de los  '70  
Por Abel  Posse 
Sentimos  que la Argentina ingresó en un clima negativo, de tensiones que no propician la  buena convivencia ni aseguran la paz social. Hay un aire de violencia difuminada  por las calles, desde la vergüenza de los domingos de fútbol y garrotazos hasta  las bandas de matones y drogados adueñados de los barrios marginales ante la  indiferencia gubernamental.
La  Argentina tiene ya entre 800.000 y un millón de jóvenes calificados de  'marginales estructurales'. Son carne para todo delito o vandalismo. Están al  margen de la educación, de toda autoridad familiar, carecen de trabajo y de otra  perspectiva existencial que no sea el nihilismo y la anarquía. Con planes anémicos,  se elude en realidad enfrentar este enemigo colosal del futuro argentino y de la  paz social.
Ante  esta evidente violencia difusa, todavía sin conducción, el gobierno y todos los  sectores políticos deberían estar alertas y actuantes. Esta crispación evidente,  este vandalismo descontrolado y no debidamente reprimido puede desbordarse y  sorprender a las autoridades.
Algunos  nostálgicos, revolucionarios con esquemas del siglo pasado, podrían ver en esos  marginales, masas de maniobra para acciones violentas. Alguien puede estar  soñando con alguna convulsión nostálgico-revolucionaria que dejaría a nuestro  gobierno ante los mismos dilemas y ambigüedades que vivió el famoso Kerenski, en  1917, apretado entre sus flojeras revolucionarias y su realidad de dirigente  burgués.
Si  hablamos sin hipocresía, debemos observar que contra los militares se hizo más  justicia de la debida --y esto es injusticia--. Se los discriminó judicial y  jurídicamente, alterando uno de los fundamentos básicos del derecho (argentino y  mundial): la no retroactividad de la ley, especialmente la  penal.
Se  anularon indultos con irritante parcialidad, al punto que asesinatos y estragos  masivos causados por los insurrectos aparecen como actos no condenables, aunque  hayan dejado un tendal de víctimas inocentes: empresarios, policías, militares y  conscriptos. También se fabricó una visión casera de los delitos de lesa  humanidad (¡excluyendo al terrorismo!).
Ametrallar a conscriptos indefensos  bañándose, como pasó en el ataque terrorista al regimiento de Formosa, es  monstruoso y de lesa humanidad, sea que los asesinos hayan vestido uniforme o lo  hayan hecho con boinas guevaristas como las que usaba Gorriarán Merlo.  
Se negó  a los oficiales toda exculpación por el juramento de obediencia y verticalidad  ante sus mandos, principio básico de todas las fuerzas armadas del mundo, sin el  cual sería imposible actuar y comandar en guerra. (¡Ojalá no le toque al  presidente una policía o un ejército que algún día le diga: ¡'Voy a ver si tiro,  déjemelo pensar!)
De modo  que después de los juicios a las juntas militares y de tantas condenas. los que  ejercieron la violencia por orden del Estado carecen de toda esperanza legal.  
Los  violentos del otro sector, con sus miles de atentados, reciben un trato  inaceptable en sociedades civilizadas. 
El  gobierno fabrica una ilegalidad prêt-à-porter para condenar lo que considera la  ilegalidad militar, que le parece insuficientemente castigada (y este matiz no  viene del Derecho, sino de la ideología).
Esto  hace que se desmorone el edificio legal desde sus bases romanas y germánicas e  instaura un inédito caos, al afectar el rigor de la razón jurídica.  
Desde  ahora, la ley a medida de la voluntad política dominante será una anomalía que  podría extenderse más allá del tema de los años '70.  
Esta es  la base de una ilegalidad que pagaremos muy caro. Afectará a nuestra economía, a  las inversiones, a las libertades productivas y creativas. Y será un grave  ataque a la Constitución: se abriría la puerta a un autocratismo  seudodemocrático.
Vivimos  en un país desopilante, pese a las enfáticas declaraciones del presidente de que  volvemos a ser un país serio. 
El  gobierno constitucional, en 1975, ordenó a las FF.AA. aniquilar (sic) a la  guerrilla, con la aprobación y la firma de sus máximos dirigentes, que  pertenecían al mismo partido que hoy, treinta años después, apaña al residuo de  subversivos, los destaca casi como personalidades morales, los acoge en el  gobierno y hasta les paga una abundante indemnización por las molestias  causadas...
A la  vez, se busca mantener ilegítimamente encarcelados a los militares que  cumplieron el mandato del gobierno peronista, logrando el cometido de  desarticular --aniquilar (sic)-- la guerrilla en apenas diez meses, cuando a  comienzos de 1977 la dirigencia subversiva se estableció en el exterior, con  admirable prudencia estratégica.
Nadie se  volvió contra los que ordenaron esa aniquilación de la impopular guerrilla  cumpliendo con la defensa del Estado agredido y adecuándose a lo escrito por  Perón en ocasión del ataque al regimiento de Azul en 1974: a los terroristas hay  que eliminarlos uno a uno, por el bien de la  República.
Los  oficiales y hasta los soldados son procesados y reprocesados en un ejercicio de  venganza disfrazada de justicia. 
Pero los  comandantes políticos que dieron al Ejército la orden de aniquilar ni siquiera  son contemplados. 
O todos  o ninguno... 
¿Cuántas  renuncias de afiliación se produjeron en el peronismo de 1975 por ese decreto de  aniquilación? 
¿Cómo  puede hablarse de justicia sin la mínima  coherencia?
Nada  indigna más que las asimetrías. Sin coherencia ni rigurosa igualdad no hay ley,  pero tampoco hay paz. El gobierno se pone en una situación ilegítima. Se ubica  fuera del orden jurídico constitucional, por más que reciba dóciles apoyos  parlamentarios. A la violencia e inseguridad cotidiana se suma la división que  nos causa el viaje de justicia-venganza hacia el pasado.  
La  violencia de los muertos acecha la paz de los vivos.  
Una  generación desgraciada y sepultada invade nuestro hoy y aquí. Empezamos a sentir  el peligro de trasvasar el resentimiento de la generación pasada a la  actual..
En la  Argentina no se entiende la discreción ante el juicio del pasado que tuvieron  países que sufrieron grandes hecatombes, con millones de víctimas.  
Son los  casos de Rusia, Francia, Alemania, España, China, Italia, Japón.  
Se actuó  con una justicia simbólica. 
En esos  pueblos con experiencia de desdichas ancestrales saben que es necesario impedir  que las generaciones nuevas se infecten con los odios de un pasado  inexorable.
Permitirlo --o provocarlo, como en nuestro  caso-- equivale a fabricar y establecer un odio virtual, abstracto. Que en el  plano histórico-político los vivos quieran vengar a sus muertos por medio de la  justicia sería perverso e inútil. Equivaldría a agregar odio al odio y dolor al  dolor. 
En  Nüremberg fueron condenadas 38 personas. 
Por lo  de Hiroshima, ninguna...
Así se  explican la conducta de los españoles después de la muerte de Franco y  la de  Adenauer en 1947 para superar el peso atroz del nazismo con una  convocatoria para la reconstrucción de la demolida nación de todos.  
De  Gaulle suspendió venganzas contra los colaboracionistas y condonó la sentencia a  muerte de Pétain, el aliado del nazismo ocupante.
Deng  Xiaoping, aunque víctima él mismo y su familia de las atrocidades de  la Revolución  Cultural de Mao, evitó toda venganza, y hoy el retrato colosal  de Mao preside la plaza de Tiananmen. 
Los  dirigentes de la Rusia post soviética, pese a 70 años de dictadura y al horror  del Gulag, supieron respetar al glorioso ejército desde la interpretación  nacional, no partidaria. Era el ejército de Stalin y Trotsky, pero era el  heredero de Kutuzov, del triunfo sobre Napoleón en Borodino, de la gloriosa  defensa de Moscú y Leningrado.
Ningún  país repudió a su ejército por lo que le exigieron sus gobiernos.  
Ni  Francia por lo de Argelia, 
ni  Alemania por las matanzas de Rusia, 
ni Rusia  por las masacres de Polonia y Berlín, 
ni  Estados Unidos por Hiroshima. 
Para  bien o para mal, los ejércitos somos todos, los gobiernos somos  todos.
Como  afirmó Sartre, todos somos responsables de nuestra historia. 'Soy tan  responsable de la guerra como si yo mismo la hubiese declarado'. Por el bando  subversivo debe decirse que transformar a los guerreros que jugaron con coraje  su apuesta marxista-revolucionaria en inocentes y víctimas neutras es la mayor  deslealtad para con su memoria (el jefe mismo de ese bando expresó esto con  indignación).
Todos  los ejércitos del mundo están empeñados en su mayor eficacia, más allá de las  coyunturas que hayan vivido. Estamos en un momento peligroso, casi sin otro  derecho internacional que el de la fuerza. Hay proyectos para  declarar patrimonio de la humanidad las reservas de agua dulce, las pesquerías,  reservas energéticas y espacios vacíos. 
Debemos  tener fuerzas disuasivas. 
El mundo  está más cerca de la política decimonónica de puro poder que de los sueños de  las Naciones Unidas en el siglo XX.
Nuestro  camino es optimizar la defensa nacional y regional.  
Brasil,  Chile, Venezuela y Colombia incrementan su poder militar, mientras que la  Argentina se aproxima a la indefensión y a la continua descalificación de sus  Fuerzas Armadas. 
Con  Brasil, con el Mercosur, tenemos que asegurar un gran espacio de paz y de  estrategia defensiva. Perdemos energía en la banalidad de las venganzas y en la  ilusión de algunos derrotados persistentes que quisieran transformar nuestras  FF.AA. en milicias ideologizadas con ideas muertas y  enterradas.
Está en  el gobierno evitar que se ahonde la división de los argentinos. Debe promover la  reconciliación y tener la grandeza de fundamentarla en una gran amnistía  nacional (que, incluso, beneficiaría a centenares de subversivos). En este  momento de democracia y de restablecimiento económico tan exitoso, debemos  evitar el retorno eterno de las venganzas y aunarnos programáticamente en la  conquista del futuro inmediato, como hicieron esos grandes países que se han  mencionado.. 
No se  puede engañar a todos todo el tiempo. 
Y  agregaría a esta máxima famosa: 
'No se  puede humillar a nadie tanto tiempo.'
* El  autor es diplomático y escritor. Este fragmento pertenece a su libro en  preparación Noche de Lobos.
Fuente:  La Nueva  Provincia (Bahía  Blanca)