La semana pasada, el presidente Néstor Kirchner sostuvo, ante la visita de funcionarios del gobierno norteamericano, que la Argentina no era una republiqueta. Esta afirmación venía a cuento porque, según Kirchner, la Argentina no iba a dejarse presionar por el gobierno norteamericano para que un fondo de inversión comprara la empresa Transener. No es el objeto de esta de nota discutir si está bien o mal frenar la venta de Transener a Eaton Park. Lo que me interesa analizar es la expresión de Kirchner. ¿Somos o no una republiqueta? O, para ser más preciso, ¿somos o no una república?
Antes de empezar a escribir esta nota, busqué el significado de republiqueta en el diccionario de la Real Academia Española y en otros diccionarios online, pero no encontré una definición para esta palabra (si algún lector ha logrado encontrar una definición de republiqueta, le ruego me lo haga saber). De todas maneras, podemos asimilar la palabra republiqueta a un pequeño país gobernado por algún déspota ignorante, que se maneja en base a los impulsos de sus caprichos. Una republiqueta sería un país que hace una parodia de la república, es decir, hace como que tiene un gobierno limitado, con división de poderes que se controlan entre sí. Hace como que tiene un gobierno que publica sus actos en forma transparente y sin distorsionar la información. En una republiqueta no existen los valores que imperan en una república.
En este punto es importante distinguir entre democracia y república. La democracia es un mecanismo pacífico para cambiar los administradores de un país. Es lo que, en principio, le da legitimidad a la forma en la que el administrador llega al poder. La república es la forma de gobierno que adopta ese país, limitando, insisto, el poder del Estado para que éste no viole los derechos individuales. Un país en el que se respetan los derechos de propiedad, la libertad de expresión no tiene restricciones de ninguna clase, la información de los actos de gobierno tiene transparencia y es seria, los gobernantes no se colocan por encima del orden jurídico, sino que se subordinan a las leyes existentes y no tratan de manipularlas en beneficio propio.
Una democracia sin república inevitablemente deriva en un sistema autoritario de gobierno, porque siempre van a existir los enemigos de la libertad que van a aprovechar sus beneficios para destruirla. Los enemigos de la libertad usan sus reglas para llegar al poder y controlar el monopolio de la fuerza para destruir los derechos individuales una vez que tienen ese monopolio. El gran desafío de los pueblos es lograr defenderse de los enemigos de la libertad sin que, para defenderla, se deba recurrir a métodos que la anulan.
Los enemigos de la libertad también pueden intentar establecer un sistema autocrático mediante el uso de las armas y el terror, asesinando, secuestrando y robando. Si son derrotados en ese campo, a veces cambian su estrategia y optan por aprovecharse de los beneficios de la libertad para llegar al poder, como queda dicho en los párrafos anteriores. Es decir, cambian el uso de la fuerza y simulan querer incorporarse a los beneficios de una democracia republicana.
Para que en un país exista libertad en el más amplio sentido de la palabra y su pueblo pueda progresar disfrutando de una buena calidad de vida, es necesario que se junten la democracia con la república. Si a la democracia se la priva del contenido republicano queda perfectamente pavimentado el camino hacia la dictadura, la arbitrariedad en los actos de gobierno, la ausencia de una justicia independiente, la carencia de transparencia en los actos de gobierno, la manipulación de la información, la falta de otros poderes que controlen y limiten al Ejecutivo y la restricción a la libertad de palabra, de educación y de ejercer toda industria lícita. En definitiva, en una democracia sin república lo que tenemos es una republiqueta con un gobierno autocrático que puede violar los derechos individuales en diferentes grados, dependiendo de la paciencia que tenga la población frente al atropello de sus gobernantes y del grado de represión que los autócratas ejerzan sobre la población.
En una republiqueta, la ley está concentrada en el autócrata. Él puede decidir qué es legal y qué es ilegal de acuerdo a su conveniencia. Es más, al disponer de tal grado de arbitrariedad, puede llegar a decidir que las leyes tienen carácter retroactivo. Por ejemplo, alguien que actuó dentro del marco de la ley escrita puede ser sancionado por el gobierno autocrático de la republiqueta gracias a que en ese tipo de Estado las leyes pueden tener carácter retroactivo o incluso hasta pueden anularse, instrumento jurídico que no existe en las repúblicas, dado que en éstas las leyes se sancionan o se derogan, pero jamás se anulan.
En una republiqueta, los que controlan el poder pueden disponer de los fondos públicos sin rendir cuentas. Y pueden girarlos al exterior sin informar a los ciudadanos qué hicieron con sus dineros.
Los gobernantes de una republiqueta suelen viajar al exterior con fondos públicos para realizar giras sin ninguna utilidad para los ciudadanos y se hospedan, con sus comitivas, en los hoteles más caros, todo financiado por el súbdito contribuyente que debe pagar sus impuestos sin chistar. Porque en una republiqueta no hay ciudadanos, hay súbditos. Mientras estos viven como pueden, los gobernantes disfrutan de todas las comodidades y suelen obtener grandes fortunas aprovechándose del monopolio de la fuerza y la arbitrariedad que dicho monopolio les otorga.
En una republiqueta, los gobernantes cobran impuestos y no se manejan en base a un presupuesto votado por el Parlamento, sino que disponen de amplios poderes para asignar la plata de los contribuyentes de acuerdo a sus conveniencias políticas.
En una republiqueta, son escasos los verdaderos empresarios. Por el contrario, abundan los oportunistas que se acercan al autócrata para obtener beneficios derivados de las arbitrariedades del gobernante.
En una republiqueta, los funcionarios aduladores del autócrata pueden amenazar a la gente que produce para que venda sus productos a los precios que el burócrata dispone. Ese funcionario utiliza el monopolio de la fuerza para violar el derecho de propiedad en beneficio político del autócrata.
En una republiqueta, el autócrata grita, amenaza e inventa enemigos públicos internos y externos, todo para disimular su incapacidad para gobernar eficientemente y justificar sus arbitrariedades y la acumulación de poder.
En definitiva, una república no se construye declamándola, sino con actos de gobierno que se ajusten a las reglas de un sistema republicano.
En una república, los gobernantes adoptan políticas públicas de largo plazo en beneficio de los habitantes. En una republiqueta, las políticas públicas sólo tienen por objetivo concentrar cada vez más poder en el gobernante de turno.
En base a todo lo dicho, le dejo al lector la libertad de opinar si la Argentina es una república con mayúsculas o tiene las reglas de una republiqueta. © www.economiaparatodos.com.ar |