Hugo Esteva
La predicción del rumbo cultural del Occidente postmoderno y, particularmente, el de su cabeza norteamericana resulta tan obvia que se ha tornado apenas en arte de observación. Así es como la orientación que señaláramos un par de números atrás de “Patria argentina” se va haciendo efectiva a gran orquesta. Se viene. Indefectiblemente.
Pero además -es lógico- busca su “institucionalización”, que de manera preponderante se intentará a través de organismos supra o extra-nacionales. Así lo muestra un artículo firmado por dos miembros de la Fundación para el Debido Proceso Legal (DPLF), que tiene su sede en Washington. La nota, publicada por La Nación (10/XII/06, pág. 33), ha sido escrita para conmemorar el Día Mundial contra la Corrupción. Se trata de una Fundación y un Día Mundial tan íntimamente vinculados con la realidad posible como lo estaría la Conferencia para la Desmitificación del Pensamiento Mágico en los Orangutanes (DPMO) que propongo crear y presidir. Eso sí, con sueldo en euros y sede en París, a la antigua.
Lo cierto es que la sacrificada pareja de la DPLF viene a descubrirnos que “poco debería importar definir a los políticos del hemisferio como de izquierda o de derecha…; más importante es advertir el genuino compromiso de los actuales gobernantes con la institucionalidad democrática”.
Ya no se trata de la novedosa “ni izquierdas ni derechas” con que sorprendió José Antonio Primo de Rivera a las inteligencias políticas de los años 30 y que, a decir verdad, fue la lúcida salida “por arriba” propuesta por fascismo respecto de la trampa ideológica materialista –capitalismo/marxismo- del sistema que dominó al siglo XX y ganó la Segunda Guerra Mundial. No cabe hacerse ilusiones: esta proclama de “ni izquierdas ni derechas” de los juridicistas globales antes citados es, lejos de una alternativa al sistema, la desenfadada proclama del triunfo de ese sistema. Llega ahora, terminando con la división política que empleó dialécticamente para imponerse, porque el instrumento de distracción ya no es necesario: el sistema siente que ganó y desecha sus antiguos útiles. Del mismo modo que los masones han descartado el secreto y los homosexuales la vergüenza a la hora de manifestarse. Es la hora del proselitismo directo, abierto, violento si acaso. Apenas planteado, el sistema –libre ya de disenso intestino- va a terminar con la poca resistencia que quede.
Tampoco es difícil pronosticar que el partido Demócrata norteamericano será el que más fácilmente se adapte al cambio. De hecho lo ha fomentado y conducido siempre. Y para no remontarnos a la bruma de la historia lejana, recordemos al “ineficiente” Jimmy Carter, que fue sin embargo útil a la hora de diluir los valores de su patria en los de la ideología que sobrepasa las fronteras. Tuvo que llegar Reagan, republicano profundo, a restaurar con memorable capacidad histriónica –Rambo, Rockie- los retazos a que había reducido a EEUU la falta de confianza en sí. Después aterrizó el demócrata Clinton para dar otro paso hacia el progresismo libertino… Al cabo ahora del enredo en los compromisos económicos y de “inteligencia” que han precipitado la caída de Bush y de la falsa restauración de valores tradicionales, lo que se aproxima está claro: vuelven los progresistas –se descuenta que tienen el bolsillo a la derecha, pero ese no es el tema de esta crónica-, y lo hacen con una nueva vuelta de tuerca que ajustará más el sistema. Para eso, después de más de dos siglos de presidentes hombres y blancos, proponen la alternativa de una mujer madurona (Hilary Clinton ) o un negro joven (Barak Hussein Obama). Lejos de mí dar el flanco para que se me acuse de ninguna discriminación. Apenas la advertencia de que esta es otra falsa alternativa para consolidar lo que hay detrás; y la aseveración de que blancos o negros, mujeres u hombres, los dirigentes norteamericanos siempre serían rivales de una Argentina soberana. No la de Kirchner ni la de Cristina Fernández, se entiende, que les es “funcional”.
Pero el mundo globalizado tiene otra cara que la mayoría de los que vivimos en Occidente no quiere ver. Así la marginalidad a la que indefectiblemente da lugar el capitalismo usurario, obligada a la competencia más cruda, potenciada por el dinero y la enajenación producidos por la droga, crece en todas partes. Y si es evidente en Sudamérica, no deja de estar presente en París o en Berlín, donde se manifiesta escandalosamente junto a un consumismo que asimila a los viejos pueblos europeos con el más vulgar “snobismo” norteamericano.
O Globo de Brasil publicó recientemente una entrevista a Marcos Camacho, jefe de la banda carcelaria de San Pablo denominada Primer Comando de la Capital (PCC), cuya traducción ha circulado estos días por Internet. Cito apenas unas líneas, que pintan un panorama de absoluta desesperanza, aunque hay más:
“¿Solución? No hay solución, hermano. La propia idea de "solución" ya es un error. ¿Ya vio el tamaño de las 560 villas miseria de Río? ¿Ya anduvo en helicóptero por sobre la periferia de San Pablo? ¿Solución, cómo? sólo la habría con muchos millones de dólares gastados organizadamente, con un gobernante de alto nivel, una inmensa voluntad política, crecimiento económico, revolución en la educación, urbanización general y todo tendría que ser bajo la batuta casi de una "tiranía esclarecida" que saltase por sobre la parálisis burocrática secular, que pasase por encima del Legislativo cómplice. ¿O usted cree que los chupasangres (sanguessugas) no van a actuar? Si se descuida van a robar hasta al PCC. Y del Judicial que impide puniciones. Tendría que haber una reforma radical del proceso penal del país, tendría que haber comunicaciones e inteligencia entre policías municipales, provinciales y federales (nosotros hacemos hasta "conference calls" entre presidiarios.) Y todo eso costaría billones de dólares e implicaría una mudanza psicosocial profunda en la estructura política del país. O sea: es imposible. No hay solución.”
Más claro… Podrán los medios dar vueltas sobre el asunto pero estos son los componentes reales del sistema. Y Occidente está atrapado por sus propias creaciones, listo para ser víctima de su apostasía.
Mientras desacraliza –dicho sea esto sin mojigatería- sus fiestas en homenaje al consumo, mientras crea superpoderes burocráticos por encima de la vida de las naciones, sólo anuncia estruendosamente su propia muerte. Pero antes, como en los días previos al cristianismo, habrá persecución. Persecución presidida por ese desprecio por la vida –ajena, pero también propia- que vuelve potenciado respecto del que reinaba antes de la encarnación de Dios. Y, mal que les pese a los progresistas de adentro, la gran perseguida va a ser la Iglesia Católica. La Única. Porque lo que no logró el tan asustador comunismo lo va a hacer la democracia globalizada, a la que no le falta ningún argumento para terminar con una institución tan antipáticamente vertical, tan abiertamente autoritaria como la que se gobierna desde Roma.
Entretanto, los argentinos vamos a vanagloriarnos de algunos logros caritativos: hemos prohibido la eutanasia de las mascotas. Dicho así, con ese título estupidizante con que los padres de medio pelo en pecho enseñan a sus pobres hijos a nombrar a perros, gatos, pescaditos, tortugas y demás seres animados. A su vez, no falta tanto para que legalicemos la eutanasia de los viejos y de los enfermos, que no sirven ni para mascotas.
Y es así: la cultura de los orangutanes baja desde las favelas ensoñada de droga, potenciada por la cultura de la “institucionalización democrática”. Como presidente de la DPMO voy a reclamar, en su momento, mi tajada. Aunque, en fin, tenga tan poco mérito predecir lo que ya está en marcha…