Editorial:
Junto A La Iglesia Celebramos
El próximo cuatro de agosto, la Iglesia Universal celebra los ciento cincuenta años del paso a la Eternidad de Juan María Vianney, el Santo Cura de Ars, quien vivió de tal modo su sacerdocio, que transformo, o para mejor decir, que convirtió el alma de cada uno de los habitantes de ese pequeño, casi el último, pueblo de Francia, a Cristo.
Convirtiéndose él mismo en modelo de párroco, de sacerdote, de pastor. Modelo que, como siempre decimos desde esta columna, imita al Divino Modelo, al único Buen Pastor, Cristo.
Aquellos que, como Juan María Vianney, reciben del Señor el oficio de pastor de su rebaño, son participados de manera mas perfecta del Unico Sacerdocio de Jesucristo. El, el Buen Pastor, participa a quien llama su oficio de Pastor. Por eso esa participación aceptada y vivida de manera heroica se transforma en modelo de imitación al Divino Modelo, en modelo de pastor que tiene el corazón de Buen Pastor.
La Iglesia toda en esta celebración quiere recordar al pastor bueno y santo, pero quiere hacerlo de una manera especial y por eso quien la gobierna con la asistencia del Espíritu Santo, el querido Santo Padre, conociendo las necesidades del pueblo de Dios quiere celebrar este año, transformándolo en un Año Sacerdotal, un año donde la Iglesia toda reflexione sobre esta gracia que es el Sacerdocio. Un año de oración, de una oración intensa y permanente por los sacerdotes, por la santidad, para que su vida sacerdotal santa derrame la gracia de Dios sobre el rebaño.
Ciertamente, la vida de la gracia del sacerdote, del pastor se derrama sobre todo el pueblo fiel. Nuestros ruegos son para que la gracia les fortalezca y ante la debilidad puedan vencer y en la vida de santidad nos conduzcan, como pastores, a las verdes praderas, al descanso en el Buen Pastor, en ese Corazón de Pastor que nos ha amado hasta el extremo de la Cruz.
Sacerdocio de oración, de penitencia, el del Santo Cura, dedicado a la vida sacramental de su pueblo, en especial al Sagrado tribunal de la confesión, cuidando de lo Sagrado, en especial de la liturgia. Preocupado y ocupado en las almas que le habían sido encomendadas. Por ellas se ofrecía en oblación penitencial, en oración constante: “Oh! Las almas, las almas” decía y repeía angustiado cuando veía que se perdían, era el Pastor que iba a buscar la oveja descarriada con su oración, con su palabra, con su propio sufrimiento ofrecido en oblación penitencial.
Se alimentó de la Palabra de Dios, fue fortalecido en la Eucaristía, se reconfortaba cuando absolvía a un pecador y eso le movió a luchar fuertemente contra el maligno, a costa de grandes sufrimientos y perturbaciones. Fue, para todo el pueblito de Ars y para aquellos que peregrinaban el sacerdote que hizo presente a Cristo el Buen Pastor. Fué y es modelo para todos nuestros sacerdotes.
En este contexto de meditación y de oraciones por el sacerdocio, nuestra humilde obra apostólica, que no ha escatimado esfuerzos en la promoción de la oración por las vocaciones y por la santidad de los sacerdotes, esta cumpliendo sus primeros nueve años de esta segunda época.
Estamos celebrando asombrados, pues a riesgo de repetir lo tantas veces dicho, si nos decían en aquel tiempo cercano al cuatro de agosto del 2000 que íbamos a llegar hasta acá no lo hubiésemos creído. Lo cierto es que en este año, en que de no haberse interrumpido la emisión de El Caballero de Nuestra Señora estaríamos cumpliendo nuestras bodas de plata, sin embargo mas de diez años se tardo para reeditar esta obra apostólica, siendo ahora una obra muy distinta a aquella que con tanto amor por las almas el Padre Lojoya quiso para la comunidad de la Visitación.
Hoy los medios del apostolado son distintos y de aquella maquina escribir pasamos a una computadora, del papel impreso a los mail y, desde hace un año, al boletín mensual se le sumo la pagina web.
Cuando en el 2000 decidimos comenzar y elegimos la fecha no fue casual que eligiéramos el 4 de agosto, fiesta de San Juan Maria Vianney. El Caballero de Nuestra Señora esta íntimamente unida al sacerdocio, nació de un sacerdote y párroco, quienes hoy “usurpamos” esta columna asumimos el compromiso de promover el amor al sacerdocio y a los sacerdotes, amor que se manifiesta especialmente en la oración, en el acompañamiento, en la fraterna corrección. Del sacerdocio bien vivido hemos recibido infinidad de gracias que desde hace nueve años comunicamos, por eso agradecidos hemos dado un lugar preponderante a la promociónon de la santidad sacerdotal y de la oración por las vocaciones y los sacerdotes.
No han faltado espacios para recordar a los Pastores con olor a pastores que Dios ha puesto en nuestro camino, a modelos de vida sacerdotal que han dejado huellas en las almas que Dios ha encomendado: Padre Carlos Lojoya, Julio Menvielle, Leonardo Castellani, Jhon Garate, Pablo Di Benedetto, Marcos Pizzariello, Guillermo Constantini, Luis Ortiz de Zarate (hno. Joaquin), Emilio Povse, Alfredo Saenz, Carlos Nadal, Nestor Sato, etc, etc,.
Estamos, entonces, celebrando estos primeros nueve años del boletín electrónico, pero también nuestro primer año en la web. Celebramos asombrados, con el asombro de aquellos que conocen sus propios limites, de aquellos que se saben nada, que se saben instrumentos de Dios para poder anunciar al Salvador. Asombrados y agradecidos por los bienes recibidos.
Asombrados en estos ciento sesenta y cuatro números, asombrados con las casi mil setecientas visitas de promedio mensuales. Asombrados que a pesar de nuestra debilidades podamos seguir anunciando a al mundo al que es la Bondad, la Belleza y la Verdad..
Frente a este asombro nos proponemos a no quedarnos congelados sino mas bien a renovar el esfuerzo en la obra evangalizadora, a multiplicar el compromiso para seguir anunciando a Cristo, por eso nos confiamos a la Madre y bajo su manto nos acogemos.
Mas hoy, en este año sacerdotal, renovamos nuestro amor por el sacerdocio y nuestro compromiso en la oración por las vocaciones y por los sacerdotes, por su santidad, por su ministerio para que ellos puedan anunciar al Verbo Encarnado.
Anunciarlo sin miedos, proclamando su palabra; que nos enseñen con su testimonio el amor por lo sacro, cuidando la liturgia; que nos muestren la gracia de la Misericordia de Dios por el Sacramento de la Reconciliación, tan querido por San Juan Maria.
Por eso con María y toda la Iglesia repetimos esta hermosa oración que Benedicto XVI quiso hacer para el Año Sacerdotal:
Señor Jesús:
En San Juan María Vianney Tu has querido dar a la Iglesia la imagen viviente y una personificación de tu caridad pastoral.
Ayúdanos a bien vivir en su compañía, ayudados por su ejemplo en este Año Sacerdotal.
Haz que podamos aprender del Santo Cura de Ars delante de tu Eucaristía; aprender cómo es simple y diaria tu Palabra que nos instruye, cómo es tierno el amor con el cual acoges a los pecadores arrepentidos, cómo es consolador abandonarse confidencialmente a tu Madre Inmaculada, cómo es necesario luchar con fuerza contra el Maligno.
Haz, Señor Jesús, que, del ejemplo del Santo Cura de Ars, nuestros jóvenes sepan cuánto es necesario, humilde y generoso el ministerio sacerdotal, que quieres entregar a aquellos que escuchan tu llamada.
Haz también que en nuestras comunidades – como en aquel entonces la de Ars – sucedan aquellas maravillas de gracia, que tu haces que sobrevengan cuando un sacerdote sabe “poner amor en su parroquia”.
Haz que nuestras familias cristianas sepan descubrir en la Iglesia su casa – donde puedan encontrar siempre a tus ministros – y sepan convertir su casa así de bonita como una iglesia.
Haz que la caridad de nuestros Pastores anime y encienda la caridad de todos los fieles, en tal manera que todas las vocaciones y todos los carismas, infundidos por el Espíritu Santo, puedan ser acogidos y valorizados.
Pero sobre todo, Señor Jesús, concédenos el ardor y la verdad del corazón a fin de que podamos dirigirnos a tu Padre celestial, haciendo nuestras las mismas palabras, que usaba San Juan María Vianney:
“Te amo, mi Dios, y mi solo deseo
es amarte hasta el último respiro de mi vida.
Te amo, oh Dios infinitamente amable,
y prefiero morir amándote
antes que vivir un solo instante sin amarte.
Te amo, Señor, y la única gracia que te pido
es aquella de amarte eternamente.
Dios mío, si mi lengua
no pudiera decir que te amo en cada instante,
quiero que mi corazón te lo repita
tantas veces cuantas respiro.
Te amo, oh mi Dios Salvador,
porque has sido crucificado por mi,
y me tienes acá crucificado por Ti.
Dios mío, dame la gracia de morir amándote
y sabiendo que te amo”.
Amen.
Marcelo Eduardo Grecco
Versailles, junto a la Virgen de la Salud