"Las Víctimas y la Paz"
por José María Sacheri
Por lo menos, desde el 13 de marzo de 1960, hace casi cuarenta años, fecha en que fue atrozmente asesinada Guillermina Cabrera Rojo, una niña de tres añitos, por una bomba artera y anónima, los argentinos venimos sufriendo regularmente los cobardes ataques del Terrorismo.
Hace cuarenta y siete años que en la Argentina se mata gente por "ideales".
Es decir que lo que escribió Sarmiento que "Las ideas no se matan", más allá de muchas razones, es cierto sólo en parte, y lo que sí es cierto es que muchas veces: las ideas matan a la gente, a Ud., a mí, a Doña Rosa.
La más de las veces, las ideas mataron sin mirar a quien, al niño que iba a la escuela, al obrero que iba a su trabajo, al policía que dirigía el tránsito.
Y en la Argentina, esta guerra del terror ya lleva demasiado tiempo.
Ya se llevó demasiadas vidas. Ya se llevó demasiadas ilusiones, demasiadas alegrías, y nos trajo, por el contrario, demasiada tristeza y demasiada muerte, física o moral, por que hay gente que, aun viviendo, ya murió.
Y murió su alma, aunque respire, por que le arrebataron a su padre ... Le arrebataron al marido, o a la mujer, o a un hermanito con el que jugaba, y hoy apenas recuerda por alguna foto.
Esas personas son Víctimas, y en el caso de la Argentina de 1960, por lo menos, en adelante vivieron -las víctimas "vivas"- mucho menos que lo que debieran haber vivido; en intensidad, en felicidad, y también en años.
Las otras víctimas ... murieron y ya no están.
Esas muertes y esas víctimas vivas se sucedieron luego en los años sesenta, muchas de ellas y, sobre todo las primeras, en gobiernos democráticos, pero más allá de los gobiernos en que ocurrieron, lo importante es que las víctimas sufrieron, y sufren, y con ellas sufre la Patria.
En medio del dolor y caos reinante las Fuerzas Armadas salieron a defender, aunque con demasiados defectos, la Nación Argentina.
Mientras tanto los terroristas se transformaron en otras "víctimas" y las víctimas verdaderas siguieron, y siguen, siendo víctimas ...
Estos asesinos-"víctimas" que comenzaron la guerra, ya fuese ellos mismos o, peor aun, mandando a otros a matar a quienes ellos designaban, eran combatientes que habían iniciado una guerra contra los argentinos, y por lo tanto, se exponían -al someternos y someterse, a una guerra- a las consecuencias naturales de cualquier guerra, que son la muerte, las heridas, las torturas, las prisiones, y todas aquellas lastimaduras del alma que no "contabilizan" en los números que salen en las estadísticas.
Aquella guerra, que hoy tristemente nos obliga el gobierno del Dr. Kirchner a continuar de un modo distinto, ya pasó, al menos pasó lo peor ...
Seguirán las heridas, los duelos por el ser querido, demasiadas sillas de ruedas, demasiados huérfanos, aun cuando hoy ya tengan treinta años, y muchas otras consecuencias de aquella guerra entre hermanos , pero lo peor de la guerra ya pasó ...
Los pueblos sabios tratan de cerrar esas heridas.
Algunos argentinos se empeñan en dejarlas abiertas ...
Retrocedamos un poquito nada más, para advertir que ya en 1970 dos países que habían sido realmente destruidos y desvastados por la Segunda Guerra Mundial como Japón y Alemania, eran importantes potencias y se encontraban -nada más que 25 años después de las dos bombas atómicas tiradas en Japón en 1945- entre las diez o quince naciones más desarrolladas de la tierra.
Basta ver cualquier documental de aquella gran guerra para advertir cómo aquellas dos naciones fueron destruidas casi absolutamente por aquél conflicto armado, muchísimo mayor que nuestra guerra terrorista argentina.
Sin embargo en menos de 25 años volvían a pelearle a la destrucción con trabajo, empeño, inteligencia y -sobre todo- muchas ganas de superar sus derrotas y la catástrofe que les dejó esa gran guerra.
Por el contrario, algunos que nos gobiernan, pretenden que luego de casi 30 años sigamos relamiéndonos nuestras heridas con lo que no las dejamos cicatrizar.
Que aquel me hizo esto, el otro me hizo aquello, pero, en lugar de meterle para adelante, nos quedamos empantanados en la huella sin buscar una salida que nos lleve a la felicidad y la prosperidad a las que podemos, y debemos, anhelar para nosotros, nuestros hijos y nuestros nietos.
Y, mal que nos pese, estas heridas habían comenzado a cicatrizar, con sus defectos por cierto, pero comenzado a cicatrizar.
No podemos eternamente, vivir mirando hacia el pasado. Para que cure tanto dolor, tenemos que dejarlo cicatrizar ...
Tenemos que aprender a perdonar ... y a ser perdonados ... Para ello necesitamos alcanzar la Paz.
La Argentina necesita de la Paz; la paz como tranquilidad en el Orden, según nos enseñaba San Agustín en el Siglo V. De esa tranquilidad en el orden se sigue que la Paz, al menos la verdadera, no es una mera ausencia de conflictos bélicos; la paz requiere de la Justicia y de la magnanimidad, para superar conflictos tan graves que dieron lugar a una guerra entre hermanos.
Esa paz, un poco emparchada sin dudas, se había comenzado a conseguir con la sentencia del juicio a los Comandantes en Jefe del llamado Proceso de Reorganización Nacional y el tiempo ayudó a que esa guerra fuera quedando atrás.
Pero, al convertirse en Presidente el Dr. Néstor Kirchner, (con un porcentual inferior al diez por ciento de la población argentina), advirtió que si a algún problema no le encontraba solución, lo mejor que podía hacer era echarle la culpa de todo a los militares, con lo cual nos estaba echando la culpa de su incapacidad de resolver problemas a todos los argentinos, que de un modo u otro permitimos, con algunas pocas quejas, que los militares ganaran la guerra para que los argentinos pudiéramos vivir en Paz.
Y como le encontró cierto gustito a esta supuesta solución, comenzó a colocar por encima de cualquier problema actual de la Argentina, la "defensa" de los derechos humanos de los terroristas , y de algunos otros que no lo fueron y que, -un poco más, un poco menos- sufrieron las consecuencias de cualquier guerra, en la que los que peor la padecen, suelen ser los más ajenos a ella.
El problema es que el presidente, con sus actos también nos involucra a todos los argentinos, y nos vuelve a someter -aunque en un modo menos sanguinario, pero mucho más violento en materia de violación del Derecho- a una guerra que terminó hace casi treinta años.
Pero a ningún país le hace bien vivir en estado de guerra, ya sea guerra contra las armas enemigas, o guerra contra el Derecho de la Nación.
Cualquier guerra, y particularmente las que se dan entre hermanos, produce muertos (del cuerpo o del alma), heridos (física o moralmente), el resentimiento, los resquemores, las peleas y la violencia, sea ésta moral o física.
Y aquella guerra, con algunas breves interrupciones, pasó hace demasiado tiempo, y por eso debemos terminar esa guerra para alcanzar la Paz que nos traerá "tranquilidad en el orden".
Esa Paz nos va a permitir que los argentinos, en lugar de pelearnos entre hermanos, nos aunemos en proyectos comunes que nos traigan prosperidad, riqueza económica y moral y a la larga nos permitirá alcanzar el destino de grandeza al cual fuimos llamados desde siempre por Hernandarias, San Martín, Belgrano y un poco más cerca nuestro Francisco Ramírez entre los entrerrianos.
Pero para alcanzar esa Paz necesitamos de Justicia y, sobre todo de magnanimidad que es la virtud del grande que está más allá de las pequeñeces que tiene la vida y se ocupa principalmente de las cosas serias e importantes que nos llaman y convocan a ser una gran Nación y conforme a los designios que tiene Dios para esta tierra bendita y generosa que Él nos ha regalado.
José María Sacheri
Abogado y Profesor de Derechos Humanos