12 de julio de 2009
La oración: “conversación amorosa con Jesús”
Siempre he entendido la oración del cristiano como una conversación amorosa con Jesús, que no debe interrumpirse ni aun en los momentos en los que físicamente estamos alejados del Sagrario, porque toda nuestra vida está hecha de coplas de amor humano a lo divino..., y amar podemos siempre. (Forja, 435)
Que no falten en nuestra jornada unos momentos dedicados especialmente a frecuentar a Dios, elevando hacia El nuestro pensamiento, sin que las palabras tengan necesidad de asomarse a los labios, porque cantan en el corazón. Dediquemos a esta norma de piedad un tiempo suficiente; a hora fija, si es posible. Al lado del Sagrario, acompañando al que se quedó por Amor. Y si no hubiese más remedio, en cualquier parte, porque nuestro Dios está de modo inefable en nuestra alma en gracia. Te aconsejo, sin embargo, que vayas al oratorio siempre que puedas (...)
Cada uno de vosotros, si quiere, puede encontrar el propio cauce, para este coloquio con Dios. No me gusta hablar de métodos ni de fórmulas, porque nunca he sido amigo de encorsetar a nadie: he procurado animar a todos a acercarse al Señor, respetando a cada alma tal como es, con sus propias características. Pedidle que meta sus designios en nuestra vida: no sólo en la cabeza, sino en la entraña del corazón y en toda nuestra actividad externa. Os aseguro que de este modo os ahorraréis gran parte de los disgustos y de las penas del egoísmo, y os sentiréis con fuerza para extender el bien a vuestro alrededor. ¡Cuántas contrariedades desaparecen, cuando interiormente nos colocamos bien próximos a ese Dios nuestro, que nunca abandona! Se renueva, con distintos matices, ese amor de Jesús por los suyos, por los enfermos, por los tullidos, que pregunta: ¿qué te pasa? Me pasa... Y, enseguida, luz o, al menos, aceptación y paz.
Al invitarte a esas confidencias con el Maestro me refiero especialmente a tus dificultades personales, porque la mayoría de los obstáculos para nuestra felicidad nacen de una soberbia más o menos oculta. Nos juzgamos de un valor excepcional, con cualidades extraordinarias; y, cuando los demás no lo estiman así, nos sentimos humillados. Es una buena ocasión para acudir a la oración y para rectificar, con la certeza de que nunca es tarde para cambiar la ruta. (Amigos de Dios, 249) [Subir]
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“La castidad es una virtud”
Me escribías, médico apóstol: “todos sabemos por experiencia que podemos ser castos viviendo vigilantes, frecuentando los Sacramentos y apagando los primeros chispazos de la pasión sin dejar que tome cuerpo la hoguera. Y precisamente entre los castos se cuentan los hombres más íntegros, por todos los aspectos. Y entre los lujuriosos dominan los tímidos, egoístas, falsarios y crueles, que son características de poca virilidad”. (Camino, 124)
Tu comportamiento no ha de limitarse a esquivar la caída, la ocasión. No ha de reducirse de ninguna manera a una negación fría y matemática. ¿Te has convencido de que la castidad es una virtud y de que, como tal, debe crecer y perfeccionarse? No basta, insisto, ser continente, cada uno según su estado: hemos de vivir castamente, con virtud heroica. Esta postura comporta un acto positivo, con el que aceptamos de buena gana el requerimiento divino: praebe, fili mi, cor tuum mihi et oculi tui vias meas custodiant, entrégame, hijo mío, tu corazón, y extiende tu mirada por mis campos de paz.
Y te pregunto ahora: ¿cómo afrontas esta pelea? Bien conoces que la lucha, si la mantienes desde el principio, ya está vencida. Apártate inmediatamente del peligro, en cuanto percibas los primeros chispazos de la pasión, y aun previamente. Habla además enseguida con quien dirija tu alma; mejor antes, si es posible, porque, si abrís el corazón de par en par, no seréis derrotados. Un acto y otro forman un hábito, una inclinación, una facilidad. Por eso hay que batallar para alcanzar el hábito de la virtud, el hábito de la mortificación para no rechazar al Amor de los Amores.
Meditad el consejo de San Pablo a Timoteo: te ipsum castum custodi, para que también estemos siempre vigilantes, decididos a custodiar ese tesoro que Dios nos ha entregado. A lo largo de mi vida, a cuántas personas he oído exclamar: ¡ay, si hubiera roto al principio! Y lo decían llenas de aflicción y de vergüenza. (Amigos de Dios, 182) [Subir]
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“¡Qué bonito es ser juglar de Dios!”
En ocasiones, alguno me ha dicho: Padre, si yo me encuentro cansado y frío; si, cuando rezo o cumplo otra norma de piedad, me parece que estoy haciendo una comedia... A ese amigo, y a ti -si te encuentras en la misma situación- os contesto; ¿una comedia? -¡Gran cosa, hijo mío! ¡Haz la comedia! ¡El Señor es tu espectador!: el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo; la Trinidad Beatísima nos estará contemplando, en aquellos momentos en los que “hacemos la comedia”. -Actuar así delante de Dios, por amor, por agradarle, cuando se vive a contrapelo, ¡qué bonito! ¡Ser juglar de Dios! ¡Qué estupenda es esa recitación llevada a cabo por Amor, con sacrificio, sin ninguna satisfacción personal, por dar gusto a nuestro Señor! -Esto sí que es vivir de Amor. (Forja, 485)
Se lee en la Escritura: ludens in orbe terrarum, que El juega en toda la redondez de la tierra. Pero Dios no nos abandona, porque inmediatamente añade: deliciae meae esse cum filiis hominum, son mis delicias estar con los hijos de los hombres. ¡El Señor juega con nosotros! Y cuando se nos ocurra que estamos interpretando una comedia, porque nos sintamos helados, apáticos; cuando estemos disgustados y sin voluntad; cuando nos resulte arduo cumplir nuestro deber y alcanzar las metas espirituales que nos hayamos propuesto, ha sonado la hora de pensar que Dios juega con nosotros, y espera que sepamos representar nuestra comedia con gallardía.
No me importa contaros que el Señor, en ocasiones, me ha concedido muchas gracias; pero de ordinario yo voy a contrapelo. Sigo mi plan no porque me guste, sino porque debo hacerlo, por Amor. Pero, Padre, ¿se puede interpretar una comedia con Dios?, ¿no es eso una hipocresía? Quédate tranquilo: para ti ha llegado el instante de participar en una comedia humana con un espectador divino. Persevera, que el Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo, contemplan esa comedia tuya; realiza todo por amor a Dios, por agradarle, aunque a ti te cueste.
¡Qué bonito es ser juglar de Dios! ¡Qué hermoso recitar esa comedia por Amor, con sacrificio, sin ninguna satisfacción personal, por agradar a Nuestro Padre Dios, que juega con nosotros! Encárate con el Señor, y confíale: no tengo ningunas ganas de ocuparme de esto, pero lo ofreceré por Ti. Y ocúpate de verdad de esa labor, aunque pienses que es una comedia. ¡Bendita comedia! (Amigos de Dios, 152) [Subir]
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“Procura atenerte a un plan de vida”
Eso de sujetarse a un plan de vida, a un horario –me dijiste–, ¡es tan monótono! Y te contesté: hay monotonía porque falta Amor. (Camino, 77)
Procura atenerte a un plan de vida, con constancia: unos minutos de oración mental; la asistencia a la Santa Misa –diaria, si te es posible– y la Comunión frecuente; acudir regularmente al Santo Sacramento del Perdón –aunque tu conciencia no te acuse de falta mortal–; la visita a Jesús en el Sagrario; el rezo y la contemplación de los misterios del Santo Rosario, y tantas prácticas estupendas que tú conoces o puedes aprender.
No han de convertirse en normas rígidas, como compartimentos estancos; señalan un itinerario flexible, acomodado a tu condición de hombre que vive en medio de la calle, con un trabajo profesional intenso, y con unos deberes y relaciones sociales que no has de descuidar, porque en esos quehaceres continúa tu encuentro con Dios. Tu plan de vida ha de ser como ese guante de goma que se adapta con perfección a la mano que lo usa.
Tampoco me olvides que lo importante no consiste en hacer muchas cosas; limítate con generosidad a aquellas que puedas cumplir cada jornada, con ganas o sin ganas. Esas prácticas te llevarán, casi sin darte cuenta, a la oración contemplativa. Brotarán de tu alma más actos de amor, jaculatorias, acciones de gracias, actos de desagravio, comuniones espirituales. Y esto, mientras atiendes tus obligaciones: al descolgar el teléfono, al subir a un medio de transporte, al cerrar o abrir una puerta, al pasar ante una iglesia, al comenzar una nueva tarea, al realizarla y al concluirla; todo lo referirás a tu Padre Dios. (Amigos de Dios, 149) [Subir]
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“Lleva sobre tu pecho el santo escapulario”
Lleva sobre tu pecho el santo escapulario del Carmen. -Pocas devociones -hay muchas y muy buenas devociones marianas- tienen tanto arraigo entre los fieles, y tantas bendiciones de los Pontífices. -Además ¡es tan maternal ese privilegio sabatino! (Camino, 500)
Cuando te preguntaron qué imagen de la Señora te daba más devoción, y contestaste -como quien lo tiene bien experimentado- que todas, comprendí que eras un buen hijo: por eso te parecen bien -me enamoran, dijiste- todos los retratos de tu Madre. (Camino, 501)
María, Maestra de oración. -Mira cómo pide a su Hijo, en Caná. Y cómo insiste, sin desanimarse, con perseverancia. -Y cómo logra.
-Aprende (Camino, 502).
Si quieres ser fiel, sé muy mariano.
Nuestra Madre –desde la embajada del Angel, hasta su agonía al pie de la Cruz– no tuvo más corazón ni más vida que la de Jesús.
Acude a María con tierna devoción de hijo, y Ella te alcanzará esa lealtad y abnegación que deseas. (Via Crucis, Est. XIII, n.4) [Subir]
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“Estas crisis mundiales son crisis de santos”
Ha llegado para nosotros un día de salvación, de eternidad. Una vez más se oyen esos silbidos del Pastor Divino, esas palabras cariñosas, “vocavi te nomine tuo” –te he llamado por tu nombre. Como nuestra madre, El nos invita por el nombre. Más: por el apelativo cariñoso, familiar. –Allá, en la intimidad del alma, llama, y hay que contestar: “ecce ego, quia vocasti me” –aquí estoy, porque me has llamado, decidido a que esta vez no pase el tiempo como el agua sobre los cantos rodados, sin dejar rastro. (Forja, 7)
Vosotros y yo formamos parte de la familia de Cristo, porque El mismo nos escogió antes de la creación del mundo, para que seamos santos y sin mancha en su presencia por la caridad, habiéndonos predestinado como hijos adoptivos por Jesucristo, a gloria suya, por puro efecto de su buena voluntad. (...)
La meta que os propongo –mejor, la que nos señala Dios a todos– no es un espejismo o un ideal inalcanzable: podría relataros tantos ejemplos concretos de mujeres y hombres de la calle, como vosotros y como yo, que han encontrado a Jesús que pasa quasi in occulto por las encrucijadas aparentemente más vulgares, y se han decidido a seguirle, abrazados con amor a la cruz de cada día. En esta época de desmoronamiento general, de cesiones y desánimos, o de libertinaje y anarquía, me parece todavía más actual aquella sencilla y profunda convicción que, en los comienzos de mi labor sacerdotal, y siempre, me ha consumido en deseos de comunicar a la humanidad entera: estas crisis mundiales son crisis de santos. (...)
Vida interior: es una exigencia de la llamada que el Maestro ha puesto en el alma de todos. Hemos de ser santos –os lo diré con una frase castiza de mi tierra– sin que nos falte un pelo: cristianos de veras, auténticos, canonizables; y si no, habremos fracasado como discípulos del único Maestro. Mirad además que Dios, al fijarse en nosotros, al concedernos su gracia para que luchemos por alcanzar la santidad en medio del mundo, nos impone también la obligación del apostolado. (Amigos de Dios, nn. 2-5) [Subir]
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“Que seáis niños que desean la Palabra de Dios”
Nuestra voluntad, con la gracia, es omnipotente delante de Dios –Así, a la vista de tantas ofensas para el Señor, si decimos a Jesús con voluntad eficaz, al ir en tranvía por ejemplo: “Dios mío, querría hacer tantos actos de amor y de desagravio como vueltas da cada rueda de este coche”, en aquel mismo instante delante de Jesús realmente le hemos amado y desagraviado según era nuestro deseo. Esta “bobería” no se sale de la infancia espiritual: es el diálogo eterno entre el niño inocente y el padre chiflado por su hijo: –¿Cuánto me quieres? ¡Dilo! –Y el pequeñín silabea: ¡Mu-chos mi-llo-nes! (Camino, 897)
En la vida interior, nos conviene a todos ser quasi modo geniti infantes, como esos pequeñines, que parecen de goma, que disfrutan hasta con sus trastazos porque enseguida se ponen de pie y continúan sus correteos; y porque tampoco les falta –cuando resulta preciso– el consuelo de sus padres.
Si procuramos portarnos como ellos, los trompicones y fracasos –por lo demás inevitables– en la vida interior no desembocarán nunca en amargura. Reaccionaremos con dolor pero sin desánimo, y con una sonrisa que brota, como agua limpia, de la alegría de nuestra condición de hijos de ese Amor, de esa grandeza, de esa sabiduría infinita, de esa misericordia, que es nuestro Padre. He aprendido, durante mis años de servicio al Señor, a ser hijo pequeño de Dios. Y esto os pido a vosotros: que seáis quasi modo geniti infantes, niños que desean la palabra de Dios, el pan de Dios, el alimento de Dios, la fortaleza de Dios, para conducirnos en adelante como hombres cristianos. (Amigos de Dios, 146) [Subir]