Carta XVI - A Urbano VI
En nombre de Jesucristo crucificado
y de la dulce María
(...)1 Estando yo acongojada de dolor por la vehemencia del deseo, nuevamente concebido en la presencia de Dios, porque la luz del entendimiento reverberaba en la Trinidad eterna… veíase en aquel abismo la dignidad de la criatura racional, la miseria en que el hombre cae por la culpa del pecado mortal, y la necesidad de la Santa Iglesia, que Dios manifestaba en su pecho… y como nadie puede volver a gozar la belleza de Dios en el abismo de la Trinidad, sino por intermedio de esta dulce Esposa, nos conviene a todos pasar por la puerta de Cristo crucificado, y dicha puerta no se encuentra en lugar alguno, sino en la Santa Iglesia. Veía que esta Esposa ofrecía la vida, porque tanta contiene en si que no hay nadie capaz de matarla, y que daba fortaleza y luz, porque nadie es capaz de debilitarla y sumirla en tinieblas en lo que respecta a sí misma. Y veía que su fruto no falta nunca, sino que siempre crece.
Entonces decía Dios eterno: "Toda esta dignidad, que tu inteligencia no podría comprender, ha sido dada a vosotros por mí. Observa, pues, con dolor y amargura, y verás que a esta Esposa no se va sino por las vestiduras exteriores, esto es, por la riqueza temporal. Pero bien vacía la ves de quienes buscan su meollo, es decir, el fruto de la sangre. Del cual fruto nadie que no pagara el precio de la caridad con humildad verdadera y con la luz de la Santísima fe podría participar para vida, sino para muerte… y haría como el ladrón, que se apodera de lo que no es suyo. Porque el fruto de la sangre pertenece a los que pagan el precio del amor, porque la Iglesia está cimentada en amor y es ella el amor mismo. Y por amor quiero -decía Dios eterno- que le dé cada uno de lo propio, tal como lo han recibido y según doy yo a mis siervos para que de diversos modos lo suministren. Mas duéleme de no encontrar quien lo haga. Antes parece que todos la hayan abandonado. Pero yo lo remediaré".
Y como creciese el dolor y el fuego del deseo, clamaba yo en la presencia de Dios, diciendo: "¿Qué puedo hacer, oh fuego inestimable?" Y su benignidad respondía: "Que ofrezcas de nuevo tu, vida. Y a ti misma no te des nunca reposo. Para este ejercicio te he destinado y te destino, a ti y a todos los que te siguen y seguirán. Procurad, pues, vosotros, no disminuir, sino acrecentar siempre vuestros deseos… porque bien atiendo yo con afecto de amor a socorreros corporal y espiritualmente con mi Gracia. Y a fin de que vuestras mentes no se ocupen en otra cosa, he dado un aguijón a aquélla a quien coloqué para que os gobierne, y con misterios y con nuevos modos la he atraído y dispuesto a este ejercicio… por lo cual, con los bienes temporales sirve ella2 a mi Iglesia… y vosotros también con la continua, humilde y fiel oración, y con aquellos necesarios ejercicios que a ti y a ellos sean comunicados por mi bondad, a cada uno según su jerarquía. Deposita, pues, en sola esta Esposa tu vida, tu corazón y tu, afecto, para mi, despojándote de ti. contempla en mi y mira el Esposo de esta Esposa, o sea, al sumo pontífice, y comprueba su santa y buena intención, que no tiene límites. Y así como está sola la Esposa, también el Esposo. Yo permito sus procederes, porque con ellos, aunque los tiene excesivos, y con el temor que causa a sus súbditos despejará la Santa Iglesia. Alguien vendrá que con amor la acompañe y la colme… acontecerá con esta Esposa lo que con el alma: que en un principio entra en ella el temor y, despojada de los vicios, el amor después la llena y reviste de virtudes.
Todo esto lo hará con un dulce padecer, dulce y suave, en verdad, para aquéllos que se sustentan a sus pechos. Pero has de decir a mi vicario que, conforme a su poder, se apacigüe y conceda la paz a cualquiera que desee recibirla. Y di a las columnas de la Santa Iglesia que, si quieren poner remedio a las grandes ruinas, hagan esto: que se unan todos, y así, en conjunto, formen como un velo para recubrir los procederes que en el santo padre parezcan defectuosos. Y disponiéndose a una vida ordenada, busquen a otros que como ellos me teman y amen, y hállense todos juntos y sepan inclinarse a tierra ellos mismos. Pues haciéndolo así, yo, que soy la luz, les daré la luz necesaria para la Santa Iglesia. Y una vez visto entre ellos lo que debe hacerse... con verdadera unidad, pronta y osadamente y con mucha reflexión, refiéranlo a mi vicario. Él entonces se sentirá obligado a no resistir a sus buenas voluntades, porque su intención es santa y buena".
No es capaz la lengua de describir tantos misterios, ni lo que el entendimiento vio ni lo que concibió el afecto. Con mi plena admiración, pasóse el día y llegó la noche. Y sintiendo yo que el corazón era arrastrado por afecto de amor, de tal modo que no podía resistir a su impulso de concurrir al lugar de la oración, y como me asaltase aquella misma disposición que tuve al tiempo de la muerte, postréme con grande arrepentimiento, porque yo servía a la Esposa de Cristo con mucha ignorancia y negligencia, y hasta era causa de que otros hiciesen cosa semejante. Levantándome después, con aquella impresión de que ya he hablado y que estaba ante el ojo de mi entendimiento, púsome Dios delante de sí, y aunque yo le esté siempre presente, porque Él contiene en sí todas las cosas, aquello sucedía por nuevos modos, como si la memoria, la inteligencia y la voluntad no tuviesen absolutamente nada que hacer con mi cuerpo. Y con tal luz se espejaba esta Verdad, que en aquel abismo se renovaban entonces los misterios de la Santa Iglesia, y todas las gracias recibidas durante mi vida, pasadas y presentes… y hasta el día en que mi alma se desposó en Tí. Todas ellas se apartaban de mí, por el fuego que había crecido… y atendía solamente lo que podía hacerse, o sea, mi sacrificio a Dios por la Santa Iglesia y para librar de su ignorancia y negligencia a los que Dios había puesto en mis manos. Entonces caían los demonios sobre mí clamando por mi exterminio y viendo que su terror impedía y amenguaba el libre y encendido deseo. Golpeaban sobre la corteza de mi cuerpo… pero el deseo se encendía más aún, y exclamaba: "iOh Dios eterno!, recibe el sacrificio de mi vida en este cuerpo místico de la Santa Iglesia. Yo no tengo nada que dar sino lo que tú me has dado. iToma, pues, mi corazón y estrújalo sobre la faz de tu Esposa!" A estas palabras, Dios eterno, volviendo hacia mí el ojo de su clemencia, arrancóme el corazón y empezó a estrujarlo sobre la Iglesia santa. Y con tanta fuerza lo había atraído hacia sí, que, no queriendo romper el vaso de mi cuerpo, lo ciñó inmediatamente de su fortaleza para que no me quedara sin vida. Con mayor furia se oyó aquí el clamoreo de los demonios, como si hubiesen sentido dolor intolerable… esforzábanse por aterrorizarme, con amenazas de impedir a toda costa que aquel ejercicio se llevara a cabo. Pero a la virtud de la humildad, en la luz de la santísima fe, no puede resistir el infierno… y así mi alma se recogía más y más, como trabajada con puntas de fuego, escuchando palabras tan atrayentes y promesas tan llenas de alegría en la presencia de su Divina Majestad. Hoy, en verdad, la lengua no es capaz de dar a entender semejantes misterios.
Digo ahora: gracias, gracias al altísimo y eterno Dios, que nos ha puesto en el, campo de batalla, como caballeros, para combatir por su Esposa con el escudo de la santísima fe. El campo ha quedado libre para nosotros, por aquella virtud y poder con que fue derrotado el demonio dominador del humano linaje… no virtud propia de la humanidad, sino de la Divinidad.
No será nunca vencido el demonio por lospadecimientos de nuestros cuerpos, sino sólo en virtud del fuego de la ardentísima e inestimable caridad divina...
1Esta carta no ha Ilegado completa hasta nosotros. Y aun al período inicial parecen faltarle algunas palabras.
2"Ella" = la autoridad pontifical. (N. del L).