Claudia Noemí Romero Malvinas
ULTIMOS MINUTOS DE UN HEROE DE LA PATRIA .........."
El Teniente Estévez estaba recorriendo las posiciones, gritando órdenes
a derecha e izquierda, todo esto, repito, bajo el terrible fuego
enemigo. Al salir del pozo contiguo al mío recibió dos balazos en el
brazo y pierna izquierda, respectivamente. Tambaleándose, llegó al pozo
donde yo me encontraba. Este valeroso oficial, sin preocuparse de sus
propias heridas, me preguntó por las mías, pues yo estaba
ensangrentado. Le contesté que podía arreglármelas. Estévez tomó un FAL y
comenzó a disparar; luego, por radio estuvo dando nuevas órdenes. Mi
MAG la tomó otro soldado del 12 y abrió fuego contra el enemigo. Ese
soldado recibió un balazo en la cabeza, obra de francotiradores –los que
mayores bajas causaron en nuestra dotación– y cayó muerto. Éramos cinco
en el pozo en ese momento. Comenzamos a soportar fuego directo de
morteros y las cercanas explosiones de los proyectiles que caían nos
arrojaban lluvia de tierra sobre nuestras cabezas. Estévez, lo repito,
sin importarle sus heridas, tomó el casco del soldado muerto del 12 y me
lo colocó en la cabeza para protegerme, ya que nosotros usábamos boinas
verdes y eso no protege nada ante una bala o una esquirla.
En ese
momento recibió un nuevo balazo en el pómulo derecho y se desplomó
pesadamente a mi lado. Tratamos de auxiliarlo y le oímos decir algo, que
nadie entendió, y luego expiro. Como estaba cargado de granadas,
cualquier proyectil podía impactarlas y volarnos a todos, se las
quitamos y sacamos el cuerpo fuera del pozo. Luego, afuera, su cuerpo de
héroe recibió numerosos balazos más, quedó casi irreconocible y la
prueba de esto es que luego del combate lo reconocieron por la manera
especial que tenía, como lo hacen los comandos, de atarse los cordones
de los borceguíes. Tomé la radio y después de algunos intentos logré
comunicarme con el Teniente Coronel Piaggi y le informé que Bote (nombre
clave de Estévez) estaba muerto. Le pedí instrucciones: “Esperen y
aguanten hasta que lleguen los Pucará de apoyo”- me contestó. Los Pucará
nunca llegaron. Entretanto, los ingleses habían logrado tomar las
alturas y desde allí su fuego nos estaba acribillando. El Subteniente
Peluffo, para evitar un inútil derramamiento de sangre, ya que habíamos
agotado todas nuestras municiones, alzó la bandera blanca y todo terminó
para nosotros. Recuerdo que en nuestras posiciones los muchachos se
pusieron a fumar o comer chocolates y caramelos, embargados de una total
tranquilidad y satisfacción por haberse batido como bravos.