lunes, agosto 30, 2010

Padre Gustavo Caro - Misa tradicional, peregrinación a Luján, etc.

Estimado P. Gustavo Caro:

          Hoy fui a comulgar a Ntra. Sra de Loreto y delante de mí un joven se arrodilló para recibir la santa comunión. Al terminar su acción de gracias me le presenté y lo felicité por su acto, y estuvimos conversando de estos temas. Justamente, me dijo ser Pablo Phlileas, quien está en contacto con usted, y que usted vive en Julián Álvarez y Santa Fe, creo que en un pensionado de jóvenes. Es, pues, muy vecino de nuestra casa, en Julián Álvarez 1335. ¡Qué coincidencia providencial! ¡Es increíble!

       Le voy a trasmitir a mis hijos y algunos amigos lo de la peregrinación, con mucho gusto. Estamos en los prolegómenos del casamiento de  mi hijo Esteban, el sábado 2 de octubre en la parroquia de San Francisco Solano, en Bella Vista, con misa tradicional celebrada por Mons. Baseotto, con coro gregoriano (también canta mi hija Teresa María, quien es cantante lírica de carrera).
        Cuando a usted le parezca, está invitado a comer en mi casa, mejor por la noche, porque tenemos mucho que conversar, y lo más pronto posible, pues estoy preparando un informe para Una Voce Internacional con motivo de los los tres años del Motu Proprio. Para fines de octubre estamos preparando un congreso en La Plata sobre ese tema, sería de una semana, para sacerdotes y el fin de semana para laicos, alojamiento en algún convento.

     Yo tengo 73, casi 74,  tenemos 9 hijos, cuatro casados y con Esteban serán cinco, once nietos y medio para febrero. El 20 de noviembre cumplidos 41 años de casados. Yo estoy casi todo el día disponible, salvo a la siesta, que es una virtud que guardo muy celosamente; interesante biblioteca.

      En casa tengo TODOS los elementos, paramentos, velas, sacras, etc., para la celebración del rito gregoriano, y un misal de altar de 1962 editado por el Cardenal O'Connor, antiguo de New York. Constantemente están de paso sacerdotes del interior o exterior y celebran el rito en casa, de manera que usted está invitado a hacerlo cuando tenga interés. Ahora mismo estamos haciendo una colecta de 9 donantes por $ 200 para comprar a un sacerdote de Gualeguaychú una sotana negra a medida, de pura alpaca, sin sintético, botones forrados y con faja ($ 1450 + $ 350).

     No deje de llamarme, y que tenga el mejor éxito con la peregrinación.

     In Domina,

     Félix Esteban Dufourq
     Julián Álvarez 1335 (casa), entre Gorriti y Cabrera.
     4832-2673   /   4833-5420     15-4472-5463.

Le adjunto algunos documentos de interés, y tengo en casa a su disposición de regalo un DVD enseñando a celebrar la misa gregoriana en siete idiomas.
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Misa Latina
Boletín pro liturgia romana tradicional 
     Octubre de 1999         (bimestral)         Año I  –  Número 5

Recuerdos de un perito del Concilio Vaticano II



 
El Concilio, el Novus Ordo Missae
y las innovaciones litúrgicas sin fin 
                   por el Cardenal Alfons M. Stickler  
El Cardenal Alfons Stickler es prefecto emérito de la Biblioteca Vaticana y sus archivos. Actuó como especialista, como perito, en la Comisión de Liturgia del Concilio Vaticano II. Fue elevado al colegio cardenalicio por el Papa Juan Pablo II en l985. Este ensayo apareció originalmente  en Die heilige Liturgie (Steyr, Austria: Ennsthaler Verlag, 1997, Franz Breid ed). La presente es una traducción de la versión en inglés aparecida en diciembre de 1998 en la revista norteamericana “Latin Mass”, llevada a cabo por Thomas E. Woods, Jr., a pedido del propio Cardenal Stickler.
 

MI FUNCION EN EL CONCILIO - Pido perdón si comienzo con algunas circunstancias personales, pero lo he considerado necesario para una mejor comprensión del tema que debo abordar. Fui profesor de Derecho Canónico e Historia de las leyes de la Iglesia en la Universidad Salesiana y, durante 8 años, desde 1958 a 1966, su Rector. Como tal actué como consultor de la Sagrada Congregación para los Seminarios y Universidades y, desde las tareas preparatorias para la implementación de los reglamentos conciliares, como miembro de la Comisión Conciliar dirigida por ese dicasterio. Además, fui nombrado perito de la Comisión para el Clero.
      Poco antes del comienzo del Concilio, el Cardenal Larraona, de quien yo había sido alumno en la Laterana y que había sido nombrado prefecto de la Comisión Conciliar para la Liturgia, me llamó para decirme que había sugerido mi nombre para perito de esa Comisión. Objeté que ya me hallaba comprometido para otras dos, como perito conciliar, sobre todo para la de seminarios y universidades.
  Pero él insistió en que un canonista debía participar debido a la significación del derecho canónico en los requerimientos de la liturgia. Por lo tanto, y asumiendo una obligación que no había buscado, viví la experiencia del Vaticano II desde el principio.
      En general, la liturgia había sido colocada como el primer tópico en el orden de los temas a tratarse. Fui nombrado en una subcomisión que debía considerar los modi de los primeros tres capítulos y tenía también que preparar los textos que se llevarían al recinto conciliar para discusión y votación. Esta Subcomisión  consistía de tres obispos –el Arzobispo Callewaert de Gantes, como presidente, el  Obispo Enciso Viana de Mallorca y, si no me equivoco, el Obispo Pichler de Yugoslavia– y de tres peritos: el Obispo Marimort, el claretiano español Padre Martínez de Antoñana y yo. Pude conocer así, con claridad, los deseos de los Padres Conciliares así como el sentido correcto de los textos que el Concilio votó y adoptó. 
EL CONCILIO Y EL NUEVO MISAL ROMANO. Podrá comprenderse mi asombro cuando comprobé que, de muchos modos, la edición final del nuevo Misal Romano no se correspondía con los textos Conciliares que yo conocía tan bien, y que contenía mucho que ampliaba, cambiaba, y hasta iba directamente contra las provisiones Conciliares. Como conocía con precisión todo el procedimiento del Concilio, desde las muchas veces largas discusiones y el proceso de los modi hasta las repetidas votaciones que llevaban a las formulaciones finales, como también los textos que incluían las regulaciones precisas para la implementación de la reforma deseada, pueden ustedes imaginar mi estupor, mi creciente desagrado, y hasta mi indignación,  especialmente con respecto a contradicciones específicas y cambios que necesariamente tendrían consecuencias duraderas. Por esto decidí ir a ver al Cardenal Gut, quien el 8 de mayo de 1968 había sido nombrado prefecto para la Congregación de los Ritos, en reemplazo del Cardenal Larraona, quien había renunciado a la prefectura de dicha congregación el 9 de enero de ese año.
    Le solicité una audiencia en su departamento, que me concedió el 19 de noviembre de 1969 (aquí quisiera hacer notar, incidentalmente, que la fecha de la muerte del Cardenal Gut aparece, repetidamente, adelantada un año en las memorias del Arzobispo Bugnini : 8 de diciembre de 1969, en vez de la correcta, de 1970).
      Me recibió muy cordialmente, a pesar de que estaba visiblemente muy enfermo, y pude, por así decirlo, abrirle mi corazón. Me dejó hablar sin interrupción durante media hora, y entonces me dijo que compartía plenamente mi preocupación. Enfatizó, de todos modos, que la Congregación de los Ritos no tenía la culpa, ya que el trabajo de reforma en su totalidad había sido efectuado por un Consilium, que había sido nombrado por el Papa específicamente con ese fin, y para el cual Pablo VI había elegido al Cardenal Lercaro como presidente y al padre Bugnini como secretario. Este grupo trabajó bajo la supervisión directa del Papa.
      He aquí que el padre Bugnini había sido secretario de la Comisión Conciliar Preparatoria para la Liturgia. Como su trabajo no había sido satisfactorio –había tenido lugar bajo la dirección del Cardenal Gaetano Cicognani– no fue promovido a secretario de la Comisión Conciliar. En su lugar fue nombrado Fray Ferdinando Antonelli OFM (más tarde Cardenal). Un grupo organizado de liturgistas hizo ver a Pablo VI esta postergación como una injusticia hacia el P. Bugnini, y se las arreglaron para lograr que el nuevo Papa, que era muy impresionable ante estos procederes, reparara la “injusticia” nombrando al P. Bugnini secretario del nuevo Consilium responsable de implementar la reforma.
      Estos dos nombramientos, del Cardenal Lercaro y del P. Bugnini, para lugares clave en el Consilium, hicieron posible que se oyeran voces que no habían sido oídas durante el proceso del Concilio y, de la misma manera, se silenciaran otras que sí lo habían sido. Además, el trabajo del Consilium se llevó a cabo en áreas de trabajo inaccesibles a quienes no fueran miembros del mismo1.
  Con el fin de establecer la coincidencia o la contradicción entre las reglamentaciones del Concilio y la reforma tal cual fue llevada a cabo, veamos brevemente las instrucciones Conciliares más importantes relativas al trabajo de reforma.
    Las instrucciones generales, que conciernen sobre todo a los fundamentos teológicos, están contenidas principalmente en el artículo 2 de Sacrosantum Concilium. Aquí se establecen primeramente la naturaleza terreno-celestial de la Iglesia, su Misterio, tal como la liturgia debería expresarlo: todo lo humano debe estar ordenado y subordinado a lo divino; lo visible a lo invisible; lo activo a lo contemplativo; el presente a la futura Ciudad de Dios que buscamos. De acuerdo con esto, la renovación de la liturgia debe ir de la mano con el desarrollo y la renovación del concepto de  Iglesia.
      El artículo 21 deja asentada la condición previa para cualquier reforma litúrgica: que hay en la liturgia una parte inmutable, pues fue decretada por Dios, y partes que pueden ser cambiadas, o sea aquellas que se introdujeron en el curso del tiempo en forma impropia o han probado ser menos apropiadas. Los textos y los ritos deben corresponderse con la orden establecida en el artículo 2, y por esto pueden ser mejor entendidos y mejor experimentados por el pueblo. En el artículo 23 aparecen sobre todo guías prácticas que deben ser seguidas para lograr la correcta relación entre tradición y progreso. Debe emprenderse una precisa investigación teológica, histórica y pastoral; además, se deben considerar las leyes generales de la estructura y del sentido de la liturgia, y la experiencia derivada de las reformas litúrgicas más recientes. Luego, se deja establecido como norma general que la innovación se puede introducir solamente si un genuino beneficio para la Iglesia lo demanda. Finalmente, las nuevas formas deben surgir orgánicamente de aquellas ya existentes.
    Conviene señalar las normas prácticas para la tarea de la reforma que surgen de la naturaleza didáctica y pastoral de la liturgia. De acuerdo con el artículo 33, la liturgia es principalmente el culto a la majestad de Dios, por el cual los creyentes entran en relación con Él por medio de signos visibles que la liturgia usa para expresar realidades invisibles, signos que fueron elegidos por Cristo mismo o por la Iglesia. Hay aquí un eco vibrante de lo que el Concilio de Trento ya recomendaba con el fin de proteger su patrimonio del vacío racionalista e insípido del culto protestante, patrimonio que el Santo Padre en sus escritos a las iglesias orientales ha caracterizado como su tesoro especial. Este “tesoro especial”  también merece ser una fuente de alimento para la Iglesia Católica. Se distingue por ser rico en simbolismo, proveyendo de esa manera educación didáctica  pastoral y enriquecimiento, haciéndolo especialmente adecuado hasta para la gente más sencilla.
     Cuando consideramos que las iglesias Ortodoxas –a pesar de su separación de la roca de la Iglesia– a través de la expresión simbólica y el desarrollo teológico que continuamente se incorporaron a su liturgia han preservado las creencias correctas y los sacramentos, toda reforma litúrgica católica debería más bien aumentar la riqueza simbólica de su forma de culto en vez de disminuirla –a veces hasta drásticamente–. 
  El Concilio pidió, una y otra vez, que la reforma se
adhiriera a la tradición. Todas las reformas, a excepción de la post-conciliar, observaron esta regla básica
 


 
      En lo que concierne a las guías prácticas para partes específicas de la liturgia –sobre todo para lo central, el sacrificio de la Misa– es suficiente concentrarse en unos pocos puntos especialmente significativos para la reforma del Ordo Missae.
    Para ello, deben enfatizarse especialmente dos directivas Conciliares. En el artículo 50 se da, primeramente, la directiva de que en la reforma debe manifestarse más claramente la naturaleza intrínseca de las varias partes de la Misa y la conexión entre ellas con el fin de facilitar la activa y devota participación de los fieles.
    Como consecuencia, se enfatiza que los ritos deben ser simplificados pero manteniendo al mismo tiempo fielmente su sustancia, y que ciertos elementos que habían sido duplicados en el curso de los siglos o agregados de manera no especialmente oportuna, debían ser nuevamente eliminados; mientras que otros, que habían sido perdidos con el paso del tiempo, serían restaurados en armonía con los padres Conciliares hasta donde pareciera apropiado o necesario.
  EL CONCILIO: ÉNFASIS ESPECIAL EN EL SILENCIO. En lo que concierne a la participación de los fieles, los varios elementos de compromiso exterior están indicados en el artículo 30, con énfasis especial en el silencio necesario en los momentos debidos. El Concilio vuelve a esto en más detalle en el artículo 48, con una nota especial sobre la participación interior, a través de la cual la adoración a Dios y la obtención de la Gracia, juntamente con el sacerdote que ofrece el sacrificio y los demás participantes, logra sus frutos.
  EL LENGUAJE LITÚRGICO. El Artículo 36 habla del lenguaje litúrgico en general, y el artículo 54 de los casos particulares de la Misa. Luego de una discusión que duró varios días, en la cual se discutieron los argumentos a favor y en contra, los padres Conciliares llegaron a la clara conclusión – en total acuerdo con el Con-cilio de Trento–  de que el Latín debía ser mantenido como la lengua del culto para el rito Latino, aunque eran posibles y aún bienvenidos los casos excepcionales. Volveremos sobre este punto en detalle. 
  EL CANTO GREGORIANO. El artículo 116 habla extensamente sobre el canto gregoriano, haciendo notar que éste ha sido el canto clásico de la liturgia católica desde el tiempo de Gregorio el Grande, y que como tal debe ser mantenido. La música polifónica también merece atención y estudio. Los demás artículos del capitulo VI, sobre música sacra, hablan del canto y la música apropiados para la Iglesia y la liturgia, y enfatiza espléndidamente el im portante, ciertamente fundamental, papel del

 
órgano en la liturgia Católica.
      El artículo 107 analiza la reforma del año litúrgico, poniendo énfasis en la afirmación o reintroducción de los elementos tradicionales y reteniendo su carácter específico. Se enfatiza particularmente la importancia de las fiestas del Señor y en general del Propium de tempore  en la secuencia anual, en el cual algunas fiestas sagradas debían dejar su lugar para que la completa efectividad de la celebración de los misterios de la redención no fuera menoscabada.
      Por cierto que estas referencias sobre la reforma litúrgica a la luz de la Constitución para la Liturgia no son completas en lo que concierne a los distintos temas considerados ni a cómo fueron tratados. Seleccionaré muchos y variados ejemplos que parecen necesarios para llegar a una conclusión convincente.
      La Iglesia y la liturgia crecen y se desarrollan juntas,  pero siempre de modo que lo terreno se organice en torno a lo celestial. La misa viene de Cristo; fue adoptada por los apóstoles y sus sucesores como también por los Padres de la Iglesia. Se desarrolló orgánicamente con el mantenimiento consciente de su substancia. La liturgia se desarrolló conforme a la Fe que está contenida en ella; por esto podemos decir con el Papa Celestino I, en sus escritos a los obispos Galicanos en el año 422: Legem  credendi lex statuit supplicandi: la liturgia contiene y, en formas adecuadas y comprensibles, expresa la Fe. En este sentido, el contenido de la liturgia participa del contenido de la Fe misma y, ciertamente, contribuye a protegerla. Nunca se ha visto, entonces, en ninguno de los ritos cristianos católicos, una ruptura, una crea-
ción radicalmente nueva – a excepción de la reforma post-conciliar. Pero el Concilio pidió, una y otra vez, que la reforma se adhiriera a la tradición. Todas las reformas, comenzando con Gregorio I, a lo largo de la Edad Media, durante el ingreso a la Iglesia de los pueblos más dispares con sus variadas costumbres, observaron esta regla básica.
  Esta es, incidentalmente, una característica de todas las religiones, incluidas las no reveladas, que prueba que un apego a la tradición es común a todo culto religioso, y por lo tanto es algo natural.
  No es sorprendente, por lo tanto, que cada brote herético de la Iglesia Católica haya generado una revolución litúrgica, como es claramente reconocible en el caso de los protestan-
tes y anglicanos; mientras que las reformas efectuadas por los papas y particularmente estimuladas por el Concilio de Trento y llevadas adelante por el Papa San Pío V, como de las de San Pío X, Pío XII y Juan XXIII, no fueron revoluciones, sino meramente correcciones insignificantes, alineamientos y enriquecimientos. No debía introducirse nada nuevo, como el Concilio dice expresamente refiriéndose a la reforma deseada por los Padres Conciliares, salvo que lo demandara el bien genuino de la Iglesia.
  MULTIPLICIDAD PRÁCTICAMENTE ILIMITADA. Hay varios ejemplos de lo que la reforma post-conciliar de hecho produjo, sobre todo, en su mismo corazón, el radicalmente nuevo Ordo Missae. El nuevo introito de la Misa asegura un lugar destacado a muchas variantes, y por medio de posteriores concesiones a la imaginación de los celebrantes con sus comunidades ha ido llevando a una multiplicidad prácticamente ilimitada. De cerca le sigue el Leccionario, al cual volveremos en conexión con otro asunto.
  EL OFERTORIO, UNA REVOLUCIÓN. Luego de esto viene el Ofertorio, el cual, en sus textos y contenido, representa una revolución. Ya no aparece como el antecedente del sacrificio sino, solamente, como una preparación de los dones, con sentido evidentemente humanizado, lo que nos impresiona como artificioso del principio al fin. En Italia fue llamado el sacrificio de los coltivatori diretti, esto es, de la poca gente que aún cultiva personalmente sus pequeñas parcelas de tierra, mayormente antes y después de su ocupación principal. Debido a los grandes medios técnicos a disposición de la agricultura, que hoy sólo se pueden obtener por vía de la industria, para la producción del pan se utiliza muy poco trabajo del hombre. Desde la arada hasta la cosecha de la cual proceden los granos de trigo son necesarias muy pocas manos humanas. La substitución de la ofrenda de los dones para el sacrificio por realizarse es más bien un desafortunado y anacrónico simbolismo que escasamente puede reemplazar los varios elementos simbólicos genuinos que fueron suprimidos.
      Se hizo también tabula rasa con los gestos altamente recomendados por el Concilio de Trento y solicitados por el Concilio Vaticano II, como también muchas Señales de la Cruz, besos al altar y genuflexiones.  
  EL SACRIFICIO. El centro esencial, la  acción sacrifical en sí misma, sufrió  un perceptible desvío hacia la Comunión, habiendo sido el Sacrificio de la Misa en su totalidad transformado en una comida Eucarística, mientras que en la conciencia de los creyentes los componentes integrantes de la Comunión reemplazaron al componente esencial del acto transformador del sacrificio. El cardenal Ratzinger también ha determinado expresamente, en referencia a las más modernas investigaciones dogmáticas y exegéticas, que es teológicamente falso comparar la comida con la Eucaristía, lo que ocurre prácticamente siempre en la nueva liturgia.
      Con esto el terreno queda preparado para otro cambio esencial: en lugar del sacrificio ofrecido por un sacerdote ungido como alter Christus viene la comida comunitaria de los fieles convocados bajo la presidencia del sacerdote. La intervención de los cardenales Ottaviani y Bacci persuadió al Papa de trastocar la definición que confirmaba este cambio en el Sacrificio de la Misa, por lo que fue ¨destruida¨ por orden de Pablo VI. La corrección de la definición, de todos modos, no resultó en ningún cambio en el propio Ordo Missae.
  CELEBRACIÓN VERSUS POPULUM. Estos cambios del corazón del Sacrificio de la Misa fueron confirmados y estimulados por la celebración versus populum, una práctica que anteriormente había sido prohibida y que era una marcha atrás de toda la tradición de celebración hacia el Este, en la cual el sacerdote no era la contraparte del pueblo sino más bien alguien que actuaba in persona Christi, bajo el símbolo del sol naciendo en el Este.
  LA FÓRMULA DE CONSAGRACIÓN DEL VINO Y EL MISTERYUM FIDE. Es pertinente señalar un cambio muy serio en la fórmula de la consagración del vino en  la Sangre de Cristo: las palabras Mysterium fidei fueron eliminadas, e insertadas luego como una exclamación en conjunto con el pueblo, todo un golpe para la actuosa participatio”.
      ¿Qué dice expresamente la investigación histórica que el Concilio ordenó como previa a la realización de cualquier cambio? Que esas palabras datan de las primeras  tradiciones de la Iglesia Romana que nos son conocidas, que nos fueron transmitidas por San Pedro. San Basilio, quien a través de sus estudios en Atenas estaba ciertamente familiarizado con la tradición occidental, dice a propósito de las fórmulas de todos los sacramentos, que no habían sido escritas en las bien conocidas sagradas escrituras de los apóstoles y sus sucesores y discípulos, con motivo de la disciplina de secreto que entonces imperaba, por lo cual los más sagrados misterios de la Iglesia no debían estar al alcance de los paganos. Dice expresamente, como todos los testigos del cristianismo que participan de la misma convicción, que además de las enseñanzas escritas que nos fueron entregadas, tenemos otras que in mysteria tradita sunt y que datan de la época de los apóstoles; dice que ambas tienen el mismo valor y que nadie debe contradecir ninguna de las dos. Como un ejemplo, cita expresamente las palabras por las cuales el pan Eucarístico y el Cáliz de Salvación son consagrados. ¿Cuáles de los santos nos las han entregado escritas?
    Todos los subsiguientes períodos de la historia testimonian expresamente sobre esta herencia histórica en la fórmula de la Consagración Eucarística: el sacramentario gelasiano –el misal más antiguo de la Iglesia Romana– contiene en el códice vaticano en el texto original las palabras ¨mysterium fidei”, y no como una adición posterior.
        La gente siempre se ha preguntado sobre el origen de estas palabras. En 1202, Juan, arzobispo emérito de Lyons, preguntó al papa Inocencio III, cuyos conocimientos litúrgicos eran bien conocidos, si uno debía creer que las palabras del canon de la Misa que no provienen de los evangelios fueron transmitidas por Cristo y los apóstoles a sus sucesores. El Papa respondió en una larga carta de Diciembre de ese año que debemos creer que estas palabras que no están en los Evangelios fueron recibidas de




 
Santo Tomás dice que las palabras ¨mysterium fidei¨  vienen de tradición divina


 
Cristo por los apóstoles y de ellos pasaron a sus sucesores. El hecho de que esta decretal (incluida en la colección de cartas decretales de Inocencio III y que fueron compiladas por Raimundo de Peñafort por orden del Papa Gregorio IX) no fuera excluida como lo fueron otras, prueba el prolongado valor otorgado a esta afirmación del gran Papa.
    Santo Tomás habla largamente sobre este tema en la Summa Theologiae III, q. 78,art. 3, que trata de las palabras de la consagración del vino. Explicando la arcana necesaria disciplina de la antigua Iglesia, dice que las palabras ¨mysterium fidei¨ vienen de tradición divina, que fue entregada a la Iglesia por los apóstoles, haciendo especial referencia a 1 Cor. 10(11) -23 y a 1 Tim.  3-9. Un comentarista se refiere a DD Gousset en la edición de 1939 de MARIETTI : ¨sarebbe un grandissimo errore sostituire un´altra forma eucharistica a quella del Missale Romano ... di sopprimere ad esempio la parola aeterni e quella mysterium fidei che abbiamo dalla tradizione¨. También el Concilio de Florencia, en la bula de unión con los Jacobitas, añade expresamente la fórmula de la consagración en la Santa Misa, que la iglesia Romana ha usado siempre fundándose en la enseñanza y autoridad de los apóstoles Pedro y Pablo.
     Uno se extraña de la manera supremamente desdeñosa con la que el Cardenal Lercaro y el P. Bugnini prescindieron de la obligación de emprender una investigación histórica y teológica detallada en el caso de un cambio tan fundamental. Si semejante cosa tuvo lugar a este respecto, ¿cómo habrán cumplido esta obligación fundamental antes de hacer otros cambios?
      La Eucaristía no es sólo el misterio único de nuestra fe, es también un misterio perdurable, del que siempre debemos permanecer conscientes. Nuestra vida eucarística de todos los días requiere un intermediario que abrace completamente este misterio – sobre todo en la edad moderna, en la cual la autonomía y autoglorificación del hombre moderno se resisten a todo concepto que vaya más allá del conocimiento humano, que le recuerde sus limitaciones. Cada concepto teológico se transforma para él en un problema, y la liturgia, especialmente como soporte de la fe, se vuelve permanentemente objeto de desmistificación, esto es, de humanizarla al punto de hacerla absolutamente comprensible. Por esta razón, la desaparición de mysterium fidei de la fórmula eucarística se convierte en un símbolo poderoso de desmitologización, un símbolo de la humanización de lo central del culto divino, la Santa Misa. 
  ACTUOSA PARTICIPATIO. Con esto, llegamos a varias falsas interpretaciones -e igualmente falsas implementaciones- de una demanda central de los reformadores: una ferviente, activa participación de los fieles en la celebración de la Misa. El principal propósito de su participación es lo que el Concilio dice expresamente:  el culto a la majestad de Dios (esto no excluye la posibilidad de que la participación también sea activada dentro de la comunidad).
       Sobre todo, esta actuosa participatio fue solicitada como resultado de la apatía frecuentemente lamentada de los que asistían a misa en el período preconciliar. Si de la misma resulta un hablar y  hacer sin fin, que permite a todos volverse activos en forma del bullicio y animación que son propios de toda asamblea humana, hasta los momentos más sagrados del encuentro eucarístico con el Dios-Hombre se transforman en los más hablados y distraídos. El misticismo contemplativo del encuentro con Dios y su culto, sin decir nada de la reverencia que debería acompañarlo, muere instantáneamente: el elemento humano mata al divino, y llena el alma de vacío y desilusión.
  EL IDIOMA DEL CULTO. Aquí se debe mencionar un punto más, un decreto del Concilio no solamente mal entendido sino también completamente negado: el idioma del culto. Estoy muy al tanto de la discusión. Como experto en la comisión para los seminarios, me fue confiada la cuestión  de la lengua latina. Demostró ser breve y concisa, y luego de larga discusión se la llevó a una forma que satisfacía los deseos de todos los miembros y estaba lista para ser presentada en el aula Conciliar. Entonces, en una inesperada solemnidad, el Papa Juan XXIII firmó la Carta Apostólica Veterum Sapientiae2 sobre el altar de San Pedro. De acuerdo a la opinión de la comisión, eso hacía  superflua la declaración del Concilio sobre el latín en la Iglesia (en ese documento se pronunció no sólo sobre la relación entre la lengua latina y la liturgia, sino sobre todas sus otras funciones en la vida de la Iglesia.)
      Mientras el tema de la lengua de culto era discutida en el aula Conciliar durante varios días, seguí el proceso con gran atención, como también las varias redacciones de la Constitución para la Liturgia hasta la votación final. Aún recuerdo muy bien cómo luego de varias propuestas radicales un obispo siciliano se puso de pie e imploró a los padres que permitieran que la cautela y la razón reinaran en este punto, porque de otro modo habría el peligro de que toda la Misa se celebrara en la lengua del pueblo, lo provocó que toda el aula estallara en sonoras risas.
      Por lo tanto, nunca pude comprender cómo el Arzobispo Bugnini pudo escribir, a propósito de la transición radical y completa del latín prescripto al uso exclusivo de la lengua vulgar en el culto, que el Concilio había dicho prácticamente que la lengua vernácula en toda la Misa era una necesidad pastoral (op. cit., pp 108-121; estoy citando del la edición original italiana)3.
      Por el contrario, puedo atestiguar el hecho que, de acuerdo a la redacción de la Constitución Conciliar sobre esta cuestión, tanto en la parte general (art. 36) como en las reglamentaciones especiales para el Sacrificio de la Misa (art. 54) los padres conciliares mantuvieron una acuerdo prácticamente unánime, sobre todo en la votación final: 2152 votos a favor y sólo 4 en contra. En mi investigación para el decreto conciliar sobre el idioma latino, caí en cuenta de la opinión concurrente de la entera tradición: hasta el Papa Juan XXIII, todos los esfuerzos en contrario encontraron una actitud claramente contraria. Consideremos en particular la afirmación del Concilio de Trento, sancionada con anatema, contra Lutero y el Protestantismo, de Pío VI contra el Obispo Ricci y el Sínodo de Pistoya; y del Papa Pío XI, que juzgó el lenguaje de culto de la Iglesia como “non vulgaris . Y aún esta tradición no es solamente una cuestión de ritual, a pesar de que ése sea el aspecto enfatizado siempre; más bien, es importante porque la lengua latina actúa como una cortina reverente contra la profanación (en lugar de la iconostasis de los orientales, detrás de la cual tiene lugar la anaphora) y por el peligro de que, a través de la lengua vulgar, todo el acto de la Misa pueda ser profanado, como de hecho ocurre hoy en día. La precisión de la lengua latina, además, hace justicia a los contenidos didácticos y doctrinales de la liturgia en forma única, protegiendo la verdad de la ofuscación y la adulteración. Finalmente, la universalidad del latín representa y sostiene la unidad de toda la Iglesia.
  PRO MULTIS. Por su importancia práctica, me gustaría adentrarme con ejemplos en las dos razones recién mencionadas. Un buen amigo me hace enviar el Deutsche Tagepost regularmente. Siempre leo la penúltima hoja, en la que el equipo editorial, muy laudablemente, da a los lectores la oportunidad de expresar puntos de vista opuestos en cartas al editor. Una serie continua de dichas cartas se refería en detalle al “pro multis” del texto latino de la consagración y con su traducción como “por todos”.  Una y otra vez se referían a la filología, la que muchas veces se transforma en el amo en lugar de ser meramente la ayudante de la teología. Monseñor Johannes Wagner dice en su “Liturgiereformerinnerugen” (1993) que los italianos fueron los primeros en introducir esta traducción, a pesar de que él hubiera preferido la traducción literal de "muchos". Desafortunadamente, nunca he visto recurrirse a un argumento de primer orden contenido en el Catecismo Romano Tridentino, que es a la vez teológicamente decisivo y pastoralmente de extrema importancia. Allí la distinción teológica está claramente enfatizada: el "pro omnibus" indica la fuerza que la Redención tiene “para todos". Si uno toma en consideración, de todos modos, el fruto que resulta de esa salvación a los hombres, la Sangre de Cristo no es efectiva para todos, sino más bien para “muchos”, esto es, para aquellos que aprovechan sus beneficios. Es correcto entonces aquí no decir para “todos”, puesto que en este pasaje se habla solamente de los frutos del sufrimiento de Cristo, que alcanzan sólo a los elegidos. Se puede aquí encontrar aplicación para lo que el apóstol dijo en Heb. 9 : 28, que Cristo se sacrificó una sola vez por los pecados de ¨muchos¨, y la distinción de Cristo mismo : “Oro por ellos; no oro por el mundo, sino por aquellos que Tú me diste, porque te pertenecen”. Todas estas palabras de la consagración contienen muchos secretos que los pastores deben reconocer a través del estudio y con  la ayuda de Dios.   
    No es difícil ver aquí verdades pastorales de extraordinaria importancia presentes en los contenidos dogmáticos de la lengua de culto latina, que inconscientemente (o también conscientemente) quedan cubiertos por una traducción impropia.
  UNA DESGRACIA PASTORAL. EL ABANDONO DEL LATÍN COMO LENGUA DEL CULTO. Una segunda y más grande fuente de desgracia pastoral, nuevamente contra la voluntad explícita del Concilio, resulta de abandonar el latín como lengua de culto. El latín juega un rol de lenguaje universal que unifica el culto público de la Iglesia sin ofender ninguna lengua vernácula.
  Reviste mayor importancia hoy, en un tiempo  en que  el desarrollo del concepto de Iglesia encandila a todo el Pueblo de Dios, del único cuerpo Místico de Cristo, resaltado en  otro lugar de la reforma.
  Al introducir el uso exclusivo de la lengua vernácula, la reforma deja fuera de la unidad de la Iglesia a varias pequeñas iglesias, separadas y aisladas. ¿Dónde está la posibilidad pastoral para los católicos, a través de todo el mundo, de encontrar su Misa, para vencer diferencias raciales a través de una lengua común de culto, o por lo menos, en un mundo cada vez más pequeño, poder simplemente rezar juntos, como lo pide explícitamente el Concilio ?¿Donde está ahora la factibilidad pastoral de que un sacerdote ejerza el acto más altamente sacerdotal –la Santa Misa–- en todas partes, sobre todo en un mundo donde faltan sacerdotes?
  EL LECCIONARIO DE TRES AÑOS, UN CRIMEN CONTRA LA NATURALEZA. En la Constitución Conciliar no se habla en ninguna parte de la introducción de un leccionario de tres años. A través de esto la comisión de reforma se hizo culpable de un crimen contra la naturaleza. Un simple año calendario hubiera bastado para todos los deseos de cambio. El Concilium pudo haberse mantenido dentro de un ciclo anual, enriqueciendo las lecturas con tantas y tan variadas posibilidades de elección como quisieran sin alterar el curso normal del año. En
     
  Uno no puede sorprenderse cuando descubre que en
cada parroquia parece regir un Ordo diferente



 
cambio, fue destruido el viejo orden de lecturas,
y fue introducido uno nuevo, con una gran carga  y gasto en libros, en los que se podían instalar tantos textos como fuera posible, no solamente del mundo de la Iglesia sino –como se practicó ampliamente– del mundo profano. A parte de las dificultades pastorales por parte de los filigreses para comprender textos que necesitan exégesis especiales, resultó ser una oportunidad  –que fue aprovechada– para manipular los textos retenidos con el fin de introducir nuevas verdades en lugar de las viejas. Pasajes pastoralmente impopulares –frecuentemen-te de significación teológica y moral fundamentales– fueron simplemente eliminados. Un clásico ejemplo es el texto de 1 Cor. 11 :27-29: aquí, en la narración de la institución de la Eucaristía, ha sido dejada fuera continuamente la seria exhortación final sobre las graves consecuencias de recibirla impropiamente, aún en la fiesta de Corpus Christi. La necesidad pastoral de ese texto vista la actual recepción de la comunión sin confesión y sin reverencia es obvia.
    Los desatinos que se pueden cometer con las nuevas lecturas, especialmente en sus palabras introductorias y conclusivas, son ejemplificados por la nota de Klaus Gamber al final de la lectura del primer domingo de Cuaresma del Ciclo A, que habla de las consecuencias del Pecado Original : ¨Entonces los ojos de ambos se abrieron y supieron que estaban desnudos¨. Luego de lo cual la gente, ejerciendo su vívida y activa participación debe contestar: ¨Demos gracias a Dios¨.
      Yendo más allá, ¿por qué era necesaria la alteración de la secuencia de las fiestas sacras? Si algún cuidado era necesario era aquí, por interés pastoral y conciencia del apego del pueblo a las fiestas de sus Iglesias locales, cuyo desarreglo temporario tenía que tener una muy mala influencia en la piedad popular. Los que implementaron la reforma litúrgica parecen no haber sentido la menor conmiseración con estas consideraciones, a pesar de los artículos 9, 12, 13 y 37 de la Constitución para la liturgia.
  SENTENCIA DE MUERTE PARA LAS MELODÍAS GREGORIANAS. Unas breves palabras deben ser dichas aún sobre las reglamentaciones conciliares sobre música litúrgica. Nuestros
reformadores ciertamente no compartían los grandes elogios por el canto gregoriano que expresaban más y más los observadores seculares y los entusiastas. La abolición radical (sobre todo por la creación de nuevas partes corales para la Misa) del Introito, Gradual, Tracto, Alleluia, Ofertorio, Comunión (y esto especialmente como una oración especial de la comunidad), a favor de otras de duración considerablemente mayor, fue una sentencia de muerte silenciosa para las maravillosas y variables melodías gregorianas, con la excepción de las


 
simples melodías del las partes fijas de la Misa, a saber el Kyrie, Gloria, Credo, Sanctus/ Benedictus, y Agnus Dei, y esto sólo para unas pocas misas. Las instrucciones del Concilio sobre la protección y respaldo a  este antiguo canto de la Iglesia se encontraron en la práctica con una epidemia fatal.
  EL ÓRGANO. El tan apreciado instrumento de la Iglesia, el órgano, experimentó un destino similar con la  abundante sustitución de instrumentos, cuya enumeración y caracterización dejaré a vuestra rica experiencia personal, con la única observación de que han preparado el camino para la entrada de elementos diabólicos en la música de la Iglesia.
  LA “CREATIVIDAD”, OTRA ABIERTA VIOLACIÓN DEL CONCILIO. La laxitud permitida para innovar representa un último tema importante en este listado de elementos prácticos de la reforma. Esa laxitud está presente en el Orden de la Misa en su original latino. Entre los varios órdenes nacionales, el Orden Alemán de la Misa sobresale por mostrar  muchas más concesiones de este tipo. Prácticamente elimina el estricto, absoluto edicto de art. 22, &3, de la constitución Conciliar, que dice que nadie, ni siquiera un sacerdote, puede de su propia autoridad agregar, saltear o alterar nada. Las violaciones durante todo el proceso de la Misa que están levantándose más y más contra este edicto del Concilio, están siendo la causa de un desorden resonante, que el viejo Ordo Latino, con su tan lamentada rigidez, impidió tan exitosamente. El nuevo garante del orden contribuye así al desorden, y uno no puede, entonces, sorprenderse cuando una y otra vez  descubre que en cada parroquia parece regir un Ordo diferente.
  CRÍTICAS A LA REFORMA. Con eso hemos llegado a las públicas, aunque limitadas, críticas sobre la reforma de la Misa. El propio Arzobispo Bugnini las expone con destacable honestidad en las páginas 108 - 121 de sus memorias de la reforma, sin poder refutarlas. En sus memorias y en las de Monseñor Wagner, la inseguridad del Concilium sobre las reformas que tan apresuradamente llevaron a cabo es obvia. También aparece allí poca sensibilidad hacia las previas investigaciones ¨teológicas, históricas y pastorales¨ ordenadas por el Concilio como necesarias antes de cualquier alteración. Por ejemplo, la experta capacidad de Monseñor Gamber, el historiador de liturgia alemán, fue completamente ignorada. El apuro incomprensible en que se dio forma a la reforma y en que fue hecha obligatoria causó que obispos influyentes que estaban todo menos apegados a la tradición, lo reconsideraran. Un monseñor que había acompañado al Cardenal Döpfner como secretario a Salzburgo para san-



 
Crítica desvastadora del Cardenal Daneels, primado de Bélgica: la liturgia transformada en un verdadero “happening”


 
cionar una resolución de los obispos de habla alemana para la activación del Nuevo Ordo de la misa en sus países me refirió que el Cardenal estaba muy reticente en su viaje de retorno a Munich. En ese momento expresó brevemente su miedo de que un asunto pastoral tan delicado hubiera sido tratado con tanto apuro. 
  VALIDEZ DOGMÁTICA Y JURÍDICA DEL NOVUS ORDO. Con el fin de evitar cualquier malentendido, quisiera enfatizar que nunca he puesto en duda la validez dogmática o jurídica del Novus Ordo Missae, a pesar de que en el orden jurídico me han asaltado serias dudas en vista de mi intenso trabajo con los canonistas medievales. Ellos tienen la opinión unánime de que los papas pueden cambiar cualquier cosa con la excepción de lo que prescriben las Sagradas Escrituras, o lo que concierne a las decisiones doctrinales del más alto nivel tomadas previamente, y el status ecclesiae. No hay perfecta claridad con respecto a este concepto. El apego a la tradición en el caso de cosas fundamentales que han influído en forma concluyente sobre la Iglesia en el curso de los tiempos, ciertamente pertenece a este status fijo,  inmutable, del que el Papa no tiene derecho a disponer. El significado de la liturgia para el íntegro concepto de la Iglesia y su desarrollo, que fue también enfatizado por el Concilio Vaticano II como inmutable en su naturaleza, nos lleva a creer que de hecho debería pertenecer al status ecclesiae.
  OTRAS CRÍTICAS. Debe decirse de todos modos que estos excesos lamentables, que sobre todo son consecuencia de las discrepancias entre la Constitución Conciliar y el Novus Ordo, no ocurren  cuando la nueva liturgia es celebrada reverentemente, como es el caso siempre, por ejemplo, que el Santo Padre ofrece la Misa. Igualmente no puede escapar a los expertos en la antigua liturgia, qué gran diferencia existe entre el corpus traditionem que estaba vivo en la vieja Misa, y el Novus Ordo inventado, en decidida desventaja para el segundo. Pastores, académicos y fieles laicos lo han notado, por supuesto; y la multitud de voces opositoras aumentó con el tiempo. Por esto el propio Papa reinante, en su Carta Apostólica Domiicae Cenae del 24 de febrero de 1980, con respecto al misterio y al culto eucarístico, señaló que las cuestiones concernientes a la liturgia, sobre todo a la Eucaristía, jamás debían ser ocasión para dividir a los católicos y amenazar la unidad de la Iglesia; se trata ciertamente, dijo, ¨del sacramento de la piedad, el símbolo de la unidad, y el vínculo de la caridad¨.
    En su carta apostólica con motivo del vigésimo quinto aniversario de la aprobación de la Constitución para la Sagrada Liturgia el 4 de diciembre de 1963, que fue publicada el 4 de diciembre de 1988, luego de elogiar la renovación en la línea de la tradición, el Papa trata sobre la aplicación concreta de la reforma: señala las dificultades y los resultados positivos, pero también detalla las aplicaciones incorrectas. También dice expresamente que es el deber de la Congregación para el Culto Divino proteger los grandes principios de la liturgia católica, como se manifestaron y desarrollaron en la Constitución para la Liturgia, y tener presentes las responsabilidades de las conferencias episcopales y de los obispos
    El Cardenal Ratzinger, protector de la Fe (y del culto conexo a ésta) más cercano al Papa, ha hecho repetidos comentarios sobre la reforma litúrgica post-conciliar y ha sometido sus problemas teológicos y pastorales a una crítica constructiva, con singular profundidad y claridad. Les recuerdo solamente el libro ¨La Fiesta de la Fe¨ (1981), el prólogo a la traducción francesa del breve y básico libro de Klaus Gamber, y finalmente las referencias en sus libros recientes, ¨Sal de la Tierra¨ y su autobiografía ¨Mi vida¨, ambos publicados en 1997.
      Entre los obispos de habla alemana, el responsable de la liturgia en la conferencia episcopal austríaca señaló en 1995 que el Concilio no había intentado una revolución sino una reforma de la liturgia que fuera fiel a la tradición. En cambio, dijo, un culto de espontaneidad e improvisación carga con parte de la culpa de la tendencia declinante del número de asistentes a Misa.
    Por último, el Primado de Bélgica, Cardenal Daneels, que ciertamente no puede ser tomado por retrógrado, ha sometido toda la reforma a una crítica devastadora: ha habido un giro de 180 grados, dice, en la transición de una obediencia a las rúbricas, a su libre manipulación, con lo cual uno mismo hace uso de la liturgia con el fin de transformar el servicio y el culto a Dios en una asamblea creativa del pueblo, un verdadero ¨happening ¨, un discurso en que el individuo quiere representar un rol en lugar del Hijo de Dios, Jesucristo, en cuya casa es un invitado. El deseo del hombre por comprender el servicio, dice Daneels, no debería conducir a una creatividad humana subjetiva, sino a una penetración en los misterios de Dios. Uno no tendría que explicar la liturgia, sino vivirla como una ventana a lo invisible.
  Cuando descendemos a rangos más bajos en la escala de los hijos de Dios, encontramos aún entre los miembros del Concilium un colega indicado como crítico por el Arzobispo Bugnini: el P. Louis Bouyer, quIen no ha permanecido en silencio desde entonces.  En Italia, la crítica contundente del libro ¨La túnica rasgada¨ (1967) por el escritor laico de bajo perfil Tito Casini, con un prólogo del Cardenal Bacci, hizo sensación. Lentamente más y más grupos de laicos, a los que pertenecían muchos intelectuales de alto nivel, se organizaron en movimientos nacionales, sobre todo en Europa y América del Norte, y se conectaron en Europa y más allá en la organización internacional Una Voce; los problemas de la reforma fueron tam-


 
Max Thurian: la celebración contemporánea frecuentemente toma la forma de un diálogo en el cual no hay lugar para la oración, la contemplación y el silencio


 
bién discutidos en periódicos, entre los que sobresale el alemán Una Voce Korrespondenz.
      
  En un resumen característico, el canadiense Precious Blood Banner de octubre de 1995 dice que cada vez se ve con más claridad que lo radical de los reformadores post-conciliares no consistió en renovar la liturgia católica desde sus raíces, sino en arrancarla de su terreno tradicional. No reelaboró el rito romano, como se le pidió que hiciera en la Constitución para la Liturgia del Vaticano II, sino que lo desarraigó.
    Me gustaría agregar brevemente, como referencia ecuménica, dos experiencias de las Iglesias Orientales.  Durante su  visita  a  fines  del Concilio,  representantes  del  Patriarcado  de Constantinopla dijeron en conversaciones personales que no entendían porqué la Iglesia Romana insistía en cambiar la liturgia; no se debería hacer semejante cosa. La Iglesia Oriental, dijeron, debió el mantenimiento de su fe a su fidelidad a la tradición litúrgica y al sano desarrollo de ésta. También oí cosas similares de miembros del Patriarcado de Moscú, que asistieron a la comisión Vaticana de Historia durante el Congreso Histórico Internacional de Moscú en 1970.
    Poco antes de su muerte, el bien conocido prior de Taizé, Max Thurian, un converso al catolicismo que fue antes calvinista, expuso su visión de la reforma en un largo artículo titulado “La liturgia como contemplación del Misterio” en “L´Osservatore Romano” (27-28 de mayo de 1996, pág. 9). Luego de una comprensible expresión de elogio al Concilio y a la Comisión de Liturgia, que se suponía que producirían los frutos más admirables, dice expresamente que la celebración contemporánea frecuentemente toma la forma de un diálogo en el cual no hay lugar para la oración, la contemplación y el silencio. El constante contrapunto entre los celebrantes y los fieles aísla a la comunidad en sí misma. Una celebración saludable, por otra parte, que otorga al altar una posición privilegiada, conduce el deber del celebrante, esto es, orientar a todos hacia el Señor y a adorar Su presencia, lo cual está representado en los símbolos y realizado en el Sacramento. Esto transmite a la liturgia ese soplo contemplativo sin el cual se transforma en una torpe discusión religiosa, una vacía actividad comunal y una especie de parloteo.
    Thurian hace una cantidad de propuestas personales a la autoridad para el caso de una revisión de los ¨Principios y Normas para el uso del Missale Romanum¨ (se ve que él alimentaba la esperanza de que eso fuera posible) , que demuestran claramente su insatisfacción con los principios actuales. Bajo el título de ¨El sa cerdote en el Servicio de la Liturgia¨, hace una
  serie de  críticas distinguidas de la presente situación, que comparten prácticamente todos los severos reproches de esta reseña y que merecen un examen individual ...
  Dos significativos informes más, del mundo de la gente común y menos cultivada, que expresan de la mejor manera el genuino sensus fidei de los hijos de Dios: dos jóvenes boy scouts de diez y doce años de la zona de Siena, que asisten a la llamada Misa Tridentina los sábados, basándose en el privilegio otorgado por el obispo de Siena, a mi pregunta intencionada de cuál misa les gustaba más, contestaron que desde que asistían a la antigua ya no disfrutaban de la nueva.
  Un granjero, anciano y sencillo, proveniente de la zona pobre de Molise, me dijo espontáneamente que él solamente va a la misa tridentina de las seis de la mañana porque considera que el cambio en la liturgia es un cambio de la Fe que él quiere mantener.
    Mons. Klaus Gamber, un sobresaliente experto que ya he mencionado, ha publicado informes estrictamente académicos, sobre todo su resumen “La Reforma de la Liturgia Romana”, que fueron más o menos silenciados por la literatura oficial especializada, pero están siendo redescubiertos ahora por su penetrante claridad y visión interior. Llegó a la conclusión de que hoy estamos ante las ruinas de una tradición de 2000 años, y que se teme que como resultado de las incontables reformas la tradición esté sometida a una confusión tan vandálica que puede ser difícil revivirla. Uno casi no se atreve a preguntar si luego de este desmantelamiento podrá venir una reconstrucción del viejo orden.
  ESPERANZAS. Aún así, no se debe perder la esperanza. En cuanto al desmantelamiento, vemos cómo se refleja con respecto a las órdenes dadas por el Concilio. Éstas dicen: no puede introducirse ninguna innovación a menos que lo demande el real y cierto beneficio de la Iglesia, y eso luego de precisa investigación teológica, histórica y pastoral. Sobre todo, cualquier cambio debe ser hecho de tal manera que las nuevas formas surjan orgánicamente de las ya existentes. Si esto sucedió o no, mis recuerdos pueden dar solamente un panorama limitado. Deberían mostrar, de todos modos, si los requerimientos teológicos y eclesiológicos esenciales se cumplieron en la reforma, por ejemplo, si la liturgia, y sobre todo su corazón, la Santa Misa, ordena lo humano a lo divino y subordinando lo primero a lo último, hace lo mismo con lo visible respecto a lo invisible, lo activo a lo contemplativo, el presente a la eternidad por venir; o si la reforma, por el contrario, ha frecuentemente subordinado lo divino a lo humano, el misterio invisible a lo que es visible, lo contemplativo a la participación activa, la eternidad por venir al mundano presente humano. Pero precisamente el siempre claro reconocimiento de la situación real refuerza la esperanza de una posible reconstrucción, la que el Cardenasl Ratzinger ve en un nuevo movimiento litúrgico que resucite la verdadera herencia del concilio Vaticano a un nueva vida (“La mia Vita”, 1997, pág. 113 ).
      
UNA PERSEPECTIVA RECONFORTANTE. Termino con una perspectiva reconfortante: el Santo Padre reinante, Juan Pablo II, con la sensibilidad pastoral que lo distingue, manifestó  su preocupación en un llamado de 1980 sobre los problemas que el cambio de liturgia creaban en la Iglesia Católica, pero no recibió respuesta
de los obispos. Fue por eso que decidió, y ciertamente no a la ligera, emitir en 1984 un indulto apostólico para todos los que se sintieran apegados a la vieja liturgia, por las razones que he enfatizado y, sobre todo, porque las innovaciones litúrgicas, lejos de decrecer, continúan su escalada. Tuvo un éxito pastoral muy limitado porque fue enviado lógicamente a los obispos, en condiciones restringidas y librado a sus criterios.
    Luego de la consagración no autorizada de obispos por el Arzobispo Lefebvre, ciertamente con la intención de evitar la extensión de un cisma, emitió  el 2 de julio de l988 un nuevo motu proprio, Ecclesia Dei adflicta, en el que no solamente aseguraba a los miembros de la Sociedad San Pío X deseosos de reconciliarse en la Fraternidad de San Pedro la posibilidad de permanecer fieles a la antigua tradición litúrgica, sino que además dio a los obispos un privilegio muy generoso, que debía colmar los legítimos deseos de los fieles. Recomendó especialmente a los obispos que imitaran su generosidad hacia los fieles que se sienten apegados a las formas fijas de la liturgia y disciplina antiguas, y estableció que se debe respetar a todos aquellos que se sientan apegados a la antigua tradición litúrgica.
   El texto –comprendido esta vez muy generosamente por los obispos– nos da confianza justificada de que el Papa, en sus esfuerzos por restablecer la unidad y la paz, no solamente no retardará, sino más bien continuará por la senda que nos muestra en los números 5 y 6 del motu proprio, con el fin de promover la legítima reconciliación entre la tradición indispensable y el desarrollo debido a los tiempos. 






 
NO TIENE A DIOS POR PADRE EL QUE NO TIENE A MARÍA POR MADRE
             Así como en la generación natural y corporal hay un padre, también en la generación sobrenatural y espiritual hay un padre que es Dios y una Madre, María Santísima. Todos los verdaderos hijos de Dios y predestinados tienen a Dios por Padre y a María por Madre; y quien no tiene a María por Madre no tiene a Dios por Padre. Es por eso que los réproboscomo los herejes, cismáticos, etc., que odian o miran con desprecio o indiferencia a la Santísima Virgen, no tienen a Dios por Padre, aunque deesto se vanaglorien, porque no tienen a María por Madre. En efecto, siellos la tuviesen por Madre, tendrían que amarla y honrarla, como un buen y verdadero hijo ama naturalmente y honra a su madre que le dio la vida.
     La señal más infalible e indudable para distinguir un verdadero hereje, un
hombre de mala doctrina, un réprobo, de un predestinado, es que el hereje y
el réprobo no tienen sino desprecio o indiferencia por la Santísima Virgen
y buscan por sus palabras y ejemplos, abiertamente o a escondidas, a veces
bajo bellos pretextos, disminuir e mezquinar el culto y el amor a María.

     ¡Qué pena! Dios Padre no dijo a María de hacer su morada en ellos, porque son como Esaú.
     
("Traité de la Vraie dévotion à la sainte Vierge", de saint Louis-Marie Grignon de Montfort, Éditions du Seuil, Évreux, 1966, pp. 34 y 35).


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Misa Latina
Boletín pro liturgia romana tradicional 
     Junio de 1999                 (bimestral)          Año I  –  Número 3

 

     El atractivo de la
     Misa tridentina
      por el Cardenal Alfons Stickler1
       (tomado de The Latin Mass, verano de 1995)

 

La Misa tridentina,
o liturgia de San Pío V. 
   La Misa Tridentina es el rito de la Misa fijado por el Papa Pío V a solicitud del Concilio de Trento y promulgado el 5 de diciembre de 1570. Este Misal contiene el antiguo rito Romano, del que fueron eliminados varios agregados y alteraciones. Cuando se la promulgó, se preservaron otros ritos que habían existido por lo menos durante 200 años. Por lo tanto, es más correcto llamar a este Misal la liturgia del Papa San Pío V.

Fe y Liturgia. El sacrificio de la Misa, centro de la liturgia católica.

     Desde el comienzo mismo de la Iglesia, la fe y la liturgia han estado íntimamente conectadas. Una clara prueba de esto puede hallarse en el propio Concilio de Trento. Este Concilio declaró solemnemente que el sacrificio de la Misa es el centro de la liturgia Católica, en oposición a la herejía de Martín Lutero, quien negaba que la Misa fuese un sacrificio.  Sabemos, a partir de la historia del desarrollo de la

 

Fe, que esta doctrina ha sido fijada con autoridad por el Magisterio en la enseñanza de papas y concilios. También sabemos que en la totalidad de la Iglesia, y especialmente en las iglesias orientales, la Fe fue el factor más importante para el desarrollo y la formación de la liturgia, particularmente en el caso de la Misa. Existen argumentos convincentes en este sentido desde los primeros siglos de la Iglesia. El Papa Celestino I escribió a los obispos de la Galia en el año 422: Legem credendi, lex statuit supplicandi; lo que en adelante se expresó comúnmente por la frase lex orandi, lex credendi (la ley de la oración es la ley de la fe). Las iglesias ortodoxas conservaron la Fe a través de la liturgia. Esto es muy importante porque en la última carta que escribió el Papa hace siete días dijo que la Iglesia Latina debe aprender de las iglesias de Oriente, especialmente sobre la liturgia ...

Declaraciones conciliares: doctrinales y disciplinarias.

      Un tema a menudo descuidado lo constituye los dos tipos de declaraciones y decisiones conciliares: las doctrinales (teológicas) y las disciplinarias. En la mayoría de los concilios hemos tenido ambas, doctrinales y disciplinarias.
   En algunos concilios no ha habido declaraciones o decisiones disciplinarias; y a la inversa, ha habido algunos concilios sin declaraciones doctrinales, con declaraciones solamente disciplinarias. Muchos de los concilios de Oriente después del de Nicea trataron sólo cuestiones de fe.
   El Segundo Concilio de Tolón, del año 691, fue un concilio estrictamente oriental, para declaraciones y decisiones exclusivamente disciplinarias, porque las iglesias de Oriente habían sido dejadas de lado en los concilios precedentes. Esto actualizó la disciplina para las iglesias orientales, especialmente para la de Constantinopla.
   Esto es importante porque en el Concilio de Trento tenemos claramente ambas: capítulos y cánones que pertenecen exclusivamente a la fe y, en casi todas las sesiones, después de los capítulos teológicos y cánones, cuestiones disciplinarias. La diferencia es importante. En todos los cánones teológicos tenemos la declaración de que cualquiera que se oponga a las decisiones del Concilio queda excluido de la comunidad: anatema sit.
   Pero el Concilio nunca declara anatema por razones puramente disciplinarias; las sanciones del Concilio son sólo para las declaraciones doctrinales.

El Concilio de Trento y la Misa

     Todo esto es importante para nuestras reflexiones actuales. Ya hemos señalado la conexión entre fe y oración (liturgia) y especialmente entre fe y la forma más elevada de la liturgia, el culto común. Esta conexión tiene su expresión clásica en el Concilio de Trento, que trató el tópico en tres sesiones: la decimotercera de octubre de 1551, la vigésima de julio de 1562 y, especialmente, la vigésimo segunda en septiembre de 1562, que produjo los capítulos y cánones dogmáticos del Santo Sacrificio de la Misa.
   Existe, además, un decreto especial concerniente a aquellas cuestiones que deben ser observadas y evitadas en la celebración de la Misa. Esta es una declaración clásica y fundamental, autorizada y oficial, del pensamiento de la Iglesia sobre el tema.
   El decreto considera primero la naturaleza de la Misa. Martín Lutero había negado de forma clara y pública su misma naturaleza declarando que la Misa no era un sacrificio. Es verdad que, para no perturbar al fiel común, los reformadores no eliminaron inmediatamente aquellas partes de la Misa que reflejaban la verdadera Fe y que se oponían a sus nuevas doctrinas. Por ejemplo, mantuvieron la elevación de la Hostia entre el Sanctus y el Benedictus.
   Para Lutero y sus seguidores, el culto consistía principalmente en la prédica como medio de instrucción y edificación, mezclado con oraciones e himnos. Recibir la Santa Comunión era sólo un episodio secundario. Lutero todavía mantenía la presencia de Cristo en el pan en el momento de su recepción, pero negaba firmemente el Sacrificio de la Misa. Para él el altar nunca podía ser un lugar de sacrificio. A partir de esta negación, podemos entender los errores consiguientes en la liturgia protestante, que es completamente diferente de la de la Iglesia Católica. También podemos entender por qué el Concilio de Trento definió aquella parte de la Fe Católica que concierne a la naturaleza del Sacrificio Eucarístico: es una fuerza salvadora real. En el sacrificio de Jesucristo el sacerdote substituye a Cristo mismo. Como resultado de su ordenación él es un verdadero alter Christus. Mediante la Consagración, el pan se transforma en el Cuerpo de Cristo y el vino en Su Sangre. Esta realización de Su sacrificio es la adoración de Dios.
   El Concilio especifica que éste no es un nuevo sacrificio independiente del sacrificio único  de Cristo sino el mismo sacrificio, en el que Cristo se hace presente en forma incruenta, de manera tal que Su Cuerpo y Su Sangre están presentes en substancia permaneciendo bajo la apariencia de pan y vino. Por lo tanto, no existe un nuevo mérito sacrificial; más bien, el fruto infinito del sacrificio cruento de la Cruz es efectuado o realizado por Jesucristo constantemente en la Misa.
   De esto se deriva que la acción del sacrificio consiste en la Consagración. El Ofertorio (por el cual el pan y el vino se preparan para la Consagración) y la Comunión son partes constitutivas de la Misa, pero no son esenciales. La parte esencial es la Consagración, por la cual el sacerdote, in persona Christi y de la misma manera, pronuncia las palabras consagratorias de Cristo.
   De esta manera, la Misa no es y no puede ser la simple celebración de la Comunión, ni una simple persona la que represente a Cristo y, del mismo modo, pronuncie las palabras de consagración de Cristo.
   En consecuencia, la Misa no es y no puede consistir simplemente en una celebración de Comunión, o en un simple recuerdo o memorial del sacrificio de la Cruz, sino en hacer verdadero y presente este mismo sacrificio de la Cruz.
   Razón por la cual podemos entender que la Misa es una renovación efectiva del sacrificio de la Cruz. Es esencialmente una adoración a Dios, ofrecida sólo a Él. Esta adoración incluye otros elementos: alabanza, acción de gracias  
por todas las gracias recibidas, dolor por los pecados cometidos, petición de las gracias necesarias. Naturalmente, la Misa puede ser ofrecida por una o por todas estas distintas intenciones. Todas estas doctrinas fueron establecidas y promulgadas en los capítulos y cánones de la Sesión 22ª del Concilio de Trento.

Anatemas del Concilio de Trento

     De esta naturaleza teológica fundamental de la Misa derivan varias consecuencias. En primer lugar, el Canon Missae.
   En la liturgia Romana, siempre ha habido un único Canon, introducido por la Iglesia hace varios siglos. El  Concilio de Trento estableció expresamente en el capítulo 4, que este canon está libre de error, que no contiene nada que no sea pleno de santidad y de piedad y nada que no eleve a los fieles a Dios. Está compuesto sobre la base de las palabras de Nuestro Señor mismo, la tradición de los apóstoles y las normas de los papas santos. El canon 6 del capítulo 4 amenaza con la excomunión a aquellos que sostengan que el Canon Missae contiene errores y por lo tanto, deba ser abolido.
   En el Capítulo 5 el Concilio estableció que la naturaleza humana requiere de signos exteriores para elevar el espíritu a las cosas divinas. Por tal razón, la Iglesia ha introducido ciertos ritos y signos: la oración silenciosa o hablada, las bendiciones, las velas, el incienso, las vestiduras, etc. Muchos de estos signos tienen su origen en prescripciones apostólicas o en la tradición.
   A través de estos signos visibles de fe y piedad se acentúa la naturaleza del sacrificio. Los signos fortalecen y estimulan a los fieles a meditar sobre los elementos divinos contenidos en el sacrificio de la Misa. Para proteger esta doctrina, el Canon 7 amenaza con la excomunión a aquel que considere que estos signos exteriores inducen a la impiedad y no a la piedad. Esto es un ejemplo de lo que traté más arriba: esta clase de declaración, con el canon de sanciones, tiene mayormente un significado teológico y no solamente un sentido disciplinario.
   En el Capítulo 6 el Concilio destaca el deseo de la Iglesia de que todos los fieles presentes en la Misa reciban la Santa Comunión, pero establece que si sólo el sacerdote que celebra la Misa recibe la Santa Comunión esta Misa no debe ser denominada privada y, por ello, criticada o prohibida. En este caso, los fieles reciben la Comunión espiritualmente y, además, todos los sacrificios ofrecidos por el sacerdote como ministro público de la iglesia se ofrecen por todos los miembros del Cuerpo Místico de Cristo. En consecuencia, el Canon 8 amenaza
con excomunión a todos aquellos que digan que tales Misas son ilícitas y por lo tanto deben ser prohibidas (otra aseveración teológica).

Trento y el Latín2. El silencio.

     El Capítulo 8 está dedicado al lenguaje particular del culto en la Misa. Se sabe que en el culto de todas las religiones se emplea un lenguaje sagrado. Durante los primeros tres siglos de la Iglesia Católica Romana, el idioma era el griego, que era la lengua más comúnmente empleada en el mundo latino. A partir del siglo IV el latín se transformó en el idioma común del Imperio Romano. El latín permaneció durante siglos en la Iglesia Católica Romana como la lengua para el culto. Muy naturalmente, el latín era también el idioma del rito Romano en su acto fundamental del culto: la Misa. Así permaneció incluso después de que el latín fuera reemplazado por el lenguaje vivo de las distintas lenguas romances. 
     Y llegamos a la cuestión: ¿por qué el latín y no otra alternativa? Respondemos: la Divina Providencia establece aun las cuestiones secundarias. Por ejemplo, Palestina (Jerusalén) es el lugar de la Redención de Jesucristo. Roma es el centro de la Iglesia. Pedro no nació en Roma, él fue a Roma. ¿Por qué? Porque era el centro del entonces Imperio Romano, es decir, del mundo. Este es el fundamento práctico de la propagación de la Fe por el Imperio Romano, sólo una cuestión humana, una cuestión histórica, pero en la que ciertamente participa la Divina Providencia. 
     Un proceso semejante puede verse incluso en otras religiones. Para los musulmanes, la vieja lengua árabe está muerta y, no obstante, sigue siendo el lenguaje de su liturgia, de su culto. Para los hindúes, lo es el sánscrito.
   Debido a su obligada conexión con lo sobrenatural, el culto naturalmente requiere su propio lenguaje religioso, que no debe ser uno “vulgar”.
   Los padres del Concilio sabían muy bien que la mayoría de los fieles que asistían a la Misa ni entendían el latín ni podían leer traducciones. Generalmente eran analfabetos. Los padres también sabían que la Misa contiene una parte de enseñanza para los fieles.
   No obstante, ellos no coincidieron con la opinión de los protestantes de que era necesario celebrar la Misa sólo en la lengua vernácula. Para instruir a los fieles, el Concilio ordenó que la vieja costumbre del cuidado de las almas mediante la explicación del misterio central de la Misa, aprobada por la Santa Iglesia Romana, madre y maestra de todas las iglesias, se mantuviera en todo el mundo.
   El Canon 9 amenaza con la excomunión a aquellos que afirmen que el lenguaje de la Misa debe ser sólo en la lengua vernácula. Es notable que tanto en el capítulo como en el canon del Concilio de Trento se rechaza sólo la exclusividad del lenguaje “vulgar” en los ritos sagrados. Por otro lado, debe tenerse en cuenta una vez más que estas distintas normativas conciliares no tienen sólo carácter disciplinario. Se basan en fundamentos doctrinales y teológicos que involucran la Fe misma.
   Las razones de esta preocupación pueden verse, primeramente, en la reverencia debida al misterio de la Misa. El decreto siguiente sobre lo que debe observarse y evitarse en la celebración de la Misa establece: “La irreverencia no puede separarse de la impiedad”. La irreverencia siempre implica impiedad. Además, el Concilio deseó salvaguardar las ideas expresadas en la Misa, y la precisión de la lengua latina protege el contenido contra malentendidos y posibles errores basados en la imprecisión lingüística.
   Por estas razones la Iglesia siempre ha defendido la lengua sagrada e incluso, en época más reciente, Pío XI declaró expresamente que esta lengua debía ser non vulgaris.
   Por estas mismas razones, el Canon 9 establece la excomunión de quienes afirmen que debe ser condenado el rito de la Iglesia Romana en el cual una parte del Canon y las palabras de consagración sean pronunciadas silenciosamente. Incluso el silencio tiene un trasfondo teológico.
  La vida y el ejemplo
de los ministros del culto
     Finalmente, en el primer canon del decreto de la reforma, en la sesión vigésimo segunda del Concilio de Trento, hallamos otras normativas que tienen un carácter parcialmente disciplinario pero que también completan la parte doctrinaria, puesto que nada es más adecuado para orientar a los participantes del culto a una comprensión más profunda del misterio, que la vida y el ejemplo de los ministros del culto. Estos ministros deben modelar sus vidas y conducta en torno a este fin, que debe reflejarse en su vestimenta, su compostura, su lenguaje. En todos estos aspectos deben verse dignificados, humildes y religiosos. También
deben evitar incluso las faltas leves, puesto que en su caso éstas deberían considerarse graves. Los superiores deben exigir a los ministros sagrados vivir fundamentalmente de acuerdo a toda la tradición de comportamiento clerical apropiado.
  La Misa de San Pío V y la de Paulo VI
     Ahora podemos apreciar y entender mejor el trasfondo y el fundamento teológicos de las discusiones y normativas del Concilio de Trento respecto de la Misa como culminación de la sagrada liturgia. Es decir, el atractivo teológico de la Misa Tridentina se puede comprender por contraposición y como respuesta al grave desafío del Protestantismo, y no solamente en relación a  este período especial de la historia sino como una pauta de referencia para la Iglesia y frente a la reforma litúrgica del Vaticano II.
   En primer lugar, tenemos que determinar aquí el significado correcto de esta última reforma, como lo hicimos en el caso de la Misa Tridentina, destacando la importancia de saber precisamente qué se entendía por la Misa del Papa San Pío V, que cumplía con los deseos de los padres del Concilio en Trento.
   Empero, debemos destacar que el nombre correcto que debe darse a la Misa del Concilio Vaticano II es el de Misa de la comisión litúrgica posconciliar. Una simple ojeada a la constitución litúrgica del Segundo Concilio Vaticano ilustra de inmediato que la voluntad del Concilio y la de la comisión litúrgica están a menudo en desacuerdo e incluso son evidentemente opuestas.
   Examinaremos brevemente las diferencias principales entre las dos reformas litúrgicas así como la forma en que podríamos definir su atractivo teológico.
   Primeramente, frente a la herejía protestante, la Misa de San Pío V enfatizaba la verdad central de la Misa como un sacrificio, basada en las discusiones teológicas y las normas específicas del Concilio. La Misa de Paulo VI (también llamada así porque la comisión litúrgica para la reforma después del Vaticano II trabajó bajo la responsabilidad última de ese Papa) enfatiza, más bien, la Comunión, con el resultado de que el sacrificio queda transformado en lo que podría denominarse una comida. La gran importancia dada a las lecturas y a la prédica en la nueva Misa, e incluso la facultad dada al sacerdote para agregar palabras personales y explicaciones, es otro reflejo de lo que podría denominarse una adaptación a la idea protestante del culto.
   El filósofo francés Jean Guitton dice que el Papa Paulo VI le reveló  que había sido su intención (la del Papa) la de asimilar tanto como fuera posible la nueva liturgia católica al culto protestante3. Evidentemente, es necesario verificar el real significado de este comentario, puesto que todas las declaraciones oficiales de Paulo VI, incluida su excelente encíclica eucarística “Mysterium Fidei” en 1965, emanada antes de la finalización del Concilio, así como el “Credo del Pueblo de Dios”, demuestran una perfecta ortodoxia. Entonces, ¿cómo pueden explicarse estas declaraciones opuestas?
   Dentro de esta misma línea podemos tratar de comprender la nueva posición del altar y del sacerdote. De acuerdo con los bien fundados estudios de Monseñor Klaus Gamber respecto de la posición del altar en las antiguas basílicas de Roma y otros lugares, el criterio para la anterior posición no era que debían mirar a la asamblea que rinde culto sino, más bien, mirar hacia el Este, que era el símbolo de Cristo como sol naciente a quien se debía rendir culto. La posición completamente nueva del altar y del sacerdote mirando a la asamblea, algo previamente prohibido, hoy expresa a la Misa como un encuentro comunitario.
   En segundo lugar, en la vieja liturgia el Canon es el centro de la Misa como sacrificio. De acuerdo con el testimonio del Concilio de Trento, el Canon reconstruye la tradición de los apóstoles y estaba substancialmente completo en la época de Gregorio el Grande, en el año 600.
   La Iglesia Romana nunca tuvo otros cánones. Incluso respecto del Mysterium fidei en la fórmula de la Consagración, tenemos evidencias desde Inocencio III, explícitamente, en la ceremonia de investidura del Arzobispo de Lyon. No sé si la mayoría de los reformadores de la liturgia conocen este hecho. Santo Tomás de Aquino, en un artículo especial, justifica este Mysterium fidei. Y el Concilio de Florencia confirmó explícitamente el Mysterium fidei en la fórmula de la Consagración.
   Ahora bien, este mysterium fidei fue eliminado de las palabras de la consagración originadas en la nueva liturgia. ¿Por qué? También se autorizan nuevos cánones. El segundo de ellos, que no menciona el carácter sacrificial de la Misa, por su mérito de ser el más breve prácticamente ha suplantado al antiguo Canon Romano en todas partes.
   De aquí que se haya perdido el profundo discernimiento teológico otorgado por el Concilio de Trento.
   El misterio del Sacrificio Divino es actualizado en cada rito, si bien de manera diferente. En el caso de la Misa Latina este misterio fue enfatizado por el Concilio Tridentino con la lectura silenciosa del Canon en Latín. Esto ha sido descartado en la nueva Misa por la proclamación del Canon en voz alta.
   Tercero, la reforma del Vaticano II destruyó o cambió el significado de gran parte del rico simbolismo de la liturgia (si bien se mantiene en los ritos orientales). La importancia de este simbolismo fue destacada por el Concilio de Trento ...
   Este hecho fue deplorado incluso por un psicoanalista ateo muy conocido, quien llamó al Segundo Concilio Vaticano el “Concilio de los tenedores de libros”.

Vulgarización de la Misa –

El latín debe conservarse

     Hay un principio teológico completamente destruido por la reforma litúrgica pero confirmado tanto por el Concilio de Trento como por el Concilio Vaticano II, después de una larga y sobria discusión (yo asistí y puedo confirmar que las claras resoluciones del texto final de la Constitución del Concilio lo reafirmaban sustancialmente). El principio: el latín debe preservarse en el Rito Latino.
   Como en el concilio de Trento, también en el Vaticano II los padres del Concilio admitieron la lengua vernácula pero sólo como una excepción.
   Pero para la reforma de Paulo VI la excepción se tornó en la regla exclusiva. Las razones teológicas establecidas en ambos Concilios para mantener el latín en la Misa pueden verse ahora justificadas a la luz del uso exclusivo de la lengua vernácula introducida por la reforma litúrgica. La lengua vernácula a menudo ha vulgarizado la Misa misma, y la traducción del latín original ha resultado en errores y malentendidos doctrinales graves.
   Además, antes la lengua vernácula no estaba siquiera permitida para las personas iletradas o completamente diferentes entre sí. Ahora que los pueblos católicos de distintas tribus y naciones pueden  emplear diferentes lenguas y dialectos en el culto, viviendo próximos en un mundo que se torna cada día más pequeño, esta Babel del culto común resulta en una pérdida de la unidad externa de la Iglesia Católica en todo el mundo, otrora unificada en una voz común.
     Además, en numerosas ocasiones, se ha vuelto causa de desunión interna incluso en la propia Misa, que debería ser el espíritu y el centro de la concordia interna y externa entre los católicos de todo el mundo. Tenemos muchos, pero muchos ejemplos, de este hecho de desunión causada por la lengua vulgar.
     Y otra consideración ... Antes, cada sacerdote podía decir en el mundo entero la Misa en Latín para todas las comunidades, y todos los sacerdotes podían entender el latín. Hoy, desafortunadamente, ningún sacerdote puede decir Misa para todos los pueblos del mundo. Debemos admitir que, sólo unas décadas después de la reforma de la lengua litúrgica, hemos perdido aquella posibilidad de orar y cantar juntos, aun en los grandes encuentros internacionales, como los Congresos Eucarísticos o, incluso, durante los encuentros con el Papa, el centro de la unidad de la Iglesia. Ya no podemos, actualmente,  cantar ni rezar juntos.


 
La conducta de los ministros sagrados
     Finalmente, tenemos que considerar seriamente, a la luz del Concilio de Trento, la conducta de los ministros sagrados, cuya profunda relación con su sacro ministerio fue enfatizada por el Concilio de Trento. Una conducta clerical, vestimenta, porte y comportamiento correctos animan a la gente a seguir lo que sus ministros dicen y enseñan. Desafortunadamente, la conducta lamentable de muchos clérigos suele obscurecer la diferencia entre ministro sagrado y laico, y profundiza la diferencia entre ministro sagrado y alter Christus.
     Resumiendo nuestras reflexiones, podemos decir que el atractivo teológico de la Misa Tridentina crece en relación directa con la incorrección teológica de la Misa del Vaticano II. Por esta razón, el Christi Fidelis de la tradición teológica debe continuar manifestando, en espíritu de obediencia a los superiores legítimos, el legítimo deseo y la legítima preferencia pastoral por la Misa Tridentina.

 
    
     LA REFORMA DE LA LITURGIA ROMANA
   por Mons. Karl Gamber  –  (Ediciones “Renovación”, Madrid, 1996)
Fundador del Instituto Litúrgico de de Ratisbona (1957). Fallecido en 1989, Gamber fue uno de
los mejores historiadores y conocedores de la Liturgia, renombrado especialista en la antigua
liturgia romana así como en los ritos Orientales. En 1958 fue nombrado miembro de honor de la
Academia Pontificia de Liturgia, y en 1966 capellán y Camarero Secreto de su Santidad. El catálogo
de sus escritos cuenta con más de 360 títulos: libros, artículos, estudios, y ediciones de textos
                   patrísticos y litúrgicos, poco conocidos por el gran público en nuestros días.
     Con prólogos de los Cardenales Joseph Ratzinger (Prefecto de la Congregación
   para la Doctrina de la Fe, ex Santo Oficio), Alfons Stickler y Silvio Oddi.
   Del prólogo del Cardenal Ratzinger:
               “Gamber, con la vigilancia de un auténtico clarividente y con la intrepidez
   de un verdadero testigo, se opuso a la falsificación de la liturgia y nos ha transmitido
   incansablemente la plenitud viviente de una liturgia verdadera”
   *                 *               *
   VUELTOS AL SEÑOR  - por Mons. Karl Gamber
                              Con prólogo del Cardenal Joseph Ratzinger.
    Sobre la misa cara al pueblo  - Inconvenientes - Nunca existió en la liturgia de Occidente
      ni Oriente. Ningún documento del Concilio ni norma alguna posterior la impone.
    En venta:
   Vórtice Editorial y Distribuidora - Hipólito Yrigoyen 1970  (1089) Cap. Fed.
     Club del Libro Cívico  - Marcelo T. De Alvear 1348, local 147 (1060)  Cap. Fed.

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CEREMONIAS DE LA MISA REZADA
SEGUN EL RITO ROMANO en su FORMA EXTRAORDINARIA
POR UN SACERDOTE DE LA FRATERNIDAD SACERDOTAL SAN PEDRO (FSSP)

CUM PERMISSU SUPERIORUM

Datum ex aedibus Fraternitatis Sacerdotalis Sancti Petri

Friburgi Helvetiae, die 19 mensis Septembris, A.D. 2007
Dr. Patrick du FAY de CHOISINET
Vicarius generalis 
INTRODUCCIÓN
Omnia autem honeste et secundum ordinem fiant
( I Cor. 14, 40 ) 
 La celebración de la santa Misa según el rito romano en su forma extraordinaria no es algo que pueda improvisarse. Si se ha alabado con frecuencia el enriquecimiento aportado al misal romano por la reforma de Paulo VI en lo que concierne al número de lecturas y oraciones, también es cierto que el misal romano anterior a dicha reforma es mucho más rico en lo que concierne a los gestos rituales, determinados en lo esencial tanto por el ritus servandus in celebratione Missae como por el Ordo Missae contenidos en dicho misal.
Para aquellos sacerdotes que deseen beneficiar de la posibilidad de celebrar según dicha forma del rito romano, de acuerdo con lo establecido por S.S. el Papa Benedicto XVI en el motu proprio Summorum Pontificum, se impone pues un aprendizaje y un “entrenamiento” si quieren celebrar con el mayor fruto posible. 
 Las páginas que siguen se dirigen por tanto, de manera principal, a los sacerdotes de lengua española que desean disponer de una “guía” para prepararse convenientemente a la celebración litúrgica. Espero, sin embargo, que ellas sean útiles también a los fieles laicos interesados en la práctica litúrgica así como a aquellos que, en los seminarios, se preparan para llegar al sacerdocio.
 La finalidad que he perseguido redactando éste texto ha sido la de ofrecer un compendio de reglas eminentemente prácticas. Es evidente que cada uno de los ritos y cada una de las oraciones que vamos a enumerar en las páginas que siguen, tienen una interesantísima historia, la mayor parte de las veces más que milenaria, y una profunda significación mística y espiritual. Sin embargo es obvio que el carácter y la extensión de éste trabajo me impiden adentrarme por esos horizontes casi infinitos.
 No se desanime el lector si una primera lectura le deja la impresión de quedar abrumado por tantas reglas y tantos detalles. La mejor manera de sacar fruto de éste texto es la de irlo leyendo por partes, tratando cada vez de comprender y retener todos los detalles para, inmediatamente después, ponerlos en práctica. No dude pues el sacerdote en « ensayar » las diferentes partes de la misa. A fuerza de repetir los mismos movimientos, un hábito termina por crearse, un cierto “automatismo” que hará que los movimientos y los gestos que al principio parecían complicados y arduos de aprender terminen siendo como naturales. En efecto, la naturalidad en la celebración es la finalidad de todo el aprendizaje. “Hay que conocer perfectamente las rúbricas para poder desembarazarse de ellas”. Así expresaba un sacerdote, de forma “castiza”, la misma idea.
     La naturalidad en la celebración se opone a la improvisación. El sacerdote que llega ante el altar sin preparación práctica corre el riesgo de sentirse tremendamente embarazado. Cosas que a primera vista parecen evidentes no lo son tanto cuando se ven más de cerca. ¿Cómo pongo las manos? ¿Donde pongo el cáliz? ¿Qué hago con el corporal? etc. Un previo entrenamiento teórico y práctico (sobre todo si puede hacerse bajo la dirección de alguien experimentado) aportará al sacerdote la pericia necesaria para ejecutar las ceremonias del culto sin embarazo ni improvisación. Tengamos en cuenta que las reglas litúrgicas son en su gran mayoría el fruto de la experiencia centenaria e incluso milenaria de las generaciones que nos precedieron. ¿Porqué no aprovechar un tal tesoro de experiencia, que la Iglesia ha atesorado durante siglos y que ahora nos ofrece?
 Escritas con algo de prisa, en la intención de difundirlas con ocasión de la entrada en vigor del motu proprio Summorum Pontificum, es bien probable que encierren éstas páginas errores u omisiones, por los cuales me disculpo de antemano y pido al amable lector de ponerme al corriente de ellos, si buenamente puede.
 El autor. 
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NOTA
Lo esencial de éste trabajo proviene del Ritus servandus y del Ordo Missae del Missale Romanum edición de 1962 así como de múltiples decretos de la S.C. de ritos. Sin embargo cantidad de precisiones y de detalles han sido extraídos de las obras de eminentes rubricistas como Baldeschi, Merati, de Herdt, Mach-Ferreres, Haegy y otros. No he citado las fuentes en cada ocasión para no volver la lectura demasiado trabajosa y porque además éste trabajo no tiene ninguna pretensión “científica”. 
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CEREMONIAS DE LA MISA REZADA
SEGUN EL RITO ROMANO en su FORMA EXTRAORDINARIA 
ÍNDICE
I. LAS CEREMONIAS DE LA MISA REZADA
    A. OBJETOS NECESARIOS
    B. PREPARACION Y VESTICIÓN DE LOS ORNAMENTOS
    C. LLEGADA DEL SACERDOTE AL ALTAR
    D. INTROITO
    E. ORACION “COLECTA”
    F. EPÍSTOLA Y EVANGELIO
    G. OFERTORIO
    H. CANON DE LA MISA HASTA LA CONSAGRACIÓN
    I. CANON DE LA MISA DESPUÉS DE LA CONSAGRACIÓN
    J. PADRENUESTRO Y COMUNIÓN
    K. DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
II.  PARTICULARIDADES DE LA MISA DE REQUIEM
III.  MODO DE SERVIR (AYUDAR) LA MISA REZADA 
* * * * * * * * * * * 
I. CEREMONIAS DE LA MISA REZADA
SEGUN EL RITO ROMANO en su FORMA EXTRAORDINARIA 
A)  OBJETOS NECESARIOS 
     Para celebrar una Misa rezada según el rito romano extraordinario es necesario primero preparar una serie de objetos en el altar, en la credencia y en la sacristía:
Sobre el altar                   1 – Manteles. El altar ha de hallarse cubierto por tres manteles blancos de lino que cubran toda la superficie y que, al menos el superior, cuelgue por ambos lados hasta cerca del suelo.
2 Crucifijo. En el centro del altar debe haber un crucifijo, puesto en medio de los candelabros. No basta una cruz desnuda, sino que debe tener sobre ella la imagen del Crucificado. Debe ser de tal tamaño y colocado de tal modo que tanto el sacerdote como los fieles puedan verlo fácilmente. 
  La pequeña cruz que suele rematar el sagrario no puede reemplazarlo, en dicho caso ha de colocarse el crucifijo sobre el sagrario. Normalmente, sin embargo, se ha de colocar sobre la grada del altar (si la tiene) o directamente sobre el altar, pero siempre en el centro del mismo (jamás a un lado o al otro). Nada hay prescrito sobre la materia en que debe estar hecho pero normalmente el crucifijo es de metal y más raramente de madera.
  En realidad la cruz de altar se compone de tres elementos distintos (unidos normalmente por un largo tornillo puesto en el interior): la cruz propiamente dicha (con el crucificado), un tallo o vástago más o menos alto sobre el que se asienta la cruz y un basamento o pie, sobre el que reposa el conjunto.
3 Candelabros. Habitualmente ha de haber sobre el altar dos, cuatro, o seis candelabros, colocados de manera simétrica a ambos lados del crucifijo, directamente sobre el altar o sobre la grada si la hubiera. 
Han de ser candelabros individuales pues no está permitido usar candelabros de brazos, p.ej. un candelabro de tres brazos a cada lado de la cruz, ni menos aún reemplazarlos por apliques fijados al retablo o al muro1 1.
Normalmente el candelabro de altar consta también de tres elementos: un basamento o pie que lo sostiene, un tallo o vástago más o menos alto y un cajillo donde se inserta el cirio (o a veces una punta donde se lo clava). El cajillo suele llevar en su base un platillo para recoger la cera derretida.
La altura de los candelabros debe ser proporcionada a la de la cruz de altar, en concreto: deben llegar aproximadamente a la altura de la punta de abajo de la cruz, lo que significa que han de ser tan altos como el tallo sobre el que se asienta la cruz de altar. (Generalmente, si se trata de un juego completo, el vástago de los candelabros y el de la cruz tienen la misma forma y el mismo tamaño).
4 Cirios. Sobre los candelabros han de disponerse los cirios. Los cirios que se ponen en el altar han de ser completamente de cera o de cera en su mayor parte. Se tolera el uso de tubos que imitan los cirios verdaderos y que contienen uno en su interior. El grosor y la altura de los cirios es una cuestión estética y dependerá de la altura y estilo de los candelabros. 
Para la Misa rezada han de encenderse al menos dos cirios sobre el altar. Para encender los cirios se comienza por el lado de la Epístola, alumbrando primero el que se encuentra más cerca del [5] crucifijo y terminando por el más alejado. Después se procede del mismo modo en el lado del Evangelio. Para apagarlos se comienza en el lado del Evangelio, empezando por el cirio más alejado de la cruz y terminando por el más próximo. Después se hace lo mismo del lado de la Epístola.
5 – Sacras. Las sacras son unos cuadros, generalmente artísticamente encuadrados, sobre los que se hallan escritas ciertas oraciones difíciles de leer en el misal. Aunque la rúbrica sólo exige la de en medio, la costumbre universal es que sean tres: una que se pone al lado del Evangelio y que contiene el inicio del Evangelio según san Juan, otra que se pone al lado de la Epístola y que contiene el salmo Lavabo inter innocentes (a veces también la bendición del agua) y la tercera, normalmente más grande, que se pone en el medio y que contiene las palabras de la consagración, el Gloria, el Credo y otras oraciones. 
6 Atril. Debe haber sobre el altar un atril o un cojín para poner el misal sobre él. El atril puede ser de madera o de metal y se puede recubrir con un velo del color de los ornamentos de la Misa. El cojín puede ser siembre blanco (o rojo) aunque también puede conformarse al color de los ornamentos. 
 Antes de empezar la misa el atril (o el cojín) ha de estar puesto en el extremo del lado de la Epístola (a la derecha del altar según se lo mira desde la nave). Ha de estar colocado de frente a la nave de la iglesia (de modo que su límite anterior discurra paralelo al borde anterior del altar), y no un poco de lado ni oblicuo.
7 Misal. Sobre el atril o el cojín ha de colocarse el Misal, que ha de estar cerrado2, con la primera página debajo de manera que el lomo mire hacia la parte exterior derecha del altar y la abertura hacia el centro del mismo. Es conveniente que antes de poner el misal sobre el altar se hayan señalado las páginas de la misa que se vaya a decir, utilizando las cintas que sirven para ello. El Misal puede cubrirse con una funda de tela del color de los ornamentos del día3 [3]. 
8 - Otros elementos. Además de los objetos que venimos de enumerar y que constituyen el ajuar mínimo y obligatorio, puede adornarse el altar (según la solemnidad) con otros elementos como, p.ej. un antipendium o frontal de metal noble o de tela del color de los ornamentos de la misa, jarrones con flor cortada4 o con flores artificiales, relicarios, etc. 
Sobre la credencia
9 - La credencia es una mesilla de pequeño tamaño que se coloca a la derecha del altar (según se lo mira desde la nave), es decir: al lado de la Epístola. Se la debe cubrir con un mantel blanco. Antes de empezar la misa rezada se deberán poner sobre ella los siguientes objetos: 
Las vinajeras, que son dos pequeños vasos que normalmente han de ser de cristal, aunque se permite el uso de vinajeras de plata o de oro. Una vinajera debe estar llena de vino y la otra de agua. Se han de colocar sobre un platillo.
El manutergio, es un lienzo de tela de color blanco del que se sirve el sacerdote para secarse los dedos después del lavabo. Se ha de poner plegado encima de las vinajeras, pero si éstas están provistas de un tapón o de una tapadera, se pone sobre el platillo de las vinajeras.
Una campanilla. Puede tratarse de una campanilla o de un carrillón (varias campanitas sujetas por un sólo mango). No pueden ser reemplazadas por un gong ni por ningún otro instrumento a no ser por la matraca que se usa en su lugar solamente desde el jueves santo hasta el sábado santo.
Un platillo de comunión. Si se ha de distribuir la comunión a los fieles el ministro acompañará al sacerdote sosteniendo dicho platillo que ha de ser de metal.
Un candelabro pequeño o palmatoria con su cirio. En España se suele poner sobre el altar un candelabro encendido desde el momento de la consagración hasta las abluciones. Si se sigue éste uso, se pondrá el candelabro con la vela apagada sobre la credencia. Conviene también poner lo necesario para encenderla cuando llegue el momento.
Un copón. Si durante la Misa se hubiesen de consagrar partículas para la comunión de los fieles se pondrán éstas dentro de un copón que es un vaso sagrado fabricado en oro, plata o en otro tipo de metal con tal que la copa esté dorada interiormente. El copón debe hallarse provisto de una tapadera, generalmente de forma abombada y coronada por una cruz.
Un pabellón que es un velo de seda blanca, de forma circular, con el cual debe cubrirse el copón cuando éste contiene el Stmo. Sacramento.
En la sacristía  – Ornamentos sagrados
    En la sacristía han de prepararse los ornamentos sagrados del sacerdote, las vestiduras del acólito y el cáliz con sus accesorios.
10 - Los ornamentos sagrados se disponen sobre una mesa conveniente, en el orden siguiente: 
   La casulla. Ha de ser del color prescrito para la misa que se va a celebrar.
   La estola. Del mismo color que la casulla, se dispone sobre ella.
   El manípulo. También del color de la casulla. Se coloca sobre la estola.
   El cíngulo. Es un cordón generalmente de hilo o de seda terminado en borlas. Puede ser siempre blanco o del color de la casulla. Se coloca encima de la estola y el manípulo, con las borlas hacia la derecha.
   El alba. Es una túnica siempre de color blanco. Puede tener encajes en la parte inferior y en las bocamangas. Se coloca encima de todo lo anterior.
   El amito. Es un lienzo de tela siempre de color blanco y de forma rectangular. Lleva en sus extremidades superiores dos cintas largas que suelen ser también blancas, aunque en España algunas veces las cintas son separables del resto y se conforman al color de la casulla.
   El bonete. Sirve para que el sacerdote se cubra la cabeza cuando va y cuando viene del altar en la misa rezada. En España tiene una forma especial, con cuatro puntas rígidas, en el resto del mundo se usa la forma romana que sólo tiene tres puntas y es plegable. Para los simples sacerdotes el bonete es de color negro y puede llevar una borla o no. El bonete se coloca encima del amito.
  Es conveniente preparar en la sacristía una tablilla o cartón con las oraciones que el celebrante dirá al revestirse.
  Para el ministro o monaguillo es conveniente tener una sotana (negra o roja si se trata de un niño) y un sobrepelliz. 
11 El cáliz con todos sus accesorios. Además de lo anterior, ha de prepararse en la sacristía el cáliz con todos sus accesorios, a saber: 
   El cáliz, que es un vaso sagrado destinado a recibir en él la Sangre de Cristo después de la consagración. La copa del cáliz debe ser de oro, o de plata (al menos en su interior). Si es de plata debe estar sobredorada en el interior. El tallo y el pie pueden ser de otra materia. Hacia la mitad del tallo, el cáliz debe tener un nudo.
   Purificador. Sobre el cáliz se pone el purificador, dejándolo caer sobre la boca del cáliz y haciéndolo colgar por ambos lados. El purificador es un lienzo rectangular de tela blanca que sirve para que el celebrante enjugue el cáliz.
   Cucharilla. Sobre el purificador se pone la cucharilla. El uso de la cucharilla no es de origen romano. De hecho, las rúbricas no la prevén. Sin embargo la S. C. de ritos autorizó su uso en los países donde existe. En efecto, la cucharilla es usada en los países germánicos y en España, aunque de modo diferente. En España la cucharilla suele estar sujeta a una cinta que se termina por la otra punta en una borla o en una medalla. Dicha cinta se coloca sobre el purificador, haciendo colgar la cucharilla por un lado y la medalla (o la borla) por el otro. En Alemania y en los países germánicos la cucharilla va sola, por eso se la pone dentro de la copa del cáliz, sobre el purificador que, a causa de ello, debe ser hundido en el centro, hasta el fondo de la copa.
   La patena. A continuación se pone la patena sobre la boca del cáliz. La patena es un disco hecho de oro o al menos de plata. Si es de plata ha de estar sobredorada por la parte cóncava (sobre la que se pone la hostia).
   En el centro de la patena se coloca una hostia grande. Antes de ponerla en la patena se ha de cuidar que la hostia no esté quebrada ni manchada y que no tenga los bordes resquebrajados o con fragmentos.
   Palia redonda. La hostia se cubre con la palia redonda (según la costumbre española) o con la hijuela (según el uso general). La palia es una pieza de tela blanca, de forma redonda, mientras que la hijuela es también una pieza de tela blanca pero de forma cuadrada.
  Entrambas pueden ser de dos modos diferentes: o bien son de simple tela almidonada o bien se componen de dos telas superpuestas y cosidas entre sí por el borde, como un cojín, que se rellena con un cartón lo cual las vuelve muy rígidas. En éste caso, la parte superior suele adornarse con bordados, galoncillos etc. Pero la parte inferior (que es la que toca la hostia) debe siempre ser de tela blanca lisa.
  La palia redonda sirve para cubrir la hostia colocada sobre la patena hasta el ofertorio.
   La hijuela sirve para cubrir el cáliz durante la Misa, desde el ofertorio hasta la comunión. Si no se usa la hijuela para cubrir la hostia y la patena (por usarse la palia) se la pondrá dentro de los corporales.
   El velo del cáliz, es un trozo de tela de forma cuadrada y del mismo color de la casulla. Suele llevar un galón por el borde y una cruz de galón o bordada en el centro o en medio del lado que cubrirá la parte delantera del cáliz. Con dicho velo ha de cubrirse el cáliz cuando ya ha sido 8 preparado. Normalmente el velo debe cubrir el cáliz completamente por sus cuatro costados sin que quede a la vista nada de él. Pero si, como suele ocurrir, el cáliz es demasiado alto o el velo demasiado pequeño para cubrirlo por completo, se ha de poner de tal modo que al menos toda la parte delantera del cáliz quede cubierta, incluso el pie.
   Los corporales, son un lienzo cuadrado de tela blanca de aproximadamente 50 cm. de lado. Es conveniente que los corporales estén almidonados. Pueden llevar una pequeña cruz bordada sin relieve para indicar la parte anterior pero ningún otro bordado ni ornamento está permitido en su superficie. En cambio puede llevar una tira de encajes por el borde.
  Los corporales se han de plegar formando nueve cuadrados iguales. Para ello se lo pliega primero en tres partes, comenzando por el lado anterior y poniendo después el lado posterior por encima.
  Después se pliega en el otro sentido, formando tres partes iguales.
  Si la hijuela no ha sido empleada para cubrir la patena debe ponerse dentro de los corporales al plegarlos.
   La bolsa de los corporales es una especie de funda o carpeta cuadrada, hecha de tela del mismo color que la casulla, forrada y rellena por dentro con un cartón que la vuelve rígida. Suele llevar un galón en el borde y una cruz en el centro aunque nada de ello es obligatorio. Los corporales (y eventualmente la hijuela) se introducen dentro de ésta bolsa.
Por último, la bolsa conteniendo los corporales se coloca horizontalmente encima del cáliz, sobre el velo del mismo. La apertura de la bolsa debe mirar a la parte de atrás. 
* * * * * * * * * * * * *
 

B)  PREPARACION Y VESTICIÓN DE LOS ORNAMENTOS 
 Ante todo no olvide el sacerdote que el Ritus servandus del Missale Romanum en su forma extraordinaria comienza exhortando al celebrante a prepararse espiritualmente antes de acceder al altar tanto con la oración personal como con la recitación del oficio divino, así como con la recepción del sacramento de penitencia si ello fuere necesario.
12 - Llegando a la sacristía para celebrar, lo primero que debe hacer el sacerdote es asegurarse que las páginas del Misal ha sido bien señaladas para la Misa que vaya a celebrar. Hecho lo cual puede llevarlo él mismo o dejar que un sacristán lo lleve al altar. 
     Después  se lavará las manos, recitando la oración prescrita para ello.
     El ritus servandus prevé que a continuación el sacerdote mismo prepare el cáliz, lo cual es de alabar.
     Sin embargo es costumbre admitida universalmente que el cáliz ya haya sido preparado por el sacristán.
13 - Así pues, si el cáliz ya estuviese preparado, tras lavarse las manos, el sacerdote irá directamente a revestirse ante la mesa donde los ornamentos han sido dispuestos.
     Si por faltar una sacristía o ser ésta muy pequeña, no se pudiesen disponer en ella los ornamentos, se pondrán sobre una mesa situada en un lugar conveniente, fuera o dentro de la iglesia, pero en principio, nunca sobre el altar, ya que tomar los ornamentos del altar (ya sea en la sacristía o en la iglesia) es un privilegio del obispo.
     Sin embargo, como puede suceder que el lugar sea tan exiguo que incluso la colocación de una mesa resulte imposible, pueden en dicho caso disponerse los ornamentos del sacerdote sobre el altar, pero no sobre el centro del mismo (como se hace para el obispo) sino en el lado del Evangelio, es decir al extremo izquierdo del altar según se lo mira de frente.
     Notemos también que para revestirse de los ornamentos sagrados el sacerdote debe hallarse previamente vestido con el hábito talar (sotana).
14 - Llegado ante la mesa o ante el lugar donde están los ornamentos, lo primero que ha de hacer el celebrante es apartar el bonete y ponerlo a un lado de la mesa (y no sobre el cáliz).
     Si lo desea puede luego santiguarse (no está prescrito). Seguidamente toma el amito por sus extremos superiores (de los que parten las cintas) con ambas manos, lo besa en el centro (donde debe haber una cruz) y se lo lleva sobre la cabeza girando la mano derecha sobre la izquierda. Lo hace reposar un instante sobre la cabeza comenzando a decir la oración Impone, Domine etc. Y prosigue la oración mientras hace descender el amito sobre los hombros, lo ajusta con ambas manos en torno al cuello de modo que quede bien oculto el cuello romano de la sotana, y tomando las cintas, se las cruza por delante del pecho haciendo pasar la derecha sobre la izquierda. Seguidamente se pasa las cintas hacia atrás, por debajo de los brazos, las vuelve a traer hacia adelante de manera que le ciñan la cintura y finalmente se las anuda por delante.
15 - Después se reviste del alba mientras recita la oración conveniente. Sin besarla, la tomará con las dos manos y recogiéndola por la parte de atrás sobre los brazos, pasará primero la cabeza dej4andola caer hasta los pies, metiendo después los brazos en las mangas, comenzando por la derecha. Tras lo cual se la ajusta convenientemente al cuello con el fiador5. 
Seguidamente tomará el cíngulo, plegado en dos, con la punta donde están las borlas en la mano derecha. Diciendo la oración correspondiente se lo cine a la cintura con la argollita de pasamanería, o si ésta falta, se lo anuda por delante de manera que las borlas cuelguen ante él casi hasta el suelo. Acto seguido se acomoda el alba cuidando de que le cuelgue por todos lados a la misma altura, levantada uno o dos dedos del suelo.
16 - Toma luego en manípulo, besándolo en la cruz que tiene en medio y, mientras recita la oración adecuada, se lo pone en el brazo izquierdo entre el codo y la muñeca. Luego se lo ajusta, pero si para ajustarlo trae un fiador o unas cintas, lo mejor será que el acólito le ayude a hacerlo. 
     A continuación, diciendo la oración prevista, toma la estola con las dos manos, besa la cruz que tiene en medio y se la pone sobre el cuello dejándola caer por delante desde los hombros. Luego se la cruza sobre el pecho haciendo pasar la parte derecha sobre la izquierda y la fija de cada lado con los extremos del cíngulo, de modo que éste ya no cuelgue por delante sino que las borlas caigan una a cada lado hasta aproximadamente la altura de las rodillas.
     Acto seguido se reviste de la casulla, sin besarla, mientras recita la oración oportuna. 
C ) LLEGADA DEL SACERDOTE AL ALTAR
17 - Revestido ya el sacerdote de los ornamentos sagrados, toma el bonete con la derecha y se cubre. Luego toma el cáliz (por el nudo) con la mano izquierda, pone la derecha extendida sobre la bolsa de los corporales (cuya apertura ha de mirar hacia el celebrante), y llevándolo a la altura del pecho hace reverencia6 a la cruz o imagen que presida la sacristía (sin descubrirse), y con paso grave y aspecto modesto se dirige al altar, precedido por el ministro. 
     No ha de llevar sobre el cáliz pañuelo ni anteojos ni otra cosa alguna. Algunos autores permiten que se lleve sobre el cáliz la llave del sagrario.
     Al salir de la sacristía, si hay a la puerta agua bendita, puede tomar y santiguarse. Si la sacristía se encuentra detrás del altar, para ir a él debe salir por la puerta del lado del Evangelio.
     Por privilegio del Papa San Pío V se acostumbra en algunas iglesias de España llevar el cáliz al altar antes que salga el sacerdote a decir la Misa rezada. Dado que el sacerdote quisiera hacer uso de este privilegio irá con las manos juntas ante el pecho, los dedos unidos y extendidos, formando una cruz con los pulgares, poniendo el derecho sobre el izquierdo.
18 - Llegado al altar, estando delante de la ínfima grada se quita el bonete, lo da al ministro, y hecha la genuflexión al Santísimo o inclinación profunda de cuerpo a la cruz, sube al altar y pone el cáliz al lado del Evangelio. Acto seguido toma la bolsa con las dos manos, la pone sobre el altar y sosteniéndola con la mano izquierda saca de ella (con la derecha) los corporales, que deposita (plegados) en medio del altar. A continuación, con una mano coloca la bolsa del lado del Evangelio (poniendo la otra mano extendida sobre el altar), dejándola de pie, apoyada contra el retablo o contra la grada (si la hubiere). 
     Acto seguido despliega (con las dos manos) los corporales de manera que cubran el centro del altar, sobre el ara. (Si, según se acostumbra en España, la hijuela se encuentra dentro de los corporales, al desplegar éstos se pondrá la hijuela de plano sobre el altar, hacia el lado de la Epístola, no lejos de los corporales).
     Después el sacerdote coloca sobre los corporales el cáliz cubierto con el velo tomándolo con la izquierda por el nudo y poniendo la mano derecha encima de él. El cáliz ha de quedar colocado en el centro de los corporales, pero a una distancia del borde del altar que no impida besarlo.
Cuide también el sacerdote que el pie del cáliz quede completamente tapado con la parte anterior del velo. Hecho esto, acercase al lado de la Epístola con la manos unidas ante el pecho, abre el misal por la página del introito de la misa del día, pasa de nuevo al medio del altar (con las manos juntas ante el pecho) y, hecha una inclinación de cabeza a la cruz, volviéndose sobre su derecha, baja (con las manos juntas) ante la ínfima grada del altar para comenzar la Misa.
Nota: Cada vez que el celebrante se desplaza de un lado a otro del altar (sin bajar de él) deberá hacerlo marchando paralelamente al altar. Por ejemplo, para ir del centro al lado de la Epístola, hará como sigue:
     1°  se vuelve por su derecha hasta quedar mirando al muro del lado Epístola, con el frente del altar a su izquierda, 2° marcha en línea recta hacia el lado de la Epístola con el frente del altar siempre a su izquierda, 3° al llegar al punto deseado (p.ej. ante el Misal) se vuelve por su izquierda y se pone de cara al retablo.
     Los desplazamientos en oblicuo deben ser evitados, pues restan dignidad al rito. Tampoco se debe nunca marchar hacia atrás. Si por cualquier motivo el celebrante tiene que volver sobre sus pasos, que lo haga dándose él mismo la vuelta y no andando de espaldas.
     No están de acuerdo los autores sobre si esta inclinación ha de ser una inclinación profunda del cuerpo o sólo una inclinación profunda de cabeza.
19 - Vuelto de cara al altar, hace inclinación profunda de cuerpo a la cruz (o genuflexión7 si estuviese el Santísimo Sacramento o expuesta la reliquia de la Santa Cruz), y santiguándose con la mano derecha (extendida la izquierda sobre la cintura), comienza en voz clara e inteligible: In nomine Patris, etc.8  
     Para santiguarse ha de proceder así: la mano izquierda se extiende sobre la cintura mientras se eleva la derecha (con los dedos unidos y extendidos y la palma vuelta hacia sí) hasta tocar con la punta de los dedos la frente diciendo In nomine Patris, después la pondrá del mismo modo sobre el pecho diciendo et Filii, a continuación se tocará el hombro izquierdo diciendo et Spiritus, el derecho diciendo sancti, y juntando inmediatamente la mano derecha con la izquierda ante el pecho dirá Amén.
20 - Permaneciendo con las manos juntas ante el pecho9 dirá, alternativamente con el acólito (en voz alta), la antífona Introibo ad altare Dei y el salmo Iudica me10. Al Gloria Patri inclina la cabeza y al sicut erat in principio la vuelve a alzar. Al versículo Adjutorium nostrum, etc. se vuelve a santiguar11 11. 
El Confíteor ha de recitarlo con el cuerpo profundamente inclinado, las manos juntas a la altura del pecho. No olvide que a las palabras vobis fratres y vos fratres no debe volverse hacia el ministro pues esta ceremonia se practica sólo en la misa solemne. Al mea culpa dése tres golpes en el pecho con la mano derecha, teniendo la izquierda más abajo del pecho. Quedará profundamente inclinado (las manos unidas ante el pecho) hasta que el ayudante haya dicho todo el Misereatur tui; pero luego que haya respondido Amén se enderezará. Acto seguido el acólito recitará a su vez el Confiteor, terminado el cual el sacerdote (siempre erguido y con las manos juntas ante el pecho) dirá Misereatur tui, etc.
     Al decir Indulgentiam etc. el sacerdote se santiguará12 12 y luego, medianamente inclinado, proseguirá con las manos juntas ante el pecho diciendo: Deus tu conversus, etc. concluido lo cual, extendiendo y juntando las manos1313, dirá con voz clara: Oremus, y continuará en secreto Aufer a nobis, etc. mientras va subiendo las gradas del altar lentamente, de modo que al llegar a él concluya ésta oración.
     Allí, puesto en medio y algún tanto inclinado, con las manos juntas apoyadas sobre el borde de la mesa de altar de modo que sólo los dedos meniques toquen el frontal, y los pulgares formen una cruz puesto el derecho encima del izquierdo1414 proseguirá en secreto: Oramus te, Domine, etc. A las palabras quorum reliquiae hic sunt, besará el altar (en el medio del mismo), teniendo las manos extendidas sobre él, a derecha e izquierda de los corporales, pero fuera de ellos.
D) INTROITO 
21 - En seguida se alza y pasa al lado de la Epístola, con las manos juntas ante el pecho. Se coloca ante el misal y lee (en voz alta) el Introito de la misa del día. Al comenzar el Introito el sacerdote se santigua, continuándolo con las manos juntas ante el pecho. Hace inclinación de cabeza hacia la cruz al Gloria Patri, y repite el Introito sin volver a santiguarse.
     Terminado el Introito regresa (con las manos juntas ante el pecho) al medio del altar y vuelto hacia la cruz, permaneciendo con las manos unidas ante el pecho, dice (en voz alta) los Kyries alternando con el ministro.
     Si debe recitarse el Gloria, el sacerdote sin moverse del centro del altar extiende las manos (directamente, sin apoyarlas primero sobre el altar), las eleva a la altura de los hombros y sin alzar los ojos dirá (en voz alta): Gloria in excelsis. Al decir Deo junta las manos ante el pecho e inclina la cabeza hacia la cruz, levantándola luego y continuando el himno con las manos juntas ante el pecho. Hace inclinación ligera de cabeza cuando pronuncia las siguientes palabras: «Adoramus te», «gratias agimus tibi», «Iesu Christe» y « suscipe deprecationem nostram». Al «cum Sancto Spiritu» se santigua15 15, y dicho « in gloria Dei Patris”, sin volver a unir las manos después de santiguarse1616, besa el altar (en el medio) teniendo las manos extendidas sobre el altar, a derecha e izquierda de los corporales, pero fuera de ellos.
     Se endereza y, juntando de nuevo las manos ante el pecho, se vuelve por su derecha de cara a los fieles, con los ojos bajos; y extendiendo y juntando las manos (las palmas frente a frente y sin que pasen de los hombros) dice: Dominus vobiscum17.17 Lo mejor es separar las manos a la palabra Dominus y volverlas a unir al decir vobiscum. 
Nota: Si la Misa no tuviese Gloria, tras la recitación alternada de los Kyries, el celebrante separa las manos, las apoya (separadas) sobre el altar (fuera de los corporales) y lo besa. Acto seguido se endereza y, juntando de nuevo las manos ante el pecho, se vuelve de cara a los fieles para decir Dominus vobiscum con los mismos gestos descritos en el párrafo anterior.
E) ORACIÓN “COLECTA” 
22 - Una vez respondido et cum spiritu tuo, el sacerdote se vuelve por su izquierda y se desplaza directamente (con las manos juntas ante el pecho) hasta donde está el Misal (es decir, al extremo del lado de la Epístola) y se coloca de cara a él. Haciendo, entonces, con la cabeza inclinación mediocre hacia la cruz del altar, extendiendo y juntando las manos al mismo tiempo, dice en voz alta Oremus18 18 y prosigue luego la lectura de la oración, con los dedos unidos y las manos extendidas, aunque separadas de manera que ni su altura ni su separación exceda la de los hombros y estén las palmas frente a frente. 
     Si la oración debe terminar con la conclusión Per Dominum nostrum etc. o Per eundem Dominum nostrum, etc. unirá las manos al empezar la conclusión, inclinará la cabeza hacia la cruz al pronunciar Iesum Christum, enderezándose después y prosigiendo con las manos juntas ante el pecho hasta el final de la conclusión. Si en cambio la oración se termina con la conclusión Qui tecum o Qui vivis, no juntará las manos hasta las palabras in unitate19 19 y no hará ninguna inclinación hacia la cruz.
     Si en la Misa se hubiesen de decir varias oraciones sólo ha de decirse Oremus antes de la primera y de la segunda oración, y sólo se dice la conclusión de la primera y de la última; es decir: se reza la primera oración completa (con su introducción y su conclusión) las demás se recitan unidas, tras una sola introducción y se terminan bajo una sola conclusión.
     Si durante la oración (o en cualquier otra parte de la Misa) hubiese de pronunciarse el nombre del Santo de quien se dice la Misa o de quien se hace conmemoración, o el santo nombre de María, o el del Papa reinante, ha de hacerse inclinación de cabeza hacia el libro, a no ser que en el altar o en lugar principal haya una imagen de la Virgen o del Santo en cuestión, en cuyo caso la inclinación se haría hacia ella. En cambio, al nombre de Jesús la inclinación se hará siempre hacia la cruz del altar, incluso durante la lectura de la Epístola.
     Esta regla sufre una excepción notable: durante la lectura del Evangelio todas las inclinaciones se hacen hacia el Misal. 
F) EPÍSTOLA Y EVANGELIO 
23 - A continuación el sacerdote lee la Epístola, el Gradual y el Aleluya (o el Tracto)20 teniendo las manos sobre el Misal o sobre el atril, como prefiera, pero siempre de tal modo que las manos toquen de alguna manera el libro. 
     Después, juntas las manos ante el pecho, pasa al medio del altar donde, levantando los ojos a la cruz y bajándolos luego dice, en secreto: Munda cor meum etc. y Iube Domine, etc.2021 21 con el cuerpo profundamente inclinado pero sin apoyar las manos en el altar.
        Luego se dirige al Misal (que entretanto ha sido llevado por el ministro hasta el ángulo del lado del Evangelio) y con las manos juntas ante el pecho, dice en voz alta Dominus vobiscum. A continuación, mientras dice Sequentia o Initium sancti Evangelii etc. separa las manos y hace la señal de la cruz con el pulgar de la mano derecha, primero sobre el libro, al principio del Evangelio2222 (con la mano izquierda extendida sobre el libro), luego (con la mano izquierda extendida bajo el pecho), hace con el pulgar de la mano derecha el signo de la cruz sobre su frente, boca y pecho, recitando al mismo tiempo el resto de la fórmula.
     A continuación lee el santo Evangelio, de pie, vuelto hacia el misal y con las manos juntas ante el pecho hasta el fin. Si durante la lectura hubiese de pronunciar el nombre de Jesús, el de María o el del Santo cuya misa se celebra, la inclinación de cabeza la hará hacia el libro. Concluido el Evangelio levanta un poco el misal con ambas manos2323 e inclinándose un poco lo besa donde empieza el texto del Evangelio2424, mientras dice en voz baja per evangélica dicta, etc. volviéndo en seguida a depositar el misal sobre el atril. 
24 - Terminado esto, acerca (con las dos manos) el atril al ara (en medio del altar), lo más cerca posible de los corporales, pero no sobre ellos. Acto seguido junta las manos ante el pecho y pasa al medio del altar. 
     Si hubiese Credo extiende y levanta las manos a la altura de los hombros mientras pronuncia (en voz alta) la palabra Credo y al continuar con las palabras in unum Deum las juntará inclinando al mismo tiempo la cabeza hacia la cruz. Acto seguido vuelve a levantar la cabeza y prosigue la recitación del Credo (siempre en voz alta) con las manos juntas ante el pecho, teniendo en cuenta que ha de inclinar de nuevo la cabeza a las palabras Iesum Christum y simul adoratur.
     Asimismo, a las palabras Et incarnatus est ha de doblar la rodilla derecha hasta el suelo poniendo al mismo tiempo las manos sobre el altar, extendidas y separadas (una a la derecha y otra a la izquierda del ara) y siempre fuera de los corporales. Permanecerá así hasta et homo factus est inclusive2525. Al decir Et vitam venturi saeculi se santigua y directamente (sin juntarlas antes delante del pecho) coloca ambas manos sobre el altar, extendidas y separadas, una a cada lado del ara (pero siempre fuera de los corporales), se inclina y besa el altar en el medio. Acto seguido se incorpora, se vuelve (por su derecha) de cara a los fieles y dice Dominus vobiscum (en voz alta) haciendo las mismas ceremonias que hizo al final del Gloria.
Nota: Si no hubiese que decir el Credo, el celebrante (terminado el Evangelio) acerca con ambas manos el atril (con el misal) a los corporales, se desplaza (manos juntas ante el pecho) hasta el medio del altar, allí separa las manos, las extiende (separadas) sobre el altar, a ambos lados de los corporales pero no sobre éstos, se inclina y besa el altar. Acto seguido se alza y se vuelve (por su derecha) hacia los fieles. Dice entonces Dominus vobiscum (en voz alta) con las mismas ceremonias descritas al final del Gloria. 
G) OFERTORIO 
25 - Mientras que el ministro (o los fieles) responden et cum spiritu tuo el sacerdote se vuelve por su izquierda hacia el altar (pero sin moverse del centro, quedando de nuevo de cara a la cruz). 
     Extiende y junta las manos e inclina la cabeza a la cruz diciendo al mismo tiempo Oremus. A continuación, con las manos juntas ante el pecho, lee (en voz alta) la antífona al Ofertorio que corresponda a la misa del día26 26.
     Cuando ha terminado de leer la antífona (no antes) descubre el cáliz, tomando el velo con las dos manos. Lo más cómodo es tomarlo por los dos extremos posteriores. A continuación lo pliega (cuidando de no dejar el forro a la vista) y lo coloca hacia el lado de la Epístola, al fondo del altar (cerca del retablo o de la grada) y no muy lejos de los corporales (pero no sobre ellos) de manera que después sirva de apoyo a la hijuela. También puede el sacerdote, si lo desea, entregar el velo del cáliz al ministro quien se encargará de plegarlo y de ponerlo en su sitio sobre el altar.
26 - A continuación pone la mano izquierda sobre el altar (fuera de los corporales) y con la derecha toma el cáliz (por el nudo) y lo deposita hacia el lado de la Epístola, fuera de los corporales. 
     No se trata de las oraciones que acompañan al ofertorio, las cuales forman parte del ordinario de la misa y serán dichas más adelante en voz baja. La antífona que aquí lee el celebrante es una pieza variable (forma parte del propio) que en los oficios solemnes es cantada por la schola, pero que en la misa rezada el mismo celebrante lee.15
     Acto seguido el sacerdote (teniendo siempre la izquierda sobre el altar), quita primero con la derecha la palia redonda que cubre la hostia2727 dejándola sobre el altar, cerca del velo del cáliz. A continuación toma con la misma mano, (entre el pulgar, el índice y el dedo corazón), la patena con la hostia y la eleva hasta la altura del pecho, hasta donde conduce su mano izquierda para tomar el otro lado de la patena con la misma disposición de los dedos pulgar, índice y corazón.
     Así  sostiene el sacerdote la patena, sobre la parte central de los corporales a la altura de su pecho, un poco distante del mismo, sujetándola con los tres primeros dedos de cada mano, los otros dos unidos28 [28] por debajo de la patena. Alza entonces el sacerdote los ojos al crucifijo y, bajándolos en seguida, dirá en voz baja: Suscipe sancte Pater, etc.
     Nota: 1) Si hubiese que consagrar partículas en un vaso o copón (o varios), después de descubrir el cáliz y colocarlo fuera de los corporales, pondrá el copón (o los copones) sobre los corporales tomándolo(s) con la derecha (la izquierda sobre el altar). Acto seguido lo(s) descubrirá con la derecha, sujetando el pie del copón si fuese necesario con la izquierda. A continuación proseguirá descubriendo la patena como ha sido indicado arriba.
     2) Fuera de España la patena que contiene la hostia no se cubre con la palia redonda (que no existe fuera de nuestro país) sino con la hijuela. Siendo así, las ceremonias del párrafo anterior se realizan del mismo modo, bastando reemplazar la palabra “palia” por “hijuela”. 
27 - Una vez terminada la oración Suscipe sancte Pater (y no antes) el sacerdote desciende la patena hasta una altura de aproximadamente cinco dedos por encima de los corporales, sosteniéndola siempre del mismo modo (es decir con los tres primeros dedos de cada mano) y traza con ella un signo de cruz horizontal sobre los mismos corporales. 
     Después, inclinando la patena por el lado que mira al fondo del altar, hará deslizarse la hostia sobre el corporal, concretamente sobre el cuadrado (delimitado por los pliegues) que se sitúa en la parte central y anterior de los corporales.
     A continuación apoya la mano izquierda sobre el altar29 [29] y con la derecha coloca la patena al lado de la Epístola de modo que la mitad de la misma quede oculta debajo de los corporales.
     Si hubiese que consagrar partículas en un vaso o copón, después de colocar la patena bajo el corporal, el sacerdote cubrirá de nuevo el copón (o los copones) con la mano derecha, sujetándolos por el pie con la izquierda si fuese necesario.
28 - A continuación, guardando siempre la mano izquierda extendida sobre el altar, el sacerdote toma el cáliz (por el nudo) con la mano derecha y lo desplaza un poco más hacia el lado de la Epístola. En seguida, con las manos juntas ante el pecho, el sacerdote pasa al extremo de la Epístola (donde al principio de la misa estuvo el misal) y se vuelve de cara al altar. A continuación toma el cáliz (por el nudo) con la mano izquierda (la derecha sobre el pecho) y lo acerca hacia sí, depositándolo sobre el altar, frente a sí. 
     En caso de que se use cucharilla para el agua (como es costumbre en España) el sacerdote la toma por la cinta y la deja sobre el altar. Acto seguido toma el purificador con la mano derecha y con él limpia el interior de la copa del cáliz sosteniéndolo entre tanto con la mano izquierda por el nudo o por el exterior de la copa3030. A continuación vuelve a poner el cáliz sobre el altar y toma el purificador por uno de sus extremos sosteniéndolo entre el dedo pulgar de la mano izquierda y el nudo del cáliz (o entre el dedo pulgar y los labios de la copa) rodeando con los demás dedos el nudo o la boca del cáliz y dejando colgar todo el purificador desde el nudo (o desde la boca del cáliz) hasta abajo, de manera que cubra en lo posible tanto el nudo como el pie del mismo.
  Después toma con su mano derecha la vinajera que le presenta el ministro y echa el vino dentro del cáliz. Para evitar que haya gotas que salpiquen es conveniente inclinar un poco el cáliz y verter el vino haciéndolo deslizarse suavemente por la pared de la copa, enderezándolo de nuevo una vez que haya terminado. A continuación devuelve la vinajera al ministro y, conservando la mano izquierda (con el purificador) sobre el nudo (o sobre la boca) del cáliz, bendice con la mano derecha (haciendo un signo de cruz) la vinajera del agua que le presenta el ministro, mientras dice (en voz baja) Deus qui humanae substantiae etc.
      A las palabras per huius aquae et vini mysterium toma con la derecha la vinajera y añade unas gotas de agua al cáliz, con las mismas precauciones que antes indicamos para que las gotas no salpiquen. Si el sacerdote (como es usual en España) se sirve de una cucharilla, tomará con ella el agua de la vinajera (que le presenta el ministro) y tras echarla en el cáliz limpiará la cucharilla con el purificador y la dejará sobre el altar, cerca del velo del cáliz.
     Tras lo cual, es conveniente (aunque las rubricas no lo prescriben) que el sacerdote limpie con el purificador las gotas que hayan podido saltar a las paredes interiores del cáliz (Con el dedo índice de la mano derecha envuelto en el purificador). Una vez hecho lo cual el sacerdote, con la mano izquierda, acerca el cáliz (tomándolo por el nudo) a los corporales y vuelve al centro del altar con las manos juntas ante el pecho y llevando el purificador entre ellas. Durante todo éste movimiento el sacerdote continúa a recitar en voz baja la oración Deus qui humanae substantiae sin olvidar que al pronunciar el nombre Iesus debe hacer una inclinación de cabeza hacia la cruz.
29 - Llegado ante el medio del altar el sacerdote se vuelve hacia el retablo, coloca la mano izquierda sobre el altar (fuera de los corporales) y con la mano derecha deposita el purificador (plegado en dos) sobre la mitad de la patena que quedó descubierta. Después toma con la mano derecha el cáliz (por el nudo) y lo eleva hasta delante de su pecho. Al mismo tiempo conduce su mano izquierda hasta sostener con ella el pie del cáliz. El sacerdote sostiene así el cáliz, en el aire, de manera que el límite superior de la copa se encuentre a la altura de sus ojos (no más alto), agarrándolo con la derecha por el nudo y con la izquierda por el pie. En ésta posición el sacerdote dirá (en voz baja) la oración Offerimus tibi Domine, etc. manteniendo los ojos elevados hacia el crucifijo durante toda esta oración. 
    Cuando haya acabado de decir la oración, sosteniendo el cáliz de la misma manera, lo desciende hasta una altura de unos cinco dedos por encima de los corporales y traza con él una cruz horizontal sobre los corporales, pero sin hacerlo pasar por encima de la hostia, y acto seguido lo deposita sobre el cuadrado central de los corporales (es decir: detrás de la hostia). A continuación, tomando la hijuela con la derecha, cubre con ella el cáliz (teniendo la mano izquierda extendida sobre el altar, fuera de los corporales, o mejor: sujetando con ella el pie del cáliz ).
30 - En seguida el celebrante junta las manos e inclinándose medianamente las apoya sobre el borde del altar (de modo que sólo las puntas de los meniques toquen el frontal), y dice en voz baja In spiritu humilitatis, etc. 
     Cuando termina de recitar esta oración se pone recto, alza y baja al instante los ojos, mientras que extendiendo, levantando y juntando las manos ante el pecho, dice (en voz baja): Veni Sanctificator etc. y al pronunciar la palabra bene+dic bendice el cáliz y la hostia juntamente, trazando sobre ellos un signo de cruz con la mano derecha, teniendo la izquierda puesta sobre el altar pero fuera de los corporales.
     Hecho el signo de cruz, junta de nuevo las manos ante el pecho, va al ángulo de la Epístola donde, vuelto hacia el ministro (y no hacia el retablo) que le presenta el agua y el manutergio, se lava las manos del siguiente modo: el ministro derrama un poco de agua sobre las extremidades31 [31] de los dedos pulgar e índice de ambas manos del celebrante y éste a continuación los enjuga con el manutergio que le presenta igualmente el ministro. Mientras ejecuta esta acción el sacerdote ha de recitar en voz baja el salmo lavabo inter innocentes etc. Ha de notarse que ésta ablución ha de realizarse fuera del altar, sosteniendo el ministro en sus manos la vinajera y el platillo. Una vez enjugados los dedos, el sacerdote entrega al ministro el manutergio y volviendo a juntar las manos ante el pecho, se vuelve de cara al retablo para terminar de recitar el salmo leyéndolo (en voz baja) sobre la sacra. Llegado al Gloria Patri hace inclinación de cabeza hacia la cruz, y al sicut erat in principio etc. se pone derecho y se desplaza (siempre con las manos juntas) hasta el centro del altar, terminando de decir la oración.
31 - Una vez en el medio del altar y vuelto hacia él, levanta los ojos al crucifijo y volviéndolos a bajar apoya las manos juntas sobre el altar (de modo que sólo la extremidad de los meniques toquen el frontal) y medianamente inclinado dice (en voz baja) la oración Suscipe Sancta Trinitas. 
     Acabada la oración, besa el altar en el medio, poniendo ambas manos extendidas sobre el altar, una a cada lado de los corporales (pero fuera de ellos). Acto seguido se endereza juntando las manos ante el pecho, se vuelve (por su derecha) de cara a los fieles y dice (con los ojos bajos y con voz media) Orate fratres mientras extiende y vuelve a unir las manos ante el pecho. El resto: ut meum ac vestrum sacrificium etc. lo continúa en voz baja, mientras se vuelve hacia el altar (con las manos juntas) por su izquierda, de manera a realizar una vuelta completa.
     Cuando el ministro (o los fieles) hallan respondido Suscipiat Dominus, etc. el sacerdote dice (en voz baja) Amén.
32 - A continuación, y sin decir Oremus, vuelto hacia el misal con las manos extendidas ante el pecho, lee (en voz baja) la Secreta, juntando las manos al Per Dominum e inclinando la cabeza hacia la cruz al Iesum Christum. Si la Secreta tiene como conclusión Qui tecum o Qui vivis juntará las manos a las palabras in unitate y no hará inclinación de cabeza.
     Si la misa tiene una sola Secreta, el celebrante no termina de decir la conclusión, sino que se para al llegar a las palabras Spiritus Sancti Deus (inclusive).
     Si la misa tiene varias Secretas el celebrante recitará la conclusión completa de la primera de ellas (incluso el Amén). A continuación lee las que tenga que añadir bajo una sola conclusión32 [32]. Esta última conclusión no la dirá completa sino tan sólo hasta las palabras Spiritus Sancti Deus (inclusive).
        Habiendo dicho el Spiritus Sancti Deus de la última Secreta, separa las manos y coloca la derecha extendida sobre el altar (fuera de los corporales), con la izquierda busca en el misal la página del Prefacio conveniente, tras lo cual coloca dicha mano extendida sobre el altar (fuera de los corporales). Teniendo pues ambas manos apoyadas sobre el altar, a ambos lados de los corporales, leerá (en voz alta) Per omnia saecula saeculorum y prosigue así leyendo el resto. Al Sursum corda eleva ambas manos a la altura del pecho (las palmas frente a frente). Al Gratias agamus junta las manos ante el pecho, elevando los ojos a la cruz y al decir Domino Deo nostro inclina la cabeza hacia la cruz. Luego prosigue la lectura (en voz alta) del Prefacio, teniendo las manos extendidas ante el pecho.
33 - Una vez concluido el Prefacio junta las manos ante el pecho (sin apoyarlas sobre el altar) y se inclina medianamente para recitar el Sanctus que según las rúbricas ha de ser dicho en “voz media” es decir no en secreto, pero tampoco tan alto como las partes que han de ser dichas en voz alta o perfectamente audible. Al llegar a Benedictus se endereza y se santigua del siguiente modo: la mano izquierda extendida sobre la cintura, con la extremidad de los dedos de la derecha se toca la frente al decir Benedictus, el pecho al decir qui venit, el hombro izquierdo al decir in nomine Domini, el hombro derecho al decir Hosanna in excelsis. Terminado el Sanctus el celebrante no vuelve a juntar las manos.32 Siempre en voz baja, con las manos extendidas ante el pecho y sin Oremus. 
H) CANON DE LA MISA HASTA LA CONSAGRACIÓN 
34 - Concluido el Sanctus el sacerdote pone la mano derecha sobre el altar (directamente, sin juntarla antes con la izquierda delante del pecho), y con la izquierda busca en el Misal la página del Canon. A continuación (sin decir nada) eleva ambas manos hasta la altura de los hombros al mismo tiempo que levanta sus ojos al cielo, volviendo a bajarlos al instante mientras vuelve a juntar las manos ante el pecho e inclinándose profundamente apoya sus manos unidas sobre el borde del altar33 [33]. Estando ya profundamente inclinado (y no antes) comienza a decir en voz baja Te ígitur etc. prosiguiendo siempre en voz baja durante todo el Canon. 
     El sacerdote continúa profundamente inclinado y con las manos juntas sobre el altar hasta las palabras supplices rogamus ac petimus (inclusive) tras las cuales besa el altar en el medio, poniendo las manos a cada lado de los corporales pero fuera de ellos. Acto seguido se endereza, junta las manos ante el pecho y prosigue diciendo uti accepta habeas et benedicas luego pone la izquierda sobre el altar (fuera de los corporales) mientras con la derecha traza tres signos de cruz sobre la hostia y el cáliz juntamente, diciendo: haec+dona, haec+munera, haec sancta+sacrificia. Prosigue con las manos extendidas ante el pecho. Al una cum Papa nostro N. dirá el nombre del Pontífice reinante inclinando la cabeza hacia el Misal. Si la Sede Apostólica se hallare vacante deberá omitir toda la frase.
     A las palabras et Antístite nostro N. dirá el nombre del patriarca, arzobispo u obispo de la diócesis en la que se celebra la Misa. No ha de nombrarse ningún otro prelado ya sea cardenal, abad, superior general, o cualquier otra dignidad eclesiástica. Si la sede diocesana se hallare vacante se omitirá toda la frase. También ha de omitirse dicha frase cuando se celebra en Roma. Al pronunciar el nombre del obispo no ha de inclinar la cabeza (a menos que esté presente y asista a la Misa, en cuyo caso se hará inclinación hacia el libro). Si no sabe o no recuerda el nombre dirá sólo Antístite nostro teniendo intención de rogar por él 34 [34] .
35 - Mientras dice Memento Domine famulorum famularumque tuarum N. et N. eleva ambas manos y las junta a la altura del pecho o del rostro e inclinando un poco la cabeza permanece un corto rato en dicha posición, en silencio y recordando aquellos por quienes tiene intención de orar. Aunque el misal ha conservado las letras N. et N. el celebrante no tiene obligación de pronunciar los ombres de aquellos por los que ora, basta que pronuncie hasta tuorum. 
Terminado el Memento extiende las manos ante el pecho y prosigue et omnium circumstantium etc.
     Al Communicantes inclinará la cabeza hacia el Misal35 [35] al pronunciar el nombre de Mariae, al decir Iesu Christi hará inclinación de cabeza hacia el crucifijo. Y si durante ésta oración se pronunciase el nombre del santo cuya misa se dice o de quien se hace conmemoración inclinará la cabeza hacia el misal36 36. Al llegar a la conclusión Per eundem Christum etc. junta las manos ante el pecho, sin inclinar la cabeza37 37.
     Cuando dice Hanc igitur, sin separar las manos, las abre dejando los pulgares cruzados por encima de ellas y las extiende de manera que las palmas miren hacia abajo (hacia el cáliz y la hostia). Las manos del celebrante han de quedar pues abiertas y extendidas sobre la oblata (cáliz y hostia) de manera que los dedos pulgares formen una cruz sobre las manos, poniendo el derecho sobre el izquierdo, y así ha de mantener las manos durante toda ésta oración. Al llegar a la conclusión per Christum etc. junta de nuevo las manos ante el pecho (sin inclinar la cabeza) y prosigue en ésta posición.
     Al llegar a Quam oblationem tu Deus in omnibus quaesumus, apoya la mano izquierda sobre el altar (fuera de los corporales) y con la derecha traza tres signos de cruz sobre el cáliz y la hostia juntamente, diciendo: bene+dictam, adscri+ptam, ra+tam, pero el tercer signo de cruz lo trazará más lentamente prolongándolo no sólo durante la palabra ratam sino durante lo que sigue, a saber:
     ratam, rationabilem, acceptabilemque facere digneris, ut nobis entonces traza un signo de cruz solamente sobre la hostia diciendo Cor+pus y otro signo de cruz solamente sobre el cáliz diciendo San+guis tras lo cual, uniendo las manos ante el pecho, prosigue diciendo fiat dilectissimi Filii tui Domini nostri e inclinando la cabeza hacia la cruz Jesu Christi.
Nota: Si hubiese de consagrar partículas en un copón debe descubrirlo en éste momento. Tras lo cual continúa como sigue: 
36 - El celebrante purifica la extremidad de los pulgares y los índices de ambas manos frotándolos suavemente sobre los extremos anteriores del corporal, mientras dice (siempre en voz baja) Qui pridie quam pateretur tomando después la hostia por la parte de abajo, con el índice y el pulgar de la mano derecha. Para ello apoyará el índice de la mano izquierda sobre el borde superior de la hostia de manera que ésta se levante un poquito por la parte inferior, pudiéndola así agarrar cómodamente con la derecha. 
     Una vez que tiene la hostia cogida por la parte inferior con el índice y el pulgar de la derecha, la toma igualmente por abajo con el índice y el pulgar de la izquierda, manteniendo los demás dedos unidos y derechos por debajo de la hostia. Prosigue entonces diciendo accepit panem in sanctas ac venerabiles manus suas38.38 Al decir et elevatis oculis in caelum levanta los ojos en alto, pero en seguida los baja e inclina la cabeza diciendo Tibi gratias agens, al decir bene+dixit traza con la mano derecha un signo de cruz sobre la hostia, teniéndola sujeta con el índice y el pulgar de la izquierda, continuando: fregit, deditque etc. 
     En España suele observarse la rúbrica que prescribe en éste momento poner una vela encendida sobre el altar y que ha de permanecer encendida hasta la sumpción en las misas rezadas. Sin embargo en el resto del mundo ésta rúbrica ha caído en desuso y la S. C. De Ritos autorizó (9 junio 1899) a omitirla. 
37 - Tras haber dicho manducate ex hoc omnes, el sacerdote teniendo siempre la hostia entre sus manos, (de la manera que acaba de ser explicada), se inclina profundamente, apoya los antebrazos sobre el altar (e incluso los codos si fuese necesario, según su talla y la altura del altar) y con la cabeza inclinada sobre la hostia que sostiene entre sus manos, pronuncia sobre ella las palabras de la consagración. Cuide el sacerdote de pronunciar tan sagradas palabras distinta y reverentemente, con atención y devoción, sin interrupción ni movimientos de cabeza, en voz baja, sin gritar y sin suspiros ni aspiraciones forzadas. 
     Pronunciadas aquellas palabras el sacerdote, conservando la Hostia entre sus manos, se apoya con ellas sobre los corporales para enderezarse y acto seguido hace genuflexión con la rodilla derecha hasta el suelo (con la Hostia siempre entre las manos y apoyadas éstas sobre los corporales).
     Tras levantarse alza la Hostia lentamente y en línea recta sobre los corporales, siguiéndola con la mirada y tan alto como cómodamente pueda, por lo menos más alta que su cabeza para que todos puedan adorarla. Luego la baja de la misma manera y cuando esté cerca de los corporales, apoya sobre ellos la mano izquierda mientras que con la sola mano derecha vuelve a colocar la Hostia donde estaba, haciendo genuflexión de nuevo (con ambas manos apoyadas a cada lado sobre los corporales).
Nota: En adelante y hasta la ablución de los dedos, el celebrante tendrá juntos los pulgares e índices de ambas manos, salvo cuando deba tocar la Hostia39 39.
38 - Tras la segunda genuflexión el sacerdote descubre el cáliz, tomando la hijuela entre los dedos índice y corazón de la mano derecha, mientras con la mano izquierda sujeta el pie del cáliz (si había partículas a consagrar en un copón, lo cubrirá antes de descubrir el cáliz).
     Acto seguido se frota unos contra otros los índices y pulgares de ambas manos sobre la copa del cáliz, mientras dice Simili modo postquam caenatum est. Luego, al decir accipiens et hunc praeclarum calicem toma el cáliz con ambas manos por el nudo (la derecha por el nudo mismo y la izquierda un poco por debajo del nudo), lo levanta un poco y en seguida lo vuelve a dejar en su lugar manteniéndolo agarrado con ambas manos por el nudo. Prosigue inclinando la cabeza mientras dice item tibi gratias agens, luego traza un signo de cruz con la mano derecha sobre la copa (conservando el cáliz agarrado con la izquierda por el nudo) mientras dice bene+dixit. Después vuelve a poner la mano derecha donde estaba, es decir vuelve a tener el cáliz agarrado con ambas manos por el nudo, y prosigue diciendo deditque discipulis suis dicens: accípite et bíbite ex eo omnes. Acto seguido, teniendo cogido con la derecha el cáliz por el nudo, lo levanta un poco (sin inclinarlo) y con la mano izquierda lo sostiene por el pie: con los tres últimos dedos por debajo y con el pulgar y el índice unidos por encima del mismo. A continuación apoya los antebrazos (o los codos) sobre el altar e, inclinada la cabeza, pronuncia sobre el cáliz las palabras de la consagración, del mismo modo que fue dicho para la consagración de la Hostia.
     Proferidas dichas palabras, el celebrante deposita el cáliz sobre los corporales y, mientras dice Haec quotiescumque etc., se endereza y hace genuflexión con la rodilla derecha hasta el suelo, apoyando ambas manos sobre los corporales, una a cada lado de la Hostia.
     Tras levantarse toma de nuevo el cáliz, con la mano derecha por el nudo y con la izquierda por el pie y acto seguido lo levanta del mismo modo que hizo con la Hostia, siguiéndolo con la mirada40.40 Una vez que lo ha vuelto a dejar sobre los corporales lo cubre con la hijuela y hace de nuevo genuflexión. 
I) CANON DE LA MISA DESPUÉS DE LA CONSAGRACIÓN 
39 - El celebrante, erguido y con las manos extendidas ante el pecho, prosigue diciendo (siempre en voz baja) Unde et memores etc. Al llegar a las palabras de tuis donis ac datis junta las manos ante el pecho y poniendo la izquierda sobre el altar, pero dentro del corporal, traza cinco cruces con la mano derecha: tres sobre la Hostia y el cáliz juntamente, a las palabras Hostiam+puram, Hostiam+sanctam, Hostiam+inmaculatam, una sobre la Hostia sola cuando dice Panem+sanctum vitae eternae y otra sobre el cáliz solamente diciendo et Calicem+salutis perpetuae. 
     Prosigue luego con las manos extendidas ante el pecho, diciendo Supra quae etc. Y así continúa hasta sanctum sacrificium, inmaculatam Hostiam. Tras haber dicho lo cual, se inclina profundamente poniendo sus manos juntas sobre el borde del altar (sólo los meniques tocan el frontal) diciendo entonces: Supplices te rogamus, etc. A las palabras ex hac altaris participatione apoya sus manos de cada lado de la Hostia, sobre los corporales, y besa el altar. Acto seguido se endereza, junta las manos ante el pecho y prosigue diciendo sacrosanctum Filii tui, a continuación puesta la mano izquierda sobre los corporales, hace con la derecha un signo de cruz sobre la Hostia diciendo Cor+pus y otro sobre el cáliz diciendo et San+guinem sumpserimus. Luego, apoyando la mano izquierda sobre la cintura (cuidando de no tocar la casulla con el índice y el pulgar) se santigua con la mano derecha, diciendo omni benedictioni caelesti et gratia repleamur. Acto seguido junta las manos ante el pecho mientras dice Per eundem etc.
     Continúa luego diciendo Memento etiam Domine etc. y desde que comienza éstas palabras extiende, eleva y junta las manos delante del pecho o delante del rostro, haciéndolo lentamente de modo que el movimiento de las manos se termine al mismo tiempo que las últimas palabras de ésta oración, a saber: in somno pacis. Queda entonces el sacerdote durante un momento con las manos juntas ante el pecho (o ante la parte inferior del rostro), la cabeza inclinada y la mirada fija sobre el Sacramento haciendo mentalmente conmemoración de los difuntos por quienes debe y quiere orar. Concluida esta conmemoración prosigue con las manos extendidas ante el pecho IpsisDomine etc. A la conclusión Per eundem Christum etc. junta las manos e inclina la cabeza4141. 
40 - A continuación pone la mano izquierda sobre los corporales y se da un golpe de pecho con la extremidad de los tres últimos dedos de la mano derecha, cuidando de no tocar la casulla con el pulgar y el índice, diciendo al mismo tiempo con voz un poco más alta: Nobis quoque peccatoribus. 
     Prosigue con las manos extendidas ante el pecho (de nuevo en voz baja) : famulis tuis etc. Si el nombre del santo cuya Misa se celebra (o del que se hace conmemoración) figura entre los que se nombran en éste momento, al nombrarlo hará inclinación de cabeza hacia el Misal (a no ser que la imagen del Santo presida el altar en cuyo caso se inclinará hacia ella). Al Per Christum etc. Junta de nuevo las manos y así prosigue (con las manos juntas) diciendo Per quem haec omnia Domine semper bona creas, acto seguido reposa la mano izquierda sobre los corporales y con la derecha traza tres signos de cruz sobre el cáliz y la Hostia juntamente, diciendo sancti+ficas, vivi+ficas, bene+dicis et praestas nobis.
41 - Acto seguido descubre el cáliz (tomando la hijuela con la derecha, la izquierda sujetando el pie), hace genuflexión (las manos apoyadas sobre los corporales), toma con la mano derecha la Hostia por la parte inferior (ayudándose para ello con el índice de la izquierda) y, teniendo agarrado el nudo del cáliz con la mano izquierda, traza con la Hostia tres signos de cruz sobre la copa del mismo, moviendo para ello toda la mano y yendo de borde a borde sin
tocarlos ni sobrepasarlos, diciendo al mismo tiempo (en voz baja) Per + ipsum, et cum + ipso et in ip + so .  
     Luego traza dos signos de cruz, también con la Hostia, entre el cáliz y su pecho, manteniendo la mano a la misma altura y comenzando a partir del labio del cáliz más próximo al sacerdote. A la primera cruz dice est tibi Deo Patri + omnipotenti, y a la segunda in unitate Spiritus + Sancti. En seguida, teniendo la Hostia sobre el cáliz con la derecha y éste con la izquierda (por el nudo), levanta un poco (unos cinco dedos) el cáliz y la Hostia juntamente, diciendo (en voz baja) omnis honor et gloria y dejando luego el cáliz y la Hostia en su respectivo lugar purifica sus dedos sobre la copa del cáliz, lo cubre con la hijuela y hace genuflexión. 
J) PADRENUESTRO Y COMUNIÓN 
42 - Puesto de nuevo en pie y teniendo las manos extendidas y apoyadas sobre los corporales dice el celebrante (en voz alta) Per omnia saecula saeculorum. 
     Una vez que el ministro (o los fieles) hayan respondido Amén el celebrante, juntando las manos ante el pecho e inclinando la cabeza, dice (en voz alta) Oremus.
     Después prosigue (con las manos juntas ante el pecho y en voz alta) Praeceptis salutaribus moniti etc.
     Cuando empieza a recitar el Pater noster extiende las manos ante el pecho y así las mantiene durante toda la oración, teniendo además los ojos fijos en el Sacramento hasta el final de la misma. Cuando el ministro (o los fieles) respondan Sed liberanos a malo el celebrante contesta (en voz baja) Amén y puesta la mano izquierda sobre los corporales, con la derecha (sin separar el índice del pulgar) toma el purificador, tira la patena de debajo de los corporales y la limpia suavemente con el purificador (usando para ello sólo la mano derecha, la izquierda permanece sobre los corporales). Acto seguido deja el purificador sobre el altar, del lado de la Epístola no muy lejos de los corporales y toma la patena entre el índice y el dedo de en medio, manteniéndola de canto sobre el altar (fuera de los corporales) con la parte cóncava mirando hacia los corporales.
     Comienza entonces a decir (en voz baja) Líbera nos quaesumus, etc. Cuando llega a las palabras da propitius pacem se santigua con la patena del modo siguiente : la mano izquierda la apoya sobre la cintura (cuidando de no tocarse la casulla con los dedos índice y pulgar), y sosteniendo la patena con la derecha, se toca con ella la frente diciendo da propitius, el pecho diciendo pacem, el hombro izquierdo diciendo in diebus, el hombro derecho diciendo nostris. A continuación besa la patena en el borde superior (por la parte cóncava) y prosiguiendo en voz baja ut ope misericordiae tuae, etc. desliza la patena por debajo de la Hostia, ayudándose para ello del índice de la mano izquierda4242.
43 - Una vez que terminó de recitar la oración que acompaña la acción precedente, el celebrante descubre el cáliz, hace genuflexión y toma la Hostia (que ya reposa sobre la patena) de la siguiente manera: con el índice izquierdo la hace deslizarse hacia el borde superior de la patena hasta que sobresalga un poco de ésta, entonces la toma por la parte que sobresale con la mano derecha (entre el índice y el pulgar), la levanta y la lleva hasta encima del cáliz, donde la toma también con la mano izquierda (sólo los dedos índice y pulgar). Sosteniéndola así, con ambas manos sobre la copa del cáliz, la va partiendo por el medio, en línea recta, mientras dice (en voz baja): Per eundem Dominum nostrum Jesum Christum . 
     A continuación pone sobre la patena la mitad de la Hostia que tiene entre el pulgar y el índice de la mano derecha, y rompiendo, también con la mano derecha4343, una partecita de la parte inferior de la otra mitad que le queda en la izquierda, prosigue (en voz baja) qui tecum vivit et regnat. Al decir in unitate Spiritus Sancti Deus pone la mitad que tiene en la izquierda sobre la patena, al lado de la otra mitad (de manera que se “recomponga” la forma circular de la Hostia). Una vez que ha dejado la mitad izquierda de la Hostia sobre la patena pondrá la mano izquierda en el nudo del cáliz y, conservando siempre la mano derecha (que sostiene la partícula consagrada) sobre la boca del cáliz, dirá (en voz alta) Per omnia saecula saeculorum.
  Respondido Amén (por el ministro o los fieles) el celebrante hará con la partícula que sostiene en la derecha tres cruces sobre la boca del cáliz, de labio a labio, sin tocarlos ni sobrepasarlos y moviendo para ello toda la mano (no sólo los dedos), diciendo al mismo tiempo (en voz alta) Pax + Domini sit sem+per vobis+cum.
  Una vez que el ministro (o los fieles) hayan respondido et cum spiritu tuo el celebrante deja caer dentro del cáliz la partícula que sostenía sobre él con la mano derecha, diciendo al mismo tiempo (en voz baja) Haec commixtio etc. Después se purifica los dedos de ambas manos, frotándose un poco los índices y los pulgares sobre la copa del cáliz, cubriéndolo a continuación con la hijuela, haciendo luego genuflexión con la derecha (las manos separadas y apoyadas sobre los corporales).
44 - Hecha la genuflexión y tras incorporarse de nuevo, el celebrante junta las manos ante el pecho (sin apoyarlas sobre el altar) e inclinándose medianamente comienza a decir (en voz alta) Agnus Dei qui tollis peccata mundi en éste momento pone la mano izquierda sobre el corporal y con la44. 
45 - A continuación el celebrante (que permanece medianamente inclinado) junta las manos y las apoya sobre el borde del altar. En ésta posición, con los ojos fijos en el Sacramento, recita (en voz baja) las tres oraciones preparatorias a la comunión. 
  Terminadas éstas se pone derecho y a continuación hace genuflexión (con las manos separadas apoyadas sobre los corporales). Habiéndose levantado dice (en voz baja) panem caelestem etc. Dicho lo cual toma reverentemente con la derecha las dos partes de la Hostia que estaban sobre la patena, para lo cual con el índice de la izquierda apoyado en medio de las dos mitades las hará deslizarse hasta el borde superior de la patena, una vez que sobrepasen dicho borde las tomará por ahí con la derecha (índice y pulgar), levantándolas de la patena. Entonces las toma juntas por la parte inferior con la izquierda, manteniéndolas derechas, un poco elevadas por encima del corporal y conservando la forma redonda de la Hostia.
  Tomará entonces la patena con la derecha y la pone entre el índice y el dedo de en medio de la izquierda, por debajo de la Hostia. Se inclina medianamente y se da tres golpes de pecho, con la mano derecha, diciendo tres veces (en voz mediana) Domine non sum dignus y prosiguiendo cada vez en voz baja ut intres sub tectum etc. Después de cada golpe de pecho retira la mano derecha pero no la apoya sobre los corporales.
  Habiendo terminado el tercer Domine non sum dignus el celebrante se endereza, toma con la mano derecha por la parte de arriba la mitad de la Hostia a la que arrancó la partícula y la pone encima de la otra mitad; a continuación toma por la parte de abajo, con la mano derecha, las dos mitades reunidas (sin conservar la forma circular, sino una mitad encima de la otra) y traza con ellas un signo de cruz ante sí, por encima de la patena (que sostiene con la izquierda y que ha de permanecer inmóvil) sin salirse de los bordes de ésta, diciendo al mismo tiempo (en voz baja) Corpus Domini Nostri Jesu Christi etc. sin olvidarse de inclinar la cabeza al pronunciar Jesu.
  A continuación se inclina apoyando los antebrazos (o los codos) sobre el altar, como para la consagración, y comulga la Hostia, manteniendo siempre la patena debajo de ésta.  Acto seguido deja la patena sobre los corporales, se incorpora, junta las manos ante la parte inferior del rostro y permanece un momento45[45] en meditación.
46 - Después de ésta breve pausa el celebrante comienza a recitar (en voz baja) Quid retribuam Domino etc. y al mismo tiempo descubre el cáliz retirando la hijuela, hace genuflexión, toma la patena con la mano derecha y si ve que quedan partículas sobre ella las hace caer sobre el cáliz. A continuación recoge con la patena las partículas que hayan podido quedar sobre el corporal y en seguida, con las yemas de los dedos pulgar e índice de la mano derecha, purifica la patena sobre el cáliz y luego los mismos dedos también sobre el cáliz. 
     Hecho esto, teniendo siempre juntos el dedo pulgar y el índice, toma con la izquierda la patena sosteniéndola horizontalmente, con la derecha toma el cáliz por debajo del nudo y traza con el mismo un signo de cruz ante sí, mientras dice Sanguis Domini nostri Jesu Christi etc. sin olvidar de inclinar la cabeza a Jesu. Poniendo entonces la patena debajo del mentón, comulga (de una sola vez) todo el Sanguis con la partícula que en él había4646, sin echar excesivamente la cabeza hacia atrás y sin aspirar ruidosamente.
Nota: Si debe distribuir la comunión a los fieles:
47 - Habiendo consumido la Sangre de Cristo, el celebrante deja la patena y el cáliz sobre los corporales, cubriendo éste con la hijuela. Acto seguido, con la mano derecha retira la sacra central y la deposita a plano sobre el altar, del lado de la Epístola. Toma la llave y abre el sagrario, hace genuflexión, con la derecha saca el copón y lo coloca sobre los corporales delante del cáliz (donde estuvo la Hostia). Entorna la puerta del Sagrario, descubre el copón quitándole el pabellón y la tapa, hace genuflexión, agarra el copón con la izquierda (pulgar e índice siempre unidos) mientras con la derecha toma una Hostia pequeña entre el pulgar y el índice, sosteniéndola por encima del copón. Hecho lo cual se vuelve por su derecha hacia los fieles y con los ojos fijos en la Hostia dice en voz alta Ecce Agnus Dei etc. A continuación repite tres veces (junto con los fieles) Domine non sum dignus, etc. Evidentemente el celebrante no ha de golpearse el pecho sino que mantiene todo el tiempo la Sagrada Forma por encima del copón. 
     Acto seguido, acompañado por el ministro47 [47],, que sostiene el platillo colocándose a su derecha, se dirige al comulgatorio donde distribuye la comunión empezando por el lado de la Epístola hasta el del Evangelio, volviendo a reiterar el mismo recorrido cuantas veces sea necesario y sin hacer genuflexión ni reverencia al pasar por el centro.
     Dando la comunión trazará un signo de cruz con la Hostia sobre el copón (sin sobrepasar sus límites) mientras dice Corpus Domini nostri Jesu Christi etc. sin inclinar la cabeza a Jesu. Habiendo terminado de distribuir la comunión, recibe en la mano derecha el platillo que le entrega el ministro y vuelve directamente al centro del altar. Deposita el copón sobre los corporales, hace genuflexión, lo cubre, lo coloca dentro del sagrario, entorna la puerta del mismo, vuelve a hacer genuflexión, echa la llave y la retira de la cerradura colocando después la sacra central en su sitio.
     Si el copón se hubiese consagrado durante la Misa se hará todo como ha sido explicado, omitiendo la apertura del Sagrario como es evidente.
     Terminada la distribución de la comunión la Misa continúa como de costumbre, con la purificación.
Si no se distribuye la comunión:
48 - Habiendo sumido la Preciosísima Sangre, el celebrante, sin dejar el centro del altar, coloca la mano izquierda (que sostiene la patena) sobre los corporales y con la derecha presenta el cáliz (sosteniéndolo por debajo del nudo y sin sacarlo fuera de los corporales) al ministro48 [48], el cual se acerca hasta el centro del altar y echa un poco de vino dentro de él. Cuando el ministro haya puesto suficiente cantidad de vino el celebrante levanta un poco el cáliz para dárselo a entender. 
     Entretanto el celebrante recita en voz baja Quod ore sumpsimus etc. Es conveniente que, una vez puesto el vino en el cáliz, el sacerdote lo mueva en forma circular para que el vino, al pasar por las paredes de la copa, pueda purificar los restos de Sanguis que han podido quedar adheridos a ellas. Acto seguido, poniendo la patena (que sostiene con la izquierda) bajo el mentón, se toma el vino del cáliz, luego deposita la patena sobre los corporales, hacia el lado del Evangelio y el cáliz lo pone en el medio de ellos. 
48 - Para presentar el cáliz lo desplaza un poquito hacia el lado de la Epístola y si es necesario (p.ej. debido a la pequena estatura del monaguillo) lo inclina un poquito hacia ése mismo lado para que el acólito llegue con más facilidad a poner el vino dentro. Sin embargo nunca debe sacarlo fuera de los corporales o, menos aún, presentarlo “en el aire” fuera del altar. Si el monaguillo fuese tan pequeno que no alcanze, tome el celebrante mismo la vinajera y, dejando el cáliz sobre los corporales, vierta él mismo el vino.
     Seguidamente pone los dedos índice y pulgar de ambas manos (unidos) sobre la boca del cáliz y agarrándolo por la copa con los demás dedos, se desplaza hasta el ángulo de la Epístola, deposita el cáliz sobre el altar y el ministro derrama sobre sus dedos índice y pulgar ( puestos sobre la boca del cáliz) primero un poco de vino y luego un poco de agua. Mientras el agua y el vino caen sobre sus dedos el celebrante los frota suavemente entre sí, diciendo entre tanto (en voz baja) Corpus tuum Domine etc. y prosigue diciendo ésta oración en tanto que continúa a ejecutar lo que sigue:
49 - Cuando el ministro a dejado de versar el agua sobre los dedos, toma el purificador y se lo pone sobre los índices y pulgares de ambas manos, que mantiene sobre la boca del cáliz. En  seguida, agarrando el cáliz del mismo modo que antes (con los tres últimos dedos de cada mano agarrando la copa y los demás puestos sobre ella) se desplaza hacia el centro del altar (sin hacer ninguna reverencia a la cruz). 
     Una vez allí, deposita el cáliz sobre los corporales, toma de nuevo el purificador con la derecha y se seca con él las puntas de los dedos índice y pulgar. A partir de entonces el celebrante ya no conserva unidos los índices con los pulgares.
     Toma acto seguido el purificador con la izquierda y con la mano derecha toma el cáliz por el nudo. Coloca entonces el purificador debajo del mentón, dejándolo colgar sobre el dorso de la mano, y consume el contenido del cáliz. Acto seguido deposita el cáliz sobre los corporales, se enjuga los labios con el purificador (que sostiene con las dos manos), tras lo cual lo extiende sobre la copa del cáliz haciéndolo entrar con la mano derecha hasta el fondo de la copa. Agarra entonces el cáliz con la mano izquierda por el nudo (o mejor, por el exterior de la copa) y con la mano derecha metida dentro del cáliz (salvo el dedo pulgar) hace girar el purificador dentro del mismo varias veces, luego lo saca, le da la vuelta y vuelve a repetir la acción, para que la copa quede seca. Si fuese necesario puede inclinar el cáliz para enjugarlo mejor. 
50 - A continuación pone el cáliz fuera del corporal (del lado del Evangelio), extiende sobre él el purificador, pone sobre el purificador la cinta de la que cuelga la cucharilla, luego pone encima de todo la patena y sobre ella la palia redonda4949. Luego pliega los corporales metiendo la hijuela dentro de ellos, haciendo como sigue:
1° nunca ponga la hijuela en el cuadrado que tocó la Hostia, sino en la doblez o cuadro del medio de los tres que están hacia el lado de la Epístola.
2° Se dobla el tercio que está hacia el sacerdote sobre el tercio del medio.
3° Se dobla el tercio que está hacia las sacras sobre el que estaba hacia el sacerdote.
4° Se dobla sobre el medio la parte en que está la hijuela, y luego, sobre el todo, la que está hacia la parte del Evangelio.
          Una vez plegados los corporales los mete dentro de la bolsa y pone ésta sobre el altar.
    Toma entonces el velo (con las dos manos) y cubre con él el cáliz, pone la bolsa de los corporales encima y, amarrando el cáliz por el nudo con la izquierda y poniendo la derecha sobre la bolsa, lo coloca en medio del altar como al principio de la Misa, cuidando de que el pie del cáliz quede totalmente cubierto con la parte delantera del velo. 
K) DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

51 - El celebrante junta en seguida las manos ante el pecho y se llega al ángulo de la Epístola (entretanto el ministro ya habrá trasladado allí el atril con el misal). Puesto de cara al libro y con las manos juntas ante el pecho lee en voz alta la antífona llamada Communio. 
     Leída ésta, regresa de nuevo al medio del altar con las manos juntas ante el pecho y habiéndolo besado (las manos extendidas sobre el altar a ambos lados del cáliz), se endereza, junta de nuevo las manos ante el pecho y se vuelve por su derecha hacia los fieles. Con los ojos bajos dice en voz alta Dominus vobiscum extendiendo y volviendo a juntar las manos. Una vez que ha sido respondido et cum spiritu tuo se desplaza (manos juntas ante el pecho) de nuevo hasta el Misal. Una vez puesto de cara al Misal, dice en voz alta Oremus (haciendo los mismos gestos que para la colecta) leyendo a continuación en el Misal la postcommunio correspondiente, haciendo los mismos gestos que fueron indicados al principio de la misa para la colecta. Y si la misa tuviere varias postcomunio hará lo mismo que fue indicado para el caso que hubiese que decir varias colectas.
52 - Terminada la postcommunio el celebrante cierra el misal con la mano derecha, de manera que la primera página quede debajo, es decir: con el lomo del libro hacia el exterior y el canto hacia el centro del altar. 
     Vuelve de nuevo al medio del altar (con las manos juntas ante el pecho) lo besa, se incorpora, junta las manos ante el pecho, se vuelve por su derecha hacia los fieles y dice (en voz alta) Dominus vobiscum extendiendo y juntando las manos.
     Una vez respondido et cum spiritu tuo permanece de cara a los fieles, con las manos juntas ante el pecho, y dice en voz alta Ite Missa est. (conservando las manos juntas ante el pecho). Tras la respuesta Deo gratias el celebrante se vuelve hacia el altar (por su izquierda) y apoya las manos juntas sobre el borde del mismo. Con el cuerpo erguido pero con la cabeza profundamente inclinada recita en voz baja la oración Placeat tibi sancta Trinitas etc.
     Terminada la oración coloca las manos extendidas sobre el altar a ambos lados del cáliz, se inclina y besa el altar en el medio, se alza de nuevo, eleva los ojos y extiende, eleva y junta las manos ante el pecho mientras dice en voz alta Benedicat vos omnipotens Deus (inclinando la cabeza al pronunciar Deus). Se vuelve entonces por su derecha (con las manos juntas y los ojos bajos) y, de cara a los fieles, puesta la mano izquierda un poco más abajo del pecho, teniendo la derecha extendida (con el meñique hacia los fieles) y los dedos juntos, da la bendición trazando con la derecha un signo de cruz, primero la línea vertical y después la horizontal (sin sobrepasar la anchura de los hombros) mientras dice en voz alta Pater et Filius et Spiritus Sanctus.
53 - Concluyendo de dar la vuelta se acerca al lado del Evangelio con las manos juntas ante el pecho y dice en voz alta Dominus vobiscum. Acto seguido apoya la mano izquierda sobre el altar y hace con el pulgar derecho un signo de cruz sobre el altar y luego sobre la frente la boca y el pecho mientras dice Initium sancti Evangelii secundum Ioannem (cuando se signa sobre sí mismo la mano izquierda que tenía sobre el altar pasa a colocarla bajo el pecho). A continuación lee (sobre la sacra) el principio del Evangelio de San Juan con las manos juntas ante el pecho, y un poco vuelto hacia el ángulo interno del altar (es decir, con la misma posición en la que se lee el Evangelio del día). Al leer el versículo Et Verbum caro factum est hace genuflexion en la misma dirección, apoyando las manos (separadas) sobre el altar. Tras lo cual termina de leer el Evangelio en el mismo sitio y con las manos juntas ante el pecho. 
54 - Tras el último evangelio, si se dicen las oraciones de León XIII, el celebrante hará así:
     Terminado de leer el Evangelio se vuelve por su derecha y (sin reverencia a la cruz) va directamente a arrodillarse sobre la ínfima grada del altar, descendiendo las gradas en oblicuo con las manos juntas ante el pecho. Recita las oraciones prescritas de rodillas, con las manos juntas ante el pecho. Luego se levanta y sube al medio del altar.
     Si no se dicen las oraciones de León XIII, una vez que ha terminado de leer el último evangelio, el celebrante (con las manos juntas ante el pecho) se desplaza hasta el medio del altar.
     Una vez en el medio del altar (tanto si las oraciones leoninas han sido dichas como si no) el celebrante toma el cáliz con la mano izquierda por el nudo, pone la derecha sobre la bolsa, hace una ligera inclinación de cabeza a la cruz y baja las gradas del altar llevando el cáliz a la altura del pecho.
     Al llegar ante la ínfima grada se vuelve hacia el altar, hace inclinación profunda de cuerpo a la cruz (o genuflexión con una sola rodilla sobre el suelo y no sobre la ínfima grada5050 si el sagrario está sobre el altar o si la reliquia de la Santa Cruz está expuesta sobre él). Seguidamente toma con la derecha el bonete que le presenta el ministro, se cubre con él y vuelve a la sacristía, precedido por el ministro, del mismo modo en que vino. Si la sacristía se encuentra detrás del altar deberá volver a ella por la puerta del lado de la Epístola.
55 - Llegado a la sacristía hace (sin descubrirse) una inclinación (mediana o profunda) al crucifijo o a la imagen que la presida, deja el cáliz, se quita el bonete y a continuación se despoja de los ornamentos en orden inverso a aquel en el que se los puso. Puede besar (aunque no está prescrito) la cruz de la estola, del manípulo y del amito, como hizo al revestirse. 
     Después de haberse desvestido de los ornamentos sagrados, el sacerdote se retira a un lugar conveniente para dar al Señor las gracias que le son debidas. 
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PARTICULARIDADES DE LA MISA DE REQUIEM
     La misa rezada de difuntos llamada también de Requiem a causa de las palabras con que empieza su introito comporta una serie de reglas especiales, a saber :
  • Al principio de la misa se omite el salmo Judica me, es decir : después de decir la antífona Introíbo ad altare Dei y la respuesta del ministro, el celebrante prosigue diciendo inmediatamente Adjutorium nostrum in nómine Domini y el resto (Confíteor, etc.) como de ordinario.
  • Al comenzar a leer el introito no se santigua sino que apoyando la mano izquierda sobre el altar, con la derecha traza un signo de cruz sobre el misal. Después del versículo del psalmo no dirá Gloria Patri etc. sino que repite directamente el introito: Requiem aeternam etc.
  • No se dice el Gloria in excelsis ni tampoco el Alleluia, sino que tras la Epístola se lee el gradual y la prosa o sequencia Dies irae.
  • Antes del Evangelio no dice Jube Domine benedícere, ni Dominus sit in corde meo etc. Tampoco se besa el texto del Evangelio al final ni se dice per evangélica dicta etc.
  • Al ofertorio no ha de trazar el signo de cruz sobre la vinajera pero sí debe recitar la oración Deus qui humanae substantiae etc. y al final del psalmo Lavabo inter innocentes no dice Gloria Patri etc. ni hace inclinación a la cruz.
  • Al Agnus Dei en lugar de miserere nobis el celebrante dirá dona eis réquiem, y en lugar de dona nobis pacem dirá dona eis réquiem sempiternam. Se omiten los tres golpes de pecho, de manera que el celebrante recitará todo el Agnus Dei medianamente inclinado y con las manos juntas ante el pecho, sin apoyarlas sobre el altar.
  • Se omite la primera de las oraciones de preparación a la comunión, es decir: la que empieza por Domine Jesu Christe qui dixisti.
  • Al final de la misa en lugar de decir Ite Missa est dirá Requiescant in pace pero sin volverse de cara a los fieles sino permaneciendo de cara al altar. Y se responde Amén
  • No se da la bendición final sino que tras haber dicho la oración Placeat tibi etc. el celebrante besa el altar e inmediatamente se desplaza al ángulo del Evangelio para leer el inicio del evangelio de San Juan, como de ordinario.
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MODO DE SERVIR (AYUDAR) LA MISA REZADA
En la sacristía:
1 - Tradicionalmente el servicio del altar forma parte de las atribuciones proprias del clero, es decir de aquellos de entre los fieles que se han consagrado de manera pública al servicio del culto divino. Sin embargo desde hace siglos existe la praxis de confiar también a laicos el ejercicio de  ciertas funciones ligadas al servicio del altar, entre ellas el servicio de la Misa rezada.
  Así pues pueden servir la Misa, ante todo los clérigos (en todos sus grados), pero también los  fieles laicos. Ante todo deberá tratarse de un fiel, es decir un bautizado.
  Además debe ser varón, pues sirviendo al altar realiza una función que es clerical por su misma naturaleza. Por lo demás, el estado de gracia no es de por sí necesario para ejercer el servicio de misa, a menos evidentemente, que se desee comulgar.
  La persona que sirve (ayuda) la misa es designada con diferentes términos sinónimos como “acólito”, “ministro”, “monaguillo” u otros.
  Normalmente la misa rezada debe ser servida por un sólo ministro. No obstante se tolera el uso de dos cuando por cualquier motivo la misa reviste una cierta solemnidad, p. ej. por tratarse de una primera comunión, o una misa de comunidad en un seminario, etc.
2 – Quien haya de servir una misa, ante todo procure llegar con tiempo suficiente a la sacristía. Si resulta posible es muy conveniente que se revista de una sotana y de un sobrepelliz. La sotana ha de ser negra, pero también puede ser roja, sobre todo si el ministro es de poca edad. No le está permitido cubrirse con el bonete u aún menos con el solideo. El uso de una esclavina sobre el sobrepelliz puede tolerarse allí donde sea costumbre.
  Como los detalles tienen su importancia, si se reviste de sotana cuide que el calzado vaya en consonancia, evitando en lo posible los zapatos de deporte, los chanclos y en general todo calzado poco en consonancia con el hábito talar.
  En la sacristía compórtese con el respeto debido, no hable a gritos y evite las charlas inútiles.
  Cuide que todo lo necesario esté dispuesto sobre la credencia y, si puede, eche una mano al sacristán en la preparación del altar.
3 – Al comenzar el sacerdote a revestirse póngase a su lado izquierdo, y ayúdele a revestirse, presentándole los ornamentos y ajustándoselos cuando sea necesario: 
     El cíngulo se lo entregará por detrás, con ambas manos, cuidando que caigan las borlas a la derecha. Después ayude al sacerdote a ajustar bien el alba, de modo que caiga en redondo a la misma altura por todas partes.
     Ajústele con el fiador el manípulo sobre el brazo izquierdo. Cuide que la cruz de la estola quede en el centro del cuello del sacerdote. Una vez que el sacerdote ha revestido la casulla dará una última ojeada para ver si hay algún defecto a corregir, si la casulla está doblada, etc.
Acto seguido, pasando al lado derecho, entrega el bonete al sacerdote, besando primero el bonete y después la mano del celebrante.
Una vez revestido el sacerdote vuelve a ponerse a su izquierda (un poco atrás). El celebrante tomará el cáliz en sus manos y hará la reverencia a la imagen que preside la sacristía. El acólito hará la misma reverencia juntamente con él y, acto seguido, saldrá de la sacristía yendo delante del sacerdote con paso grave, el cuerpo derecho, los ojos bajos y las manos juntas delante del pecho.
Algunas reglas generales
4 – Al llegar o al partir del altar así como todas las veces que tenga que pasar por el centro del mismo, el acólito hace siempre genuflexión tanto si el Stmo está sobre el altar como si no.
Recuerde que, en cambio, el sacerdote celebrante sólo hará genuflexión cuando el Stmo. esté en el altar. Si el Stmo. no está presente, el sacerdote hace inclinación pero el acólito siempre genuflexión.
5 –- Salvo en el momento de llegar ante el altar y en el de dejarlo por última vez, todo el resto del tiempo el monaguillo se situará, de cara al altar, en la parte contraria a la que ocupe el Misal. Es decir: cuando el Misal está en el lado de la Epístola, el monaguillo se pondrá en el lado del Evangelio y viceversa.
6 – Al entregar el bonete al sacerdote lo hará besando primero el bonete y luego la mano del celebrante. En cambio, cuando recibe el bonete de manos del celebrante, ha de besar primero la mano de Éste y después el bonete.
7 – Cuando esté de rodillas mantendrá el cuerpo recto (nunca se sentará sobre los talones), las manos juntas ante el pecho, formando una cruz con los dedos pulgares de manera que el derecho caiga sobre el izquierdo. 
Cómo servir (AYUDAR) la Misa
8 – Llegado ante el altar se pasa un poco hacia la derecha, para que el sacerdote pueda ponerse en el centro. Recibe el bonete que le pasa el celebrante (besando la mano primero y después el bonete) y hecha genuflexión en el plano (no sobre la ínfima grada) al mismo tiempo que el celebrante hace la reverencia conveniente, ayuda a éste a subir las gradas del altar levantándole un poco el alba por delante. Acto seguido va a dejar el bonete sobre la redencia, o sobre algún otro lugar conveniente (pero no sobre la mesa del altar), tras lo cual viene a colocarse ante la ínfima grada, del lado del Evangelio51 (es decir: en el lado opuesto al Misal lo cual deberá observar todo el resto de la Misa), pero no en el extremo de éste, sino más bien cerca del centro aunque dejando éste libre para que lo ocupe el sacerdote. El cual, una vez dispuesto el cáliz y abierto el Misal, desciende las gradas y se coloca en el centro, ante la ínfima grada, vuelto hacia el altar, para comenzar la Misa. 
  • 9– El acólito se pone entonces de rodilla sobre el suelo (in plano) y no sobre la ínfima grada, un poquito detrás del celebrante, se santiguará al mismo tiempo que éste y le responde alternativamente las oraciones al pie del altar. Cuide de no responder hasta que el celebrante haya terminado de decir su parte, haciéndolo siempre con pronunciación clara y con el mismo tono de voz que él. una vez que el sacerdote ha terminado de recitar el Confíteor el monaguillo (siempre de rodillas) inclina un poco el cuerpo y se vuelve un poco hacia el celebrante, diciendo Misereatur tui etc.
      A continuación (siempre de rodillas y sin moverse de su sitio) vuelve el cuerpo de nuevo hacia el altar e inclinándolo profundamente hacia él recita a su vez el Confíteor. A las palabras tibi Pater y Te Pater se vuelve un poco hacia el celebrante y se da tres golpes de pecho al mea culpa. Permanecerá así inclinado hasta que el sacerdote diga Indulgentiam, absolutionem etc. a cuyas palabras se endereza (permaneciendo siempre de rodillas) y se santigua (al mismo tiempo que el sacerdote), volviéndo a inclinarse un poco desde el Deus tu conversus etc. hasta el Oremus51. 
10 – Si hubiese muchas gradas para subir al altar, levantándose, las subirá con el sacerdote,
alzándole un poco el alba por delante para que no tropiece con ella; hecho lo cual bajará de nuevo y se arrodillará sobre la ínfima grada, en el lado del Evangelio.
    Si el altar no tiene tantos escalones, el acólito se limita a levantar un poco la parte delantera del alba del celebrante para ayudarlo a subir y después se levanta y va a arrodillarse sobre la ínfima grada en el lado del Evangelio.
    Pero si el altar sólo tiene ante él una tarima (un sólo escalón), tras levantar el alba el celebrante, el acólito irá a arrodillarse sobre el suelo (in plano) del lado del Evangelio.
    En cualquiera de las tres hipótesis el acólito se pondrá ahora al extremo del lado del Evangelio, es decir, aproximadamente delante de la sacra que se pone en ése lado y, por supuesto de cara al altar y, como ya ha sido dicho, de rodillas.
     Se santiguará (al mismo tiempo que el celebrante) al empezar el Introito. Dirá los Kyries alternativamente con el sacerdote. Puede también decir el Gloria junto con el celebrante.
  Responde Amén a la oración “colecta”.
11 – Al final de la Epístola responde Deo gratias. Cuando el sacerdote comienza a leer el Alleluya (o l Tracto en cuaresma) el acólito se levanta y, con las manos juntas ante el pecho, se desplaza hasta el lado de la Epístola haciendo genuflexión a la cruz al pasar por el medio del altar. Llegado al lado de la Epístola espera a que el celebrante haya terminado el Alleluya (o lo que tenga que recitar en su lugar) y cuando el sacerdote pase al medio del altar para recitar el Munda cor meum, etc. entonces sube el acólito al altar (no por los escalones de el frente, sino por los de el lado), toma con ambas manos el atril juntamente con el Misal, baja los escalones (esta vez por los del frente, para no dar la espalda a la cruz), hace genuflexión sobre la ínfima grada y vuelve a subir (por el frente) hasta el extremo del lado del Evangelio, donde deposita el atril poniéndolo un poquito de lado. Acto seguido, (descendiendo al primer escalón si, por ser la tarima muy corta no tiene sitio) permanece allí, al lado izquierdo del Misal, hasta que el celebrante comience a leer el Evangelio. 
    Se persigna entonces, al mismo tiempo que el sacerdote y, una vez que haya respondido Gloria tibi, Domine, baja (por el lado) los escalones del altar y, con las manos juntas ante el pecho, se desplaza al lado de la Epístola (con genuflexión al pasar por el medio), donde estando de pie y vuelto hacia el misal, escucha la lectura del santo Evangelio. Terminada ésta responde Laus tibi, Christe y vuelve a arrodillarse de cara al altar.
    Si hubiese Credo, puede recitarlo junto con el celebrante.
12 – Para el Ofertorio, una vez que el celebrante ha dicho Oremus, se levanta, sube al altar y se pone junto al sacerdote, a su derecha y de cara al retablo. Recibe el velo del cáliz que el celebrante le entrega, lo pliega y lo pone sobre el altar, del lado de la Epístola. Acto seguido baja del altar y va a la credencia, donde toma las vinajeras, una en cada mano (sin el platillo). Sube de nuevo hasta el lado de la Epístola colocándose no de cara al retablo, sino en el lateral de la mesa de altar (mirando hacia el muro del lado del Evangelio). Allí sirve las vinajeras al sacerdote, comenzando por la del vino (besándola antes de entregarla y después de recibirla). A continuación hará lo mismo con la vinajera del agua, a no ser que se use la cucharilla, en cuyo caso acercará la vinajera al cáliz para que el sacerdote pueda fácilmente tomar el agua con ella. 
    Cuide de presentar las vinajeras destapadas y de tal modo que pueda el celebrante cogerlas cómodamente. Una vez servidas las vinajeras vuelve a llevarlas a la credencia, vol-
viéndolo acto  seguido al altar para el lavabo.
    Puesto el manutergio sobre el brazo izquierdo aguarde junto al altar, de pie (en el mismo sitio donde sirvió las vinajeras), con la vinajera del agua en la mano derecha y el platillo en la izquierda.
    En llegando el sacerdote le hará inclinación mediana y le verterá el agua sobre los dedos poniendo el platillo bajo éstos. Recogido el manutergio (que le devuelve el celebrante tras haberse enjugado los dedos) va a la credencia donde deja la vinajera, el platillo y el manutergio. Toma la campanilla e irá a arrodillarse, de cara al retablo) en el lado opuesto del Misal, que será ahora el lado de la Epístola (en su extremo, frente a la sacra).
13 - Al Orate fratres contestará Suscipiat Dominus sacrificium etc. Al Sanctus toca tres veces la campanilla. 
    Al extender el sacerdote las manos sobre el cáliz antes de la consagración da un toque de campanilla y (si se sigue el uso hispánico) va a la credencia, enciende otra vela y la coloca con su  palmatoria o candelabro sobre el altar al lado de la Epístola, algo distante del corporal y no la apagará y la llevar’a de nuevo a la credencia que cuando el sacerdote haya dado la comunión a los fieles (o sumido el cáliz si no hubiese de distribuir la comunión).
    En seguida, llevando la campanilla, sube hasta el último grado del altar y se arrodilla al borde de la tarima, a la derecha del celebrante y al alzar el sacerdote la Hostia y el cáliz (pero no mientras dice las palabras de la consagración) levantará un poco la extremidad inferior de la casulla con la mano izquierda mientras con la derecha tocará la campanilla de la manera que se acostumbre en el lugar5252. Terminada la elevación del cáliz vuelve (llevando la campanilla que conservará con él) a arrodillarse donde antes estaba (es decir: al extremo del lado de la Epístola). 
    Al final del Canon, cuando el celebrante hace la pequeña elevación de la Hostia y el cáliz, suena la campanilla, y volverá a sonarla (si es costumbre) tres veces, una cada vez que el sacerdote dice Domine, non sum dignus antes de comulgar.
14 – Si se ha de distribuir la comunión a los fieles, una vez que el sacerdote ha sumido el cáliz, se levanta y va a la credencia donde toma el platillo (y si se ha alumbrado el candelabro o palmatoria de la consagración, sube al altar y lo coge). Vuelve a continuación a arrodillarse donde estaba, poniendo la palmatoria sobre los escalones y sosteniendo el platillo con ambas manos ante el pecho, con la superficie del mismo vuelta hacia él. Allí responde al Ecce agnus Dei, diciendo tres veces el Domine, non sum dignus etc. (con un golpe de pecho cada vez). 
  Si él mismo desea comulgar, sube entonces ante el borde de la tarima donde se arrodilla, sostiene el platillo debajo de su mentón con ambas manos y recibe, en la lengua, la sagrada comunión.
  Acto seguido se levanta y, llevando el platillo horizontalmente con la derecha (tomando al pasar la palmatoria con la izquierda), acompaña al sacerdote hasta el comulgatorio.
  Mientras el sacerdote distribuye la comunión, el acólito estará a su derecha, sosteniendo el platillo debajo del mentón de los comulgantes y desplazándose al mismo tiempo que el celebrante.
15 – Terminada la distribución de la comunión (o si ésta no tiene lugar, después que el sacerdote haya sumido el cáliz) va a la credencia y allí toma las vinajeras (sin el platillo) y, cuando el celebrante le presente el cáliz, irá hasta el lateral derecho del altar y verterá vino en él, hasta que el sacerdote le indique levantando un poco el cáliz. En seguida vuelve al lado de la Epístola y allí verterá dentro del cáliz primero vino y después agua haciendo que éstos
resbalen sobre los dedos pulgar e índice del sacerdote, para lo cual los echará pausadamente y sin hacer círculos con la vinajera.
  
    Hecho esto dejará las vinajeras sobre la credencia y luego trasladará el atril con el Misal del lado del Evangelio hasta el de la Epístola (con genuflexión al pasar por el medio), poniéndolo de forma que las páginas abiertas miren hacia la nave del templo. A continuación lleva el velo del cáliz del lado de la Epístola al del Evangelio (con Genuflexión al pasar por el medio) dejándolo sobre el altar. Luego espera a que el sacerdote haya terminado de componer el cáliz, en cuyo momento le presenta la bolsa de los corporales para que el celebrante ponga los corporales dentro de ellas y, después se la entrega. Acto seguido le pasa también el velo del cáliz, después de lo cual irá a arrodillarse al extremo del lado del Evangelio (es decir: el lado opuesto a aquel donde ahora se halla el Misal).
16 - Después del Ite Missa est responde Deo gratias e inclinando la cabeza (siempre de rodillas) recibe la bendición. Tras lo cual se levanta, se persigna al mismo tiempo que el celebrante y después de responder Gloria tibi, Domine pasa al lado de la Epístola (con genuflexión al pasar por el medio). 
    Allí permanece de pie vuelto hacia el sacerdote. Al versículo et Verbum caro factum est hace genuflexión (siempre vuelto hacia el sacerdote). Al final del último evangelio responde Deo gratias.
    Si se dicen las oraciones de León XIII durante ellas estará arrodillado sobre el suelo (in plano) a la derecha del sacerdote.
    Terminada la Misa, puesto a la derecha del celebrante, hará junto con él genuflexion a la cruz del altar, le pasará el bonete (besando primero el bonete y después la mano del sacerdote) y se volverá a la sacristía del mismo modo en que vino de ella.
17 – En la sacristía, tras saludar junto con el sacerdote, la cruz o imagen que la preside, poniéndose a la izquierda del mismo lo ayuda a desvestirse, tomando los ornamentos sagrados y colocándolos ordenadamente sobre la mesa o cómoda. 
    Tras lo cual, tras quitarse las vestiduras litúrgicas y ayudado a recoger las cosas del altar y la credencia, no deje de pasar un momento en la iglesia para dar gracias al Señor por todos sus beneficios. ¡DEO GRATIAS! ¡TE DEUM LAUDAMUS! 
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14 septiembre 2007 
Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz
Día de entrada en vigor del Motu proprio Summorum Pontificum de S.S. BENEDICTO XVI
Nota: Este texto ha sido editado para su distribución electrónica y en papel por la Asociación Una Voce Sevilla, con permiso expreso del autor. Se prohíbe la modificación en cualquiera de sus partes de este documento, así como su reproducción sin la autorización de la mencionada asociación, que tiene su sede en la ciudad de Sevilla (España). Sólo se permiten citas del presente trabajo, citando fuente y procedencia.
Empero, hemos recibido plena autorización de Una Voce Sevilla para reproducir este texto en nuestro sitio y divulgarlo entre todos los sacerdotes interesados, quienes podrán imprimirlo libremente para su estudio.
¡Que les resulte del mejor aprovechamiento!
              In Domina, 
Lunes 21 de julio de 2008.