lunes, febrero 22, 2010

Las mil leyendas del nieto del usurero

Por Francisco Olivera

Domingo 21 de febrero de 2010 | Publicado en edición impresa
    Algunas noches, ciertos ámbitos se prestan mejor que otros a las confidencias. Copa de Chandon y cigarro en mano, Ricardo Jaime, todavía secretario de Transporte, se explayaba tiempo atrás en el pub del hotel Faena delante de cuatro hombres del sector, uno de los cuales, corpulento, acompañaba la picada de quesos con un Johnny Walker etiqueta negra. Eran los primeros años del kirchnerismo, cuando todo resultaba menos traumático para el Gobierno.

Jaime es una de las personas que más secretos guardan sobre Néstor Kirchner, acaso el presidente más rico que ha tenido la Argentina, y solía ir al Faena a tomar algo a las 22, antes de comer. Así, sin inhibiciones, soltó aquella vez, según contaron a este diario invitados a esa mesa, algunos aspectos de la personalidad de su jefe. Dijo, por ejemplo, que era extremadamente desconfiado y que no tenía escrúpulos en hacer lo que, décadas atrás, ruborizaba a puristas de las relaciones humanas: contar, billete por billete, en la cara de quien paga un compromiso asumido. Si son fajos termosellados, agregó, cuenta sólo uno de cada montón.

La compra de dos millones de dólares desempolvó en las últimas semanas anécdotas y desbocados análisis pseudopsicológicos sobre la vida íntima del hombre más poderoso de la Argentina, a quien el piquetero Luis D´Elía definió como nieto de usurero. "¿Qué hace con tanto dinero?", se preguntan empresarios y políticos que, en algunos casos, no parecen cuidarse de dar crédito a leyendas jamás corroborables.

La respuesta más fácil surge en todas las conversaciones: comprar empresas y hoteles. Está sustentada en que Kirchner tiene, más que un proyecto político, un proyecto de poder.

Una cosa se puede probar fácil. Si se habla de afinidad política, como alguna vez escribió Jorge Asís, el kirchnerismo entero cabe en una van de 12 asientos. Quienes los conocen estarían en condiciones de agregar que, en cuestiones de plata, bastaría con el Mini Cooper de la pequeña Florencia. Probablemente, por lo tanto, el silencio será eterno.

"Lo único que sé es que les gusta tocar la plata", afirmó alguien que ha visitado varias veces la quinta de Olivos. En una empresa venezolana, donde dicen hablar con conocimiento de causa, reforzaron con una comparación poco feliz: "Me hacen acordar a narcos de los 80, antes de que se inventaran las máquinas para contar. Les gusta contarla en efectivo".

Tal vez los pilotos sean quienes más datos puedan aportar. Uno de ellos, habitual transportador de la familia presidencial, suele agigantar un viejo mito de los empresarios: Kirchner tiene, dice, una bóveda en su casa de El Calafate, donde guarda sus ahorros.

Nadie pudo comprobarlo nunca. Ni siquiera otro piloto que reconoció haberse quejado, cierta vez, del sobrepeso que le suponía el traslado de bolsas de hasta 40 kilogramos. Esos vuelos, confirmados a este diario por cuatro fuentes, pueden ir vacíos, sólo acompañados por custodios.

Un ejecutivo que frecuenta el núcleo de Santa Cruz cedió también a las lucubraciones. "No tengo idea de lo que hacen con la plata; es algo muy íntimo. Pero estoy seguro de que son elementales con la guita, porque no confían. Ese rumor que había hace tiempo, el de la bóveda, yo lo creo."

Ciertos códigos empresariales son inviolables. Casi siete años de convivencia no han conseguido movilizar elogios corporativos hacia Kirchner. Muchos lo detestan. Algunos lo admiran. Todos le temen. Ninguno se atrevería, por lo tanto, a plantearle estas dudas o, peor, aconsejarle lo que Cristo al joven rico: "Vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres".

folivera@lanacion.com.ar