El alegato final de Etchecolatz
El pasado 18 de diciembre, el Tribunal Oral Federal 1 de La
Plata, integrado por los jueces Carlos Rozanski, Mario Portela y Roberto
Falcone dictó 15 condenas a prisión pertpetua, entre ellas al ex ministro
de gobierno bonaerense durante el último proceso militar, Jaime Smart, por
delitos cometidos en seis centros de detención del denominado Circuito
Camps. Además de Smart, recibieron la misma pena, entre otros, el ex jefe
de Investigaciones de la policía bonaerense, Miguel Etchecolatz, y el ex
subjefe de la fuerza, Rodolfo Aníbal Campos. El siguiente es el texto
completo del alegato final de Etchecolatz, de fuerte contenido
político.
Quiero que sean mis primeras palabras un sincero y sentido
agradecimiento a mis incansables defensores oficiales Dres. Laura Díaz,
Adriano Liva y Daniel Ranuschio quienes por razones de
prudencia estimaron aconsejable no ventilar la verdad descarnada, dura y
cruel de lo que debieron sufrir durante el juicio cuando se vieron
enfrentados a una realidad de perfiles dramáticos y sorprendentes que los
obligaron a ceñirse a la única alternativa que el tribunal les ofreció:
ajustar su labor a una tan sólida como ineficaz defensa técnica.
Estoy aquí para ser condenado. Yo puedo decir parafraseando a Marco
Anneo Lucano, “Nadie resulta inocente cuando su adversario es el
juez”, porque, jueces del tribunal, ustedes no han venido aquí a
juzgar. Ustedes han decidido que soy su enemigo y siendo parte de la causa
han venido, más allá de razones y pruebas, a condenar.
Me van a condenar por haber cumplido la orden de enfrentarme a
aquellos que atacaron a mi Patria. Me van a condenar por lo que dijo y
ordenó en su momento el Señor Presidente de la Nación, Tte. Gral. Juan
Domingo Perón luego del cruento ataque terrorista a una unidad militar:
“Nosotros vamos a proceder de acuerdo con la necesidad, cualesquiera
sean los medios. Si no hay ley, fuera de la ley también lo vamos a hacer y
violentamente. Porque a la violencia no se le puede oponer otra cosa que
la propia violencia.” Y nunca me cansaré de destacar que nosotros
siempre actuamos dentro de la ley vigente que en estas circunstancias era
el Código de Justicia Militar.
Por tercera vez me enfrento a un tribunal revolucionario, tercera vez
que no será la última ya que no faltará alguien que amañando hechos o
tergiversándolos, fragüe otra causa. Yo no soy un acusado común, jueces
del tribunal, yo, y todos los que combatieron la subversión- hoy
prisioneros de guerra condenados o por condenar- somos el enemigo.
En otro País, con otra justicia, esta animadversión sería severamente
penada ya que sería calificada de prevaricato. Aquí es solo un episodio de
menor cuantía y no faltarán ocasiones para que espurias asociaciones
ilícitas formadas por la malquerencia de inquisidores y el resentimiento
de presuntos vengadores imaginen nuevos hechos y falseen situaciones que
ocurrieron más de treinta años atrás. No ha habido, no hay, ni habrá en
esta clase de juicios, argumentos que sean conformes a derecho ni testigos
que no hayan sido adiestrados en la falacia y el enredo.
En estas condiciones, prestos a ser lanzados a un circo donde no les
espera otra cosa que un pulgar dirigido a tierra, hay mil doscientos
cincuenta argentinos que cumplieron con la orden de defender a la Patria.
Para ellos no hay Pacto de Costa Rica ni, menos aún, Constitución
Nacional. Serán condenados de la exacta manera que hacen conmigo, apelando
a leyes posteriores a la comisión de los presuntos delitos de los que son
imputados, limitando arteramente su derecho a la defensa y sin tener en
cuenta los problemas de salud que por su edad arrastran.
En estas condiciones y a causa del tiempo que esa entelequia llamada
“justicia argentina” se toma para inventar causas y encontrar
testigos “confiables” ya han muerto en miserables condiciones
ciento noventa y cinco de ellos.
Es mentira que ustedes estén aquí para juzgar. En verdad están
cumpliendo el mandato de mostrarle a la República lo que les sucederá,
de aquí en más, a aquellos que acatando órdenes deban defender a la Patria
de una agresión terrorista. No solo van a condenar a todos aquellos
que el poder político del momento, ante el cual se postran, lo ordene sino
que al actuar así han demostrados ustedes que no son ni rectos ni
ecuánimes. Solo para demostrarlo quiero hacer referencia al episodio del
día que un testigo propuesto por la fiscalía se presentó como “mano
derecha” del jefe terrorista Mario santucho y pidió que se le rindiera
un homenaje a éste y a los “héroes” que colocaron una bomba en la
Jefatura de Policía de La Plata donde hubo muertos y heridos entre los que
yo me encontraba. Ninguno de ustedes, jueces, ni el fiscal dijeron palabra
alguna ante esta apología del delito. Se mantuvieron en un sistema
pusilánime que asquearía a cualquiera que creyera que el juicio se
desarrollaba en un País que presume de respeto a las leyes. Cuando les
pedí a mis abogados defensores que pusieran fin a ese agravio el juez
Rozanski, presidente del tribunal, me increpó agregando que de repetirse
mi actitud sería expulsado de la sala.
¿Acaso me puede asombrar esta actitud?, de ninguna manera, desde hace
tiempo sabemos que esta es la impronta con la que se iban a llevar a cabo
esta sesiones de revancha. Me sobra experiencia para afirmar esto ya que
previo a este juicio la Cámara federal de La Plata, en esos autos de fe
pretendidamente jurídicos que se llamaban pomposamente “juicios por la
verdad”, quiso tomarme declaración juramentada. Ante eso, me vi en la
obligación de recusar a dos de los tres magistrados que la integraban.
¿Por qué debí hacerlo?, porque uno de los magistrados que componía la
Cámara había sido detenido en 1977, siendo yo Director de Investigaciones
de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, por integrar como abogado
lo que en ese entonces se denominaba “liga de compradores” y que no
era otra cosa que una banda de veintitrés delincuentes dedicados a
intimidar a los asistentes a los remates judiciales. La otra persona a la
que recusé era un abogado que según constancias judiciales tendría un hijo
“desaparecido” y que habría estado éste en áreas bajo mi mando, lo
que significaría que ese juez estaría frente al presunto responsable de la
“desaparición” de su hijo lo que hacía cuestionable su
imparcialidad. No obstante al expresar que ello no le impedía actuar en mi
caso no se hizo lugar a mi pedido de recusación en ninguno de los dos
jueces. Como no se hizo lugar a mi pedido, ante tan flagrante despropósito
opté por abstenerme de declarar.
Sería imposible seguir adelante sin considerar la lamentable actitud
del fiscal a lo largo del “juicio” ya que contrariamente a lo que
lo obliga su ministerio- controlar la legalidad del proceso- optó por
convertirse en un querellante acérrimo negándose a evaluar las pruebas
ofrecidas por mi defensa.
Es ridículo apelar a la conciencia del fiscal ya que él sabe muy bien
que esta barbaridad jurídica que se ha cometido, carente de todo rigor
científico o técnico pero a la que ha armado con un amplio bagaje de
trucos, amenazas y provechos ha contribuido a poner a la justicia a merced
de testigos mendaces y de interrogatorios inquisitoriales y no había en él
otro motivo para ello que ponerla al servicio de la venganza personal de
aquellos que en su momento y arma en mano atacaron a la República y que
fueron derrotados militarmente por las armas de la Patria.
Pero este accionar perverso no existe solo en la mente del fiscal. Su
falta de ética y objetividad no termina en él, existe también en jueces
prevaricadores, en testigos falsos y falaces y en pseudo defensores de los
derechos humanos.
En el colmo del disparate el fiscal me acusa de integrar un siniestro
plan de persecución de “jóvenes idealistas”, plan que nunca integré
pues no se si existió realmente o si solo se gestó en la vertiginosa
fantasía del fiscal- ya que ninguna prueba tangible pudo ofrecer de esto
más allá de una presunción subjetiva carente de lógica- que fue, a lo
largo del juicio, inagotable pero contradictoria constituyendo un buen
final para la culminación de una farsa jurídica de exhaustiva
endeblez.
Ustedes, quienes integran este tribunal, tienen la liviandad de
espíritu de juzgar una guerra, la peor clase de guerra que es aquella que
desata el terrorismo, con un código penal desconectado de lo que fue la
realidad de entonces. Han hecho oídos sordos a quienes de verdad conocen y
saben como fue esta guerra e inclusive a lo que pensaban quiénes la
desataron. Sólo les traigo a cuento una frase de un jefe terrorista,
Rodolfo Galimberti: “Si ellos hubieran peleado con el Código
bajo el brazo, perdían la guerra.”. Se equivocaba
Galimberti, la guerra se ganó militarmente con el código bajo el brazo
porque siempre peleamos siguiendo las directrices del CJM.
Si hubiéramos perdido la guerra para hombres como ustedes solo se
habrían abierto dos caminos; de ustedes, aquel que se considerase hombre
de criterio libre no habría habido futuro en una estado de lacayos, pero
si se hubieran considerado “revolucionarios”, al menos habrían tenido la
ventaja de no tener que torcer sus conciencias acomodando las leyes a una
situación determinada porque ustedes, quienes integran este tribunal,
están acá respondiendo no al cometido de enaltecer la justicia sino de
afirmar un concepto político más que jurídico. Ustedes han venido aquí a
condenar, no a juzgar porque el poder político así se los ha
ordenado.
Quizás crean que con la condena que me impongan honran a la justicia,
pero saben en su fuero íntimo que solo han consagrado la injusticia del
poder. Ustedes no son jueces, ustedes son instrumentos de ese poder que ha
decidido que aquellos que hoy estamos en la posición de derrotados, seamos
sentenciados previo paso bajo las horcas caudinas de estos simulacros
judiciales. Y es este poder quien los ha incitado u obligado a quitarse de
sus conciencias todo tipo de escrúpulo moral que en ellas hubiera y les ha
exigido despojarse de cualquier atisbo de ecuanimidad que en ustedes
existiera.
Ustedes, en esta hora infame de la revancha tienen el demérito de
haber cambiado la justicia por un tipo de demagogia revolucionaria en la
cual solo pueden creer aquellos que con nuestra condena creen haber ganado
algo. Ustedes, considerándose mis enemigos quedarán satisfechos con la
condena. A mi me dejarán donde quieran junto con algo que ningún tribunal
podrá quitarme, el orgullo de haber combatido por mi Patria contra los que
la agredían. Lo que ustedes hagan, dejó de importarme hace mucho porque
como dice San Pablo, “A los ojos de Dios no son justos los que oyen
la ley, son justos los que la practican”
Miguel Etchecolatz
Prisionero de guerra