ANA CATALINA EMMERICH.
Crónicas de una mística-
Edit. “ Poco y Bueno “.
Serie Devociones. 2da. Parte.
A todas estas singulares virtudes unía una tierna y solicita caridad que la hacían el común auxilio de todos los afligidos desde su infancia hasta su muerte, como más adelante veremos, no cesó de asistir a los enfermos, curando cariñosamente sus úlceras y llagas, de consolar a los afligidos, y de socorrer, en medio de su pobreza, a los desamparados.
Ya se deja ver que alma tan favorecida por Dios o podía ser para el mundo ; en efecto, un día que trabajaba en el campo con sus padres y hermano, el sonido de la campana de la cercana villa de Coesfeld despertó en ella con tal violencia un secreto de entrar en el claustro que, desmayada, cayó al suelo sin sentido. La levantaron inmediatamente ,llevándola a su casa, donde fue atendida con esmero, más la debilidad en que quedó sumida no le permitió abandonar el lecho sino mucho tiempo después.
Se grabó de tal manera esta impresión en el ánimo de Ana Catalina que desde entonces, sus ensueños más gratos eran abandonar el mundo por completo y entregarse del todo al servicio de su Esposo divino en el claustro.
Y desde entonces puede decirse también, que puso el Señor a su sierva en el camino real que siguen los santos, el de las penas y sufrimientos de todo género. Como preparación de su entrada en el convento, le hizo sentir en su propia cabeza los dolores agudos que Él padeció por nuestro amor en su pasión dolorosa. Veamos como refiere Ana Catalina este prodigio:
“ Cuatro años antes de mi entrada en el convento hallándome cierto día en la iglesia de los jesuitas de Coesfeld, arrodillada delante de un crucifijo, estando absorta en la meditación, vi venir del altar a mi celestial Esposo, bajo la forma de un joven resplandeciente. En la mano izquierda traía una corona de flores y en la derecha una de espinas; y en seguida, presentándomelas ambas para que eligiese. Opté por la corona de espinas; y enseguida me fue puesta sobre la cabeza a la cual la aseguré fuertemente apretándola con mis manos. Luego desapareció la visión y cuando volví en mí, eran tan agudos los dolores que atormentaban mi cabeza que apenas podía tener, un rato de reposo .”
Así fue como, una vez cumplidos los veintiocho años, el 13 de noviembre de 1802 la joven ingresó al convento agustino de Agnetenberg , en Dulmen. Allí se mostró contenta por ser considerada la última de la casa.
Su celo y su entusiasmo, sin embargo incomodaba al común de las hermanas, que estaban intrigadas y molestas por sus extrañas capacidades y su salud frágil. Además, al no comprender los éxtasis en los que entraba cuando estaba en la iglesia, en su celda , o mientras trabajaba, la trataban con antipatía-
Acusaciones, afrentas y castigos injustos que aceptaba sin murmurar, eran su alimento cotidiano.
Su situación en el convento era triste bajo muchos aspectos :ninguna de sus compañeras ni ningún sacerdote era capaz de comprender aquella alma que proveída de grandes gracias, pasaba ante sus ojos como una alucinada. No obstante su intenso ascetismo, ella cumplía con sus deberes fiel y alegremente.
Entre tanto, se acercaba el fin de su noviciado, y el 13 de noviembre de 1803, a la edad de 29 años, pronunció los votos solemnes y se hizo esposa de Jesucristo para siempre, en el convento de Dulmen. “ Desde entonces no me acordaba jamás de mí- decía Ana- ;no pensaba nada más que en Jesucristo y en mis santos votos. Mis compañeras no me comprendían, y yo no podía explicarles el estado de mi alma. Dios les ha ocultado mucho de las gracias que me concedido, sin lo cual hubiéranse formado de mí la idea más errónea .A pesar de todos los dolores y padecimientos jamás tuve más consuelos interiores, pues mi alma hallábase inundada de felicidad. Mi deseo de recibir a Cristo Sacramentado era tan irresistible que con frecuencia salía por la noche de mi celda y entraba en la iglesia, si la encontraba abierta, en el caso contrario quedábame en la puerta o cerca de la pared, aún durante el invierno, arrodillada y prosternada con los brazos extendidos. Permanecía en este estado hasta que venía el Capellán a darme la Comunión , volviendo entonces a mí y acercándome con ansías al comulgatorio a gozar de mis Dios y Señor “.
Alimentada con este santo manjar no es de maravillarse que, a pesar de su constitución delicada y poco robusta, sacase fuerzas para resistir austeridades de todo género, vigilias, mortificaciones, trabajos, manuales y larguísimas horas de contemplación arrebatadas al precioso descanso de la noche.
Si a esto añadimos las enfermedades y dolores atroces que atormentaban su débil cuerpo,, las violentas tentaciones con que el demonio la perseguía, las desolaciones, incertidumbres, contrariedades y abandonos, no cabe dudar de la santidad de esta Virgen, que el Señor, en su admirable Providencia, llevaba por caminos tan altos y seguros.
SUFRIENTE EN EL SEÑOR.
El 3 de diciembre de 1811, ocho años después de haber pronunciado los votos solemnes en el monasterio de Dulmen, el convento fue suprimido y la iglesia cerrada a causa de los funestos trastornos políticos que asolaron en aquel momento casi a la Europa entera ; se dispersaron las religiosas por los distintos puntos y Ana Catalina fue llevada a un humilde habitación de una pobre viuda, donde vivió largo tiempo enferma.
Aquí comienza la tercera etapa de la vida admirable de esta gran cierva de Dios, que expulsada del claustro en una época de indiferencia e incredulidad, se apercibe con nuevos bríos a las tremendas luchas, que su divino Esposo le prepara, abrazando con más ardor el seguro escudo de la Cruz, y consumiéndose como una víctima de expiación en las llamas ardientes de la caridad
Se hallaba el 24 de diciembre a las 3 de la tarde extasiada, como solía acaecerle, en altísima contemplación meditando en los penosísimos sufrimientos del Salvador cuando vio que en medio de la luz viva y resplandeciente bajaba hacia ella su divino Redentor crucificado; lo recibió conmovida de dolor al ver sus santas llagas, pidiéndole con todo el afecto de su corazón que, pues era su Esposo y Señor, se dignase hacerla partícipe de sus grandes sufrimientos.
En el mismo instante partieron de las llagas del Salvador, triples rayos de color de sangre, que fueron a clavarse en las manos en los pies y costado derecho de Ana Catalina, saltando inmediatamente la sangre de las heridas que la causaron. Así quedó Ana Catalina gratificada con las insignias de la pasión, llevando hasta su muerte esta túnica de sangre, que la hacía en todo semejante al objeto de su amor.
De aquí en adelante su vida fue un continuo milagro, pues quedó sumida en tan extrema debilidad que hubo de permanecer en cama hasta su muerte, sin alimentarse de otra cosa que de agua y algunas veces, pero muy raras, del zumo de una cereza o de una ciruela.
( Continuaremos con la 3ra.parte: “ Investigada”.El Director.)