Tres batallas en las que la picaresca dio la victoria a la menguante España del siglo XVII
Día 28/12/2012 - 20.49h
Desde disfrazarse de musulmanes hasta lanzar ganado contra sus enemigos, los ejércitos de Felipe III hicieron todo lo que estuvo en su mano para acabar con sus contrarios
Siempre se ha dicho que uno de los principales factores para alzarse con la victoria durante una batalla es la estrategia.
Sin embargo, en pocas ocasiones este proverbio ha guardado en su
interior tanta verdad como para los españoles, los cuales, durante el
reinado de Felipe III, protagonizaron tres batallas en las que hubieran sido aplastados por el enemigo si no hubieran utilizado su tradicional picaresca
Y es que, durante el Siglo XVII la situación de España,
aunque hegemónica en el mundo (pues su territorio se extendía desde las
colonias americanas hasta Asia pasando por Europa), era financieramente precaria. Por ello, Felipe III no tuvo más remedio que recurrir a una política pacifista y de alianzas para así no perder en batalla los territorios españoles.
Estas dificultades económicas, unidas a la amplitud del territorio español, provocaron que fuera en ocasiones muy dificultoso disponer de un contingente militar suficiente en todos los lugares colonizados.
Sin embargo, para suplir la inferioridad numérica ocasional, los
soldados se valieron de todo tipo de estratagemas más propias de una
película de ciencia ficción que de la realidad.
Así lo explica el escritor Eduardo Ruiz de Burgos Moreno en su libro «La difícil herencia» (editado por Edaf),
en el que analiza varias decenas de contiendas que se produjeron
durante el reinado de Felipe III. «A pesar de la mejor voluntad real,
las inmensas posesiones españolas se vieron una y otra vez atacadas y,
en sólo diez años, obligaron a sus ejércitos a mantener 162 batallas
repartidas por todos los confines terrestres», determina en el texto.
Jamaica, preparada contra piratas
La primera de estas curiosas batallas se sucedió cuando una flota inglesa trató de atacar la posición española situada en Jamaica (en esos momentos propiedad de la familia de Cristóbal Colón).
Sin embargo, se encontraron con unos aguerridos defensores
acostumbrados a combatir contra piratas, algo muy usual durante el
Siglo.XVI. «No es infundado el temor a los ataques de bandoleros
marítimos que roban y saquean ciudades y puertos, pues durante años
trataron de capturar especialmente las mercancías de los buques de transporte españoles en aguas americanas», establece Ruiz de Burgos
En aquellos años, los piratas suponían un auténtico
quebradero de cabeza para los enclaves españoles, a los que acosaban sin
tener ningún tipo de piedad. «Especialmente temidos eran los
filibusteros franceses, genoveses y portugueses, que hostigaban
profundamente a los colonos españoles, víctimas de sus asaltos, saqueos y
asesinatos», sentencia Ruiz de Burgos.
Además, en palabras del experto: «En el mar Caribe, un
lugar ideal por la abundancia de islas en las que pueden refugiarse, los
buques piratas atacaban por lo general desde los apostaderos que tenían
en el puerto del Manzanillo en el golfo cubano o desde los puertos de
Santa Ana y Guabayara en la Isla de Jamaica».
Ganado contra ingleses
En cambio, no fueron piratas los que atacaron aquel 24 de enero del año 1600 la actual ciudad de «Spanish Town», sino una flota con una bandera tradicionalmente enemiga de España. «Eran 16 buques ingleses al mando de Christopher Newport», explica el experto. Sin embargo, no distaban mucho de ser filibusteros, pues este capitán había sido formado por Francis Drake, un reconocido corsario anglosajón.
«Afortunadamente para los habitantes de la villa, su
llegada había sido apercibida con suficiente antelación (…), dando
tiempo a que su gobernador (…) organizara las defensas de la villa con
los apenas 200 hombres armados con los que podía contar», añade Ruiz de Burgos.
Para los ingleses, la batalla estaba ganada antes incluso
de comenzar. La superioridad de fuerzas era abrumadora, al igual que la
potencia de fuego de sus navíos. Sin embargo, había algo con lo que no
contaban: el ingenio que los españoles demostraron durante todo el combate.
Tan sencilla veían la conquista los ingleses que incluso
trataron de convencer a los defensores de que se rindieran antes de
comenzar la contienda. «Desembarcaron un emisario enarbolando bandera
blanca en una chalupa que se acercaba a la playa (…). Allí, a unos
centenares de metros (…), los defensores estaban atrincherados y habían
situado un cañón para impedir un posible desembarco (…). A estos
españoles, el mando inglés, a través del emisario, les exigió la
rendición formal bajo amenaza de pasar a cuchillo a todos los
defensores», explica el escritor en el libro
En ese momento, los españoles comenzaron a utilizar sus
estratagemas, como bien determina el escritor: «Aprovechándose del
entrecortado español que hablaba el enviado inglés, y fingiendo no
conocer ninguna otra lengua, los españoles (…) dilataron los tiempos de las respuestas y, así, ganaron un tiempo precioso para preparar mejor la defensa».
1.5000 ingleses no consiguieron derrotar a 200 españoles
Pero los dos centenares de españoles ya habían planeado su
siguiente movimiento. Para defenderse, usaron una táctica cuanto menos
original. Concretamente, ataron antorchas encendidas a los cuernos de todo el ganado que había en la ciudad, lo que enloqueció a los animales. Posteriormente, los liberaron y los lanzaron contra sus desprevenidos enemigos.
«Los ingleses primero oyeron un terrible estruendo, después, vieron
ante sí una inmensa polvareda que no llegaban a entender y, finalmente,
sufrieron una imprevista embestida de toros y vacas», explica el
escritor.
Confundidos y desorientados por las aterrorizadoras
bestias, los soldados de la vanguardia inglesa que no fueron arrollados
retrocedieron desorganizadamente y se abalanzaron sobre sus camaradas de
las filas posteriores. «Como consecuencia se generó una cascada de
fugitivos que terminó en una gran huida en desbandada que dejó tras de sí una cincuentena de muertos ingleses por aplastamiento», determina Ruiz de Burgos.
Tras reunirse junto a la costa, descubrieron que sus planes
habían dado un giro inesperado. «Para el cuerpo expedicionario del
almirante Newport era más que suficiente. Los soldados desistieron de
avanzar hacia el interior y sólo querían ser embarcados en sus buques.
Sin haber logrado disparar un solo tiro, las pérdidas se les antojaron
excesivas. No sabían bien lo que había sucedido, pero convencidos de que
a los defensores no se les podía derrotar, (…) se hicieron a la mar y abandonaron definitivamente la isla», finaliza el experto.
Una victoria «disfrazada»
Otra de las contiendas en la que los españoles demostraron su capacidad de improvisación se sucedió el 18 de julio de 1602, en Túnez. Ese día, una flota católica asaltó por sorpresa el puerto de «Hammamet», regentado por piratas turcos. «El ataque corrió a cargo de 350 infantes españoles y caballeros
a las órdenes de Malta y de la toscana (…) embarcados en 5 galeras de
la escuadra española de Sicilia y 5 fragatas de tres mástiles», añade
Ruiz de Burgos.
Los españoles se hicieron pasar por turcos para acercarse a sus enemigos
«La vanguardia española llegó al puerto en 5 ligeras falúas
(pequeña embarcación destinada al transporte de infantería), de dos
velas triangulares y un mástil ligeramente inclinado hacia la proa, como
las falúas musulmanas», determina el experto.
En cada una de las embarcaciones el engaño estaba listo. Los españoles cambiaron sus banderas por las turcas y se disfrazaron con turbantes para hacerse pasar por los refuerzos que los defensores esperaban. Además, y para asegurarse de que no se descubriera su trampa, se ordenó a varios soldados que tocasen bendires, crótalos y laúdes,
instrumentos usados en la música tradicional árabe. «Así, disfrazados,
les resultó sencillo ser confundidos con los turcos que estaban
esperando», comenta el escritor.
Una trampa que valió una batalla
La mascarada salió a la perfección, y los defensores se
creyeron el engaño. «La estrategia española permitió a la escuadra
anclar muy cerca de tierra (…) Incluso la guarnición de “Hammamet” salió
a recibirlos a la playa acompañada por una gran multitud que se
agolpaba sobre el muelle del puerto.», explica Ruiz de Burgos.
Lamentablemente para todos ellos no eran los refuerzos que esperaban,
sino los barcos cristianos. Fue demasiado tarde cuando se dieron cuenta del grave error que habían cometido.
«Sorprendida la multitud al descubrir el engaño apenas pusieron pie en el muelle los atacantes, huyeron a refugiarse hacia las murallas de la villa.
(…) Los despavoridos civiles arrollaron a los soldados de la
guarnición, mezclándose entre ellos, lo que produjo caídas y
agolpamientos que generaron una mayor confusión», explica el escritor.
Para entonces los españoles ya habían descargado una salva de disparos sobre los turcos y les atacaban furiosos espada en mano.
La victoria fue aplastante, concretamente, murió casi medio millar de turcos.
«Los atacantes, una vez saqueada y destruida completamente la ciudad,
se embarcaron de regreso en dirección a Malta, poco después de avistar
que se aproximaban por tierra más de 3.000 jinetes e infantes moros que,
a toda prisa pero demasiado tarde, llegaban para auxiliar a los
defensores de la villa», sentencia Ruiz de Burgos.
20 españoles contra cientos de indios
Finalmente, la última parada de este viaje debe hacerse en Colombia,
donde la dificultad para transportar tropas españolas provocó que los
soldados tuvieran que agudizar el ingenio para sobrevivir. Por aquellos
años, los habitantes del lugar (los indios pijaos)
trataban de combatir a los españoles usando la guerra de guerrillas,
pues sabían que un enfrentamiento en campo abierto contra ellos
supondría una estrepitosa derrota.
Por su parte, la táctica de los españoles para defenderse
de los continuos ataques de los indios se basaba en edificar pequeñas
fortificaciones para reducir al máximo el número de bajas. Uno de estos
puestos, el de San Lorenzo de Maitó, defendido por apenas 20 españoles al mando de Diego de Ospina, era de los más castigados de la zona.
Por ello, los defensores decidieron un 16 de mayo de 1607 urdir una curiosa treta para atraer a sus enemigos hacia una trampa. En primer lugar, hicieron correr el falso rumor entre los posibles espías indios de que la mayor parte de la guarnición estaba enferma. A continuación, y una vez cumplida esta parte del plan, alentaron a los enemigos para que les atacasen.
«El capitán Pedro Marcham penetró en el páramo de Bulica (…) y encendió
una falsa fogata para engañar a los guerreros pijaos, ya que era su
señal de convocatoria para el ataque», determina Ruiz de Burgos.
Para atraer a los indios, hicieron correr el rumor de que estaban enfermos
«Fue el propio capitán Marcham, junto al soldado Juan Bioho, el que consiguió de un certero arcabuzazo acertar en el pecho de Kalar-cá, que cayó muerto,
al igual que muchos de sus guerreros, antes de que los sorprendidos
supervivientes indios se dieran a la fuga», explica el escritor. Con
esta ingeniosa treta, 20 españoles consiguieron resistir el asalto de
centenares de indios.