LA COLUMNISTA INVITADA DE HOY: MARIA LILIA GENTA
Repasar la historia
He vivido en barrios militares, en distintas geografías. Antes del apogeo de la guerrilla, durante y después. Siempre existió una guardia para custodiar estos barrios. Recuerdo que, en los “años de plomo”, después de cuatro bombas en las cocheras, se cerraron las calles Báez y Arce, cercanas al Hospital Militar, en Buenos Aires. Uno de los departamentos de los edificios militares fungía de casa de guardia. Nuestros niños jugaban a la pelota, andaban en sus bicicletas, ante y entre los soldados vestidos con ropa de combate y fuertemente armados. La guardia en estos barrios militares siempre fue militar, nunca policial.
Pues bien, a propósito de los hechos ocurridos en estos días en un barrio militar de Neuquén, me pregunto si el presupuesto es tan bajo, el personal tan escaso o los soldados voluntarios tan poco comprometidos con la Institución que ya no se cuida más la seguridad de la familia militar. Entiendo que el Gobernador de esa Provincia, después del episodio del docente asesinado, no enviara a la policía -que se limitó a mirar pasivamente los graves desmanes- a custodiar terrenos militares. Por otra parte, no corresponde según los antiguos cánones.
En Neuquén no hay un gobierno particularmente hostil a las Fuerzas Armadas. Sí hay una Iglesia, del “Tercer mundo” y de la “Teología de la liberación” que hace más de cuarenta años parece desconocer que los militares y sus familias también son hijos de Dios. Desde los “púlpitos” se viene instigando, permanentemente, el odio y el resentimiento contra los institutos castrenses. Me parece, pues, pertinente preguntar quién o quienes habrán manejado, instigado o inspirado al grupo de asaltantes que atacó a un barrio militar, en ocasión de las manifestaciones por el “desaparecido” López, hiriendo a un teniente coronel. Siempre hay autores intelectuales.
En el caso del ataque al Regimiento de La Tablada, fray Antonio Puigjané fue el instigador (pudridor de cabezas) de los jóvenes humildes a quienes envió a matar y a morir. Lo trataron exquisitamente durante su prisión, lo visitaron obispos y al cumplir setenta años lo enviaron a cumplir una prisión más que laxa, en una parroquia porteña, primero, y en una Casa de la comunidad de frailes capuchinos (a la que pertenecía), después. Cuentan que prácticamente no se atuvo a ninguna de las normas de la prisión domiciliaria. A nadie se le ocurrió que la Iglesia le quitara las licencias para ejercer el ministerio. Ahora, las izquierdas graznan todos los días pidiendo las sanciones eclesiásticas para von Wernich. Me pregunto si habrá juez que se anime a darle el mismo beneficio al Padre Christian y, lo que es aún más dudoso, ¿habrá alguna comunidad religiosa que se anime a alojarlo?
Bueno; pero estas son digresiones. Volvamos a Neuquén. ¿Habrá sido, también en este caso, el inspirador del ataque al barrio militar, algún cura “tercerista” y “liberado”? ¿Quizás el mismo que prohibió a los militares comulgar en su parroquia? ¿El cura Capitanio que fue a declarar contra su “hermano” von Wernich? Conste que no estoy acusando a nadie. Pero por algún lado tendrán que orientarse las pesquisas que, supongo, se estarán haciendo para dar con los vándalos neuquinos. Sospechar de Capitanio o de alguno de sus seguidores es nada más que mirar los hechos con sentido histórico.
No puedo evitar hacer este paralelo entre Puigjané y Capitanio. Será porque el asalto a La Tablada, aunque hoy en aquel predio se levante un supermercado, es un dolor presente para mí: allí murió mi amigo, el Teniente coronel Horacio Fernández Cutiellos.
Puigjané, Capitanio; son nombres que me cuesta separar. La Teología de la liberación está condenada por el Vaticano. ¿Serán sordas las Conferencias Episcopales? Estarán sordas, también, seguramente, las autoridades responsables de conducir al Ejército y de asegurar la vida y los bienes de sus miembros. A ellas me dirijo. Bendini: usted es el responsable principal del estado de desprotección en que viven sus subordinados. Usted, ¿tiene custodia? Recuerdo el caso del Jefe del Batallón de Inteligencia de Córdoba, el Coronel Iribarren, allá por los años setenta. Un día, reunió a sus subordinados y les dijo. “ustedes no tienen custodia, por lo tanto, yo, el Jefe, no tendré custodia”. Mi padre rindió homenaje en su última conferencia pública a este verdadero soldado. Ambos, el Coronel Iribarren y mi padre, fueron asesinados por la subversión. ¿Reforzará las guardias? ¿Protegerá los barrios antes de que tengamos que llorar una nueva Cristina Viola?
Recomiendo a los miembros en actividad de las Fuerzas Armadas que repasen la historia. La historia es maestra de la vida.
Autor: María Lilia Genta