Un "espíritu navideño" muy particular
Desde las filas ultrakirchnerizadas de esos ex progres , en la horrorosa semana de desolación y muerte que acaba de pasar, corrieron nuevos ríos de tinta, pero esta vez para esconder, ningunear o empequeñecer el tendal de víctimas que fue dejando el efecto dominó desatado en distintas provincias a partir de no haber controlado a tiempo los reclamos salariales de la policía cordobesa.
El "relato" se resquebrajó como nunca al recibir variadas y severísimas esquirlas.
Más allá de las injustificables intenciones aviesas e insubordinaciones que fogonearon para desestabilizar quienes encendieron los saqueos y disturbios encadenados, lo que revelaron esos episodios es que hay un caldo de cultivo propicio en demasiada gente que está dispuesta a sumarse con odio y resentimiento a los desmanes. Lumpenaje y no tanto que, además de saquear, destrozaron como nunca antes se había visto.
Una población con índices sociales satisfactorios como aquellos con los que se llenan la boca los predicadores de la "década ganada" no se prestaría con tanta facilidad a tan devastadores vandalismos.
Los repetidos disturbios que el aparataje de comunicación oficialista mostró con exasperantes demoras y recortes dejaron expuesto en carne viva un tejido social gravemente dañado que los gobernantes provinciales y nacionales pretendieron invisibilizar y que les terminó explotando en la cara.
No dejar para mejor oportunidad la fiesta por los treinta años de la democracia puso al desnudo un relato que además de bobo es cruel. Mientras se producían muertes, se lastimaba y se atentaba contra la propiedad de cientos de argentinos en varios puntos del país, la Presidenta convaleciente hacía percusión con El Choque Urbano, y estallaban los fuegos artificiales sobre la Plaza de Mayo.
El empecinamiento en negar la realidad y, consecuentemente, no saber actuar a tiempo sobre sus efectos más lacerantes infligieron una herida gratuita y temprana en la credibilidad de la incipiente gestión de Jorge Capitanich que no supo (o no lo dejaron) desarmar la bomba de tiempo que era Córdoba y lo que se venía después, que, incluso, tiñó de sangre a Chaco, su propia provincia.
Al día siguiente de aquella primera plana tan criticada de Clarín, ese mismo diario publicó la secuencia fotográfica de Pepe Mateos, que no dejaba lugar a dudas de que el comisario Alfredo Fanchiotti había ultimado a Kosteki y Santillán. El entonces presidente interino, Eduardo Duhalde, evaluó de tal gravedad esos hechos que decidió acortar su mandato y adelantar las elecciones.
En cambio, los medios oficialistas taparon miserablemente los muertos de estos días (bastante más que dos; hasta ahora 13) relegándolos a lugares periféricos de sus ediciones y transmisiones para que no perdiese brillo y protagonismo la fiesta por los treinta años de la democracia. Brutal paradoja.
¿Cómo pudo un artista popular excepcional como León Gieco soportar cantar en tan dramático contexto "que la muerte no me sea indiferente" de su himno "Sólo le pido a Dios" sin la menor incomodidad?
¿Cómo no hubo ni un solo artista que se excusara de actuar aquella triste noche en solidaridad con tantos argentinos que estaban sufriendo todo tipo de ataques?
La violencia escrita y verbal alcanzó niveles inauditos. Luis D'Elía llegó a ponerles precio a los muertos por Twitter: los de 2001 valieron más porque "luchaban contra el neoliberalismo"; éstos eran material descartable porque "fueron a robar en complicidad con la Policía", los difamó.
Estela de Carlotto se mostró fría y calculadora frente a la lista de víctimas al punto que el fiscal que juzgó a las Juntas de Comandantes, Julio César Strassera, le asestó que había perdido su condición de defensora de los derechos humanos para convertirse en mera "aplaudidora" de la Presidenta. Hebe de Bonafini vociferó contra "las televisiones de ellos", que promueven "disparates".
El "relato" vareó otra vez al juez de la Corte, Raúl Zaffaroni, por sus habituales circuitos de comunicación (Canal 7, Página 12, Radio Nacional) para pontificar sobre su nueva tesis: ahora son los policías los que ostentan el papel desestabilizador que en otras épocas tuvieron los militares. Y listo.
Todo sucedió al tiempo que el oficialismo le daba luz verde al ascenso de César Milani, que Bonafini promocionó con un reportaje en su revista en el que quedaron en buscar juntos más papeles comprometedores de la dictadura en edificios militares y en ir a las villas para hacer trabajo social. Para agregar más leña al fuego suspendieron al fiscal José María Campagnoli; los hinchas de Boca vandalizaron la zona del Obelisco (con la derivación luctuosa de otra baja mortal), y Cristina Kirchner volvió a irritar desde Twitter.
Hay que admitir que el "espíritu navideño" que enternece a tantas sociedades, en la Argentina tiene una impronta muy particular..