“Archivos de mi viejo arcòn
“
Leyendo los viejos “Verbos”
Por Federico Carlos Scharn y Vidal.
DESPUÉS DE LA BATALLA DE PUERTO ARGENTINO.
.Por el Prof. Dr. Alberto Caturelli (Invitado a
Cracovia por el fallecido Papa S. S.
Juan Pablo II para; dictar clases de Filosofía, he compartido con él un Retiro
y amistad en Luján hace un par de años)
A pesar de las victorias parciales y del gran triunfo aeronaval, la
victoria nonos fue dada. La tragedia de Puerto Argentino se ha abatido sobre
toda la nación. Dios, en su insondable sabiduría, sabe por qué. Hasta el último
argentino está convencido, con o sin guerra, que este proceso comenzó en 1833
no sólo no ha terminado sino que ha recomenzado y que debe seguir rogando por
la victoria.
Sin embargo, más allá de las pasiones y pequeñeces de los hombres, de
las contradicciones en las que caen cuando el dolor domina, es menester
preguntarnos por el significado que tiene, en sí mismo, este acontecimiento. ¿Qué
debemos pensar? ¿Qué debemos hacer?
Dos repuestas surgen espontáneamente ya desde la perspectiva de la historia , ya desde el ámbito de la fe.
Veamos la primera: a) Ante todo, la “locura“
del gesto del 2 de abril retomando las Malvinas, inauguró una suerte de
revolución contra los grandes bloques que se han repartido el mundo y semejante
revolución sigue vigente más que nunca. Para los ojos de la Europa geográfica (que no la del espíritu) un remoto
país del sur de América del Sud, ha osado levantarse
contra el reparto de Yalta. Por eso es menester
aplastarle. El ejemplo no debía cundir sobre todo sobre sus hermanos
iberoamericanos que sufren de análogos despojos territoriales. Gesto está ahí,
regado por la sangre de sus jóvenes soldados.
Don Quijote está vivo en el Atlántico Sur. Ha osado enfrentarse con los
gigantes (los molinos de viento de la historia ) y,
por eso dice a Sancho : “quítate de ahí, y, ponte en oración en el
espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla “.
Y que quede maltrecho, este gesto no es vano y, alrededor de él pueden
aunarse las voluntades de aquellos que nada tienen que ver con el espíritu de Yalta.
b) simultáneamente surgen consecuencias inmediatas y meditas.
Ante todo, el gran conjunto de
naciones ibéricas, que tienen comunidad de lenguas, de historia, de fe y
de cultura, convencidas que nada tienen en común con el espíritu secularista de ambos bloques, deben constituir como una gran nación federativa. Mediante, lograr el poder
necesario, desde lo económico al militar, para hacer oir
y respetar su voz. El gran proyecto bolivariano que se hace idéntico con el
pensamiento sanmartiniano es, hoy, más actual que nunca .En consecuencia, es
menester ahondar, extender y consolidar la unión iberoamericana.
c) Para los argentinos que tienen una causa justa
de guerra desde 1833, ya no hay paz ni puede haberla mientras continúe la
violación de un derecho cierto. A pesar del silencio de las armas. La
paz, en cuanto es la tranquilidad en el orden, se identifica con el orden justo
y, por eso, es redundancia hablar de “ paz justa
“. Toda paz auténtica es justa o no es paz y no existirá paz justa, en caso concreto de Malvinas,
mientras no sean restituidas a su legítimo dueño.
d) Por todo lo dicho, a través de la tragedia, del dolor, de la
heroicidad, no debemos perder de vista los valores positivos de esta
“fiera y desigual batalla”: En el plano mundial, porque existe un
país que se ha jugado entero por valores en los cuales el mundo de la Europa geográfica y de la América anglosajona
ya no cree; ahora más que nunca, casi ya no existe país que no esté convencido
de los derechos argentinos sobre las Islas del Atlántico Sur. En el plano
iberoamericano, es la hora de la unión que no llegará como parte de magia, pero
que debemos forjar humildemente y tenazmente para ofrecer a la historia
universal una nueva salida positiva fundada en el espíritu cristiano En el
plano interno, nacional, de la
Argentina, superada la profunda crisis que era de prever,
será menester asumir esta tremenda responsabilidad histórica, enderezar los
rumbos torcidos, reconstruir lo destruido en todos los campos y ser dignos de
la vocación histórica, es decir del llamado de Dios a la Argentina cuyo sentido
debemos esforzarnos por comprender.
Tengamos fe.
Veamos la segunda perspectiva que nos proporciona una repuesta desde el
ámbito de la fe:
A pesar del dolor, desde el dolor y por causa del dolor, comprendemos
que jamás es inútil la sangre derramada por la Patria. Ya hemos dicho que el
amor a la Patria
es una forma de la caridad o del amor a Dios. Y el hombre cristiano sabe por la
fe que quien muere por el bien común de la Patria, muere por sus hermanos. En tal sentido
participa de la Pasión
y Muerte de Cristo. El no tenía pecado y, sin embargo, derramó su sangre por
sus amigos, por sus hermanos, por nosotros. De ahí que quien muere por la Patria, participa realmente de la
Pasión y Muerte de Cristo; por eso, su sangre,
como la del Redentor, cura y limpia ;la sangre del que
muere por la Patria
es, pues, redentora en virtud de su con-morir con Cristo; es, por eso mismo,
penitencial, y no sólo limpia y purifica a quien entrega su vida sino que nos
limpia y purifica a todos sus hermanos.
Además, el testimonio de la sangre es el más eficaz, aunque así no lo
vean los que están ciegos para estas cosas del espíritu.
En el caso concreto de Malvinas, asombrado Pierre Clostermannn,
el gran héroe de la aviación francesa, por el valor de los pilotos argentinos
“que fueron a la muerte con el coraje más fantástico y más
asombroso“, dice en su carta a los aviadores argentinos: “ La verdad vale únicamente por la sangre derramada y
el mundo cree solamente las causas cuyos
testigos se hacen matar por ellas “ (cf.La
Prensa, 15.6.82 ).
Todavía queda en el misterio la pregunta que muchos se hacen a si
mismos ¿Por qué Dios permite el triunfo de la injusticia ?.
No podemos responder a esta pregunta sin pretender temerariamente penetrar en
la voluntad de Dios. Adelantemos
únicamente que nosotros somos miopes en nuestro diálogo con Dios. Y
ahora confieso que, cuando rogaba fervorosamente por la victoria en mi pequeñez
me atrevía hacerle a Dios una “aclaración“:Soy miope, Señor, no puedo ver más allá de mi nariz; desde
mi miopía. Te ruego por la victoria de
esta causa justa. Si tienes dispuesto otros caminos o sea la victoria debe
esperar, que sea Tu voluntad y no la mía
Agosto de 1982.