomaron posiciones cerca de una vieja ermita abandonada.
«La parte de la vega que yacía a mano derecha era la más
baja, de modo que formaba unas cañadas tanto más peligrosas quanto
estaba más poblada de árboles (…). Para impedir al enemigo que se
aprovechara de las ventajas que le ofrecía el terreno por este llano, se colocaron en la expresada ermita 2.000 hombres compuestos
de los batallones de Daroca, reserva de Aragón, tiradores de Murcia, y
2º de voluntarios de Aragón, todos al mando del Mariscal de Campo Don
Carlos de Areizaga», señala el general hispano en su informe.
Blake estableció a su ejército delante de un rio, algo que podría haber sido desastroso
Comienza la batalla
Con las primeras luces del alba del 23 de mayo de 1809. la
«armée» gala hizo su aparición en la llanura de Alcañiz decidida a hacer
valer su veteranía sobre las inexpertas tropas hispanas. Al frente de
la misma se encontraba Suchet, quien se percató al instante, y con
satisfacción, de que la retirada de las tropas de Blake se encontraba bloqueada por el rio Guadalupe.
Así pues, si sus unidades tomaban las posiciones cercanas al único
puente existente, el resto de la fuerza enemiga no podría huir y sería
capturada.
Por ello, Suchet ordenó que el primer ataque francés se
realizara sobre el flanco derecho español (la posición de Areizaga). De
esta forma, y con el primer viento de la mañana, dos columnas francesas
se dirigieron, precedidas de varias unidades de tiradores, hacia los
Pueyos. A su hombro y espaldas llevaban, además del fusil, decenas de
victorias como soldados de Francia, pues habían combatido de norte a sur
del imperio. La contienda no iba a ser fácil para los novatos (bisoños,
que se diría entonces) fusileros de la Península.
«Nunca dudé que el enemigo atacaría por la derecha, y así fue la dirección que más reforcé
(…). Le era absolutamente indispensable apoderarse de la ermita,
arrollando los cuerpos que la guarecían (…). Para ejecutarlo, se
presentaron los enemigos por el frente y flanco derecho del puesto que
mandaba Areizaga, ocupando todas las alturas inmediatas. Luego (…)
rompieron un fuego vivísimo de fusilería apoyado con el de alguna
artillería; se les correspondió con la mayor actividad y viveza, tanto
por nuestra infantería como por un obús», señala Blake en su documento.
Realizados los primeros disparos, las columnas francesas
–formadas por unos mil hombres- continuaron su avance hasta hallarse a
los pies del cerro de los Pueyos, lugar desde el que los fusileros
españoles les lanzaban andanada tras andanada. En ese momento, ni
siquiera la vista de sus compañeros caídos detuvo a los gabachos
quienes, bayoneta en ristre, cargaron contra las posiciones de Areizaga.
«Todo este aparato y furia francesa fue recibido con
serenidad y firmeza española, la columna desapareció en pocos minutos.
Españoles bisoños vieron las espaldas de los famosos y aguerridos
granaderos franceses. Animadas nuestras tropas ligeras, persiguieron a
las de los enemigos que ocupaban las alturas cercanas sosteniéndose el
fuego por ambas partes con igual tensión», añade Blake. De esta forma, y
contra todo pronóstico, la primera escaramuza se saldó con victoria de
las tropas peninsulares del flanco derecho, parte de las cuales, movidas
por su ímpetu, avanzaron hasta un caserío abandonado ubicado algunos
metros por delante de la línea establecida en un principio.
Un ataque de distracción
Después de aquella pequeña victoria, Blake ordenó que las tropas ubicadas en el olivar del flanco izquierdo salieran de su refugio y
reforzaran, bayoneta y sable en mano, el ala derecha española. Al
parecer, mediante este movimiento, el general de ascendencia irlandesa
pretendía obligar a Suchet a concentrar sus fuerzas en un nuevo enemigo y
relajar la presión sobre las tropas de Areizaga, las cuales habían
quedado divididas en varios grupos que necesitaban tiempo para formar de
nuevo la línea defensiva inicial. Así pues, y tras recibir las
ordenanzas oportunas, Menchaca e Ibarrola dispusieron precipitadamente
la infantería y la caballería a sus órdenes para abalanzarse
heroicamente, y con el único objetivo de ayudar a sus compañeros, sobre
fuerzas muy superiores en número.
Suchet organizó una gran columna con la que atacar el centro español
Este inesperado triunfo volvió a insuflar valor en los
soldados de Suchet quienes, con la orden de «en avant» resonando en sus
oídos, se dirigieron de nuevo, y en formación, hacia el cerro de los
Pueyos. No obstante, la estrategia de Blake había surtido su efecto y,
ya reorganizados, los hombres del flanco derecho hicieron blanco sobre
los gabachos provocando decenas de bajas. «El ataque fue escarmentado
tan pronto y tan ejecutivamente como el primero por los aragoneses, cuya
algazara triunfal se escuchaba por todo el campo de batalla. Había
fracasado el plan de envolver la línea española», destaca, en este caso,
Arteche.
El asalto final
Esta nueva victoria aumentó más, si cabe, la moral de los españoles. No obstante, frente a Blake se encontraba el mariscal Suchet, un genio militar que no toleraba la derrota y
que no se limitó a marcharse humillado, sino que arengó a sus hombres y
los dispuso para un último ataque sobre el centro de la línea española.
Si lograba arrollar a los infantes ubicados en esa posición, los
flancos del ejército terminarían cayendo ante el ímpetu del águila
imperial.
«(Suchet) avanzó entonces con la fuerza que (…) había
permanecido hasta entonces a retaguardia, la mayor y más sólida parte de
las de su mando, y con ella formó (…) una gran columna con la que
esperaba romper el centro de la línea que tenía a su frente. (…)
Componían aquella columna (…) más de 2.000 infantes a cuya cabeza se
puso el general Fabre. Y mientras los demás cuerpos franceses amenazaban
(…) nuestros flancos, de donde partía un fuego sumamente vivo sobre la
columna central (…) Fabre se encaminó (…) hacia el centro y eje de la
línea de batalla», añade el historiador español.
Loigorri esperó hasta el último momento para disparar sobre los sorprendidos franceses
El temor congeló entonces los corazones de los españoles. Y es
que, si la columna conseguía llegar al combate contra el centro de la
línea hispana, poco podrían hacer los bisoños soldados de Blake ante los
veteranos hombres de Suchet. Por ello, la llanura quedó copada durante
minutos por las voces de los oficiales de nuestro país que, a gritos y
con desesperación, ordenaron a sus soldados disparar el mayor número de
balas posibles sobre aquel letal contingente.
Loigorri, el vasco que venció a Suchet
Minutos después, la situación era dantesca para los
españoles ya que, con su fuego, no habían conseguido poner en huida a
las tropas de Suchet. Estas, por su parte, ya habían elegido un objetivo
al que atacar de entre todo el centro hispano: las baterías de
Loigorri. Sin embargo, y en lugar de perder los nervios, el oficial
navarro cargó los cañones con metralla y ordenó a los artilleros no
abrir fuego hasta que los franceses estuviesen lo más cerca posible de
las piezas de artillería.
Hubo que esperar hasta que los franceses se encontraron al
alcance de la mano para que Loigorri desgarra el aire con su orden:
«¡Fuego!». Un instante después, las baterías españolas dejaron caer sobre la cabeza de la columna gabacha cientos de balas metálicas que
hicieron caer al suelo a varias filas de soldados galos. «Cuando el
enemigo tocaba la batería española y se proponía por otro lado
envolverla, siguiendo parte de la fuerza el camino del puente, y ya los
hurras de los soldados (franceses) anunciaban el triunfo, (…) nuestros
artilleros redoblaron el fuego y rompieron la cabeza de la columna»,
afirma en su obra Arteche.
Al parecer, este ataque final de la artillería comandada por Loigorri fue demasiado para las agotadas tropas de Napoleón,
las cuales, con terror, se dieron la vuelta e iniciaron una retirada a
toda prisa bajo los gritos de triunfo de las tropas peninsulares.
Finalmente, y a pesar de los diferentes ataques sufridos, la batalla la
había ganado un valiente artillero vasco dispuesto a dejarse las gónadas
por España
Un día para recordar
En las horas posteriores, Suchet formó con los restos de su
ejército al otro lado del campo de batalla y se marchó con todo su
azul, blanco y rojo entre las piernas. Tras de sí, dejó nada menos que 500 de sus soldados muertos y 1.000 más heridos.
Por su parte, el general español prefirió no perseguir a su enemigo y
ordenó hacer un recuento de caídos, el cual dio un resultado de 300
bajas entre heridos y fallecidos.
Una vez asegurada la zona, y tras la celebración de la
victoria, todos los elogios fueron pocos para Loigorri, a quien se
refiere el propio general en jefe en el final de su informe: «El influjo
especial que tuvo la Artillería en la humillación de los enemigos me
obliga a recordar a su comandante, el brigadier D. Martín García
Loigorri, a quien cupo en suerte la gloria de dirigir los prodigiosos
esfuerzos de este ilustre Cuerpo (…) Seguramente que si los oficiales
que la servían no hubiesen conservado la increíble serenidad y valor
para esperar al enemigo haciendo fuego a metralla hasta que casi tocaba
la boca de los cañones, quizás hubieran logrado romper la línea».