Si lo que el gobierno considera haber perdido, tras su porfía con el sector rural, es una simple votación legislativa, un mero trámite de consenso parlamentario, tiene alguna lógica en no ceder al reclamo de la oposición, exigiendo cambios de fondo.
Si, en cambio, lo que se dirimió fue una pulseada estratégica que perdió, entonces el gobierno haría bien en remozar más aprisa su rostro palaciego: deberían irse ya todos quienes huelan a un pasado inconveniente --esto es, a kirchnerismo-- y deberían entrar, a galope tendido, los hombres nuevos de un gobierno nuevo. De Cristina, pero nuevo.
De otro modo, tendríamos sobre el escenario la más peligrosa ecuación política de la actualidad: un kirchnerismo intacto en sus instintos de mando, pero herido de muerte en su capacidad de maniobra diaria.