La Universidad de la violencia
Tomo: 5º
Gustavo Landivar
Colección Humanismo y Terror
Director Armando Alonso Piñeiro
Ed. Depalma Buenos Aires - 1980
CAPÍTULO 16
LOS DECANOS MONTONEROS
Por supuesto que la Universidad fue la primera víctima de este plan concebido un tiempo antes. Las primeras medidas que tomó Puiggrós fue la designación de sus decanos o delegados interventores, como se llamaban en esa época. El mismo rector interventor los ponía en funciones en cada una de las facultades correspondientes, y los actos se caracterizaban por las manifestaciones estudiantiles, los vítores, las amenazas y el estado de conmoción que se vivía. Los alumnos se habían adueñado de las facultades y exigían la identificación a cada persona Que ingresaba en los edificios. Portaban armas a la vista de todos y hacían las veces del papel de policía con quienes se negaban a acatar sus órdenes. En cada uno de los actos presididos por el rector se exigía la expulsión de todos los profesores que habían ocupado algún cargo importante en la universidad anterior o que hubiesen pertenecido a algún tribunal judicial o, simplemente, que hayan sido empleados de alguna importante firma extranjera. En suma, se exigía la expulsión de los mejores docentes.
Pero Puiggrós, de pronto, se encontró con un problema en su plan de designación de los delegados interventores en las facultades. Para la de Derecho y Ciencias Sociales tenía el nombre de Mario Kestelboim, pero desde la Casa de Gobierno se le pidió que lo reemplazara. Por supuesto, Puiggrós puso en práctica un método que ya había sido empleado con éxito en otras oportunidades: hizo correr la voz de que no se le permitía efectuar ese nombramiento, de modo que logró una movilización estudiantil en favor de Kestelboim, que a la postre iba a convertirse en el "primer decano montonero", como se lo llamó oficialmente al hacerse cargo de esa Facultad. Pero para que esto pudiese ser llevado a la práctica se le exigió, como última condición, que... se cortase el pelo. Marío Kestelboim fue llevado en andas por estudiantes de Derecho hasta una peluquería cercana al rectorado de la Universidad en donde se cumplió con el último requisito para que pudiera ser puesto en el cargo de decano de esa facultad.
El acto de asunción de Kestelboim todavía es recordado por alumnos, profesores y empleados que lo presenciaron. Fue algo así como la gran jornada de una revancha largamente aguardada. Allí se congregaron, además de las autoridades ministeriales y universitarias, dirigentes políticos, diputados y senadores de casi todas las tendencias de izquierda. Iban a asistir a un festín en donde el plato principal iba a ser, justamente, todo lo que más odiaban: todo lo que representaba al orden en un país.
También los bombos y las banderas tuvieron su lugar en el escenario del aula magna y todo el espectáculo fue algo así como una manifestación popular en una cancha de fútbol, aunque suponemos que en un estadio no se darían esos gritos exigiendo sangre y muerte, ni siquiera ante un mal arbitraje. Ese día se firmó el acta de defunción de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales con todo lo que ello significaba. Y comenzó la expulsión de profesores dignísimos, acusados de cualquier cargo. Se crearon "tribunales populares" en donde los activistas y algunos docentes hacían las veces de un jurado que ya conocía el veredicto de antemano. Algunos profesores fueron expulsados violentamente de sus cargos, perseguidos y golpeados, por los pasillos de la Facultad, corridos hasta su propio domicilio, y otros prefirieron no volver ni siquiera a cobrar sus remuneraciones, ante el cariz que había tomado la situación. Las amenazas eran periódicas y muchas se concretaron con la colocación de bombas en los domicilios y vehículos de varios funcionarios y profesores.
A tal situación se llegó en pocos días, que la Asociación de Profesores Universitarios exigió una entrevista con Taiana que el ministro se negó a conceder. No obstante ello, era tal el desorden existente que los profesores tomaron por la fuerza el despacho de Taiana y allí, ante algunos medios periodísticos y de la televisión, lo increparon duramente, exigiéndole que pusiera orden y terminara con el caos que reinaba en la Universidad. Taiana, casi tartamudeando, prometió que todo ello se arreglaría y manifestó que lo que estaba ocurriendo era algo "normal" en una universidad que había estado "amordazada" durante ocho años.
En la Facultad de Ciencias Económicas fue nombrado delegado interventor el doctor Oscar Sbarra Mitre; en la de Filosofía y Letras, el sacerdote tercermundista Faustino O'Farrell; en Farmacia y Bioquímica, el doctor Raúl Laguzzi; en Odontología, el doctor Alberto Banfi; en Ciencias Exactas y Naturales, el doctor Miguel Ángel Virasoro; en Agronomía, el licenciado Horacio Pericoli; en Arquitectura y Urbanismo, el arquitecto Alfredo Ibarlucía; en Medicina, el doctor Tomás Andrés Masciti; en Ingeniería, el ingeniero Enrique Martínez; y en Derecho y Ciencias Sociales, como dijimos, Marío Kestelboim.
Es interesante volver a los fundamentos del decreto 35 con que el presidente Héctor Cámpora ordenó la intervención a las universidades nacionales. Expresábase en él que "la represión de todo tipo de disconformismo expresado por los docentes, no docentes y estudiantes, ha desnaturalizado la vida universitaria y que la Liberación Nacional exige poner definitivamente las universidades nacionales al servicio del pueblo, siendo por lo tanto necesaria la reformulación de los objetivos, contenidos y métodos de enseñanza con la participación de todos los sectores vinculados a la vida universitaria".
Es decir que el gobierno peronista no solamente justificaba el "disconformismo" de estudiantes, docentes y no docentes, sino que estaba dispuesto a "reformular" los contenidos de la enseñanza con la participación de los tres estamentos. Inclusive los no docentes los empleados, ya sean administrativos o de maestranza iban a tener responsabilidad en el contenido y objetivos de las carreras universitarias. Para eso, justamente se había preparado el ambiente desde años atrás. Ese "disconformismo" a que alude el decreto 35 no era más que la culminación del plan que llevó a la vida universitaria a un caos desconocido en toda su historia. Y una vez logrado ese estado de crisis, el gobierno peronista alentaba, desde la más alta magistratura de la Nación, la absoluta desjerarquización de los estudios. La subversión, que había irrumpido en la vida universitaria en forma subterránea, tenía a partir de ahora no solamente abiertas las puertas sino un puesto sumamente destacado en su conducción.
La mayoría de los decanos-interventores en la Universidad de Buenos Aires eran jóvenes extraídos de la Juventud Peronista, aunque algunos de ellos habían atravesado por la experiencia política del marxismo. Salvo el padre O'Farrell y el arquitecto lbarlucía, ninguno de los otros llegaba a la edad de 40 años. Y los nombrados, pese a que habían dejado la juventud, no eran menos fogosos que sus colegas en la praxis revolucionaria.
Miguel Ángel Virasoro había sido expulsado de la Facultad de Ciencias Exactas en 1966 por su actividad pro-marxista desde la cátedra. Pese a su prédica, gozó de becas otorgadas por instituciones de los Estados Unidos y efectuó varios viajes por el extranjero para tratar de conseguir el apoyo de entidades científicas en contra del gobierno militar argentino. La primera medida que adoptó cuando se hizo cargo de sus funciones fue restituír en las antiguas cátedras a todos los profesores y docentes auxiliares expulsados por la anterior administración. Y con ello volvieron los comunistas y los subversivos a esa facultad. También decidió la expulsión de sus cátedras de aquellos que hubieran ocupado algún cargo en la Universidad a partir de junio de 1966. Es decir, por razones estrictamente políticas expulsaba a los científicos de ideología centrista o derechista para poner en sus puestos a los izquierdistas. En un acto público que contó, por supuesto con la asistencia de los nuevos profesores y de todas las agrupaciones políticas estudiantiles, efectuó un juicio público y "popular" contra el ex decano Raúl Zardini y sus ayudantes. Los cargos fueron casi todos políticos, y los que no tenían esa connotación eran prácticamente improbables.
En la Universidad se impuso como costumbre -y como obligación- el tratarse de vos y de "compañero".
Otra manera de desjerarquización, ya que esta forma alcanzaba al trato entre estudiantes, profesores y decanos; con ello desaparecían las necesarias distancias, el respeto debido a la autoridad y se nivelaba hacia abajo.
La destrucción de las estructuras universitarias era el paso obligado para llegar a la destrucción de las instituciones.
En general todos los actos de asunción de los delegados interventores tuvieron un marco semejante. El ingreso de Puiggrós a una facultad "controlada" por activistas armados, su ingreso al salón de actos, la entonación de la marcha peronista, los coros acompañados por bombos, en fin, mostraban que la Universidad había caído en un sistema que buscaba, exclusivamente, la destrucción. "A la lata, al latero, tenemos un decano, un decano montonero", era uno de los cánticos preferidos por los alumnos. Un cántico que se iba a repetir en cada aparición del respectivo delegado interventor. Y esto ante la impasibilidad de autoridades nacionales y la impotencia de la fuerza policial, que había recibido órdenes expresas, controlada desde el Ministerio del Interior, de no intervenir y de mantenerse alejada de las casas de altos estudios.
Por supuesto que durante los primeros días de la "reorganización" universitaria del gobierno peronista no hubo clases en ninguna facultad de ninguna universidad nacional. Al contrario, esas jornadas fueron empleadas para adiestrar a los más activistas entre los estudiantes de la Juventud Universitaria Peronista, a fin de que ellos se encargaran, en adelante, del control disciplinario de las casas de estudios. Dicha disciplina consistía en el acatamiento de las directivas políticas, en la obligatoriedad de la concurrencia a los actos políticos oficiales y en la sumisión a la doctrina marxista-leninista que se iba imponiendo.
En algunas universidades el deterioro se produjo más rápidamente que en otras. En la Universidad Nacional del Sur, por ejemplo, en donde había sido designado delegado interventor Víctor Benamo, la primera medida que se adoptó fue implantar el nombre de "Mártires de Trelew" al salón de actos del edificio del rectorado. En segundo lugar el nuevo rector dispuso invitar al general Juan Domingo Perón a ocupar una cátedra en ese establecimiento. De más está decir que Víctor Benamo había estado encarcelado por subversivo y que en toda la duración de su rectorado casi todas las medidas que adoptó tuvieron un similar contenido político-subversivo.
Pero el principal foco de la subversión se había asentado, sin lugar a dudas, en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Mario Jaime Kestelboim había designado como secretario académico al doctor Mario Hernández, de vasta actuación en la Asociación de Abogados y él mismo defensor de terroristas. En los despachos de ambos funcionarios se realizaban reuniones con notorios subversivos, entre ellos Mario Firmenich, Vaca Narvaja, Rodolfo Galimberti, Norma Arrostito, en donde se analizaban los planes de acción de la organización montoneros. Todos ellos, y muchos otros más, cobraban sueldos de la Universidad en calidad de funcionarios o de profesores, aunque ninguno realizó función alguna, salvo la de su accionar subversivo.
En cambio, a algunos más preparados para la catequización, como Rodolfo Ortega Peña y su socio Eduardo Duhalde, por caso, sí se le habían asignado funciones docentes. Desde sus respectivos púlpitos adoctrinaban a la juventud en la ideología marxista y exigían como lectura obligatoria bibliografía de reconocidos marxistas. También se exigía, por supuesto, la lectura de obras de Juan Perón y hasta las cartas que éste se había cruzado con John William Cooke. Ortega Peña, en la Facultad de Filosofía y Letras, en donde era titular de una cátedra de historia, había llegado a lograr un método pedagógico que atrajo a cientos de estudiantes. Se trataba de la teatralización de la historia, con actores estudiantes, quienes representaban a los personajes en estudio. Por supuesto que generalmente esa teatralización consistía en un "juicio" a algún prócer que no era del agrado del revisionismo del profesor, y así muchos como Mitre, Sarmiento, Roca, Avellaneda, pasaron por el banquillo de los acusados, "escuchando" los cargos que le hacían "Alsina", "Rosas", etc. Estas "clases" eran de concurrencia obligatoria, y la ausencia de un alumno a ellas no solamente significaba una mala nota sino que, por añadidura, se lo calificaba ideológicamente en su respectivo legajo. Los estudiantes remisos a participar en estos actos difícilmente podían cursar la materia.
Los apuntes eran otro método de infiltración ideológica de mucha importancia. Anteriormente dimos el ejemplo de un profesor que prohibía a sus alumnos la grabación de sus clases porque él tenía el monopolio de ello para luego poder vender sus apuntes, cosa que le redituaba una significativa ganancia monetaria. En la Universidad, a partir de 1973, se hizo algo similar en muchas cátedras, pero además del rédito económico que ello significaba, quizá se le daba más importancia a la ganancia ideológica. Ningún alumno podía tomar notas de las clases o confeccionar sus propios apuntes. Porque éstos, una vez actualizados y corregidos por los profesores, tenían mayor carga ideológica, estaban científicamente dosificados, y así eran vendidos a los estudiantes.
Pero la Universidad de Buenos Aires contaba con una herramienta de mayor penetración aún que la de los simples apuntes. Se trataba de la Editorial Universitaria de Buenos Aires (Eudeba), creada durante el rectorado de Risieri Frondizi justamente con los mismos objetivos con los cuales iba a ser empleada en la gestión de Puiggrós: la infiltración marxista. Después de mayo de 1973 fue designado presidente de Eudeba el escritor Arturo Jauretche. Y el cargo de mayor importancia política, el de director ejecutivo, fue otorgado al periodista Rogelio "Pajarito" García Lupo. El primer trabajo que se encargó fue una colección de bolsillo titulada "América Latina Libre y Unida", con los siguientes títulos: La revolución chilena, por Salvador Allende; La revolución peronista, por Héctor J. Cámpora; La revolución peruana, por el general Juan Velasco Alvarado; y La batalla de Panamá, por Omar Torrijos. Evidentemente no eran libros de texto para estudiantes y, sin embargo, su estudio fue una exigencia en casi todas las cátedras de la Universidad. De esta forma, el marxismo iba ganando las mentes, sobre todo la de los jóvenes recién ingresados y cuya madurez intelectual los dejaba indefensos ante esta ofensiva. Y realmente fue una ofensiva lo que hizo Eudeba en esa época. El marxismo no quiso desperdiciar el tiempo, y en pocos meses varió sustancialmente los títulos de las obras publicadas por la editorial. Así, se ordenó la reimpresión de treinta mil ejemplares de la obra El marxismo, de Henri Lefebvre, y como ésta fueron numerosas las ediciones que se realizaron de libros marxistas cuyo estudio era obligatorio en las facultades.
El sistema empleado por las autoridades de Eudeba era sencillo: se confeccionaban ediciones baratas, de fácil acceso por parte de los estudiantes, a la vez que también se efectuaban lanzamientos al público en general, de modo que la literatura marxista no solamente se alentaba en las aulas universitarias -en cada facultad existía un local para la venta de las obras de la editorial-, sino que su difusión se realizaba a todo nivel.
Rogelio García Lupo, el director ejecutivo de la editorial universitaria, estaba sindicado como uno de los ideólogos de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) ,
que nacidas en 1968 del Movimiento Revolucionario Peronista, pasó a formar parte, después, del movimiento montoneros. García Lupo era compañero de Ricardo Rojo, compañero, a su vez, de Ernesto Guevara en Cuba, en donde se adiestró para la guerrilla. Rojo era, por su parte, presidente de la Asociación de Padres de Familia del Colegio Nacional Buenos Aires.
CAPITULO 17
EL CONTROL IDEOLOGICO
Rodolfo Puiggrós comenzó a adoptar, desde el rectorado, un gran número de medidas para las cuales era presionado desde los sectores estudiantiles y de su secretario académico, Ernesto Villanueva. Afirmamos presionado porque Puiggrós, un hombre' de vasta experiencia en el marxismo y conocedor del ambiente en que debía moverse, hubiera preferido la política gradualista, es decir, ir adoptando medidas de fondo de a poco para no despertar el resquemor de los peronistas tradicionales. No obstante, la presión estudiantil se hizo tan evidente que hasta su despacho llegaban los reclamos, ya sea por medio de los decanos, cuanto por los delegados estudiantiles que desfilaban incesantemente por el local de la Universidad en Viamonte 444.
Y una de las primeras medidas fue dictar una amnistía para todos los hechos ocurridos desde setiembre de 1955 hasta el 25 de mayo de 1973, ya sea por móviles políticos o sociales, gremiales y hasta estudiantiles. En virtud de esa amnistía no solamente quedaban liberados de culpa y de cargo los alumnos, profesores y trabajadores universitarios que hubiesen incurrido en alguna contravención en contra de los reglamentos universitarios, sino los que directamente estuviesen acusados de haber cometido delitos dentro del recinto de alguna facultad. Con ello quedaron automáticamente restituídos en su condición de alumnos, por ejemplo, hasta aquellos que fueron expulsados por falsificación de actas de exámenes o por agresión física a algún profesor. Igualmente se decidió la reincorporación de todos los profesores que hubiesen sido separados de sus cargos a partir de setiembre de 1955, es decir, casi veinte años antes. Se abrieron las puertas, así, no solamente a los docentes peronistas que fueron expulsados de sus cátedras en virtud de la Revolución Libertadora, sino los que fueron separados en 1966 durante el gobierno del general Onganía.
La medida estaba dirigida, precisamente, a estos últimos profesores, ya que la mayoría de los peronistas que se alejaron de la Universidad en 1955 y que por razones de edad aún estaban en condiciones de volver a las cátedras no fueron aceptados. Sí, en cambio, los de 1966, los reconocidamente marxistas. Se hizo una clara diferenciación entre éstos y aquéllos y se emplearon todos los recursos posibles para que fuesen los últimos quienes ocupasen las cátedras.
En el comienzo de la gestión de Puiggrós se resolvió, igualmente, modificar el calendario académico, incorporando nuevos feriados y sustituyendo algunos que políticamente no eran convenientes para el régimen. De tal modo se declaró día de duelo universitario el 16 de junio, en conmemoración de los muertos habidos en el alzamiento peronista de 1956. También se declaró como días feriados el 4 de junio y el 22 de agosto, fecha, esta última, que recordaba a los muertos en la base Almirante Zar, de Trelew, en 1972, cuando un grupo de terroristas que había huído del penal de Rawson y luego fue apresado en el aeropuerto de esa ciudad pretendió fugar, nuevamente, de la base mencionada. En la resolución que establecía esos "días de duelo", Puiggrós afirmaba que esas fechas "son hitos fundamentales en la lucha por la liberación de nuestra patria".
El paroxismo revolucionario de los montoneros llegados al poder de la universidad fue tal que difícilmente pueda compararse esa etapa de la vida universitaria argentina con cualquier otra, ni siquiera durante las más virulentas luchas de los nihilistas rusos a finales del siglo XIX o el alzamiento de los estudiantes franceses en mayo de 1968.
La distribución de cátedras se hacía a gusto y placer de los políticos y activistas que trabajaban en los despachos de los decanos. Esto se trasformó prácticamente en una subasta en donde el mejor postor era aquel que mayor bagaje ideológico extremista ofertase. Se lograron, así, cosas increíbles, como, por ejemplo, designar al terrorista Anwar El Kadre al frente de la guardería infantil de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales. Norma Arrostito, que formaba parte de la banda que secuestró y asesinó al teniente general Aramburu, fue designada profesora en los colegios Nacional Buenos Aires y Superior de Comercio "Carlos Pellegrini", así como adjunta en cátedras en las facultades de Derecho y de Ciencias Económicas. En el Nacional Buenos Aires, que hasta ese momento había sido uno de los colegios de mayor jerarquía de la República, se hizo cargo de una cátedra denominada "Teatro y expresión corporal", que había reemplazado a la de "Práctica contable", que fue eliminada del currículum. El sueldo que se le pagó era de 350.000 pesos mensuales, una suma que en esa época ganaban los ministros del Poder Ejecutivo.
Realmente a la lucha por el control ideológico de la Universidad debe sumarse el afán por ganar dinero de todos los que fueron nombrados en aquella ocasión. Es claro que parte de los fabulosos sueldos que se pagaban iban a engrosar las arcas del movimiento guerrillero Montoneros y del Ejército Revolucionario del Pueblo, pero no es menos cierto que la mayoría de los activistas aparecieron, de repente, por las facultades con automóviles flamantes, como el caso del dirigente máximo de la Juventud Universitaria Peronista, José Pablo Ventura, y de su segundo, Miguel Talento.
Tanto fue el afán por ganar dinero que hasta el propio Rodolfo Puiggrós se quejó de ello. Cuando desde la conducción del movimiento peronista se le exigió la separación de Rodolfo Ortega Peña y de Eduardo Duhalde y ante la total oposición de los restantes funcionarios universitarios, Puiggrós ordenó una investigación y se encontró con que Duhalde tenía en ese momento trece cargos rentados en las distintas facultades y el rectorado de la Universidad. Por supuesto que solamente ocupaba dos o tres de ellos y por los restantes únicamente cobraba su sueldo. Esta situación fue narrada por el mismo Puiggrós a quien esto escribe, en un momento en que veía cómo el activismo estaba llevando a la Universidad a la clausura por parte de los peronistas tradicionales y preveía el enfrentamiento de la Juventud Peronista con Juan Domingo Perón. Puiggrós, como se señaló antes, bregaba por un "acoplamiento" del marxismo con el peronismo y no le convenía el rompimiento. La infiltración debía hacerse de a poco, tal como lo enseñan los manuales de las luchas marxistas. Pero en la Universidad chocaban una especie de infantilismo revolucionario con una acción mucho más organizada. Aunque, en realidad, se trataba de llevar todo a una situación caótica, ya que en el período anterior a Cámpora, según manifestaban los dirigentes marxistas, los planes de destrucción no habían sido llevados a cabo totalmente.
Y aquí es cuando uno comprueba los verdaderos objetivos que se buscaban por aquel entonces. Por el momento no se trataba de formalizar una Universidad "Nacional y Popular" como fue bautizada por una resolución del propio rector, sino de producir contradicciones y enfrentamientos para hacer aparecer a la juventud estudiantil como perseguida por un sistema social que no había sido erradicado totalmente. La juventud debía ser la víctima del sistema, del "establishment", y a partir de allí -nada mejor que la universidad para ello- lograr los cambios radicales que buscaba el marxismo. Eran, en pocas palabras, la punta de lanza, la carne de cañón, que se empleaba para marchar al frente de la batalla. Miles de estudiantes cayeron en la trampa, pero, especialmente, la mayoría de los peronistas que creyeron en un Perón socialista.
Así, por un lado se incitaba a la ocupación de las cátedras, a la interrupción de las clases que no eran del agrado de los estudiantes, al ataque directo de los profesores catalogados como no adictos al régimen, en fin, a desorganizar todo lo que había quedado más o menos en pie. Las facultades semejaban botines de guerra, ciudadelas conquistadas, pero no por una fracción sino por varias fracciones que habían coincidido en la batalla, pero que en el momento de repartir las ganancias extraían sus profundas diferencias ideológicas.
Sin embargo, esto era la fachada exterior. Porque en el fondo se iba cimentando una unidad ideológica que luego saldría a la luz bajo la forma de las Juventudes Políticas, en donde figuraban todos los movimientos políticos al frente de una concepción marxista de la sociedad.
Si antes del 25 de mayo de 1973 las facultades estaban sumergidas en el caos, después de esa fecha se sumergieron más aún. La resolución que amnistiaba a profesores, alumnos y trabajadores -era, en realidad, un decreto del Poder Ejecutivo nacional- había dado libertad para que cada uno tomase lo que quería. Así muchas aulas se convirtieron en locales políticos, mientras las clases debían desarrollarse en pasillos y hasta en la calle o en los bares de las facultades. La culpa de esta situación, por supuesto, se le endilgaba al "sistema oligárquico" que había imperado hasta entonces y que había creado universidades elitistas, para pocos alumnos. Los decanos daban órdenes en tal sentido, porque era necesario para los planes crear una conciencia de injusticia en el estudiantado que aún no estaba totalmente convencido.
Las pocas partidas con que entonces contaban las facultades no se destinaban a la adquisición de elementos didácticos ni menos aún para la reparación de aulas, sino que se empleó en la compra de armas y de vehículos para los terroristas. Esto ha sido suficientemente comprobado en las investigaciones posteriores. Inclusive los automotores pertenecientes a la Universidad y a las facultades se empleaban para cometer actos terroristas, e inclusive para la recreación de los nuevos funcionarios. Existen comprobantes fehacientes de que los vehículos fueron empleados para el traslado de las "amigas" de los dirigentes universitarios, cuando no para el cometido de acciones ordenadas por los montoneros.
Por ejemplo, cuando fue atacado el Regimiento de Infantería Aerotrasportado 17, en la provincia de Catamarca, los efectivos policiales de esa zona pudieron desbaratar el intento. Dicha acción fue organizada por el Ejército Revolucionario del Pueblo en forma simultánea con el ataque, en la provincia de Córdoba, a la Fábrica Militar de Pólvora y Explosivos de Villa María. Este último tuvo éxito, no así el primero, en donde fueron muertos por lo menos tres extremistas. En la acción de Catamarca, luego del combate y de la huída de los terroristas, quedó en el campo de batalla un ómnibus de la
Universidad Nacional del Comahue, en Neuquén, uno de los más importantes reductos subversivos del país y con una importante conexión con el marxismo chileno.
También fueron empleados los automóviles y los omnibuses de la Universidad de Buenos Aires el 20 de junio de 1973, cuando llegaba Perón a la Argentina, por segunda vez desde su exilio, oportunidad en que se produjo un tiroteo entre los marxistas y los peronistas ortodoxos que arrojó un saldo de más de cien muertos.
Debe hacerse notar, por otra parte, que cuando por orden del gobierno de María Estela Martínez de Perón fue intervenida la Universidad de Buenos Aires, la casi totalidad de los automóviles del rectorado fueron robados por los activistas antes de abandonar la institución. Pero los vehículos, en este caso, no fueron sustraídos para una acción de táctica de guerra sino, simplemente, para el uso personal de los ladrones.
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(Páginas 90 a 107)