Editorial I (La Nación del 24 de diciembre de 2007)
Tiempo de reconciliación
En estas horas, previas a la celebración de la Navidad, es importante que los argentinos reflexionemos sobre la necesidad de cerrar las heridas abiertas por los dolorosos extremos de violencia política en que nos vimos envueltos en el pasado reciente -más concretamente, en las décadas del 60 y el 70 del siglo XX- y marchemos hacia un auténtico horizonte de reconciliación nacional.
Aunque nacida hace casi dos siglos, la República de la que formamos parte se construye a sí misma todos los días. Y en la base de esa construcción cotidiana no puede faltar un sentimiento genuino de unión nacional y de convivencia pacífica. Sin un espíritu de unidad que aglutine y hermane a sus habitantes, ninguna nación puede reconocerse como tal.
En el curso de 2010 estaremos festejando el bicentenario del acontecimiento histórico que dio nacimiento a nuestra vida independiente. Es fundamental recordar, sin embargo, que luego de haber vivido el gran brote revolucionario del 25 de mayo de 1810 el pueblo de nuestro país debió afrontar largas y desgastantes guerras internas antes de lograr que la unión nacional se convirtiera para los argentinos en una realidad. Gracias a la firmeza con que los hijos de esta tierra logramos cumplir ese altísimo objetivo histórico, la Argentina fue reconocida, en los comienzos del siglo XX, como una de las naciones progresistas y respetadas del Nuevo Mundo.
Cuando celebramos nuestro primer centenario, en mayo de 1910, los argentinos nos mostramos ante el mundo como un país civilizado y moderno. Eso fue posible porque previamente habíamos sabido construir una sociedad asentada sobre un sólido espíritu de unión nacional. El tumultuoso proceso inmigratorio de fines del siglo XIX, aunque pueda resultar paradójico o difícil de explicar, no afectó en lo más mínimo la solidez de ese espíritu de unión ciudadana: al contrario, lo fortaleció y lo enalteció. La Argentina moderna se edificó sobre la base de un sentimiento de unidad nacional tan potente como ejemplarizador.
Por eso resulta especialmente doloroso y lamentable que en estos días se esté trabajando con tanta saña desde algunas esferas políticas para dividir o desunir a los argentinos. La estrategia de los ideólogos y voceros de algunos sectores parecería dirigida a mantener permanentemente abiertos los conflictos que enfrentan a unos argentinos con otros. En vez de celebrar o valorizar los motivos de concordia o de unidad que históricamente podrían llegar a presentarse, se exacerban y se agitan con especial inquina aquellos asuntos o temas que alimentan el odio, los rencores, las venganzas políticas o los resentimientos históricos.
Como lo señaló recientemente un importante analista político de nuestro medio, los argentinos de este tiempo asistimos a una suerte de "festival de la discordia" y tenemos la sensación de que muchos aspiran a lograr que se haga finalmente realidad esta trágica arenga de Ernesto Guevara: "Un pueblo sin odios no puede triunfar".
En reiteradas cartas de lectores enviadas a los diarios, numerosos padres de familia se quejan de la falsedad histórica y la desinformación en que se incurre en algunos establecimientos educativos cuando se les transmite a los alumnos -tanto en el nivel primario como en el secundario- una descripción unilateral y tendenciosa de la realidad que se vivía en el país en los días previos al golpe de Estado de 1976. Se omite -aducen esos padres- una pintura fidedigna y objetiva del clima de terror al que estaba sometida la sociedad argentina como consecuencia de los atentados criminales del terrorismo subversivo y de los delitos que se perpetraban a diario: secuestros extorsivos, copamientos de unidades militares, asesinatos de empresarios, atentados con explosivos, muerte masiva de ciudadanos inocentes.
Los padres de familia que formulan esas protestas no pretenden justificar, ni muchísimo menos, las acciones criminales de la dictadura militar que asumió la plenitud del poder el 24 de marzo de ese año. Sólo aspiran a que la "historia oficial" registre las atrocidades perpetradas desde ambos extremos del espectro ideológico y a que no se distorsionen los hechos con el fin de inculcar a las nuevas generaciones la idea -sin duda falsa- de que la violencia criminal fue desatada desde uno solo de los bandos en pugna.
El principal objetivo de la etapa política que acaba de iniciarse debería ser la reconstrucción del equilibrio y el abandono de esa manera sectaria de narrar la historia. Es necesario recobrar el sentimiento de respeto por la verdad y de preservación de la unidad nacional que estuvo en la base de la Argentina de otros tiempos.
El país necesita imperiosamente dejar atrás los trágicos factores de desunión que desgarraron a nuestra sociedad a partir del sombrío momento en que un terrorismo y una dictadura salvajes aniquilaron el sistema argentino de los derechos humanos y abrieron las compuertas del odio y la fragmentación social.
Es imprescindible recuperar ese espíritu de diálogo y de unidad que permitió crear la gran nación que fuimos y que el espíritu sectario de unos pocos ideólogos extremistas, de uno y otro lado, destruyó en sus cimientos morales.
Quienes tienen la responsabilidad de impartir enseñanzas en los colegios y quienes revisan el pasado argentino en ciclos periodísticos históricos o retrospectivos, a menudo difundidos por los medios masivos de comunicación, deberían evitar la reprobable práctica de acentuar los antagonismos sociales o políticos o de suponer, ingenuamente, que las heridas abiertas por la violencia irracional de otros tiempos pueden llegar a curarse con unilaterales cuotas de odio o con insidiosos rebrotes de ánimo revanchista. Dividir a la sociedad y perpetuar sus enfrentamientos internos es la mejor manera de paralizarla, debilitarla y frustrarla.
La celebración del Bicentenario ofrece la gran oportunidad para avanzar hacia una Nación unida y moralmente fuerte. Hacia esa dirección deberíamos empezar a caminar todos juntos: la ciudadanía, los sectores políticos y, por supuesto, quienes ejercen las principales responsabilidades públicas en el gobierno de la Nación. Formulemos votos para que el espíritu navideño aliente en los argentinos el deseo de vivir la reconciliación como una manera de rescatar el ideal histórico, siempre vigente, de la unión nacional.
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