EDITORIAL DE LA NUEVA PROVINCIA
¡Puaj! |
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Lo más triste del bochornoso espectáculo brindado en las últimas horas por nuestros parlamentarios es que, al fin de cuentas, casi todos sus protagonistas son dignos de él. El espectáculo y ellos se merecen uno al otro. El escándalo artero, los balbuceos intrascendentes, el aire distraído de la mendacidad, la incoherencia hipócrita de toda una vida de engañar a sus votantes, son cosas que les sientan como un traje a medida. Habría sido menos triste, aunque sorprendente hasta el pasmo, que semejantes esperpentos públicos emparentados cada día más con la desfachatez y el cinismo pudiesen regalarnos algo distinto: una actuación, digamos, decorosa y de cierto nivel intelectual. Son lo que son. Son eso: son nuestra dirigencia política y a su costado cientos de miles de ciudadanos que deberían indignarse, desconocerles y echarles en la próxima elección del Congreso, pero prefieren sonreír y decir para sus adentros: "¿Qué querés con este país?". La vergüenza del asunto vuelve anecdótico por contraste cualquiera de sus detalles: un agravio, un cachetazo, un ir y venir de declaraciones proferidas por pusilánimes que en media hora se contradicen cinco o seis veces, un aire viciado a componenda y a oscuras instrucciones, sin siquiera el soplo refrescante del maquiavelismo genuino, ¿qué importan a esta altura? Corruptos pero previsibles, mediocres hasta el papelón. |