EN EEUU GANÓ OTRA CULTURA
Hugo Esteva
Hijos innegables de la Ilustración , admiradores incondicionales de las ideas de la Revolución Francesa –aunque suelan desconocerlo-, entrenados demócratas que no conciben otras opciones de gobierno, los norteamericanos no gozan sin embargo de libertad, fraternidad ni igualdad en su propia patria.
Cuando se los visita turísticamente –en ese estado del ánimo que sólo nos pone en contacto con distintos tipos de vendedores que están ahí para halagar- dan la impresión de vivir bien, cosa que de hecho sucede desde el punto de vista económico a una buena parte. Pero apenas se sale de los circuitos preestablecidos, empiezan a aparecer diferencias que hacen a la difícil vida cotidiana de una sociedad donde los valores del trabajo y el consumo dejan con alta frecuencia atrás los de la familia y los afectos. Y donde el pensamiento se domestica y adocena.
Así por ejemplo, en lo que a igualdad se refiere -son sus datos (Time, 30/X/2006)- un portero tarda 103 horas en ganar los mismos mil dólares que una estrella de radio, cine o deportes logra cada menos de 10 minutos. Un ejecutivo principal se embolsa los mil en menos de 3 horas; pero un médico general tiene que trabajar 13, un policía 43, un profesor secundario otro tanto y un granjero 57 horas para producirlos. Y, por supuesto, la tendencia es hacia que el abismo crezca.
La ausencia de la más elemental fraternidad entre su población la ha mantenido dividida en tres grandes grupos casi impenetrables entre sí, más allá de lo que figure en cuanta propaganda pueda darse. Hay, en sus 300 millones de habitantes, un 80% de blancos, 15% de hispanos y 13% de negros. Pero, vale la pena saberlo en países como los nuestros donde la sangre indígena se ha mezclado generosamente, sólo 1% de indios “nativos”. A pesar de su abismal diferencia con Rosas, la mano dura de nuestro Roca parece la de un misionero ante los padres fundadores de los EEUU. Y, se sabe, entre los blancos una cosa es ser WASP y otra totalmente distinta italiano, portugués, irlandés o polaco.
Difícilmente haya otro país de Occidente donde la sensación de ser controlado esté más presente, y esto no sólo por la degradante presión que se sufre hoy en los aeropuertos. Por otra parte, vale la pena saber que sólo el 35% de los norteamericanos ejerce regularmente su “libertad” de votar. Hay un 22% de ciudadanos no enrolados y otro 23% de enrolados que raramente vota. Es decir, los creyentes de la religión democrática son practicantes en una proporción claramente minoritaria. Fuera de un 7% que no es ciudadano norteamericano y por eso no vota, hay un 26% que declara no hacerlo porque redondamente no cree en los políticos o en el gobierno. Proporcionalmente, muchos más creen en Dios (66%) y sólo un 5% se declara definitivamente ateo. El 55% de la población es protestante, el 21% católica y –pese a su enorme influencia económica y cultural- sólo hay un 2,5% de judíos.
Este pueblo laborioso y enorme, aparentemente autosuficiente o al menos muy tentado por mirarse sólo a sí mismo, acaba de torcer su voto de dos años atrás.
Bien es cierto que por escaso margen –y entonces señalamos que se trataba de un país dividido en dos universos de difícil conciliación- en las elecciones previas los valores de lo que podría llamarse una moral tradicional habían dado el triunfo a Bush, que los levantó no sin cierta audacia política y muy a pesar de los medios de comunicación que le retaceaban espacio. Las groseras mentiras de la política exterior –esa sí, tradicionalmente ciega ante la realidad de las otras naciones- más una guerra que obliga a la retirada, echaron por tierra parte suficiente de aquellos valores como para que el presidente sufriera ahora una neta derrota.
Porque si bien es predecible que nada va a cambiar en la política general ni en el juego de los reales factores de poder, la cultura del relativismo demócrata va a dar ahora los pasos decisivos. Más allá de los impuestos, más allá de las constantes en materia de ambición energética y financiera, los demócratas -no es difícil predecir- van a apresurarse para plasmar su ideario liberal sobre la vida y la muerte.
El predominio de China, la pérdida de recursos que significará la retirada de Irak, el riesgo real de guerra total y atómica en Medio Oriente, para citar apenas los ejemplos más destacados, parecen ya completamente fuera del control de este imperio efímero construido con esfuerzo e ingenio, pero sin cultura, que anticipa ya la gravedad de su crisis económica.
Mientras, la “cultura” que reemplaza a la falta de cultura avanza ya inexorablemente. Téngase en cuenta apenas una muestra más de lo que viene: el pequeño mago, etéreo protagonista de la popularísima serie de Harry Potter, comenzará el año próximo a representar en Londres a “un turbado adolescente con una obsesión erótico-religiosa con los caballos” (Newsweek, 30/X/2006), para lo cual saldrá a escena desnudo en “Equus”. Tiene diecisiete años. Baste para muestra semejante botón.