La inmoral campaña del oficialismo
Una de las muchas contradicciones de quienes desde el gobierno de Néstor  Kirchner proclaman que ahora vivimos en "un país en serio" es el recurrente uso  electoral de cuantiosos fondos públicos. Menos serio aún es que ciertos  funcionarios se mofen de los pedidos de informes acerca de esos abusos que les  formulan tanto la oposición como la prensa.
El uso de aviones y  helicópteros de la Presidencia de la Nación para la campaña electoral de la  senadora Cristina Fernández de Kirchner es uno de los casos más notables de la  desvergonzada utilización de recursos del Estado para el provecho personal de la  candidata presidencial. Pero de ninguna manera es el único ejemplo.
La  virtual transformación de despachos de la Casa de Gobierno en un comité de  campaña de la principal postulante del Frente para la Victoria; el empleo de  personal de la Presidencia, del área de prensa de la Casa Rosada y de la  Secretaría de Medios como auxiliares de la senadora Kirchner en sus viajes  proselitistas por el interior del país y en sus giras al exterior, al igual que  en la organización que demandan los actos preelectorales; los abultados viáticos  que exigen tales acciones, y la impresionante cobertura que le dedica el canal  de televisión estatal a cada discurso que pronuncia la candidata del  oficialismo, distinción que no se hace con ninguno de sus adversarios, son otros  casos ilustrativos.
La inmoralidad de la campaña oficialista no requiere  demasiados elementos para ser demostrada. Está a la vista de todo el mundo y las  declaraciones con que algunos funcionarios gubernamentales intentan justificar  estos actos obscenos no hacen más que aumentar la indignación de la opinión  pública.
Por caso, el jefe de Gabinete de Ministros, Alberto Fernández,  días atrás, al defender el hecho de que Canal 7 transmitiera todos los actos de  los cuales participa la senadora Kirchner, explicó que si los restantes  candidatos presidenciales "no salen" por esa emisora de televisión oficial con  la misma frecuencia que la primera dama es "por la propia incapacidad de hacer  campaña y de mostrarse".
El mismo funcionario, al referirse al uso de  vehículos oficiales por parte de la postulante oficialista en su campaña, dijo  que "es imposible disociar su rol de candidata, primera dama y senadora". 
Esta última justificación no sólo resulta inadmisible de acuerdo con las  normas argentinas. Causaría risa en cualquier democracia del Primer Mundo. 
Basta recordar el escándalo que provocó, durante la campaña presidencial  de los Estados Unidos en 2000, el hecho de que el entonces vicepresidente Al  Gore -flamante premio Nobel de la Paz- usara las líneas telefónicas de la Casa  Blanca para efectuar llamadas vinculadas con actividades proselitistas. No sólo  el ex funcionario norteamericano debió pagar de su bolsillo la modesta suma de  dólares que costaron esas comunicaciones, sino que si un presidente de ese país  usa el avión presidencial para la campaña, su partido político está obligado a  abonar el precio de mercado de los correspondientes pasajes.
Si bien en  la Argentina no parece existir conciencia suficiente sobre estas cuestiones, la  ley es muy clara y no puede ser desconocida por el presidente Néstor Kirchner ni  por su esposa. El artículo 261 del Código Penal tipifica como un delito, que  deberá ser sancionado con reclusión o prisión de dos a diez años e  inhabilitación absoluta perpetua, el hecho de que un funcionario "empleare en  provecho propio o de un tercero trabajos o servicios pagados por la  administración pública".
Más aún, cada vez que el primer mandatario  habla sobre su esposa en actos oficiales y convoca a apoyarla en las urnas  estaría violando el artículo 64 del Código Electoral Nacional, por el cual la  publicidad de los actos de gobierno no podrá contener elementos que promuevan la  captación del sufragio en favor de ningún candidato.
Dirigentes  opositores y no pocos especialistas en derecho constitucional y penal sostienen  que estamos ante una situación de extrema gravedad, pasible de ser considerada  como malversación de fondos públicos.
La candidata presidencial del  oficialismo debería saber que la calidad institucional de la que tanto habla  últimamente, pero por la cual tan poco se ha preocupado a lo largo de la gestión  de su marido, también pasa por la transparencia republicana. En ese sentido,  antes de que avancen en la Justicia las justificadas demandas por el indebido  uso de fondos de todos los argentinos en su campaña proselitista, debería  admitir su error y hacerse cargo de esos gastos, al igual que quienes desde el  Estado privilegiaron mezquinos intereses partidarios por encima del interés  general.