LAS PRIMARIAS GLOBALES
Hugo Esteva
Cuando en 1983 dijimos que las elecciones entre Alfonsín y Luder eran, en realidad, las internas del Régimen de dominación que se volvía a hacer fuerte luego de la derrota nacional en Malvinas, fuimos no sólo censurados por la televisión libre y privada (Canal 13, en particular), sino incomprendidos hasta por muchos amigos. Fue una cuestión de “timing”: los compatriotas no tenían ganas entonces de escuchar la profecía de una nueva caída. Cuando aquello ha quedado claro para todos y se ha comprobado hasta el cansancio que los pricipales partidos entonces contrincantes eran lo mismo y cambiaban figuritas en cada recreo, permítaseme adelantar cómo y por qué estamos hoy viviendo las internas de la globalización.
Show mediático
Quien se asomó a los noticiosos de televisión argentinos durante el reciente “supermartes” tuvo la oportunidad de visitar gran parte de las principales capitales del mundo. Desde allí, angloparlantes de todos los colores y etnias nos hicieron llegar las impresiones locales sobre las elecciones dentro de los dos partidos norteamericanos. Vivimos como un acontecimiento deportivo el cabeza a cabeza de los demócratas y la escapada final del candidato republicano. Ahora esperamos con ansiedad quién va a cruzar primero el disco.
Comprobamos los kilitos de más de Hilary, la elegancia de Obama, lo insulso de Mc Cain. A todo gasto y con traducción al pie, supimos qué piensan los españoles, los italianos, los neozelandeses, los... acerca de un tema que no debería importarles mayormente. Y nosotros, los argentinos en particular, hemos aprendido más detalles sobre esos candidatos remotos que lo que conocemos de nuestros concejales vecinales, a quienes por lo general nunca hemos visto la cara, tapada por inevitables listas sábana.
¿Será casualidad inocente una grotesca paradoja de ese calibre? ¿Los sagrados segundos de la tele se habrán invertido así por pura espontaneidad, mientras no sabemos más que por los actos amañados qué hacen nuestra presidenta y sus políticos? Nada de todo eso, ni los dinosaurios, ni los platos voladores, ni los “reality shows”, deja de tener una finalidad preconcebida. Siempre hay alguien que lo pensó, que tomó decisiones, que buscó la mayor eficacia. Desde las imágenes y desde las palabras. En cada detalle.
Y así como quienes piensan como nosotros no son jamás llamados a opinar en los medios por precaución a que “demos bien”, esos medios le ofrecen participar de una apuesta internacional a cualquier ama de casa o a cualquier taxista, que van a poder tomar partido por la rubia o por el negro, cuando no tienen la menor posibilidad de opinar sobre quién debe ser su ministro de educación o su secretario de transportes.
Preparándonos
Durante todo el siglo XX nos han venido enamorando de Greta Garbo, de Marylin Monroe, de Julia Roberts. Tanto como para que al asomar al XXI haya mucho maricón a quien ya no le interesa para nada la vecina de enfrente.
De la misma manera –y no se asombre del salto aparente porque es así nomás- el Régimen de dominación al que estamos sometidos nos ha conducido indefectiblemente a la displicencia, al desgano, al desapego por la política nacional. En cambio, nos va haciendo apasionados expertos en lo que pasa “allá”, donde todo parece mejor porque no lo vivimos, donde todo parece funcionar porque nuestros miopes sentidos no llegan con su corta distancia focal. Sabemos todo sobre el fútbol mundial, pero no les podemos jugar un partido a nuestros nietos.
En fin, los argentinos, como los giles del resto del mundo, nos hemos prendido en estas internas norteamericanas que nos van amansando para el gobierno mundial. Como amansaron a la obcecada catalana, presunta revolucionaria, a quien oí decir que “prefería mil veces depender del gobierno de Maastrich que no del de Madrid”. Nos van preparando, así de simple.
Entretanto, me quedo con lo que desde EEUU respondió Ana Barón –una lúcida periodista que en general debe pensar en las antípodas de lo que pienso- cuando le preguntaron qué podía cambiar para la Argentina si en las próximas elecciones ganaban los demócratas o los republicanos: “Nada”, dijo a boca de jarro, con admirable austeridad de expresión.