domingo, 06 de diciembre de 2009 |
Acaba de llegar. Casi nada le es ajeno y menos iniciativas como la de pedir la retirada de los crucifijos: «No se puede dialogar con otras culturas si no nos identificamos con nuestras raíces cristianas» —¿Le ilusiona ser obispo de San Sebastián? —Hay aspectos humanos que se supone que me debieran ilusionar. No voy a decir que no me importen, pero a mí lo que me da más paz es la confianza que se desprende de la obediencia apostólica al Papa. Esto me ayuda a despejar muchos miedos e indecisiones. Es posible que muchos lectores no entiendan este razonamiento, pero es lo que a mí realmente me ilusiona y conforta. Luego intento vivir día a día, procurando no ocupar ni desgastar la imaginación en balde. —Vivir día a día, ¿sin mirar atrás? —Procuro que mi filosofía de vida se centre en la vivencia intensa del presente; sin darle vuelta al pasado, que ya pasó; y sin agobiarme por el futuro, que no sé cómo será. Quiero hacer mío el ideal de San Maximiliano Kolbe: «Entrégate a la Providencia y queda en paz. Vive siempre como si este fuera el último día de tu vida, porque el mañana es inseguro, el ayer no te pertenece y sólo el hoy es tuyo». A monseñor José Ignacio Munilla no le agobia el futuro, por más que el devenir se le presente hostil tras las críticas feroces que el nacionalismo ha levantado contra su nombramiento como obispo de San Sebastián. Goza de esa paz interior propia de quien no se busca a sí mismo y está dispuesto a que su nuevo destino se recuerde por su capacidad de diálogo y cercanía. José Ignacio Munilla cuenta además con un don muy preciado hoy dentro y fuera de la Iglesia: es un excelente comunicador. Tanto es así que a sus programas sobre el Catecismo en Radio María y sus numerosísimas cartas pastorales publicadas en internet, se suma ahora la publicación de su último libro: «Las cartas sobre las mesa». Una recopilación de sus escritos sobre todos los temas de actualidad que hoy preocupan a la Iglesia y también a la sociedad. El obispo electo de San Sebastián ha recibido a ABC en la que en los últimos tres años ha sido su casa, el Palacio Episcopal en la calle Mayor Antigua en Palencia. -¿Qué le parece la iniciativa del Congreso de pedir al Gobierno la retirada de los crucifijos de las escuelas siguiendo la jurisprudencia del Tribunal de Estrasburgo? -Hablamos mucho de Alianza de Civilizaciones y paradójicamente nos avergonzamos de nuestra civilización: la cristiana. ¿Cómo podemos dialogar con otras culturas si no partimos de sentirnos identificados con nuestras raíces? Si el diálogo no parte de nuestra «identidad», lo más probable es que terminemos por ser absorbidos... Por ello, yo creo que el relativismo de nuestros días, es una especie de suicidio espiritual. -Un panorama complicado... -En medio de nuestra cultura, teóricamente tan pluralista, el cristianismo se presenta como la «alternativa». Aunque veamos a los políticos discutir y enfrentarse, lo suyo es más una lucha por el poder, que una confrontación conceptual sobre la vida. En nuestros días, solamente quien está impregnado del humanismo cristiano, ofrece una propuesta diferente. Yo pienso que, en la España actual, un «secularizado de derechas» piensa básicamente lo mismo que un «secularizado de izquierdas». Lo verdaderamente singular es la concepción antropológica cristiana, de la que se desprende una iniciativa coherente e ilusionante. -Su libro habla de numerosos asuntos que están hoy en la opinión pública ¿cuál es el más preocupante? -Sin duda, la secularización. Es una corriente que ejerce tan gran influjo en nuestra cultura, que ha llegado a sembrar la sospecha de que el hombre moderno ha dejado de ser religioso. Sin embargo, no es así. El hombre del siglo XXI sigue siendo tan religioso como en la Edad Media. La clave está en no acomplejarnos ante las apariencias y ante los discursos ideologizados. La Iglesia conoce al hombre por dentro y sabe que necesita de Jesucristo como el aire que respiramos. -Con la secularización viene todo lo demás... -Sí, la otra gran batalla es la la familia, la educación y la vida. A la Iglesia no le importa desgastar su imagen en defensa de estos valores. No seríamos fieles a Cristo, si nos limitásemos a predicar los valores políticamente correctos, dejando en el olvido cuanto pudiera causarnos incomprensiones. -¿Qué es lo más grave de la ley del aborto? -Por desgracia, hay que reconocer que en España ya existe de facto el aborto libre; con lo cual, no creo que esta ley afecte mucho a las estadísticas anuales. A nivel teórico, el cambio sustancial estriba en que ahora llamamos «derecho» a lo que antes se presentaba bajo el concepto de «despenalización». Se comenzó reivindicando la tolerancia del mal, para terminar por declarar el «derecho a matar» a los inocentes y desvalidos. -¿Y a nivel práctico? -Hay algo realmente grave que está pasando desapercibido. En los artículos 9 y 10 de esta ley, se incorpora obligatoriamente la «formación sexual y reproductiva» al sistema educativo, bajo el enfoque de la ideología de género y del llamado derecho a la salud reproductiva.Por si cabía alguna duda, la propia ministra de Sanidad ha anunciado que su departamento está elaborando una norma legislativa que obligará a los centros educativos, sin excepciones, a impartir este tipo de educación sexual, a todos los alumnos, desde Educación Infantil. Dicha formación no será impartida por el profesorado, sino por personal extraescolar, acreditado por las autoridades. A efectos prácticos, esto puede ser lo más grave de la ley. -¿Y el hecho de que las menores de 16 años puedan abortar sin consentimiento paterno? -Mire usted, aún siendo eso muy grave, no deja de ser una bengala de distracción, frente a la citada pretensión educativa de la ley. En la práctica, a los padres se les roba la capacidad de decidir sobre la educación sexual de sus hijos, y no sólo ya desde los dieciséis años, sino desde la misma infancia. La intromisión educativa de esta ley, bajo excusa de prevención, es nefasta. -La Iglesia no se ha cruzado de brazos... -Curiosamente, desde esta ideología pansexualista, una vez que la mujer aborta, ya no se quiere tener noticia de su posterior evolución. Las administraciones rehusan elaborar cualquier estadística al respecto. Y, sin embargo, la Iglesia está acogiendo en sus Centros de Orientación Familiar a muchas mujeres que han sufrido la herida del aborto y que nos piden ayuda para sanar sus secuelas psicológicas y morales. Estamos llevando adelante un programa de atención a la mujer que ha abortado, con el nombre de «Proyecto Raquel». -¿Asistirá a la misa de las familias del 27 de diciembre? -Convocaremos a nuestros diocesanos a esa Eucaristía, y espero poder asistir. Además, también deseamos celebrar el día 28 de diciembre en Palencia una Misa de reparación por todos los niños inocentes sacrificados. Será también un acto de reconciliación con la vida, así como de ofrecimiento a la misericordia de Dios de todos esos pequeños, tal y como se nos invita a hacer en la encíclica Evangelium Vitae. -¿Es usted un obispo con vocación de periodista o es reflejo de una mayor conciencia dentro de la Iglesia sobre la necesidad de buscar nuevos medios para hacer llegar el Evangelio? -Antes de ser obispo, ya tenía esta vocación. El programa en Radio María y los artículos en la prensa ya los hacía antes de ser obispo. Creo que la Iglesia busca entre el perfil de sus obispos el que seamos un poco complementarios. Conviene que la Iglesia ordene obispos quizás menos intelectuales pero más comunicadores. Tiene que haber entre nosotros un equilibrio porque entre todos hacemos uno. -Es usted unos de los obispos más jóvenes junto a Mario Iceta -Uno es hijo de su tiempo y eso nos hace más conscientes de la influencia determinante que tiene la comunicación. Para una parte muy importante de la población, la verdad es lo que se cuenta de ella, lo cual es una gran pobreza, pero hay que contar con esa realidad y responder a ella. Desde ese punto de vista, es más normal que los obispos más jóvenes seamos más sensibles a ese aspecto. |