Finalmente, algunos de los más íntimos allegados a Cristina Fernández -de la operación no fue ajeno su hijo Máximo- lograron convencerla de la necesidad política de quitarlo a Amado Boudou de la escena cada vez más complicada. La idea consiste en exigirle que pida una licencia que deberá concederle el Congreso, a los efectos de librar el camino para encontrar una solución a la crisis que al gobierno ya se le descontrola. Para colmo, desde unas horas antes, la estabilidad emocional de la Presidente de la República, enferma, tuvo un ataque de descontrol al compás de su desilusión por los noveles y jóvenes funcionarios en los que había depositado su esperanza. Todo se le viene abajo; la incautación de YPF se convirtió no sólo en un fiasco sino en un camino virtualmente sin salida; el inútil Canciller es más un lastre que un consejero en busca de soluciones; el vínculo con Tomada -ministro clave ante el problema de la CGT que también se le fue de las manos-, enfriado, ya no es el de antes; De Vido quiso más de una vez tomar distancia en las últimas semanas y hasta el propio Carlos Bettini, a quien tiempo atrás hizo venir de la embajada en España, había sido cortante cuando rechazó el plan que la viuda estaba dispuesta a llevar adelante y se volvió a Madrid. No aceptó ser su mano derecha en nombre de una vieja amistad revolucionaria y viajó para seguir con los negocios que favorecían a muchos ubicados en la cúspide del poder.
Empecinada, la Presidente siguió adelante con su proyecto, que ahora vino a definir como “cultural”, es decir, un cambio profundo, total, en la sociedad argentina, sus modalidades y costumbres. Intuye que “La Cámpora” no cumple ese rol modificatorio que se había propuesto y ahora hasta el mismo Horacio Verbitsky tomaba distancia. Su ausencia en el acto de celebración por el aniversario de Página 12 le resultó inexplicable y comenzó a escuchar las sugerencias en el sentido de que debe tomarse un descanso. Así, la mañana de ayer registró movimientos febriles en la Quinta de Olivos, mientras reclamaba “los papeles” que incriminaban a Amado Boudou en complejos negociados. El candidato elegido a dedo también fallaba en la arquitectura que pensaba armar, dirigir y utilizar para lanzarse al estrellato continental y llenar el vacío que dejaría la muerte de Hugo Chávez.
Mientras se decidían las medidas que asegurarían la salida del guitarrista para convertir a la Presidente Provisional del Senado, señora de Alperovich, en segunda en la sucesión, llegaban las noticias de las dificultades en que habían derivado la maniobra contra Daniel Scioli: el campo resistiría hasta lo inimaginable el denominado “impuestazo” que debía contribuir a las arcas que maneja el Poder Central y en su intimidad se reconstruía el fantasma de “la 125”, la primera y gran derrota que marcó un punto de inflexión en la marcha ascendente de Néstor Kirchner.
Sus asesores de inteligencia le daban cuenta de grupos activos de productores ubicados sobre las rutas importantes que desembocan en la Capital Federal, las entidades de la Mesa de Enlace no ocultaban los planes para extender el conflicto a todo el país, por el profundo contenido ideológico que implicaba el peso impositivo que acató Scioli. Los economistas “destituyentes” destacaban que las reservas genuinas del Banco Central no superaban los diez mil millones de dólares y nadie sabía responderle con qué recursos se pagarían los combustibles que habrá que importar. Los números de Axel Kicillof no cerraban, los dólares que esperaba de la cosecha no alcanzarían por culpa de la sequía y debió aceptar grandes quitas a los envíos de fondos a las provincias. Sólo favorecería -como siempre- a los gobernadores más fieles, pero lo concreto lo tenía delante de las narices y debía tomar decisiones. “Too much” se dijo a sí misma y la idea de sus hijos en el sentido de tomarse un descanso era tentadora. La mujer de Alperovich era “del palo” y no modificaría el rumbo que quería imponer a los argentinos.
En La Plata, Scioli, siempre dudoso, se debatía entre la necesidad de los recursos que le debían y la cesación de pagos en que incurriría si no llegaban. Pero lo más caro para su futuro sería agachar la cabeza ante las exigencias de la Casa Rosada, aplicar el impuestazo, malquistarse definitivamente con un sector que antes lo había votado y, lo que será peor, la imagen de acatamiento a la que sometía su figura ¿Quién lo respaldaría en busca del Sillón de Rivadavia si no sabía “mostrar los dientes” justo en el momento en que debía hacerlo…? Pese a todo y mientras las primeras filas de productores presionaban en La Plata, el gobernador tomó la lapicera y confirmó aquello de que “un gobernador de Buenos Aires nunca sería presidente de la Nación”. El motonauta se suicidó políticamente pero debemos reconocer que ese hecho modifica el cuadro político para el futuro cercano del país.
De todos modos, el conflicto ahora gira sobre sí mismo y apunta al Gobierno Central, que comienza a retacear los aportes que les corresponden a las provincias y éstas a sus municipios. Desde el Ministerio del Interior (que parece no existir) se anuncia a los gobernadores que deben esperar hasta el mes de agosto para recibir fondos aliviadores y mientras tanto aparecen las monedas locales (recordarán nuestros lectores que así lo anticipamos) y ahora aparecieron en escena los problemas derivados de las prohibiciones sobre el dólar. Industrias grandes, medianas y pequeñas deben cerrar sus puertas, como sucede, por ejemplo, en la siempre explosiva Córdoba. Allí la planta de la FIAT inició la suspensión de personal y posiblemente hoy cierre las puertas hasta nuevo aviso; la fábrica Renault, que tampoco puede importar autopartes, paralizará su línea de producción, en tanto la fábrica de motores Perkins dejó de funcionar y fue ocupada por sus operarios. La VW atraviesa por los mismos problemas y hasta las empresas de aire acondicionado para determinadas marcas de automotores suspendieron las entregas y por ende hicieron lo mismo con su personal. Idéntico panorama ofrecen fábricas más pequeñas, como la que entrega las alfombras para la FIAT, y concurrentemente, tal como sucede en todas partes, la actividad inmobiliaria está paralizada. En síntesis, miles de obreros viven de los sueldos cobrados hasta el momento y, en concreto, el campo y la industria no saben a qué atenerse, todo un tema al que sólo le falta que se incorpore la CGT y los gobernadores “blanqueen” sus inquietudes respecto del futuro institucional.
Pero ha sido el ciudadano de la calle quien tomó la iniciativa ante la inoperancia de los partidos políticos. Anoche, mientras los últimos ciudadanos abandonaban sus oficinas, la Plaza de la República fue testigo de una espontánea concentración que a los gritos y con ruidosas cacerolas reclamaba contra la corrupción y la inseguridad. Lo interesante fue que espontáneamente los automovilistas adhirieron a bocinazos, que se extendieron por toda la ciudad, llegaron a los barrios más alejados y durante casi una hora atronaron con cánticos que también llegaban desde los balcones y ventanas. Ya sabemos cómo terminan estas cosas. La rebelión civil se puso en marcha.
Carlos Manuel Acuña