Lo más grave de todo este galimatías indigesto, es que Kant cree que está expresando el pensamiento de Jesús de Nazaret. La verdad es que está, como teólogo que es, sacando las conclusiones implícitas en el libre examen de Lutero y en su fe sin obras. Unidas estas tesis a la formación puritana, “avant la lêtre” de su autor, llegamos a la concepción que estamos discutiendo, tan ajena, tan contraria a la Revelación que nos legó Jesús.
Escribe Juan Carlos Ossandón Valdéz
Su Santidad Benedicto XVI nos ha recordado, en su última encíclica, cuánto influye el pensamiento filosófico en la teología. Ha mostrado cómo, a partir de Bacon, fue cambiando el clima intelectual de Europa, que ahora llamamos la modernidad, y que ha llevado a una ruptura entre éste y la teología católica. Lo grave es que este clima ha inspirado muchas desviaciones que han alterado la pureza de la teología, engendrando confusión en los católicos. Quien más mal ha hecho en esta labor de confusión ha sido M. Kant, a juicio del Pontífice, coincidiendo en esto con la apreciación de san Pío X. De hecho, hace poco, declaró que la obra fundamental del filósofo teutón: “La religión en los límites de la mera razón”, publicada en 1793, constituye uno de los momentos de la ruptura fundamental del pensamiento moderno con la religión.
La revista “Sì sì no no” (1) nos muestra que el padre del ecumenismo es M Kant. No porque él lo practicase, sino porque creó el mejor fundamento intelectual, superior a todo lo que ningún otro pensador posterior haya podido pergeñar. Es más, en su teología, tal paso es necesario para llegar a la verdadera religión. Demuestra su tesis la revista que consultamos citando el libro recién mencionado:
La revista “Sì sì no no” (1) nos muestra que el padre del ecumenismo es M Kant. No porque él lo practicase, sino porque creó el mejor fundamento intelectual, superior a todo lo que ningún otro pensador posterior haya podido pergeñar. Es más, en su teología, tal paso es necesario para llegar a la verdadera religión. Demuestra su tesis la revista que consultamos citando el libro recién mencionado:
“No existe más que una sola religión, pero puede haber diversas especies de fe. Se puede añadir que es posible una misma y única religión en las diversas iglesias, a despecho de sus creencias particulares. En consecuencia, es más correcto decir (como, en realidad, sucede de ordinario) que un hombre es de esta fe o que aquella otra (judaica, mahometana, cristiana, católica, luterana), que decir que es de esta religión o de aquella otra. En rigor, esta última expresión no debería emplearse nunca al hablar a la gente no cultivada (es decir en los catecismos y en las predicaciones), porque es demasiado erudita y de comprensión harto difícil, como lo demuestra también el hecho de que en las lenguas modernas no existe una expresión equivalente. El hombre común entiende siempre por religión su fe eclesiástica, que cae bajo los sentidos, mientras que la religión sigue escondida en lo profundo del hombre y depende sólo de la intención moral. Se concede demasiado a la mayor parte de los hombres diciendo que profesan esta religión o aquélla, porque ellos no conocen ni desean ninguna, en cuanto que todo lo que entienden con esta expresión es la fe eclesiástica estatutaria. También las presuntas guerras de religión, que tan a menudo revolvieron el mundo y lo ensangrentaron, no fueron nunca sino contiendas relativas a las fe eclesiásticas”.(2)
Queda claro, pues, que existe una sola religión y que las “fe eclesiásticas” poco tienen que ver con ella. Por eso mismo, esas “fe” separan a los hombres, mientras la religión los une. Si separamos la una de la otra haremos imposible que vuelvan las “guerras de religión”. ¿No es éste el objetivo final del ecumenismo que hoy se practica? Todo se hace para alcanzar la paz. En vano, por supuesto, ya que la Virgen Santísima nos reveló en Fátima que Nuestro Señor nos la dará cuando el Sumo Pontífice, en unión con los obispos todos, consagre Rusia a su Inmaculado Corazón.
De tal manera que el catolicismo, el mahometismo, el luteranismo y un largo etcétera, son seudo-religiones; se limitan a ser “fe eclesiásticas” que dividen a los hombres. Están muy lejos de la “religión pura” cargadas con el lastre de sus historias, sus ceremonias, etc.
¿En qué consiste la “religión pura”? Consiste en un fruto de la razón pura, “única para todos”, como lo son las matemáticas, por ejemplo, y que debería proporcionarnos el criterio para juzgar a las “fe eclesiásticas”. En definitiva, esa “religión pura”, que está en el fondo de todo hombre, demasiado oculta, a menudo, para que los fieles la reconozcan, no es más que la pureza de intención, la decisión de seguir en todo el imperativo categórico de la razón práctica. Es decir, actuar siempre en virtud de un principio que pueda ser válido para todos. Además, ha de ser absoluto; es decir, no ha de buscar alcanzar nada exterior al mismo. Si hago algo porque me da felicidad, me conduce al Cielo, o cualquier otra razón diferente al principio mismo, no soy moralmente bueno. La única actitud buena es la de obedecer a este principio. A esta abstracción, Kant la llama “buena conducta”. Por eso nos dice:
“Todo lo que, excepción hecha de la buena conducta, cree el hombre que puede hacer para agradar a Dios, no es más que ilusión religiosa y falso culto a Dios”. “Fe de esclavos y mercenarios, fe no santificante porque no es una fe moral”.
Lo más grave de todo este galimatías indigesto, es que Kant cree que está expresando el pensamiento de Jesús de Nazaret. La verdad es que está, como teólogo que es, sacando las conclusiones implícitas en el libre examen de Lutero y en su fe sin obras. Unidas estas tesis a la formación puritana, “avant la lêtre” de su autor, llegamos a la concepción que estamos discutiendo, tan ajena, tan contraria a la Revelación que nos legó Jesús.
Terminemos con la guinda de la torta. Las “fe eclesiásticas” nos privan de la libertad. Por eso no santifican. El “santo” es libre. En Kant, la libertad se confunde con la autonomía. Como las “fe eclesiásticas” nos imponen muchas leyes como condición de “salvar el alma”, impiden la libertad que consiste en que actúo en virtud de un principio que yo mismo hallo en mi interior, cabalmente el imperativo categórico del que hablamos, que no depende de premio o castigo alguno exterior a mí. Solo entonces soy libre. ¿Qué será Jesús que sostiene que no dice nada de sí mismo sino que se limita a transmitirnos lo que ha recibido de su Padre? Obviamente, no era libre sino esclavo y mercenario del Padre, si hemos de creer a Kant.
Recemos para que Su Santidad siga profundizando en el legado de Kant y comprenda que su ecumenismo es contrario a la Revelación. No olvidemos que los Pontífices anteriores lo condenaron y hasta llegaron a excomulgar al sacerdote que participase en alguna reunión ecuménica. Hoy es el Santo Padre quien las organiza. ¡Quién lo diría!
Nota:
(1) Año XVII, Nº 184. Noviembre 2007.
(2) O.c. pág. 7-8. La extensa cita está tomada de diversas páginas de la obra kantiana mencionada.