El barco kirchnerista hace aguas. La luz de Cristina Fernández, si alguna vez la tuvo, se apaga. La crisis de salud de Néstor Kirchner destapó un secreto conocido por todos: para Argentina el presidente es él. Su mujer, legítima jefa del Estado, intentó encubrir el aparente vacío de poder con una agenda intensa. No fue suficiente para tapar los agujeros de un proyecto que ha perdido crédito popular dentro y fuera del peronismo.
«Con tal de que cuando se vayan, en el 2011, no se hayan afanado la Casa Rosada y la Plaza de Mayo, vamos a estar contentos». El comentario del senador peronista Carlos Alberto Reutemann dio de lleno en la línea de flotación del «matrimonio reinante», como se refieren en Argentina con sentido crítico a los Kirchner.
El caudillo patagónico
La enfermedad del caudillo patagónico -operado de urgencia el pasado domingo de una obstrucción en la arteria aorta- se produjo en pleno bombardeo de acusaciones de corrupción y latrocinio. Su inmenso patrimonio, la especulación con el dólar protagonizada por el consorte presidencial, sumado a los flancos abiertos de la inflación (extraoficialmente en más del 17 por ciento), más la pérdida de mayoría legislativa y la insubordinación de los suyos (incluidos piqueteros que amenazan la «paz social») anuncian malos tiempos para los dos años escasos que les restan en la Casa Rosada (sede del Ejecutivo).
«Fracasó el Fondo del Bicentenario , hay sectores del kirchnerismo en rebelión, el matrimonio ha caído en las encuestas y el canje de deuda puede naufragar». El resumen de Sergio Berenstein, de la consultora Poliarquía, pinta de un brochazo el actual escenario.
Los sondeos no atribuyen más del 20 por ciento de respaldo a la Presidencia y el amago de volver a los mercados financieros está complicado mientras Argentina no salde su deuda con los acreedores privados que se la reclaman desde el 2002. Para lograrlo intenta echar mano de las reservas pero la oposición, ahora con mayoría en ambas Cámaras, promete hacer lo imposible para impedirlo.
Pablo Bruera, intendente (alcalde) peronista de La Plata (Buenos Aires), forma parte de ese batallón de insurrectos que ha comenzado a alzar su voz contra Kirchner. «No hemos conseguido saber cuándo viene la plata», se queja. El fondo de coparticipación federal que debe distribuir la Casa Rosada se ha convertido en moneda de cambio y presión para recabar apoyo legislativo.
Luchas intestinas
«No se respeta la autonomía de las provincias ni el voto del ciudadano. Nos corresponden 850 millones de pesos (más de ciento sesenta millones de euros)» protesta el gobernador de Chubut (sur de Argentina), Mario Das Neves. «Lo digo como peronista. Es una vergüenza», insiste antes de denunciar: «Lo más grave es que muchos de nosotros vivimos como si estuviéramos en clandestinidad» por temor «al poder de castigo de Olivos -residencia privada presidencial-. Se manejan con la chequera».
Al descubierto las luchas intestinas del movimiento fundado por Juan Domingo Perón, el miedo a represalias económicas o de otra índole desde el poder central, no impide que los aspirantes peronistas a la sucesión formen fila. Das Neves es uno de ellos seguido del diputado rebelde Felipe Solá y de Carlos Reutemann. Pero, como advierte la senadora Hilda «Chiche» Duhalde, «hay más candidatos, el peronismo se está reorganizando pero tiene sus tiempos».
Con el reloj en marcha la población comienza a dar muestras de tener agotado el bolsillo y la paciencia. Sin credibilidad el Indec -Instituto Nacional de Estadísticas históricamente respetado hasta que llegaron los Kirchner-, el portal al que recurren los economistas para conocer los vaivenes del precio (www.inflacionverdadera. com) advierte una subida anual de la cesta de la compra del 21,8 por ciento.
Falto de efectivo, hasta Luis D´Elía, el piquetero «K» por excelencia y matón a sueldo de las arcas del Estado, reclama más subvenciones bajo amenaza de tomar las calles con «setenta mil, ochenta mil tipos de todos los movimientos sociales. El que avisa -advirtió- no es traidor».