De un Obispo y un Capellán Castrenses de antaño…
los años 70
“La guerra revolucionaria conducida por el marxismo en nuestra patria es «guerra total» (internacional y civil). Como guerra internacional constituye una injusta agresión; como guerra civil es delito de sedición.
Por lo tanto la resistencia pasiva y activa, por medios legales y por la coacción armada, hasta la total eliminación de los focos subversivos es no sólo legítima sino obligatoria. Los bienes que están en juego son todos nuestros derechos civiles y religiosos, nuestra concepción de vida, la existencia misma de nuestra patria como nación soberana”.
Acaba de publicarse un opúsculo, Moral cristiana y guerra antisubversiva. Enseñanzas de un capellán castrense (Buenos Aires, 2007, Editorial Santiago Apóstol, Estudio Preliminar de Antonio Caponnetto). Aparte su gran valor doctrinal, como documento histórico es interesantísimo por quien encargó su redacción y por la fecha en que fue escrito la que, si bien no figura en los borradores originales, ha podido ser establecida entre fines de 1974 y principios de 1975.
El título original del escrito es De bello gerendo (De la conducción de la guerra); debajo del título reza el nombre del autor: Presbítero Alberto Ignacio Ezcurra, Capellán Militar; y a continuación se aclara: “Trabajo realizado a pedido de Monseñor Adolfo Tortolo con ocasión de los sucesos guerrilleros del 70”. Monseñor Totolo era entonces Vicario General de las Fuerzas Armadas, cargo equivalente al del actual Obispo Castrense.
La existencia de este importante documento, hoy a disposición del público, demuestra en primer lugar que es una falacia que se diga que la Jerarquía Eclesiástica, a la que correspondía ocuparse de señalar la licitud de la guerra y de los aspectos morales de la misma, no se ocupó del tema en su momento. Monseñor Tortolo le encarga al quizás más lúcido y erudito teólogo entre los capellanes militares de la época, el estudio y desarrollo del tema. Es evidente, pues, “el celo de Monseñor Tortolo por la verdad y la voluntad firme de mover a los soldados hacia el recto obrar”, tal como se afirma en el Estudio Preliminar.
Me parece que la elección del P. Ezcurra no sólo debe haber sido motivada por sus dotes intelectuales sino, además, por su absoluta identificación con la Patria y la Milicia. Desde su juventud, vida y milicia fueron una sola cosa para Ezcurra; y así fue hasta su prematura muerte. Su vida como seglar y como sacerdote fue un acto de servicio a Dios y a la Patria.
Lo conocí adolescente y lo traté en los últimos años durante las vacaciones de verano compartidas en Bella Vista en casa de sus hermanos Juan y Diana junto a su madre, doña Rosa Uriburu. Por su origen social y por la época -la de nuestra juventud- pudo haber sido uno de tantos petimetres apellidados que pululaban por el Petit Café. Pero fue alguien totalmente opuesto. Si sus apellidos eran ilustres, él los hizo aún más ilustres.
Hay algo que me une a él, aún más que el hecho de que nuestros padres fueran, ambos, destacados pensadores del nacionalismo católico; me une recordarlo entre los diecisiete sacerdotes que concelebraron la misa de cuerpo presente de mi padre. Celebración de la Eucaristía que fue comunión de almas en Cristo.
Quisiera que este opúsculo fuera leído por todos los que combatieron en la guerra contra el marxismo y por sus familias. En cuanto a su contenido nada mejor que transcribir las conclusiones de su autor:
“La guerra revolucionaria conducida por el marxismo en nuestra patria es «guerra total» (internacional y civil). Como guerra internacional constituye una injusta agresión; como guerra civil es delito de sedición.
“Por lo tanto la resistencia pasiva y activa, por medios legales y por la coacción armada, hasta la total eliminación de los focos subversivos es no sólo legítima sino obligatoria. Los bienes que están en juego son todos nuestros derechos civiles y religiosos, nuestra concepción de vida, la existencia misma de nuestra patria como nación soberana.
“«La comunidad de las naciones debe ponerse en guardia contra criminales sin conciencia que para la realización de sus planes ambiciosos no tienen reparo en desencadenar una guerra total. Por tanto, los otros pueblos, si quieren proteger su existencia y sus preciados bienes y no permitir que malhechores internacionales hagan lo que se les antoje, deben prepararse, quieran o no, para el día que tengan necesidad de defenderse. Ni siquiera en nuestros días se puede negar a los Estados este derecho de defensa» (Pío XII, al VI Congreso Internacional de Derecho Penal. 3 de octubre de 1953. AAS, 45, 1953, Nº 15, páginas 730-744).
“Más vale para nosotros morir combatiendo que contemplar las calamidades de nuestra nación y del Santuario (I Macabeos, 3, 59)”.
Sabemos que el último Obispo Castrense, Monseñor Baseoto, no dudó en crucificarse por la verdad; pero sabemos que, en aquellos terribles años setenta, lo precedió un Obispo también excepcional. Reciban los dos nuestro homenaje; y vaya también, en la querida memoria del P. Ezcurra, el homenaje a todos los capellanes militares que hoy padecen persecución por la justicia.-
Autor: María Lilia Genta