SOBRE EUROPA AMENAZADA
Hugo Esteva
La Dra. Ursula von der Leyen, ministra para la Familia y la Salud, tiene 7 hijos y usa el apellido de su marido, médico e investigador en la Universidad de Hannover (Der Spiegel, 30/X/06). Lucha por lograr apoyo a través de una importante desgravación impositiva para los matrimonios etre académicos de alto nivel cultural, a fin de que tengan no menos de 4 o 5 hijos y puedan pasar suficiente tiempo con ellos. Entiende que Alemania necesita niños bien educados en su casa, y no sólo por niñeras. Lejos de la farándula, pasa mucho tiempo con sus hijos, por lo que viaja todos los días una hora en tren desde Berlin a Hannover para llegar a comer con ellos (Der Spiegel, 18/VI/07).
Por supuesto, la oposición vetó la propuesta de esta mujer sensata empleando alarmados argumentos sobre la vuelta de ideas racistas, elitistas, y todas las más abyectas desviaciones que la cultura ambiente pueda imaginar. Pero, con la perspectiva que nos brinda nuestro incómodo Sur final de la Tierra, la lucha de la ministra no puede sino verse como la reacción a la caída de la sólo aparentemente rica Europa.
Entretanto, la vieja tierra central de nuestro espíritu fundador recibe las cada vez más díscolas oleadas de parias que anunciara Jean Raspail con lucidez de profeta. Y como se ha quedado sin lo mejor de aquél espíritu y, por ende, sin las soluciones ni la capacidad de integración que él implicaba, no tiene más remedio que soportar las críticas de los voceros de otros intereses, de otras culturas, de otros dueños quizás.
Tal el caso de Francis Fukuyama, el falso pronosticador del “fin de la historia”, que trató de hacernos creer que con la fórmula “democracia y capitalismo” se iban a terminar las guerras, días antes de que estallara la de Irak. Ahora llena páginas de los suplementos “culturales” de diarios latinoamericanos (“El Tiempo”, Bogotá, 24/II/07; “La Nación”, Buenos Aires, 11/VIII/07) para anunciar que a Europa le va a estallar la bomba de las etnias no integradas y, sobre todo y con la liviandad más absoluta de “famoso analista”, que la sociedad norteamericana es más integradora que la “tradicional” del Viejo Mundo.
Mentiroso el japonés, que olvida adrede cómo todos los de ojos rasgados fueron internados en campos de concentración en el desierto de Arizona, calcinándose, apenas declarada la 2ª. Guerra Mundial por EEUU a Japón. Y eso con independencia de que los originalmente japoneses llevasen ya generaciones como ciudadanos norteamericanos. Mentiroso, olvida adrede que, para lo que de verdad cuenta, en su patria de adopción se es “italiano”, “polaco”, “latino” hasta la cuarta generación por lo menos. Falsamente ingenuo, dice que “EEUU puede tener algo para enseñar a los europeos en lo referente a construir formas postétnicas de ciudadanía y pertenencia nacionales. La vida estadounidense está llena de ceremonias y rituales cuasi religiosos para celebrar las instituciones: izada de bandera, juramento de nacionalización, Día de Acción de Gracias y 4 de julio”. Falsamente, porque este hijo oriental de las fábricas liberales de “fama y talento” no puede ignorar que el pavo, el maíz y el zapallo con que las familias norteamericanas conmemoran el Día de Acción de Gracias son los únicos restos de los indios que se apiadaron de los hambrientos colonos del Mayflower y les permitieron sobrevivir a su primer invierno bostoniano. Queda la costumbre de la comida, pero ni una sola gota de la mezclada sangre que desprecian en la América Hispánica.
No está solo el nipón. En su mismo medio, Walter Laqueur (según La Nación; Enfoques, 29/VII/2007: “historiador del nazismo, el comunismo y el terrorismo..., judío alemán que en 1938 se refugió en Palestina”), quien vivió en Inglaterra y ahora en EEUU, prevé también la muerte de Europa a manos de la inmigración. Uno y otro coinciden en el temor por el “radicalismo islámico”. Y señalan la gravedad del factor demográfico, que hace que “pronto, en la región del Ruhr, la mitad de los jóvenes por debajo de los treinta años no serán alemanes y, en Bruselas, el 55 por ciento de los niños pertenecen actualmente a familias de inmigrantes”. A lo cual se suma la generosidad del sistema previsional europeo que permite vivir sin trabajar a gran parte de la población activa.
Ambos echan la culpa a las estructuras que provocan “eurocentrismo” o a las “instituciones corporativas heredadas del pasado” y, aunque ven el riesgo del “relativismo” y de la “falta de valores de la postmodernidad”, sugieren más liberalismo –en el caso de Fukuyama- o más apoyo a las políticas de Bush y a la guerra de Irak –en el de Laqueur- como terapéutica.
En los dos casos, más agua para el pantano.
Entretanto, de lo que no se habla es de la persecución que están sufriendo los bienes espirituales, los físicos y mismo las vidas de la Iglesia Católica (La Voce, 15/V/2007), cuya defensa la cultura moderna ha tornado políticamente incorrecta. En lo más íntimo, estos liberales insisten en desconocer que son los restos de la tradicional sabiduría católica los que surgieron en el rechazo, por Francia y Holanda durante 2005, de la Constitución masónica que se proponía para Europa. Y callan acerca de la encarnizada lucha en la que coinciden neocapitalistas, socialdemócratas, verdes, homosexuales, islámicos, terroristas –sólo intento mostrar parte del arco iris de la mentira- para evitar la permanencia de la Palabra de Cristo en Europa.
Europa sin verdadera Fe no es Europa. Por eso, lo que advierten tarde estos acomodados adivinos de lo evidente es apenas la consecuencia de lo que –a sangre y fuego- sus predecesores destruyeron con ceguera. Ahora a Europa le faltan convicción para convertir a los recién llegados de buena voluntad y valentía para rechazar a la infiltración enemiga. Los “parásitos sociales” –al decir de Unamuno- que no tuvieron los órganos necesarios para ver la Luz, andan todavía más perdidos en las tinieblas.
Sin embargo, Europa es capaz de dar la lucha a pesar de sus presagios. Pero no será la cómoda señora del euro quien vaya a plantearla. En lo íntimo, que no es pequeño, la darán quienes no teman arriesgar por la vida venciendo los prejuicios de la burguesía liberal, como la ejemplar ministra alemana de la verdadera Salud. En lo público, son legiones las que –perseguidas, silenciadas, pero cada vez más presentes- se abrirán decididamente a la Vida.