LAS HORMONAS DE
LA
CALANDRIA
Como si esto fuera poco, el año le arranca seco y con problemas de salud
a la Calandria. Hasta parecería que enconos del más allá, tan invocado, se
hubiesen conjurado para apagar los festejos de la renovación de su mandato. Pero
ella es como es y, en ese sentido, no le faltan agallas: enfrentó. Aunque,
rodeada de loros -más ahora que ha sumado loros jóvenes, medio amargos- y algún
pirincho ambicioso, lo que le faltó es consejo.
El mal que la ha embromado, justo es decirlo, no es ni mucho menos culpa
suya. Aunque, también es cierto, le cabe el sayo porque no ha amagado con
resolverlo. Pero qué se le podía pedir a ella en esta materia si ni siquiera
está claro que el título que ostenta sea legítimo. No, la Calandria no sabe nada
de universidades.
Resulta que últimamente las universidades se han vuelto más y más
virtuales en la república que es también más y más virtual, disfrazada como está
de reino unitario. Las universidades virtuales, es obvio, dan por fruto
universitarios virtuales: profesionales que no sólo no tuvieron relación con la
realidad de sus disciplinas mientras estudiaban sino que, en muchos casos, ya no
tienen siquiera la posibilidad de adquirir el orden mental necesario para
enfrentar esa realidad cuando ejercen. Si, encima, esos profesionales se quedan
trabajando en el ámbito cerrado de la universidad, empiezan con frecuencia a
despreciar la experiencia que no alcanzan y que ni siquiera entienden en los
demás. Devienen así en teóricos, capaces de desarrollar enrevesadas clases, pero
temerosos de enfrentar los problemas con criterio propio. Y entonces reemplazan
el criterio por el “protocolo”. Es decir, meten a la fuerza el caso individual
en una regla que pretende ser general y que, en verdad, es una manera de hacerse
un poco menos responsables de su decisión.
Esa tendencia teorizante hacia las disciplinas comparadas podrá ser
aceptable si el universitario va a dedicarse a enseñar filosofía. Pero puede ser
catastrófica ante la resolución del caso particular cuando uno se encuentra
frente a un arquitecto, un ingeniero o un médico. Ya que, en tal materia, nada
más sabio que la máxima de un viejo observador que decía: “Profesor es el que
enseña lo que sabe; y si además lo hace, mejor”. Por supuesto, ningún
profesional virtual corre ni remoto riesgo de caer en esa lúcida
definición.
Entretanto, los “virtuales” –que no necesariamente suelen ser
“virtuosos”- se deslizan como peces en el agua entre los “protocolos”. Porque,
encima, los “protocolos” tienen la ventaja de hacerle creer a uno que, si los
conoce, sabe. Basta mentarlos para quedar automáticamente vestido con ese
ropaje, “consensuado” además en los etéreos foros internacionales. Todavía más,
lo protegen y lo cubren: ante la crítica, ante la “mala praxis” y, por ende,
ante la Justicia. A tal punto que hay países en el Hemisferio Norte donde, por
ejemplo, uno puede retirarse de una mala consulta médica con un impreso recién
salido de internet que le demuestra
que ha sido atendido dentro de los más recientes “protocolos” de la “medicina
basada en la evidencia”, aunque la experiencia clínica vivida haya resultado de
la peor calidad.
Así es como gran parte de las instituciones universitarias se
autocalifica “de excelencia”, aunque difícilmente haga las cosas
bien.
Algo de esto ha de haberle pasado a la Calandria con su salud porque
cuando el hornero le fue a comentar al tero sobre la cirugía de la mandataria,
el pájaro –con esa paciencia de los que han observado mucho- le
sugirió:
“Para mí que la Calandria no anda bien acompañada,
Sólo escucha a los que adulan su cerebro y su
figura.
Eso servirá en las buenas, pero si se anda en las
malas
Hay siempre que someterse a los que de veras saben.
Que “sospecha”, que “probable”, que “compatible”, que
cuento…
Esto no es para el “relato”, se lo aseguro y lo
siento.
En materia de salud -más antes de extirpar nada-
Hay que saber bien exacto lo que se tiene en la
mano.
Y cuando eso es imposible -porque a veces eso pasa-
Son otras alternativas las que tienen que estar
claras.
Porque el error, el apuro, el miedo o la obcecación
Pueden costarle muy caro al enfermo que confió.
Fíjese que esta señora, que por suerte estaba sana,
Tendrá ahora que tomar, de por vida y diariamente,
Hormonas que Dios le había dado con Su precisión.
Ya veremos cómo le anda: cuánto le influye en el
peso,
Cómo le afecta el carácter, qué pasa con la silueta…
Porque
usted sabrá, casero, que la cuestión hormonal
Es
de equilibrio difícil, no es para hacerla ‘virtual’.”